Los hermanos sean unidos
porque esa es la ley primera,
tengan unión verdadera
en cualquier tiempo que sea
porque si entre ellos se pelean
los devoran los de afuera.
José Hernández
Martín Fierro
El Chueco fue probablemente uno de los argentinos que más cabalmente interpretó estas sabias palabras de Martín Fierro. Fue el gran arquitecto de la unidad del peronismo de las tres últimas décadas.
Para Juan Carlos Mazzón (1001944-2015) había un lema, aprendido en sus primeros pasos de militancia, que guió siempre su vida política: primero la patria, después el movimiento y finalmente los hombres.
Pero cuando se ocupaba de los hombres y de las mujeres que todo lo daban en aras de una patria justa, libre y soberana, éstos siempre encontraron la acogida afectuosa, la palabra justa y contenedora, y, sobre todo, la perspectiva del futuro.
Fue un armador de proyectos, un conector de rivalidades y un sanador de heridas cuyo norte estaba enfocado en fortalecer el peronismo, no por un ideologismo vacío sino porque creía firmemente que seguía siendo el único movimiento político y social capacitado para concretar el anhelo de tantas generaciones: la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.
Poseedor de una inteligencia política pocas veces vista, era además una persona de firmes códigos éticos, leal y noble. Por eso no debe haber muchos peronistas que no lo hayan apreciado o no le hayan profesado afecto, pues así era él, un tipo que se hacía querer porque anteponía sus propios intereses a los del conjunto.
Fue un faro para toda la militancia peronista. Cuando la duda acechaba, estaba ahí para señalar el camino.
Era pragmático, sí, pero dentro de los marcos doctrinarios construidos hace décadas por Perón y por los militantes que fueron elaborando los sólidos cimientos del justicialismo. Entendió como pocos que el camino de la construcción política no está exento de errores, traiciones o defecciones por falta de carácter, pues comprendía la naturaleza humana y era consciente de sus debilidades.
Muchos lo consideraron el mejor armador político que tuvo el peronismo después del propio Perón; sin embargo, era mucho más que eso, fue un edificador de sueños que para muchos eran quimeras imposibles. Fue el gran constructor del edificio peronista de los últimos treinta años, y ya se lo extraña.
Todos nos sentimos un poco huérfanos tras la partida del querido Chueco Mazzón.
Hasta siempre, compañero.
Adiós al más grande
Mi viejo fue una gran persona y un extraordinario dirigente político. El orgullo que siento de tener su apellido es tan inmenso como el agradecimiento por haber recibido sus enseñanzas y consejos permanentes. Fue un tipo con una calidad humana muy especial, en la cual la solidaridad, la generosidad, la humildad y el compromiso por los otros eran rasgos permanentes de su forma de actuar.
Siempre la tuvo que remar, nada le fue fácil. Desde su enfermedad en los huesos hasta cuando lo encarcelaron en la época de la dictadura, siempre tuvo que enfrentar situaciones muy difíciles. Abrazó la pasión de la política desde su época de estudiante universitario y nunca la abandonó. Siempre creyó profundamente en la democracia y en el ejercicio de la política como forma de tener una patria cada vez mejor.
Para él el peronismo era el instrumento colectivo más importante y eficiente para poder transformar y desarrollar nuestro país. Por eso trabajó incansablemente y dedicó su vida y todo su esfuerzo para que sea un partido con cada vez más militantes y en permanente renovación, un partido con un programa político claro en pos de los principales desafíos que nuestra nación tenía que enfrentar, un partido político que nunca debía perder su lazo con el pueblo y su sensibilidad. Esto constituía su dogma central y fue lo que lo guió en toda su titánica vida política.
Como decía anteriormente, su vida no le fue fácil. Por su militancia lo echaron de la universidad, donde había logrado uno de los mejores promedios apenas faltándole una materia para obtener el título de ingeniero. Lo encarcelaron en varias oportunidades, la última durante casi nueve meses. Lo persiguieron y lo marginaron en muchísimas ocasiones. Sin embargo, su voluntad de seguir y avanzar fue imbatible. Cada situación difícil lo hacía más fuerte y duplicaba sus esfuerzos. Cada situación de dolor y sufrimiento generaba en él más amor y solidaridad. Siempre creyó en la nobleza de las personas y en la importancia de los afectos. Por eso tuvo muchos amigos y cuidó siempre tanto a su familia.
Su profesionalismo, su compromiso y su inteligencia lo llevaron a trabajar con todos los presidentes peronistas que dio este último ciclo democrático. Siempre unió. Hasta el último día intentó zanjar diferencias para que entre todos construyamos un partido y un país cada vez mejor. Nunca se calló nada, nunca especuló. Siempre dio todo, su compromiso fue total. Siempre mantuvo su humildad. Siempre tuvo bien en claro que primero está la patria, luego el movimiento y por último los hombres. Nunca se rindió en esta tarea.
El 7 de agosto se fue mi papá, mi gran maestro, mi referente, mi amigo. La sensación de vacío y tristeza es enorme, pero también el orgullo de ser su hijo y el agradecimiento por haberlo tenido al lado, por haber disfrutado muchísimas situaciones con él y fundamentalmente por haberme enseñado a tratar de ser cada día una mejor persona.
Gracias, papá, por tanto.
Carlos Mauricio Mazzón