El lenguaje es la más formidable herramienta inventada por el ser humano para comunicarse. Por ello nada hay en el universo de las sociedades humanas que no tenga su denominación y su etimología.
Es sabida la manía de los griegos de clasificar todo objeto o hecho social, político, económico y cultural que estuviera a su alcance, además de ponerles nombre a todos ellos.
Aunque sin saberlo, miles de años antes de la existencia del macrismo, le encontraron una palabra apropiada a este raro experimento vernáculo y lo llamaron plutocracia.
No se trata del famoso perro inmortalizado por Disney ni tampoco estamos hablando del noveno planeta del sistema solar. El término deriva de la mitología griega, en la que Pluto era el dios de la riqueza.
En definitiva nos referimos a una forma de gobierno en que el poder está en manos de los más ricos, en la que el manejo del Estado está a cargo de los sectores económicamente más poderosos de la sociedad. Dicho en otras palabras, quienes ostentan la propiedad de los recursos de un país también detentan el poder político.
Desde la Antigüedad, la plutocracia ha sido considerada un tipo de oligarquía. La primera mención histórica del término se atribuye a Jenofonte, quien utilizó el concepto para referirse a la situación política existente en Atenas previa a las reformas de Solón. Los dueños de la mayor parte de las tierras y esclavos, controlaban el proceso político, imponiendo medidas destinadas a excluir a las clases bajas del manejo de la ciudad y gobernando exclusivamente para su beneficio. Sus políticas, que incluían la esclavitud de ciudadanos que no pudieran hacer frente a sus deudas, causaron una serie de crisis políticas que culminaron con las reformas del mencionado Solón, las cuáles garantizaron el voto de todos los ciudadanos independientemente de sus ingresos, pusieron límites estrictos para la elección de magistrados e incluso establecieron que algunos cargos públicos fueran asignados al azar entre los ciudadanos para inhibir los efectos de la plutocracia. Jenofonte, y posteriormente otros escritores griegos como Tucídides, veían a la plutocracia como una fuente de inestabilidad política, y sus escritos sobre el tema siempre iban encaminados a prevenir la aparición de tal sistema. Tucídides sostenía que la plutocracia nunca aparecería como un sistema político alternativo a la democracia o la aristocracia, sino como una corrupción de tales sistemas, inestable y muy ligada a la oligarquía. Estos ilustres griegos señalaban además que los plutócratas tienden a ignorar los intereses del Estado, la responsabilidad social y los problemas políticos, empleando el poder para su propio beneficio, lo cual inevitablemente conducía a conflictos sociales y a la decadencia.
Por tal motivo veremos cuáles son las notas distintivas, las principales características de quienes detentan el poder hoy en la Argentina.
Si un científico político tuviera interés en profundizar el proceso político argentino se encontraría con un cambio sorprendente. Nuestro país, ha decidido a través de las urnas, pasar de un sistema democrático, popular e integrado a una plutocracia.
Las diferencias no son pocas pero seguramente la más importante es que en el sistema democrático popular, el Estado cumple activamente la función de limitar el poder de los sectores económicos concentrados para defender los derechos del conjunto de la sociedad, especialmente de los más vulnerables. Para ello, los clásicos instrumentos utilizados por este sistema político, han sido redistribuir la riqueza equitativamente, generar condiciones de acceso lo más igualitarias posibles a la salud, la educación y la cultura, destinar importantes recursos a sectores productivos, especialmente a la pequeña y mediana industria a fin de crear empleo genuino. Y de esta forma ir construyendo un mercado interno que se nutre del círculo virtuoso de la producción y el consumo.
En la plutocracia, en cambio, las decisiones son tomadas por quienes ostentan el poder económico, respondiendo únicamente a sus propios intereses.
Esos poderes económicos concentrados, y en particular los medios de comunicación que monopolizan la información, y el marketing sofisticado aplicado a las campañas políticas influyeron en gran parte de la población que creyó en consignas tales como “pobreza cero”, o la “revolución de la alegría” y votaron por un “cambio” en ese sentido.
Lo cierto es que la economía argentina se caracteriza, desde hace muchas décadas, por sus altos niveles de concentración. Los grupos oligopólicos o monopólicos se encuentran enquistados en todos los sectores económicos siendo ejemplos emblemáticos los medios de comunicación, la distribución del suministro eléctrico, los servicios telefónicos, los suministros de gas, los grupos industriales fabricantes de productos de consumo masivo ocultos tras infinidad de marcas que despistan al consumidor o los poderosos pool agro-exportadores, entre otros. Estos son los formadores de precios, que sin control alguno manejan el mercado para maximizar sus beneficios.
En una plutocracia, son estos grupos concentrados los que poseen además del poder económico, el poder político.
Si pensamos en la formación del gabinete de Mauricio Macri constituido por gerentes y dueños de importantes grupos industriales, comerciales o financieros, podemos vislumbrar la influencia que tienen ahora los que antes hacían lobby para obtener prebendas.
Basta con echar una mirada a los funcionarios designados por Macri para comprobarlo: la política agropecuaria estará en manos de un dirigente de la Mesa de Enlace hegemonizada por la Sociedad Rural; la política energética, es manejada por un directivo de Shell, expresión idiosincrática del imperio británico; el equipo económico lo comandan representantes del capital financiero como Prat Gay, testaferro de los Fortabat y empleado de la Banca Morgan, y la lista es larga. El ingenio popular ha encontrado la expresión adecuada para graficar esta novedosa situación: “un país atendido por sus dueños”.
Por tal motivo, todas las acciones de gobierno, desde el 10 de diciembre de 2015 hasta hoy, han favorecido solo a los grupos económicos ya mencionados. La eliminación parcial de las retenciones a la exportación de granos, la devaluación del peso, la eliminación de restricciones para transferir divisas al exterior, la apertura de las importaciones, el aumento de las tarifas de servicios, el creciente nivel de endeudamiento externo, los despidos en el sector público y privado con el objetivo de reducir las pretensiones de aumentos salariales a través de paritarias, son todos ejemplos que confirman lo que sostenemos.
Sin embargo, la plutocracia sabe que todas estas medidas anti populares generan invariablemente una creciente presión social que se comienza a sentir con protestas por ahora pacíficas, pero que pueden transformarse, con el devenir de los acontecimientos, en conflictos de otra naturaleza. Por este motivo es que se ha declarado, casi al inicio del gobierno, la emergencia de seguridad, que le permite tener fuerzas de seguridad equipadas para reprimir eventualmente la protesta social.
Derivación natural del análisis que realizamos es la intención de desmontar el Estado benefactor que tanto costó recrear. A este ritmo, en cuatro años de gobierno no quedará nada de lo logrado, y será necesario mucho más tiempo para que un nuevo gobierno popular pueda recomponer semejante desmantelamiento.
Si desplazamos nuestra observación hacia el programa que este gobierno intenta implementar, encontraremos también sus verdaderas intenciones, ya no tan ocultas como en la campaña. Para no extendernos mencionaremos solo algunas: lo que eufemísticamente denominan “achicar costos laborales”, es decir, bajar los salarios e ingresos de los trabajadores, que por añadidura lleva implícito eliminar la mayor cantidad de derechos laborales que la coyuntura permita; lo que elípticamente llaman “inserción de la Argentina en el mundo”, es decir, un alineamiento más o menos automático que nos coloque al lado de las potencias del mundo occidental en su lucha contra el terrorismo global o contra el narcotráfico; otro eje consiste en la apertura comercial, generando lo que hábilmente designan como “creación de un clima de negocios” que permita al capital extranjero manejarse con reglas tan débiles que parecen más bien inexistentes.
Ahora bien, todo lo mencionado no deja de ser instrumental. ¿Pero que esconden en el fondo? A nuestro entender, estas políticas persiguen un objetivo muy claro: transferir riqueza e ingresos desde los sectores populares hacia los sectores económicos más desarrollados. Este saqueo a los bolsillos de las mayorías populares requiere una mentalidad colonizada y eso tampoco falta. Quedó expresado fielmente en una de las primeras declaraciones que hizo la canciller Malcorra cuando sostuvo: “la perspectiva que guiará nuestra política exterior será la de mirar al país desde el mundo”, es decir, no vamos a mirar al mundo con ojos argentinos, sino que vamos a mirar a Argentina con los ojos del mundo, en definitiva nos vamos a supeditar a los intereses de los países centrales, que huelga decirlo, nunca van a ser los de un país periférico y en desarrollo como el nuestro.
Un punto que debemos dejar en claro es que el macrismo no es un proceso novedoso e innovador filosófica y políticamente. En esencia, se inscribe en la tradición liberal-conservadora que viene desde el siglo XIX. Lo verdaderamente distinto es que utilizó a su favor magistralmente las herramientas tecnológicas, creando un nuevo sentido común en amplios sectores de la sociedad apelando a consignas muy primarias que generaron un expectativa de cambio además de contar con el apoyo incondicional de los grandes grupos mediáticos que indudablemente potenciaron cierto hartazgo de las clases medias urbanas con el estilo del gobierno anterior. De ahí que lo verdaderamente novedoso es que por primera vez esta concepción política llega al gobierno sin necesidad de un golpe militar y sin colonizar movimientos de origen popular, como ocurrió en el pasado.
Sin embargo, esta situación nos coloca que un punto de inflexión con relación a cual es la conducta adecuada que el peronismo debe tener dado que, nos guste o no, el pueblo votó a Macri. Es indudable que, por su historia, el peronismo es respetuoso de la voluntad popular pero también es cierto que el modelo que este gobierno pretende imponer está a años luz de nuestra filosofía, doctrina y práctica política. Entendemos que lo que el tiempo histórico impone es promover un rápido proceso de unificación que permita el surgimiento de nuevos liderazgos que formulen a su vez una nueva propuesta que responda a la problemática actual de los sectores populares. Esta es la única manera de crear una verdadera alternativa de poder que tenga la chance de derrotar a la plutocracia que se ha instalado en el poder.
Por Jorge Alvarez