El 27 de octubre de 1943, el coronel Perón asumía el cargo de presidente del Departamento Nacional del Trabajo.
El acto de asunción fue breve y austero. La única representación sindical que estuvo presente ese día fue la de la Ferroviaria.
Más tarde reuniría a todo el personal del departamento y señalaría con claridad su propósito: ponerse al frente de las reivindicaciones obreras y mediante medidas concretas realizar la justicia social. Les dijo a los presentes: “En una oportunidad, viajando por Europa, había encontrado un reloj frente a la plaza de un antiguo pueblo, que cambiaba de figuras cada seis horas; primero aparecía un maestro que decía: yo soy el artífice de vuestra inteligencia; después un abogado manifestaba: yo soy el defensor de vuestros intereses; más tarde un sacerdote explicaba: yo soy el que él cuida vuestras almas; y por último, después de las seis horas finales de la jornada, salía un hombre que decía: yo soy un obrero que, con mi trabajo, mantengo a los otros tres”.
En la sede del Ministerio de Guerra, del cual era Jefe de la Secretaría, cargo que retuvo, efectuó una serie de consideraciones a la prensa y manifestó lo siguiente: “El Departamento Nacional del Trabajo es un organismo que debe marchar en estrecha vinculación con las instituciones obreras y patronales, buscando de la mejor manera el bienestar de la clase trabajadora y la tranquilidad de las empresas, de tal modo que redunde en beneficio de los superiores intereses de país”. Con relación a los sindicatos expresó: “Entiendo que el sindicato bien administrado es una de las bases fundamentales de la organización nacional del Estado moderno. Considero que para que sea eficiente y eficaz, el sindicato debe basarse en tres puntos esenciales: dirigentes capacitados que representen a los auténticos trabajadores y estén absolutamente persuadidos que para ellos no existirá mayor honor que ser exclusivamente dirigentes de sus propios gremios; absoluta disciplina gremial; defenderse contra la política, ejerciendo únicamente funciones específicas, vale decir, custodiar única y celosamente los intereses gremiales. Dentro de estas ideas, el gobierno nacional será respetuoso de las instituciones obreras y propenderá por todos los medios a formar y unir todo el movimiento sindicalista argentino. Por otra parte, el capital, que cuenta con nuestra consideración, no debe estar temeroso, porque encaramos nuestra misión buscando el beneficio de todos, evitando y solucionando todo conflicto ente el capital y el trabajo”.
Pocos días después, el 8 de noviembre de 1943, el coronel recibió a una delegación de trabajadores en sus oficinas del Ministerio de Guerra. Ese día asistieron los dirigentes Juan Carugo, Luis Monzalvo, Florencio Soto y Juan Olivera por ferroviarios; Alfredo Fidanza, del gremio del calzado; Echenise, de los estibadores; Ramón Seijas, del gremio tranviario; Ángel Borlenghi, representante de los empleados de comercio; e Hilario Salvo, de metalúrgicos.
Luego de agradecer a los gremialistas los deseos de éxito en su gestión, Perón les dijo: “Ustedes deben saber que el Departamento Nacional del Trabajo es sólo un cementerio de actas labradas con motivo de las infracciones a las leyes del trabajo vigentes y que es totalmente inoperante. Estoy estudiando las posibilidades legales y trabajando en la creación del Ministerio de Trabajo, pero los abogados asesores me dicen que por ahora no se puede, porque la Constitución Nacional tiene establecida la cantidad de ministerios… No obstante ya veremos lo que se puede hacer”.
La situación del movimiento obrero por aquéllos días estaba signada por los enfrentamientos entre facciones y la desunión. Un año antes de los eventos que acabamos de relatar, en octubre de 1942, se produjo una disidencia de gravedad en el comité central confederal de la C.G.T. Un numeroso sector de delegados señaló su disconformidad con la conducción de la central obrera pues entendía que era insuficiente su defensa de los intereses de los trabajadores. El resultado fue la división de la C.G.T en dos grupos, la Confederación General de Trabajo, lista N° 1 y la Confederación General del Trabajo, lista N° 2. La primera, conducida por José Domenech, secretario general de la Unión Ferroviaria y la segunda por Ángel Bolenghi, secretario general del poderoso gremio de empleados de comercio. Así estaban las cosas cuando se produjo el golpe del 4 de junio de 1943.
En noviembre de ese año, el sindicato más poderoso de la época, la Unión Ferroviaria, intervenida por el gobierno, y a cargo del teniente coronel Domingo Mercante, propone a un asesor del gremio, el eminente abogado y especialista en asistencia social, Juan Atilio Bramuglia, para planificar la creación de un Ministerio de Trabajo o en su defecto de una Secretaría de Estado. La idea central era darle otra jerarquía funcional al viejo Departamento de Trabajo, para dotarlo de más estructura y presupuesto. Presentado a Perón, inmediatamente le asignó la función de ponerse a diseñar el nuevo esquema. Poco después, el 27 de noviembre de 1943, el Poder Ejecutivo comunicó la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión, con jerarquía de ministerio. El lunes 29 de noviembre, a las 19 horas se realizó un acto en la sede de la nueva secretaría en Perú y Diagonal Sur, donde Perón se refirió a que el nuevo organismo tenía por finalidad dar solución a todos los problemas fundamentales del mundo del trabajo. Finalmente el jueves 2 de diciembre de 1943, Perón es puesto en funciones formalmente por el mismo presidente de la Nación, general Pedro Ramírez.
Inmediatamente pronunció unas palabras a través de la Radio del Estado y la Red Argentina de Radiodifusión.
En ese poco conocido discurso, Juan Domingo Perón sentó las bases sobre las cuales se edificaría la teoría y la doctrina del justicialismo.
Trascribimos a continuación los principales conceptos que ese extraordinario día formuló: “En el tiempo que estuve al frente del ex Departamento Nacional del Trabajo, he podido penetrar y encarar objetivamente los problemas gremiales. De ellos, los que se han resuelto, lo han sido por acuerdos directos entre patronos y obreros.
Para saldar la gran deuda que todavía tenemos con las masas sufridas y virtuosas, hemos de apelar a la unión de todos los argentinos de buena voluntad, para que en reuniones de hermanos consigamos que en nuestra tierra no haya nadie que tenga que quejarse con fundamento de la avaricia ajena.
Los patronos, los obreros y el Estado constituyen las partes de todo problema social. Ellos han de ser quienes lo resuelvan, evitando la inútil y suicida destrucción de valores y energías.
La unidad y compenetración de propósitos de esas tres partes deberán ser la base de acción para luchar contra los verdaderos enemigos sociales, representados por la falsa política, las ideologías extrañas sean cuales fueren, los falsos apóstoles y las fuerzas ocultas de perturbación del campo político-internacional, que se introducen en el gremialismo para medrar con el engaño y la traición a las masas.
No soy hombre de sofismas ni de soluciones a medias (100…) Sembraré esta simiente en el fértil campo de los trabajadores, que estoy persuadido que entienden y comprenden mi verdad, con esa extraordinaria intuición que poseen las masas cuando se les guía con lealtad y honradez.
Ellos serán mis hombres y cuando yo caiga en esa lucha en que voluntariamente me enrolo, estoy seguro que otro hombre más joven y mejor dotado, tomará de mis manos la bandera y la llevará al triunfo. Para un soldado nada hay más grato que quemarse al alumbrar el camino de la victoria.
Al defender a los que sufren y trabajan, para amasar la grandeza de la Nación, defiendo a la Patria. (100…) El Estado argentino intensifica el cumplimiento de su deber social. Así es mi juicio sobre la trascendencia de la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Simple espectador como he sido, en mi vida de soldado, de la evolución de la economía nacional y de las relaciones entre patronos y trabajadores, nunca he podido avenirme a la idea tan corriente de que los problemas que tal relación originan, son materia privativa de las partes directamente interesadas. A mi juicio, cualquiera anormalidad surgida en el más ínfimo taller y en la más oscura oficina, repercute directamente en la economía general del país y en la cultura de sus habitantes. En la economía porque altera los precios de las cosas que todos necesitamos para vivir; en la cultura porque del concepto que presida la disciplina interna de los lugares del trabajo, depende en mayor o menor grado, el respeto mutuo y las mejores o peores formas de convivencia social.
El trabajo, después del hogar y la escuela, es un insustituible moldeador del carácter de los individuos y según sean éstos, así serán los hábitos y costumbres colectivos, forjadores inseparables de la tradición nacional.
Por tener muy firme esta convicción, he lamentado la despreocupación, la indiferencia y el abandono en que los hombres de gobierno por escrúpulos formalistas, repudiados por el propio pueblo, preferirían adoptar una actitud negativa o expectante ante la crisis y convulsiones ideológicas, económicas y sentimentales que han sufrido cuantos elementos intervienen en la vida de relación que el trabajo engendra.
El Estado se mantenía alejado de la población trabajadora. No regulaba las actividades sociales como era su deber, solo tomaba contacto en forma aislada cuando el temor de ver perturbado el orden aparente de la calle le obligaba a descender de la torre de marfil de su abstencionismo suicida. No se percataban los gobernantes de que la indiferencia adoptada ante las contiendas sociales, facilitaba la propagación de esta rebeldía porque era precisamente el olvido de los deberes patronales que, libres de la tutela estatal, sometían a los trabajadores a la única ley de su conveniencia. Los obreros, por su parte, al lograr el predominio de las agrupaciones sindicales, enfrentaban a la propia autoridad del Estado, pretendiendo disputar el poder político. El progreso social ha llevado a todos los países cultos a suavizar el choque de intereses y convertir en medidas permanentes de justicia las relaciones que antes quedaban libradas al azar de las circunstancias provocando conflictos entre el capital y el trabajo. El ideal del Estado abstencionista era encontrarse frente a ciudadanos aislados, desamparados y económicamente débiles, con el fin de pulverizar las fuerzas productoras y conseguir, por contraste, un poder arrollador. La contrapartida fue el sindicalismo anárquico, simple sociedad de resistencia, sin otra finalidad que la de oponer a la intransigencia patronal y a la indiferencia del Estado, una concentración de odios y resentimientos. La carencia de una orientación inteligente de la política social, la falta de organización de las profesiones y la ausencia de un ideal colectivo superior que reconfortara a los espíritus y los templara para una acción esencialmente constructiva y profundamente patriótica, ha retrasado el momento en que las asociaciones profesionales estuviesen preparadas para gravitar en la regulación de las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores.
El ideal de un Estado no puede ser la carencia de asociaciones; casi afirmaría que es todo lo contrario. (100…) La organización sindical llegará a ser indestructible cuando las voluntades humanas encaminen el bien y la justicia, con un sentido a la vez colectivo y patriótico. Y para alcanzar las ventajas que la sindicalización trae aparejadas, las asociaciones profesionales deben sujetarse a uno de los imperativos culminantes de nuestra época: el de la organización.
(100…) Con la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión se inicia la Era de la Justicia Social argentina. Atrás quedará para siempre la época de la inestabilidad y desorden en que estaban sumidas las relaciones entre patrones y trabajadores. De ahora en adelante, las empresas podrán trazar sus previsiones para el futuro desarrollo de sus actividades, tendrán la garantía de que si las retribuciones, el trato que otorgan al personal concuerdan con las sanas reglas de convivencia humana, no habrán de encontrar por parte del Estado sino el reconocimiento de su esfuerzo en pro del mejoramiento y de la economía en general y consiguiente engrandecimiento del país. Los obreros, por su parte, tendrán la garantía de que las normas del trabajo que se establezcan enumerando los derechos y deberes de cada cual, habrán de ser exigidos por las autoridades del trabajo con el mayor celo y sancionado con inflexibilidad su incumplimiento.
(100…) La prosecución de un fin social superior señalará el camino y la oportunidad de las reformas No debemos incurrir en el error de fijar un programa de realizaciones inmediatas. (100…) No voy, pues, a perfilar las características que ha de tener tal o cual realización jurídica, ni condicionar el otorgamiento de una determinada reivindicación social a la concurrencia de determinados requisitos. Por encima de preceptos casuísticos que la misma realidad puede tornar caducos el día de mañana, está la declaración de los principios de colaboración social, con el objeto de robustecer los vínculos de solidaridad humana, incrementar el progreso de la economía nacional, fomentar el acceso a la propiedad privada, acrecer la producción y defender al trabajador mejorando sus condiciones de trabajo y de vida. Estas son las finalidades a que debemos aspirar. El tiempo, las circunstancias y la conducta de cada cual nos indicará el momento y el rumbo de las determinaciones.
Sería impropio anunciar la codificación del Derecho del Trabajo en el preciso instante de producirse el tránsito entre abstencionismo del Estado, que fenece, y la futura acción estatal, que comienza. Muchas de las leyes del trabajo vigentes no son ciertamente incontrovertidas; algunas adolecen de fallas técnicas de tal naturaleza, que los beneficios han desaparecido de la vida del trabajador, al tiempo que se extinguían los ecos de su alumbramiento parlamentario. Eso no debe repetirse. Las declaraciones de derecho sustantivo deben ser tan claras que no quepa duda de su alcance y, si a pesar de las adecuadas previsiones surge la duda, la acción del Estado ha de ser tan rápida y la solución tan eficaz que ni un solo trabajador sienta la congoja de creerse preterido en cuando le corresponda en justicia.
Las altas decisiones sobre el rumbo social a seguir que adopte la autoridad laboral, no serán tomadas tan solo en vista del texto de una ley o del principio doctrinario tratado en abstracto, sino considerando uno y otro como elementos integrantes de la mutable realidad de cada momento. Por esto, junto al mecanismo técnico-administrativo, que constituye el instrumento peculiar del Estado para estudio y solución de los problemas sociales, se halla un Consejo Superior de Trabajo y Previsión que se integrará con representaciones adecuadas de los distintos sectores que intervienen en la obra de la producción, transformación y distribución en sus múltiples aspectos y facetas. De este modo, las realizaciones del derecho no serán preparadas tan sólo en los laboratorios oficiales, sino que, aprovechando el ya cuantioso material de estudio que han acumulado a través de los años, serán valoradas y afianzadas por la labor llevada a cabo por dicho organismo consultivo que, en su periódica actuación sedimentará un arsenal de experiencias que facilitará grandemente la normalización de las relaciones jurídicas existentes entre el capital y el trabajo en cada momento de nuestra historia.
Nada más por hoy. Pero en breve volveré a ponerme en contacto con el pueblo para hacerle partícipe constante de las inquietudes del Poder Ejecutivo, que serán siempre reflejo de sus anhelos de mejoramiento individual y progreso de la comunidad nacional.(100…) Se habilitó el palacio del Concejo Deliberante de la Municipalidad de Buenos Aires, para sede de la Secretaría de Trabajo y Previsión y continúan con ritmo acelerado todas las tareas que demandarán los distintos departamentos a organizarse para completar la estructuración de tan importante organismo, que tendrá jerarquía de ministerio.