Texto publicado originalmente en Panamá Revista
Por Gustavo Marangoni
1.- Una ínfima reseña de nuestros persistentes antagonismos
Para sorpresa y admiración de sus compañeros, dos oficiales, como artistas dementes que tratasen de dorar el oro o de pintar el lirio, prosiguieron una contienda privada a lo largo de los años de carnicería universal”.
El duelo. Joseph Conrad
La polarización política ha protagonizado, casi en exclusividad, la historia argentina. Las interpretaciones binarias – relatos en clave antagónica – han prevalecido y recogido adhesiones no sólo al momento de justificar las prácticas y las disputas del poder, sino también en los claustros académicos y en las miradas que se proponían más estilizadas.
A lo largo de nuestra bicentenaria trayectoria recorrimos diversas ingenierías institucionales sin poder escapar nunca del todo a su influencia. Convivimos con ella en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. En las largas cuatro décadas previas a la sanción de la Constitución del 53 dotó de sentido a las guerras civiles. Durante la llamada organización nacional – cuando la voz de la “civilización” parecía haber desterrado a la “barbarie”- solo se mantenía latente esperando la oportunidad de su regreso. La revolución del Parque primero y la UCR después la revivieron en un nuevo formato de duelo: “la Causa contra el Régimen”.
Con Yrigoyen en el poder, el orden de los factores no alteró el producto. Ahora la “chusma” gobernaba, el país plebeyo ocupaba los espacios estatales y “la gente decente” procuraba resistir. La década del ’30 y el parteaguas del primer golpe de Estado acentuaron la clave antagónica y la violencia de una dualidad ya establecida.
El surgimiento del antiperonismo (que llegó antes que el peronismo, con la marcha por la Constitución y la Libertad del 19 de setiembre de 1945) y la década de Perón en el poder sublimaron la existencia de dos culturas en disputa. Bajo diferentes nomenclaturas y rótulos esa relación dialéctica, sin síntesis, transitó las distintas etapas de nuestro itinerario nacional.
Entre 1916 y 1930 –muy particularmente durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear- la institucionalidad intentó domar la cultura. No lo logró. La “grieta” de ese entonces se tradujo en personalistas y antipersonalistas. Y desde el golpe del 6 de setiembre hasta la restauración democrática del 83 el antagonismo se impuso casi sin dificultades ni restricciones, partido militar y pretorianismo mediante. La subalternización de las formas por casi todos los jugadores deterioró el juego y el tablero. Los cincuenta y tres años comprendidos entre 1930 y 1983 fueron nuestro “siglo XX corto”, escenario criollo de la lucha agonal entre república y democracia.
Una paradoja que resulta muy incómoda es que, aún con conductas antinómicas sin articulaciones ni mediaciones establecidas tuvimos dentro de este período nuestro paraíso económico. El lapso 1945-1973, fue al modelo de desarrollo industrial por sustitución de importaciones lo que el período 1880-1929 significó para el agroexportador. Todos los indicadores económicos y sociales tuvieron un importante despliegue. Lo que nos obliga a preguntarnos: ¿cuánto inciden las instituciones? ¿Puede ser que nos vaya bien, aun cuando nos portemos mal? ¿O que nos vaya mal, aun cuando nos portemos bien?
Desde la asunción de Alfonsín transitamos el período constitucional más legítimo y extenso de nuestra historia.
Nos fue mucho mejor con el capital simbólico que con el capitalismo. La promesa de la “democracia con la que se cura, se come y se educa” expuso los límites de nuestros sueños y capacidades. Con la excepción de los años dulces de la convertibilidad de Menem y la presidencia de Néstor Kirchner lo demás fueron ciclos cada vez más cortos de ilusión y desencanto que desembocaron en la estanflación de la última década. El último bienio feliz de tasas chinas fue para CFK en 2010 y 2011. Y ahí sanseacabó. Nos portamos políticamente bien -al menos infinitamente mejor que en las décadas precedentes- pero no nos alcanzó. Evidentemente, todo es política pero la política no lo es todo.
2- Una economía rota que no encuentra coaliciones enteras
“La crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en ese interregno se producen los más diversos fenómenos mórbidos”
Antonio Gramsci
En nuestro país la estanflación de una década ha repotenciado la fragmentación del sistema político. Llamamos pretenciosamente coaliciones a los agrupamientos inestables de los pedazos sueltos de nuestras obstinaciones socio-culturales. La herramienta de las PASO es aprovechada para construir -cuando se puede- alianzas electorales o reagrupaciones de las antiguas identidades tan útiles electoralmente como defectuosas a la hora de gobernar.
Cada dependencia gubernamental se lotea alterando el principio fundamental de autoridad que debe poseer cualquier organización, especialmente la vinculada a la construcción de decisiones con impacto público. Las lógicas para constituir “equipos de gestión” se sustituyen en compensaciones para “pagarle” a los espacios y multiplicar los controles cruzados. Estos experimentos exigen de tantas negociaciones internas que quedan exhaustos al momento de negociar hacia afuera, situación en la que descubren afinidades cruzadas con integrantes de la coalición competidora. De allí que pierdan importancia las reuniones de gabinetes. Es muy riesgoso convocar encuentros de gente que se detesta. En todo caso, alguna para la foto, pero no mucho más. El problema procura maquillarse con transitorios arreglos interpersonales. A veces se puede y en la mayoría de los casos, o en los más relevantes, no. A la dificultad de la variación de los humores, caracteres, opiniones y ambiciones personales deben sumarse la representación de intereses sectoriales contrapuestos. De allí las idas y vueltas, marchas y contramarchas. Al final del camino no hay un liderazgo que sintetice y laude sobre las pugnas, ni en el oficialismo, ni en la oposición.
3- Resetear el Estado, una demanda creciente y transversal.
“El argentino no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción”
Jorge Luis Borges. Otras inquisiciones
El sector público argentino quedó expuesto en la pandemia. El hashtag #elestadotecuida, que supo promoverse en el 2020 durante el doloroso apogeo del Covid dejó de ser tendencia. Por el contrario, crecieron en la sociedad las opiniones de aquellos que creen que el Estado es el problema y no la solución. Otro hashtag que supo inundar las redes y las pantallas de los canales de televisión en el contexto de las restricciones sanitarias fue #quedateencasa. La conjunción de ambos terminó teniendo resultados lesivos para la reputación estatal. La mirada inicial de aprobación frente a las iniciativas de protección y cuidado fue cediendo para dar lugar al enojo por el exagerado tamaño y la escasa eficacia de un importante sector de la administración pública que en sus tres niveles -nación, provincia y municipios- aún sin funcionar no limitaron ingresos ni prerrogativas. Mientras el personal sanitario dio todo y recibió muy poco, otras dependencias y agencias estatales no dieron nada y siguieron recibiendo sin cambios. En un reciente informe de la consultora de opinión Zuban-Córdoba y Asociados un arrollador 70,3% responde que el próximo gobierno debería ajustar el gasto público, frente a un 15,4% que entiende que habría que mantenerlo en los registros actuales y sólo un 9,9% que promueve su aumento. Resulta obvio suponer que para alcanzar esa dimensión de apoyo a los recortes una franja de los votantes del Frente de Todos tuvo que contestar afirmativamente. Y así fue. Un 40% de los que eligieron en 2019 la boleta Fernández-Kirchner comparten diagnóstico con el 95% de los que escogieron Macri-Pichetto. En estos últimos no hay novedad alguna. Pero en los primeros la postura llama poderosamente la atención pues provienen de una cultura política más empática a la presencia estatal.
A medida que avanzamos en la lectura de la encuesta nos encontramos con respuestas movilizadoras. A la pregunta ¿dónde habría que ajustar? la mayoría de los 2000 entrevistados que componen la muestra coinciden en que no debe afectarse la obra pública, la educación y la ciencia y tecnología, sino que la tijera debe podar hasta la raíz los planes sociales. El 63% entiende que se deberían eliminar. Y dentro de ese porcentaje se debe contabilizar el 34% de los votantes del FdT en las últimas presidenciales. Por supuesto que en ese espacio se siguen recogiendo la mayor cantidad de respuestas en favor de mantenerlos. Pero en mucha menor proporción que años atrás. Además, el 51% de los frentetodistas de 2019 adhieren a la necesidad de reducir los impuestos. ¿Qué pasó? ¿Se volvieron libertarios o macristas? ¿Decidieron abandonar sus convicciones en favor de la redistribución de ingresos y las aspiraciones por una sociedad más justa? No parece probable. Si se puede manejar la posibilidad de que en las actuales condiciones de la economía del país lo que pocos años atrás se consideraba virtuoso y positivo hoy es observado como inadecuado e injusto. Suena coherente para quienes sostienen doctrinariamente que “la única verdad es la realidad”. Quizás se esté manifestando un agotamiento de un paradigma de casi dos décadas, no en lo que refiere a los objetivos estratégicos sino a los instrumentos para alcanzarlos. Teniendo en cuenta que en el AMBA las adhesiones están en sintonía con las del resto del país quizás sea el momento de sacarse las anteojeras ideológicas. La exigencia de calidad en la provisión de bienes y servicios públicos no puede ser rotulada como una “bandera de la derecha”. La indiferencia a los reclamos por eficiencia y una presión tributaria acorde con el estímulo a la producción y la generación de empleo solo profundiza la distancia con una sociedad civil que no encuentra en el sector público un socio estratégico para desarrollar sus proyectos sino un contrapeso al que hay que eludir y evadir.
En los últimos años se registra, adicionalmente, una nueva conciencia colectiva que germina en beneficiarios de planes sociales que buscan regresar al mercado laboral. La educación y la cultura del trabajo parecen haberse revigorizado como valores a lo largo de todos los estamentos comunitarios y muy particularmente en las bases de la pirámide social. Esas nuevas demandas requieren liderazgos con capacidad de lectura e interpretación renovadas. Hay a quienes les resulta cómodo y práctico escaparse a estos cambios de opinión identificándolos como “una nueva avanzada del neoliberalismo fomentada por los medios hegemónicos y los grupos concentrados”.
Entre las muchas asignaturas pendientes de la dirigencia está la de encontrar el equilibrio entre la relación estado-mercado y la necesidad de reconocer que el crecimiento y la distribución jamás pueden ser presentadas como alternativas excluyentes porque son indisolublemente complementarias. Y que el contexto de estabilidad es el único propicio para alcanzar el desarrollo. La sociedad lo entendió hace tiempo. Por ello la inflación encabeza el ránking de preocupaciones en todos los estudios de opinión hace años. En esta coyuntura histórica aumenta la conciencia de que el financiamiento espurio del déficit por la emisión de una moneda sin respaldo y la mansa aceptación de la indexación de todos los indicadores económicos no constituyen la salida de la crisis sino la causa de la misma.
4- El fin de época para el coalicionismo impotente.
“Y una tarde de enero habíamos visto una vaca contemplando el crepúsculo desde el balcón presidencial, imagínese, una vaca en el balcón de la patria, que cosa más inicua, que país de mierda”
Gabriel García Márquez, El otoño del Patriarca
Para la vicepresidenta Cristina Kirchner los verdaderos “dueños de la pelota” son los medios hegemónicos, la casta judicial y los grupos económicos concentrados. Para el expresidente Mauricio Macri, el poder en el país lo tiene el peronismo “desde hace setenta años”. Según su testimonio, aún en su propio gobierno fue así. Utiliza una metáfora para graficar sus cuatro años de estadía en la Rosada: los compara con una fiesta en la cual los peronistas-kirchneristas manejaban la música, el catering y los verdaderos resortes de la diversión. Muchas son las diferencias entre ambos referentes. Pero coinciden en algo: el poder es el otro. Eso los ayuda a explicar -y justificar- sus administraciones y sus impotencias. No pueden ir más lejos sencillamente porque no tienen el poder.
¿Cuál sería la situación de fortaleza que les permitiría consolidar la capacidad para materializar sus promesas? ¿Acaso la mayoría en ambas cámaras? No pareciera suficiente. Para el expresidente son los sindicatos, los gobernadores y los empresarios protegidos quienes impiden que se sancionen o se implementen las leyes necesarias, frustrando así la posibilidad de una república abierta y meritocrática integrada al mundo. Para CFK los villanos son los articuladores del lawfare, el sistema de veto y persecución que restringe el accionar de los gobiernos nacionales y populares. ¿Y entonces? ¿Serían los acuerdos y los consensos las llaves para destrabar la situación? No, porque precisamente la narrativa de ambos excluye explícitamente esa posibilidad. Imposible negociar con aquel a quien se debe derrotar para superar la crisis. Ello implicaría rendirse ante los verdaderos dueños del poder. Y antes de ser funcional al proyecto ajeno es preferible ejercer el veto. “Si yo no puedo, vos tampoco” sería la máxima a aplicar, quizás con la confianza de ganar en algún momento por cansancio la disputa. Lo cierto es que, mientras tanto, el cansancio parece haber ganado a la opinión pública.
5- Poder y liderazgo para una coalición positiva
“Tenía los vicios morales que suelen ir con la virtud política: principios laxos, ambiciones altas, disposición a usar o que sea para lograr lo que se busca”
Héctor Aguilar Camín
Se trata de crear un artefacto de poder con un nítido liderazgo para impulsar un proyecto que amalgame las experiencias exitosas existentes en la Argentina que, afortunadamente, son muchas. Decenas de cadenas de valor logran desarrollarse, exportar y protagonizar en el mercado interno sin esperar las “condiciones adecuadas”. En un contexto de incertidumbre e inestabilidad, trabajan, innovan, educan, capacitan e invierten. Se trata de un verdadero pluriverso de realidades que se desparrama por todas las regiones del país e involucra talentos y capitales locales y extranjeros. Sus protagonistas no tienen tiempo para sutilezas o largos debates. Simplemente saben lo que hay que hacer y lo hacen. A veces con permiso y otras no. Su espíritu les impide reunir la paciencia que exigen los tiempos vaticanos de dirigentes anquilosados o burócratas endogámicos.
Están ahí, viviendo y luchando su día a día, pero con un sentido de la existencia más práctico y generoso. No siempre son actores colectivos, no todos se desenvuelven en la formalidad. Pero están por todos lados. No requieren que los vayan a “evangelizar” porque ellos son la buena noticia, simplemente por hacer que las cosas funcionen. Puestos a resolver problemas no se detienen a pontificar sobre los límites de lo público y lo privado, el interior y el AMBA o las lecturas correctas de nuestra historia. Buscan que la política los interprete. No necesitan que les bajen línea porque ya tienen un guión. Requieren y claman de un contexto adecuado para sus textos en curso. Saben por experiencia que las quejas y las excusas desalientan. Y que la prédica de la indignación permanente no los lleva a donde quieren ir. Sedientos de progreso esperan cruzarse con el carisma intuitivo que los reúna y la “coalición” que los organice. Ojalá destino y destinatarios se crucen en las elecciones del año que viene.