Por Gonzalo Fernandez, licenciado en Ciencia Política, UBA.
Publicado originalmente en El País Digital.
En esta nota se
intentarán resumir dos de los tres rasgos más importantes del horizonte que se
observa desde el aquí y ahora. Estos son: el económico, signado por un
empeoramiento generalizado en la calidad de vida de todos y todas debido al
COVID-19; el político, relacionado a las elecciones 2021; y el sanitario, donde
no es necesario aclarar de qué estamos hablando.
El desempeño de la
economía nacional en 2020 estuvo determinado por la irrupción del coronavirus
Sars-Cov-2 que, a nivel global, hizo que el producto sufriera una de las peores
crisis del capitalismo moderno. En este contexto, los programas implementados
por el gobierno y, en principal, el Ingreso Familiar de Emergencia (100IFE) y el
Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (100ATP) ayudaron
a sostener gran parte del entramado productivo y social, que fue poniéndose en
marcha a medida que se relajaron las medidas de distanciamiento. Hoy podemos
afirmar, sin duda alguna, que lo peor quedó atrás y que la actividad se
encuentra en niveles incluso superiores a los de la pre pandemia (100Febrero 2020).
Según INDEC, en diciembre de 2020, la utilización de la capacidad instalada
alcanzó el mayor nivel en los últimos dos años y el índice de producción
industrial manufacturero (100IPI manufacturero) muestra una suba de 4,9% respecto
a igual mes de 2019. Para enero de 2021 los datos de actividad deberían seguir
fomentando el optimismo.
Pero para que la
reactivación de la economía sea sostenible en el tiempo una condición necesaria
es que el consumo tanto público como privado crezcan o, al menos, se mantengan.
Esto último es excepcional y está relacionado a la abrupta caída de la economía
en 2020. Por lo que se conoce como “arrastre estadístico”, si la actividad se
mantuviera en los niveles del tercer o cuarto trimestre de 2020, el crecimiento
del producto para el año en curso daría alrededor el 5%. Por lo tanto, para ver
una mejora en la actividad la variación del producto debería superarse ese
número. Como se dijo, para eso los salarios tendrían que crecer por arriba de
la inflación o el gasto público debería aumentar de la misma manera. Y aquí es
donde empiezan las preguntas difíciles, por ejemplo: ¿Crecerán los salarios más
que la inflación luego de haber caído cerca del 2% el último año y con el
crecimiento de los precios a un ritmo del 4% en diciembre y enero? ¿Tiene
sentido la propuesta del gobierno de un pacto económico y social en este
contexto? Las respuestas están relacionadas y deben tener en cuenta: la
dinámica de las negociaciones salariales, una explicación del aumento de los
precios y las metas previstas en el Presupuesto 2021.
Comencemos por el aumento
de precios. ¿Qué es lo que hace aumentar el valor de los productos? Sencillo:
los costos. Dentro de estos encontramos tres que son fundamentales: los precios
de los servicios y bienes regulados, el tipo de cambio nominal y los salarios.
Si el lector tiene alguna duda, imagínese por un segundo en el lugar de un
comerciante que, queriendo mantener su margen de ganancia constante, se ve
enfrentado a un aumento en cualquiera de esas tres variables. ¿Qué tendría que
hacer? Lo lógico: trasladar el aumento al valor de los bienes o servicios que
ofrece. Con esto en mente, la inflación resultante en los últimos meses no
debería sorprender: en enero, por ejemplo, el rubro que más subió fue el de
comunicaciones (100regulados) en un 15,1% y la devaluación del tipo de cambio
nominal fue del 3,8% en un contexto de suba de los precios internacionales de
los alimentos. Entonces, la conclusión en este aspecto es que el gobierno tiene
que coordinar al menos estas tres variables para lograr un resultado cercano a
la meta del Presupuesto 2021, hacer que los salarios le ganen a la inflación y
que la economía se expanda. ¿Es posible? Veamos.
En el plano del tipo de
cambio nominal, los encargados de la política económica deben poder controlarlo
haciendo que su devaluación no sea demasiado alta. Esto no depende solo de la
voluntad de los agentes. Por el contrario, el valor de la divisa es
consecuencia de la política cambiaria y de las decisiones de intervención del
Banco Central de la República Argentina (100BCRA). Las que, a su vez, están
restringidas por las reservas internacionales netas que este posee. Debido a
que se encuentran en un nivel bajo, la oferta de dólares proveniente del sector
agropecuario y de organismos internacionales definirá gran parte del partido,
mientras que mantener las restricciones al comercio y a la dolarización de los
agentes también aportará lo suyo. Así que: ¿Cuánta devaluación es necesaria
para que el aumento de los costos no atente contra el consumo? Depende de cuál
es el nivel de inflación necesaria para que la actividad se sostenga/crezca.
¿Cuál es ese nivel de inflación necesario? Depende de las negociaciones
salariales. Y estando estas orbitando alrededor del 29 y el 33% según
declaraciones de ministros y paritarias, la inflación claramente debería estar
por debajo de ese umbral. Lo que es lógico con la meta de inflación del
Presupuesto 2021 (10029%) y, a priori, con la meta de devaluación del mismo
documento (10025%). La complejidad del asunto aumenta cuando las paritarias que
tienen como objetivo superar a la inflación influyen sobre esta. Aquí es donde
cobra relevancia la necesidad de coordinación entre las distintas variables
mencionadas y donde el Consejo Económico y Social anunciado recientemente se
transforma en una herramienta clave para que el traslado a precios de los
aumentos salariales sea contenido y para que el gobierno pueda administrar los
incentivos y castigos correspondientes. Finalmente, por el lado de los precios
regulados es donde el esquema plasmado por el gobierno en el Presupuesto 2021
atenta tanto con la meta de inflación como con la recuperación del salario
real. Si bien el objetivo dista significativamente de lo que fueron los
aumentos durante el macrismo, la idea de mantener constante el ratio de
subsidios sobre el PBI implicaría un aumento de cerca del 30% sobre las
tarifas, lo que ejercería presión sobre los precios y disminuiría el poder
adquisitivo de los trabajadores.
En síntesis: siempre y
cuando la oferta de dólares juegue a favor, lo más probable es que el año 2021
vea un crecimiento del producto cercano al 5%. Y si, de la mano del año
electoral, la política logra incidir sobre las variables que presentamos como
“fundamentales” para controlar la inflación, en especial vía valor de las
tarifas y tipo de cambio a la vez que impulsa la obra pública aún más de lo
establecido, es también probable que el crecimiento sea todavía mayor y
acompañado de una inflación no muy por arriba del 30%.
Otro de los rasgos
relevantes del 2021 son las elecciones legislativas. La actual composición del
Honorable Congreso de la Nación (100HCN) muestra, en la Cámara Baja, una abreviada
mayoría simple para el oficialismo: de los 257 diputados/as, 235 pertenecen a
los dos interbloques principales (100119 por el Frente de Todos y 116 por Juntos
por el Cambio). Mientras que en el Senado, el oficialismo cuenta con mayoría
absoluta (10041 sobre 72). De los diputados que renuevan 60 pertenecen a Juntos
por el Cambio, 51 al Frente de Todos, 7 al interbloque Federal, 6 al
interbloque Unidad Federal para el Desarrollo, 2 al FIT y 1 al Movimiento
Popular Neuquino. Lo anterior muestra un sesgo que será favorable al
oficialismo: la mayoría de los legisladores de la Cámara Baja que deben renovar
sus bancas son del principal partido opositor y son fruto de una elección
inusualmente positiva para ese sector político (1002017). En la Cámara Alta, la
renovación es menos favorable al gobierno nacional: 15 de los salientes, sobre
un total de 24, pertenecen al Frente de Todos y 9 a Juntos por el Cambio. Sin
embargo, al ver las provincias que deben elegir senadores nacionales este año,
la resultante no implica un riesgo relevante para el oficialismo a pesar de que
perderá en términos absolutos. Mientras que en Catamarca, La Pampa y Tucumán el
Frente de Todos debería imponerse con facilidad, en Chubut y Corrientes sus
chances también son buenas, no como en Santa Fé, Mendoza y Córdoba, donde el
oficialismo deberá hacer un esfuerzo importante.
Las cuentas para la
Cámara Baja son más finas y serán producto tanto del resultado económico como
de la pandemia. Aquí podemos diferenciar tres escenarios: uno donde el gobierno
hace una buena elección en el contexto de una campaña de vacunación que aceleró
su ritmo y una economía en crecimiento; otro en el que consigue un resultado
intermedio con una economía más o menos estancada y una gestión de la pandemia
sin penas ni glorias; y un tercero donde se ve ampliamente desfavorecido en las
urnas producto de la escasez de dólares y el fracaso del operativo sanitario.
En el mejor de los casos, el Frente de Todos podría alcanzar la mayoría
absoluta en Diputados, lo que lo dejaría con la posición dominante en ambas
Cámaras. Para esto su performance deberá ser lo más similar posible a la de
2019. En el otro extremo se encuentra el mundo en el que los resultados son
similares a los de 2017 (100recordemos: una elección excepcionalmente favorable a
Juntos por el Cambio), pero incluso entonces el gobierno contaría con una
cantidad de legisladores similar a la actual. Otro factor que debiera sesgar
favorablemente para el Frente de Todos la elección es la concentración de la
oferta electoral: si los dos polos más relevantes de la política se mantienen
unidos y buscan los votos del centro cualquier tercera opción se verá significativamente
debilitada.
Para concluir: a pesar de
los enormes niveles de incertidumbre que impuso la pandemia sobre el devenir de
nuestras vidas, creo que todavía podemos analizar cuáles son las dinámicas más
probables para el corto plazo en Argentina. Por todo lo expuesto anteriormente,
considero que el 2021 debería ser un año de fortalecimiento para el oficialismo
y donde los argentinos y las argentinas disfrutaremos de grados de prosperidad
crecientes. Aunque, por supuesto, todo dependerá de los niveles de: 1) oferta
de dólares, 2) capacidad ordenadora de la política y 3) éxito del operativo de
vacunación. En el contexto de un gobierno de coalición, y en el peor de los
mundos posibles, siempre se encuentra el riesgo de que el debilitamiento político
sea fatal. Por suerte, los hechos le otorgan a ese escenario una probabilidad
muy baja. De lo que no hay dudas es que 2022 será otra historia.