Viene de Parte I
Los países desarrollados utilizan todo su peso político y económico para establecer en su beneficio las reglas de juego que rigen el orden económico internacional. Los métodos que utilizan en la actualidad son indirectos y se valen fundamentalmente de tres organismos internacionales para ello: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio.
El FMI fue creado con el objeto de prestar fondos a los países en crisis de balanza de pagos para que pudieran reducir sus déficits evitando que aplicaran políticas deflacionarias. Sin embargo, la simple observación de las consecuencias de su accionar nos demuestran que en realidad fueron un instrumento de los países centrales para mantener en la periferia las condiciones de la división internacional del trabajo e impedir su industrialización.
Especialmente a partir de la crisis mundial de la deuda del Tercer Mundo producida en 1982, tanto el FMI como el Banco Mundial comenzaron a imponer en los países subdesarrollados y en vías de desarrollo lo que denominaron “programas de ajuste estructural” influyendo de manera directa sobre la economía de estas naciones.
El otro instrumento que utilizan las potencias para imponer sus intereses es la dominación cultural. Tal vez sea este el más importante medio para subordinar a la periferia.
Esta suerte de “imperialismo cultural” como lo denominaba Juan José Hernández Arregui, tiene por finalidad conquistar la mentalidad de la mayor parte de la clase política y de los ciudadanos en general. Arregui describió este proceso magistralmente y está claro que aun hoy sigue vigente: “La política de dominio cultural persigue no sólo la conquista de las mentalidades sino la destrucción misma del ser nacional. Si bien esto último no suele suceder, las potencias centrales sí logran crear un conjunto orgánico de formas de pensar y de sentir, una determinada visión del mundo, que se transforma en actitud normal de conceptualización de la realidad que se expresa como una consideración pesimista de esa realidad, como un sentimiento generalizado de menor valía, de falta de seguridad ante lo propio, y en la convicción de que la subordinación del país y su des jerarquización cultural es una predestinación histórica, con su equivalente, la ambigua sensación de ineptitud congénita del pueblo en que se ha nacido y del que solo la ayuda extranjera puede redimirlo”.
Cuando este proceso se consolida, lo que suele suceder es que una parte de la ciudadanía y de la elite dirigente queda condicionada y sus acciones afectan gravemente la orientación estratégica de la política interna y exterior y de los objetivos de la política económica. Pero lo más importante es que al debilitar la autoestima y confianza en las propias fuerzas, las sociedades renuncian implícitamente a luchar por imponer una política que alcance los objetivos de interés nacional.
Un ejemplo servirá para ver claramente cómo opera el proceso descripto. El Imperio británico se constituyó inicialmente combinando comercio y conquista militar. Pero su capacidad de persistencia en el tiempo derivó de la percepción de la superioridad cultural británica. Esa superioridad no era solamente una cuestión de arrogancia subjetiva de la clase política del Reino Unido sino una convicción de la mayoría de los no británicos conquistados. Esta sutil dominación cultural tuvo como consecuencia que para mantener los dominios de ultramar no fue necesario un aparato militar demasiado grande. De hecho, con anterioridad a la Primera Guerra Mundial iniciada en 1914, sólo unos pocos miles de militares y burócratas de la corona dominaban siete millones de kilómetros cuadrados y unos cuatrocientos millones de personas.
En definitiva, la dominación cultural provoca en los países periféricos la existencia de lo que Arturo Jauretche denominó “superestructura cultural” que persigue anular la formación y expresión de un pensamiento nacional y anti hegemónico.
El neoliberalismo es la última y más desarrollada expresión del actual orden económico mundial. Los países centrales imponen a los periféricos, con los instrumentos que ya vimos, el modelo neoliberal.
El eminente economista coreano Ha-Joon Chang describe este mecanismo de imposición: “A través de las organizaciones económicas internacionales, los gobiernos ricos utilizan sus presupuestos de ayuda y el acceso a sus mercados nacionales como incentivos para inducir a las naciones en vías de desarrollo o subdesarrolladas a adoptar medidas neoliberales. Esto se hace, a veces, para beneficiar a empresas concretas que ejercen presión pero, generalmente, para crear un entorno es estos países, que sea favorable a los artículos e inversiones extranjeras. El FMI y el Banco Mundial hacen su papel exigiendo, para prestarles dinero, que los países receptores adopten políticas neoliberales. La Organización Mundial de Comercio contribuye creando normas que favorecen el libre comercio en sectores en que las naciones ricas son más fuertes, pero no en los que son débiles (100por ejemplo, agricultura o textil). Estos gobiernos y organizaciones están respaldados por una legión de ideólogos. Algunas de esas personas son académicos muy bien preparados que deberían conocer los límites de los aspectos económicos del libre mercado, pero tienden a olvidarlos cuando se trata de dar consejos políticos. Juntos, esos diversos organismos e individuos forman una poderosa maquinaria propagandística, un complejo financiero-intelectual respaldado por dinero e influencia”.
Es notable como estos intelectuales, al servicio casi siempre del capital financiero, ocultan sistemáticamente que los países actualmente desarrollados aplicaron previamente políticas proteccionistas, discriminando a la inversión extranjera y subvencionando a sus industrias.
Nuestro país tiene una larga y rica historia en generar un pensamiento crítico, que se nutrió de la observación de la propia realidad. Lo denominaron pensamiento nacional y allí abrevaron sectores del nacionalismo, obviamente el peronismo y algunos sectores de la izquierda nacional. Se opusieron argumentalmente y en la acción política concreta al pensamiento colonial, subordinado a las usinas europeas primero, y de Estados Unidos, más tarde. Cuestionaron a los partidos políticos de derecha o izquierda que no ponían en crisis la estructura material y la superestructura cultural que hundía a la Argentina en la dependencia. Perón formuló esta contradicción construyendo una dicotomía que durante décadas fue bandera de lucha: liberación o dependencia.
Uno de los tres ejes históricos del peronismo fue la independencia económica como única manera posible de ser un Estado autónomo en el concierto del sistema internacional, o como fue formulado por el peronismo, la independencia económica es el fundamento previo de la soberanía política. El norte de la acción política del peronismo siempre apuntó al desarrollo económico y tecnológico como elementos que permitirían a su vez construir poder nacional real y concreto.
La naturaleza misma del sistema internacional, casi podríamos decir que obliga a las potencias centrales a evitar el surgimiento de eventuales competidores pues si existieran infinidad de países hegemónicos se rompería la lógica de dominación por falta de dominados. Por ello, tienden a evitar la acumulación de poder nacional real en los países periféricos. Claro que toda regla tiene excepciones y aquí también las hay. La primera se da cuando existe una necesidad geopolítica que lleva a una potencia central a consentir el desarrollo económico de un país por algún motivo subordinado. Un ejemplo es la Alemania y el Japón derrotados en la Segunda Guerra Mundial. Terminada la guerra, estos países quedaron destruidos y fueron los perdedores y por tanto debían pagar un costo. Sin embargo, no bien finalizada la contienda bélica, el peligro en ciernes era la Unión Soviética, que apareció en el horizonte como la nación que le disputaba el poder mundial a Estados Unidos. Esto motivó a que Norteamérica ayudara a la reconstrucción europea en general y alemana en particular, pues el enemigo principal no era ya el nazismo sino el comunismo internacional. La otra excepción conocida se da cuando una potencia central se ve obligada a permitir un cierto desarrollo económico de un país periférico para poder explotar plenamente sus riquezas materiales. Si para tal objetivo es preciso fomentar el desarrollo de una infraestructura que sirva para extraer esa riqueza, la penetración económica asume un falaz progresismo, que es siempre limitado y controlado por el país hegemónico. Este fue el caso de la Argentina, que entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, tuvo un crecimiento como el apuntado favorecido por Gran Bretaña, que usufrutuaba así nuestras materias primas.
Hemos intentado mostrar cómo funciona este círculo vicioso. Las potencias hegemónicas constituyen el centro de gravedad del llamado sistema internacional. Ellas son las que dictan las normas y reglas a que los países periféricos deben sujetarse si quieren formar parte de dicha comunidad internacional. Lo hacen a través de organismos internacionales y de la penetración cultural. Su finalidad es siempre impedir que más socios se sumen al club de las naciones desarrolladas para evitar el surgimiento de competidores y asegurarse los mercados internos de estos países para sus mercaderías. Para que este escenario sea posible es esencial evitar el desarrollo industrial y tecnológico de los países subordinados.