El sistema internacional surge históricamente alrededor del año 1500 cuando comienzan los viajes oceánicos, impulsados primero por Portugal y luego por el resto las naciones en ciernes europeas (100Inglaterra, Francia, España, Holanda). Se puede decir que se constituye el primer orden económico universal, con las limitaciones que la tecnología y el desarrollo económico de la época imponían.
Con el inicio de este sistema comienza una etapa de nuevas alianzas y enfrentamientos en permanente cambio que muestra su carácter esencialmente inestable.
Fue la primera vez que a esta escala, las nacientes potencias, se vinculan entres sí a partir de la influencia que cada uno tiene sobre los otros. La primera manifestación del nuevo tablero en que quedó distribuido el mundo fue que las influencias recíprocas de los nuevos actores son asimétricas pues algunos de ellos ejercen, por dimensiones territoriales, por densidad poblacional o por desarrollo económico, un poder mayor que otros sobre el conjunto del sistema.
El nacimiento de este primer orden económico mundial fue de la mano de los avances tecnológicos iniciados durante la Baja Edad Media.
El desarrollo de los viajes de ultramar permitió una constante evolución de las artes de la navegación y sobre todo de la guerra. Paralelamente, bajo la hegemonía británica comienza la primera revolución industrial y la expansión capitalista mundial que derivó en la construcción de un mercado integrado de mercaderías y de capitales y excluía claramente al mercado del trabajo, que no solo era marginal sino objeto de explotación intensiva. Por ello, la expansión capitalista no fue portadora de progreso en los países de la periferia internacional –como sostenía Marx- sino de la miseria provocada por el subdesarrollo.
En este marco, cuando las mercancías y los capitales abandonaron el estrecho espacio nacional para abarcar el mundo, surge el problema de la distribución de la plusvalía a escala mundial. Con este escenario, en la periferia del sistema internacional, solo aquéllos Estados que tuvieron una política exterior basada en sus necesidades y objetivos domésticos, pudieron llevar adelante una sólida política de desarrollo industrial.
Saltaremos unos siglos, por la brevedad que requiere este análisis, y ya durante el transcurso del siglo XIX nos encontramos con que Estados Unidos, Japón y Alemania se oponen al paradigma de la época basado en la división internacional del trabajo y a través de una vigorosa intervención estatal se embarcan exitosamente en el proceso de consolidar sus industrias, lo que les permitió convertirse en naciones desarrolladas y abandonar la periferia del sistema. Se transformaron de esta manera en países autónomos, y, más tarde en integrantes del esquema hegemónico mundial. Cuando estos tres países completaron sus procesos internos de desarrollo industrial y técnico comenzaron a levantar como bandera, al igual que antes había hecho Gran Bretaña, un camino inverso al que habían seguido. Mientras estos procesos se iban produciendo, existieron en la política doméstica durísimos enfrentamientos entre quienes defendían las políticas proteccionistas y los que pretendían imponer el librecambismo. El ejemplo paradigmático de este enfrentamiento fue la guerra de secesión en Norteamérica que enfrentó al norte industrialista y proteccionista con el sur librecambista, esclavista y defensor del monocultivo algodonero que nutría de materia prima a las industrias textiles británicas.
El eminente sociólogo y politólogo brasileño Helio Jaguaribe ha estudiado en profundidad la historia de la política internacional y ha concluido que en todas las épocas la ubicación y el papel que juega cada Estado está vinculado al poder económico y militar que cada uno ha acumulado y a las condiciones culturales de cada sociedad y su psicología colectiva. Sostiene que desde la Antigüedad hasta nuestros días, en cada periodo histórico se ha formado un sistema centro-periferia basado en una fuerte asimetría donde el centro emite las directrices regulatorias de las relaciones internacionales y se beneficia económica y financieramente y la periferia provee servicios pero sobre todo materias primas.
Ahora bien, el escenario internacional sobre el que interactúan los Estados se organiza sobre estructuras hegemónicas de poder político y poder económico constituidas por actores públicos y privados que en última instancia son quienes elaboran las reglas y normas del “orden internacional”. El núcleo de estas estructuras de poder está integrado por las grandes potencias en las que a su vez, internamente existen múltiples alianzas entre los distintos factores de poder.
Desde el surgimiento de capitalismo, en los países centrales la alianza más importante fue entre las burguesías industriales nacionales y la elite política, a la que después de la Segunda Guerra Mundial se incorporó el mundo del trabajo dando así origen al “Estado de Bienestar” en Europa y Estados Unidos.
Esta alianza es, por su propia dinámica y naturaleza, variable. A mediados de la década del 70 comenzó a resquebrajarse y lentamente mutó hasta nuestros días en que la clase política –que mayoritariamente adhiere al ideario neoliberal- rompe esta tradicional alianza con la burguesía nacional y comienza a aliarse con las empresas trasnacionales –cuyos centros de producción ya no tienen base territorial nacional- pero fundamentalmente con el capital financiero especulativo internacional. De esta forma, en la actualidad este es el factor de poder predominante dentro del poder del Estado, al punto de haber absorbido a la elite política. La realidad nos indica que hoy los Estados centrales están subordinados al capital financiero especulativo. Un buen ejemplo de este nuevo escenario es la crisis financiera internacional desatada en 2008 frente a la cual Estados Unidos y la Unión Europea hicieron un uso masivo de los dineros públicos para salvar a las entidades financieras, que dicho sea de paso fueron las principales responsables de la crisis, y en la puesta en marcha paralela de brutales programas de ajuste que afectaron profundamente a los sectores populares.
Pero, cuando no, este nuevo esquema impuesto en el interior de los países desarrollados, ha provocado que sus poblaciones comiencen a sufrir los efectos de la explotación económica, a la que no están acostumbrados. Actualmente se podría decir que existe un equilibrio inestable, porque las poblaciones de los países centrales cargan sobre sus espaldas con el costo de la nueva alianza, pero progresivamente se va instalando un malestar creciente que se traduce en protestas y en el surgimiento de nuevas agrupaciones políticas diferenciadas de las fuerzas tradicionales. Su desarrollo es aún gregario y limitado pero la experiencia histórica demuestra que inevitablemente, llegará el momento en que se generen nuevamente las condiciones para el surgimiento de una elite política que rompa la alianza con el capital financiero y reconstruya las bases del poder y bienestar nacionales.
Obviamente se trata de un proceso largo y no es factible vaticinar cuando se producirá pero todo indica que es inexorable pues los ciudadanos de los países centrales están ya demostrando que no aceptan la imposición de la llamada “economía de humo” de los bancos.
En este marco es preciso observar con atención la emergencia de China como nueva potencia mundial pues alterará la estructura hegemónica del poder mundial. Y hay que tener presente un dato relevante que la diferencia de otras potencias mundiales: en China, el poder financiero es a su vez poder del Estado nacional.
Continúa en Parte II