Los días previos
A principios de octubre de 1945 Perón estaba siendo presionado para que renunciara a todos los cargos públicos que ocupaba con el fin de frustrar la implementación de su programa político a favor de los sectores obreros. Fue detenido y enviado a la isla Martín García. La CGT declaró una huelga general a partir del 18 de octubre “como medida defensiva de las conquistas sociales amenazadas por la reacción de la oligarquía y el capitalismo”. Sin embargo, la posición de la central obrera fue desbordada por los propios trabajadores que ya desde la tarde del 16 comenzaron a dejar sus lugares de trabajo. El 17 de octubre de 1945, centenares de miles de trabajadores acudirán desde las zonas industriales de la Capital y del Gran Buenos Aires a la Plaza de Mayo exigiendo la presencia de Perón. El gobierno de Farrell, obligado a ceder ante las dimensiones de la concentración, lo trasladará al hospital militar en Belgrano. Por la noche, tras una jornada de altísima tensión política, Perón aparece en uno de los balcones de la Casa Rosada y habla al pueblo. Ese día quedó sellada para siempre la alianza del conductor con los trabajadores y se extendió la partida de nacimiento del peronismo.
17 de octubre de 1945. El día de la fundación
El discurso de Juan Domingo Perón en esa medianoche inaugura la peculiar interacción que desde entonces se establecerá entre el conductor y el pueblo reunido en la Plaza de Mayo, el diálogo entre una voz individual y una voz colectiva en cuya alternancia se expresan sentimientos y se consolida un singular vínculo entre ambos interlocutores: Perón y el pueblo trabajador.
Entre 1943 y 1945, la actividad del viejo Departamento Nacional del Trabajo, luego Secretaría de Trabajo y Previsión a cargo del coronel Juan Domingo Perón, fue incesante. Desde esta repartición pública Perón, junto a dirigentes obreros, empezó a hacer efectivas leyes y decretos que protegían a los trabajadores y que, al mismo tiempo, promovían su organización y la construcción de una identidad colectiva.
El 17 de octubre de 1945 no comenzó como una fiesta sino todo lo contrario, la masa allí presente se encontraba en un estado pre insurreccional y cualquier chispa podía desatar un incendio violento. El pueblo se había congregado sabiendo que producía un hecho político inédito en el país con su protagonismo directo en defensa de la persona que había trabajado por ellos, no solo dictando leyes a su favor sino haciéndolas cumplir a la patronal, que hablaba su mismo lenguaje y que sentía como propia la infelicidad que provocaban sus carencias. El ánimo festivo se desató recién cuando vieron al querido coronel Perón libre y en el balcón de la Rosada.
En general, los testimonios de los participantes del 17 de octubre abundan en detalles de las acciones previas y son muy sucintos respecto del momento del discurso. El ya citado dirigente metalúrgico Ángel Perelman le dedica apenas tres frases al discurso de Perón: “Al filo de medianoche, después que Ávalos y Mercante intentaron hablarnos inútilmente –la multitud se negó a escucharlos−, apareció Perón en los balcones de la Casa de Gobierno. Habló poco. Las aclamaciones y la alegría con que fueron recibidas sus palabras no son para olvidar fácilmente. Terminado, empezamos a regresar a nuestras casas”. Precisamente, lo importante de este discurso no está en su “contenido lato” sino en la interacción misma, en el diálogo, en el contacto entre Perón y los trabajadores.
En la tarde del 17 de octubre, con la concurrencia enardecida llenando la Plaza de Mayo, el general Eduardo Ávalos (100jefe del acantonamiento de Campo de Mayo y enemigo declarado de Perón) planeaba estrategias para tranquilizarla y desconcentrarla. Le ordenó a Mercante que hablara. Mercante tomó el micrófono y dijo: “El general Ávalos…”. No pudo continuar pues la silbatina fue estrepitosa. Todas las veces que el locutor volvió a anunciarlo recrudecía la rechifla. También apareció Colom, el director del diario La Época, quien se presentó enarbolando un periódico. Así, la gente lo reconoció y lo aplaudió. Apenas pudo decir que Perón estaba bien y que pronto estaría en la Plaza de Mayo, mensaje que, en rigor, no era el que Ávalos quería dar. En otro momento de esa caótica tarde, Antille (100radical santafecino, ex ministro de Hacienda) quiso dirigirse al pueblo como “delegado del coronel Perón ante el general Farrell” pero la gente insistía ¡queremos a Perón!
Recién a las 23.10 Perón apareció en los balcones de la Casa Rosada desencadenando la mayor explosión de entusiasmo colectivo jamás conocida en la historia argentina y vio por primera vez a esa marea humana con antorchas improvisadas con diarios, palos y carteles.
Con dificultad por las constantes interrupciones del público, Farrell anunció las nuevas medidas tomadas por el gobierno e hizo la presentación de Perón. El locutor pidió que se entonara el Himno Nacional Argentino. Perón se retiró del balcón durante su ejecución. Años más tarde le comentaría a Félix Luna: “Imagínese, ni sabía lo que iba a decir… ¡tuve que pedir que cantaran el Himno para poder armar un poco las ideas! Y así salió aquel discurso”.
Un hecho poco difundido que ocurrió esa noche fue que con gran familiaridad, confianza y cercanía, un poco más tarde, el pueblo atronó el aire de la Plaza gritando: “¡Que se case con Evita! ¡Que se case con Evita!”.A lo que Perón respondió, en voz baja y sonriendo: “¡Ya es mucho!”.
Un primero de mayo de 1946…
El 1° de mayo de 1946 trajo un hecho inusitado. Por primera vez en la historia de nuestro país se festejaba el día internacional de los trabajadores en el marco de un acto oficial. Fue organizado por la CGT y apoyado por el Partido Laborista y la UCR-Junta Renovadora. Si bien Perón aún no había asumido la presidencia (100lo haría el 4 de junio), encabezó la concentración obrera y en su discurso tendió un puente de plata entre esa conmemoración y los hechos acaecidos apenas seis meses antes:“Este 1° de mayo es un jubileo de la victoria recientemente obtenida en aquella fecha…”.
Declaración oficial del “Día de la Lealtad”
En julio de 1946, los diputados Colom, Cipriano Reyes y Gericke presentaron sendos proyectos que declaraban el 17 de octubre como “Día del Pueblo”.
Los partidos de oposición se negaban a convalidar como ley este proyecto.
A pesar de la férrea oposición, en octubre de 1946 se aprueba la declaración de esta fecha como “Día del Pueblo” y como feriado nacional. A partir de ese momento, oficialmente se comienza a denominar “Día de la Lealtad” y pasó a ser para los trabajadores argentinos una jornada obrera que disputó y ganó a la internacional el 1° de mayo como símbolo representativo del día del trabajador.
De esa manera, cada 17 de octubre los edificios gubernamentales se ornamentarán con los símbolos patrios, y los consecuentes actos masivos que se harán, fundamentalmente en la Plaza de Mayo, pasan a ser ceremonias protocolares. Pero lo más importante es que dicha fecha será para el pueblo un día de fiesta y genuina alegría por saberse protagonista de los veloces cambios que se estaban produciendo en materia económica, social y política.
La Plaza de Mayo se transformó en el centro simbólico del movimiento peronista y allí se practicó por primera vez en la Argentina una especie de democracia directa y plebiscitaria. Buenos Aires fue prácticamente invadida y ocupada por el pueblo que con decisión adopta la identidad peronista. Inmigrantes del interior del país, junto a tanos, gallegos y turcos o sus descendientes: son los cabecitas, grasas, descamisados.
Las celebraciones con el peronismo en el poder
En 1946, la prensa pone de relieve el destacado papel del movimiento obrero en la jornada del año anterior. En Plaza de Mayo se erige un altar para celebrar una misa. En ese primer aniversario, Perón explica que el propósito de la celebración era recordar que “el 17 de octubre será para todos los tiempos la epopeya de los humildes: día de la ciudadanía y del pueblo argentino, no de una parte del pueblo, ni de agrupaciones determinadas, sino de todo el pueblo auténticamente criollo. Y como buenos criollos, comencemos por perdonar a los que nos han traicionado, a los que han traicionado a nuestra causa. Pero al perdonar [… ] hagamos una solemne promesa en esta histórica Plaza de Mayo de las grandes decisiones populares, de trabajar por la felicidad del pueblo y por la grandeza futura de la patria. Y así como he de preguntarles todos los 17 de octubre, en este mismo lugar, les pregunto hoy por primera vez si he trabajado por el pueblo en estos cuatro meses. Quiero preguntarles también si he defraudado las esperanzas que ustedes pusieron en mí. Y, finalmente, si sigo siendo para ustedes el mismo coronel Perón de otros tiempos”. Un atronador ¡sí! recorre ese día la plaza.
Al mismo tiempo que estos acontecimientos se producían en la Plaza de Mayo, la primera escisión que sufrió el peronismo, encabezada por los laboristas disidentes que lideraba Cipriano Reyes, efectuaba su propio acto en la Plaza de los Dos Congresos y lo reivindicaba como la auténtica celebración del 17 de octubre.
En 1947 ya está configurado claramente el protagonismo de Evita. Muchos llevan pancartas con su retrato. El ingenio popular le pide a Perón que se quite el saco para simbolizar que es uno de ellos, un descamisado más. El diario La Época del 18 de octubre describe: “Mientras uno de los oradores de ayer, en la Plaza de Mayo se refería al peligro que acechaba a Perón […] ese millón de almas […] coreó con convencida y sentida decisión: ¡La vida por Perón”.
El 17 de octubre de 1949 se conocerá y se cantará la marcha Los muchachos peronistas, interpretada por Hugo del Carril.
En la conmemoración de 1950, la CGT había tomado la decisión de ser una rama más del Partido Peronista. Por la mañana de ese 17 de octubre se inauguraba la nueva sede de la central obrera en las calles Independencia y Azopardo. Ese día Perón sostuvo que “si había opositores era porque todavía hay brutos que no nos entienden”.
En 1951 la fiesta estaba cruzada por nubarrones. Pocas semanas antes, en agosto, Eva había renunciado públicamente a su candidatura como vicepresidente y en septiembre se producía el alzamiento militar encabezado por el general Menéndez.
El acto de 1952 transcurrió ensombrecido por la muerte de Evita, acaecido el 26 de julio. Simbólicamente, una llama del justicialismo fue llevada por los trabajadores desde el Ministerio de Trabajo hasta una lámpara votiva en la sede de la CGT. Mientras tanto, la interna de la central de los trabajadores se dirimía en la Plaza de Mayo cuando una tremenda silbatina se desató contra el secretario general José Espejo.
En 1953, la CGT, conducida ahora por Eduardo Vuletich, le otorgó a Perón la “medalla de reconocimiento de los trabajadores”, distinción que anteriormente solo había sido dada a Evita. Por primera vez el lugar del encuentro popular se cambió a la avenida 9 de Julio.
El acto de 1954 preanuncia los duros tiempos por venir. En palabras de Perón, “las fuerzas de la regresión trabajan para retornar a lo de antes. Por eso, la ciudadanía debe saber que estos no son momentos de indecisión. No se concibe que cuando se trata de decidir los destinos de la Nación, por uno o por otro camino, los ciudadanos puedan estar ausentes de esa decisión. Cuando la suerte de la República está en juego, los indiferentes son verdaderos traidores. Cuando la suerte de la República se juega en su destino, hay un solo delito infamante: no estar en ninguno de los bandos o estar en los dos”.
El 17 de octubre pasa a la clandestinidad
Con el advenimiento de los años de plomo de la dictadura y la prohibición del peronismo nuestra fecha fundacional cambia radicalmente de tono: de ser patria y oficial se convierte en clandestina.
En 1955 la CGT comandada por el textil Andrés Framini y por Luis Natalini del gremio de Luz y Fuerza acuerdan con el gobierno dictatorial elecciones para el 6 de octubre a fin de normalizar los gremios. Por tal motivo, esos dirigentes emiten un comunicado: “El 17 de octubre es día laborable, según lo dispuesto por las autoridades de la Revolución Libertadora, aconsejando por tanto a los trabajadores a concurrir normalmente a sus tareas y evitar cualquier tipo de provocación”.
En esta etapa, el 17 de octubre pasa a simbolizar la movilización popular contra el régimen dictatorial y gorila, contra la proscripción y las políticas económicas y sociales de los sucesivos gobiernos militares o civiles y fundamentalmente se convertirá en una jornada de lucha por la vuelta de Perón al país y al gobierno.
En 1956 y 1957 las condiciones políticas eran sumamente adversas para el peronismo y el horno no estaba para bollos. A la defección de numerosos dirigentes se sumó una violenta y salvaje represión. Miles de dirigentes y militantes políticos y obreros terminan con sus huesos en las cárceles, otros tantos son dados de baja de las fuerzas armadas y de seguridad por su identidad peronista, los gremios son intervenidos, comienzan los muertos en el país con los fusilamientos de junio del 56, las fábricas se llenan de soplones y de servicios de inteligencia, las comisiones internas son desintegradas y el peronismo y sus símbolos, prohibidos. Se abre pues un período de transición en el que van surgiendo nuevos militantes y dirigentes, en especial obreros y jóvenes.
En este contexto, el 17 de octubre no fue objeto de acto alguno, principalmente para preservarse de la dura represión que ya se había desatado en la Argentina.
En 1958 gobierna el país Arturo Frondizi que llegó al gobierno con los votos peronistas. Traicionando los acuerdos a los que arribó Frigerio con Perón desautorizará los actos programados para conmemorar la fecha en ese año. A pesar de ello, en varios puntos del conurbano bonaerense los militantes peronistas deciden desobedecer la prohibición provocando serios incidentes entre policías y manifestantes. En Córdoba capital, más de cincuenta mil personas asisten a la celebración organizada por la CGT cordobesa.
En 1959 el gobierno desarrollista toma medidas preventivas para evitar los actos programados en casi todo el país. Resultan eficaces salvo en Rosario, donde acude un gran número de peronistas.
En octubre de 1960 está en vigencia el estado de sitio pese a lo cual se hacen miles de pequeñas manifestaciones de conmemoración a lo largo de todo el país pero con epicentro en la Capital Federal y Gran buenos Aires.
En 1961 y 1962 se repite la misma situación que en el 58/59 y no se verifican actos de envergadura.
Pero en 1963, con Illia en el gobierno es permitido oficialmente llevar a cabo un acto público que recuerde la fecha histórica. Así, en la Plaza Once una enorme multitud se congrega para escuchar la palabra grabada del general Perón. En medio del acto se convoca a una marcha hacia el Congreso Nacional que no se concreta pues es reprimida por la infantería de la policía federal.
Para 1964 el peronismo está otra vez fortalecido, con nuevos y combativos dirigentes sindicales y juveniles. La CGT pasará a ser el eje de una pertinaz oposición política que exige el retorno de Perón. Por ello el 17 de octubre de ese año convoca en Plaza Once a unas sesenta mil personas y hablan Vandor (100metalúrgicos), Framini (100textiles) y Lascano, secretario general del Partido Justicialista. El acto se desarrolla sin incidentes. Como telón de fondo están los preparativos del Operativo Retorno de Perón al país organizado por los sindicatos para fin de ese año y el plan de lucha de la CGT contra las políticas económicas del gobierno.
En 1965 María Estela Martínez de Perón recorrerá el país enviada por Perón con la misión de reorganizar las propias fuerzas que entraban en un peligroso proceso de disgregación producto sobre todo de los desacuerdos políticos, estratégicos y hasta metodológicos entre los distintos grupos internos. El gobierno radical prohíbe los actos y manda a la policía a disolver las columnas de manifestantes que se hallaban congregadas en Parque Patricios.
En 1966 se ha instalado en el sillón de Rivadavia un tal Juan Carlos Onganía, torpe militar ultra católico que pretende eternizarse en el poder. Se inicia una etapa de endurecimiento con el peronismo que da origen a un camino sin retorno donde la espiral de violencia terminará en desastre.
En ese año se desarrollan luchas internas dentro del sindicalismo, a veces sumamente agresivas, surgen varias organizaciones político-militares radicalizadas, tanto peronistas como de izquierda, y la reivindicación de la vuelta de Perón se hace ahora, sí, un grito intransigente desde todo el peronismo. Los jóvenes en las calles gritan:“Fusiles y machetes, por otro 17”.
Onganía prohíbe toda reunión en la vía pública con lo cual no puede hacerse como en años anteriores la consabida concentración en Plaza Once, muy custodiada por fuerzas de seguridad.
Nuevas generaciones. Tiempo de tormentas
Entre mediados de la década del 60 y principio de los 70 se gesta un fenómeno político social inédito en el país. Una nueva generación que no había vivido la experiencia del primer peronismo se suma a él masivamente. Sectores medios, en muchos casos hijos de antiperonistas o de indiferentes, trotskistas, marxistas, nacionalistas de toda laya, católicos, desgajamientos de la izquierda y de la derecha se incorporan ya sea directamente al movimiento peronista o a distintas agrupaciones y organizaciones periféricas de sesgo peronista.
Para estos jóvenes el 17 de octubre fue el día en que el pueblo salió a la calle y decidió ser actor principal de su propia historia. Es la generación que vivió el Cordobazo, el 29 de mayo de 1969, en el que el pueblo se rebeló contra la opresión de la dictadura.
Es importante tener en cuenta el contexto político y social de la época pues los hechos de Córdoba reciben una lectura particular de estos jóvenes que se incorporan a la política o a la militancia activa. En los sucesos de Córdoba participan ante todo peronistas y sectores clasistas de la izquierda, por tanto, encarnan en el imaginario de la época la unidad obrero-estudiantil, el encuentro de los sectores populares con los de clase media. Por su carácter pluralista y multifacético pueden ser reivindicados también por sectores no peronistas, como de hecho sucedió.
Queremos significar que para gran cantidad de jóvenes peronistas de ese tiempo la fecha que marca a fuego su experiencia histórica personal no fue el 17 de octubre de 1945 sino el 29 de mayo de 1969.
El 17 vive un tiempo tormentoso. Es el momento de mayor cuestionamiento a la tradición del primer peronismo.
Como ya hemos analizado, durante los dos primeros gobiernos de Perón la fecha significó una celebración popular donde el pueblo se reunía para reafirmar su protagonismo, su identidad, su solidaridad y su compromiso con el nuevo rumbo político y social que imprimía el peronismo. Pero ahora el peronismo cargaba sobre sus espaldas años de proscripción y de destierro de su líder.
Esta circunstancia dio pie a distintas posiciones y alineamientos en cuanto a la interpretación del 17 y en cuanto a su posicionamiento en relación con la fecha emblema del peronismo.
Lo único que en esta etapa sigue incólume es el rol de custodio que ocuparon la CGT y las 62 Organizaciones peronistas que siguieron sosteniendo la interpretación de que el 17 de octubre fue el día en que los trabajadores argentinos sellaron el pacto histórico con el coronel Perón que habría de cambiar el rumbo de la historia argentina.
Pero los sectores juveniles peronistas en crecimiento reinterpretan el 17 asignándole otro valor: el de ser referencia de la lucha del pueblo contra el establishment y los poderes imperialistas. Es interesante observar la obsesión de la izquierda peronista por separar el 17 de octubre de la “burocracia sindical”. Para este sector, el 17 simbolizaba la democracia directa y plebiscitaria entre los trabajadores y el líder, pero vaciándolo de contenido en tanto negaba la importancia de las estructuras sindicales que habían sido la columna vertebral de la estrategia política diseñada con éxito por Perón y cuestionando además la condición de Perón como único conductor del movimiento peronista.
En consecuencia, la izquierda peronista idealiza el 17 de octubre al vincularla con la masa trabajadora y no con los sindicatos, posición que les permite en definitiva tomar distancia de la CGT y erróneamente creer que pueden eliminar la mediación con Perón.
En síntesis, en 1970 el 17 de octubre no tenía una interpretación unívoca. Para unos era el antecedente de un nuevo y decisivo levantamiento popular que transformaría de cuajo las estructuras económicas y políticas de la Argentina a través de la vía del socialismo nacional, entendido por muchos como un salto ideológico cualitativo desde el peronismo hacia nuevas formas de desarrollo político ideológico.
Por el contrario, para otros era la fecha madre que marcaba el nacimiento del peronismo como estructura de poder y que representaba la alianza indestructible entre los trabajadores y Perón.
Lo cierto es que, en 1970, el general Levingston niega al Partido Justicialista el permiso para efectuar actos públicos conmemorativos.
En 1971 un acto en la sede del partido en la Av. La Plata es firmemente reprimido por fuerzas militares.
En 1972, siendo el presidente de facto Lanusse, nuevamente se prohíben los actos callejeros pero se le permite, para descomprimir la situación política, a Héctor Cámpora, delegado personal de Perón, leer un mensaje de este que será televisado: “He resuelto regresar al país. Lo haré a la brevedad y cuando el Comando Táctico del Movimiento me lo indique como oportuno”.
1973 encuentra a Juan Domingo Perón en ejercicio de su tercera presidencia, y él restituirá mediante un decreto el 17 de octubre como “Día de la Lealtad”. Sin un acto oficial de conmemoración Perón simplemente presencia una competencia ciclista llamada “Gran Premio 17 de Octubre”. Más tarde recibe a los dirigentes de la CGT, de la 62 Organizaciones y a los secretarios generales de los gremios.
El camino que proseguirá cada uno de los dos grandes sectores del peronismo se refleja en la forma de recordar la fecha de nacimiento del peronismo.
Para Perón y los trabajadores no es el momento de un acto oficial al estilo de los del primer período. Para Montoneros es la ocasión propicia para diferenciarse claramente de Perón.
Tras su regreso a la Argentina, Perón intentaba poner paños fríos al torbellino político que giraba a su alrededor y sustraerse a las presiones de los dos grupos en pugna. Probablemente por ello decidió trivializar una fecha que tenía un peso específico tan particular, sobre todo desde la época de la resistencia. Es obvio que pensó que era mejor desmovilizar en la coyuntura para descomprimir el pesado clima político que se estaba instalando en el país a fin de que las contradicciones internas se fueran diluyendo con el paso del tiempo. Como sabemos, no lo logró pues sus fuerzas ya lo estaban abandonando.
Este año de 1973 es clave para comprender el desarrollo posterior de los acontecimientos. Amplios sectores juveniles de la izquierda peronista y de la izquierda tradicional menos dura que los trotzquistas del ERP creían en el regreso de un Perón revolucionario a su imagen y semejanza, es decir, un líder dispuesto a ahondar la lucha revolucionaria violenta para inducir cambios rápidos y profundos. A los ojos de este sector el Perón conciliador que construía consensos con Balbín aparecía más como una continuidad del régimen al que se había combatido durante la resistencia que a una ruptura con él. Este análisis y apreciación no podía estar más lejos de la forma de construcción del peronismo que siempre apostó al tiempo, al consenso y a la construcción pacífica del proceso revolucionario. Semejantes presiones y cuestionamientos al peronismo tradicional obligaron a Perón a recostarse sobre los sectores sindicales que también ejercían presión, en este caso para defender su posición interna dentro del movimiento tan severamente cuestionada por la izquierda.
Aquel 17 de octubre de 1973 solo tuvo un acto multitudinario: el que organizó Montoneros en la ciudad de Córdoba. El día 20 apareció una solicitada en los diarios nacionales así encabezada: “Perón al poder, FAR y Montoneros a nuestro pueblo. Acta de la unidad”. A continuación se trascribía ese documento, fechado el 12 de octubre (100día en que Perón asume su tercer mandato como presidente de la Nación),en el cual las dos organizaciones armadas anunciaban su fusión y hacían un balance de los años de proscripción, resistencia y lucha: “Que nuestras organizaciones son producto del desarrollo y profundización de las luchas del Movimiento y del crecimiento y maduración de la conciencia de la clase trabajadora y el pueblo peronista que los llevó a adoptar nuevas formas de organización y lucha para enfrentar al Imperialismo y la Oligarquía; que bajo el rigor de la Dictadura Militar el Movimiento Peronista se vio obligado a apelar a todas las formas de lucha posible: la acción armada, las explosiones insurreccionales, la huelgas y movilizaciones y la lucha electoral”. Estos considerandos no eran erróneos en cuanto a la caracterización del tipo de lucha que el pueblo llevó a cabo pero sí estaba muy equivocado en auto otorgarse la prerrogativa de ser la vanguardia revolucionaria como si hubiesen sido los únicos actores de esa etapa. Obviaron que en los años más duros de la resistencia los que se habían jugado el cuero eran los trabajadores y sus dirigentes. Que hubiesen existido dirigentes que defeccionaron en la lucha no significaba, de ninguna manera, que no hubiesen sido los actores principales en mantener a raya a los poderes imperialistas y oligárquicos que pretendieron infructuosamente convertirnos nuevamente en una colonia, económica y culturalmente.
El sindicalismo responderá inmediatamente a la solicitada de modo equívoco y desmesurado. Así, el día 22 de octubre aparecen en los diarios varias solicitadas firmadas por los principales gremios con expresiones macartistas. Por ejemplo, las 62 Organizaciones responden a Quieto, quien en el acto de Córdoba había relativizado el poder real de Perón: “A los marxistas Quieto y Firmenich: […] Porque esos individuos han puesto en tela de juicio la jerarquía presidencial de nuestro líder, en un burdo intento de minimizar su acción como conductor de la argentinidad. Porque, decir como dijeron estos señores, que el General Perón como presidente solo tiene la banda y el bastón de mando, pero no el poder político, el económico y el militar, es un agravio ante el cual no se puede permanecer en silencio”.
En 1974 acontecen dos hechos centrales: el 1º de mayo se produce la colisión final entre Perón y Montoneros y dos meses más tarde fallece Juan Domingo Perón. El 17 de octubre de ese año el gobierno presidido por María Estela Martínez convocará a celebrar el “Día de la Lealtad” a Plaza de Mayo. Allí, una multitud canta “ni yanquis ni marxistas, peronistas”.
En 1975 tiene lugar allí mismo otra concentración pero ya a esta altura los espectros recorren todos los rincones de la histórica plaza. Isabel pronuncia un discurso extraño en el que afirma: “Expreso la solidaridad del Movimiento Nacional Justicialista con las Fuerzas Armadas en esta lucha decidida contra la delincuencia subversiva. Sus muertos son nuestros muertos y son testimonio de que jamás traicionaremos nuestro destino. Yo, a la antipatria que se oponga le daré con un látigo, como a los fariseos en el templo”.
La hora de la sangrienta dictadura
La muerte se enseñorea por todo el país. En ese ambiente cruzado por delaciones, torturas y desapariciones masivas se hace imposible cualquier celebración y mucho menos vinculada al peronismo, que es objeto de especial ensañamiento por los criminales que usurparon el poder de la nación. De 1976 a 1979 el 17 de octubre parece caer en el olvido, aunque algunos dirigentes publican algún aviso o comunicado en diarios o hacen encuentros en secreto en los sindicatos. En 1980 la dictadura prohíbe un homenaje programado en la Chacarita. La misma prohibición regirá en 1981.
En 1982 30.000 personas asisten a la cancha de Atlanta y hablan Bittel, Ubaldini y Lorenzo Miguel exigiendo al vuelta de la democracia.
En 1983, en plena campaña electoral para las elecciones presidenciales que se llevarían a cabo a fines de octubre, el peronismo se reúne en la cancha de Vélez. El estadio estaba repleto, no cabía un alfiler. Se producen algunos incidentes entre fracciones internas, Lorenzo Miguel recibe una estruendosa silbatina y Bittel comete el furcio de su vida, cuando dice: “Entre la liberación y la dependencia, elegimos la dependencia”.
El retorno de la democracia
Retornada la vida democrática, todavía cada año se realiza algún acto de cierta envergadura: 1984, tres actos –Atlanta, Platense y Plaza Once−; 1985, Mendoza y Plaza Once. Duhalde, intendente de Lomas de Zamora, anuncia que el frente renovador es como una mancha de aceite que se extiende por todo el país; 1986, Ubaldini es el principal orador del acto en Neuquén; 1987, otra vez Ubaldini lleva la voz cantante, pero esta vez en el edificio de la CGT en la calle Azopardo.
Al igual que en el 83, la celebración que se lleva a cabo en 1988 está teñida por una campaña presidencial, esta vez es Menem el candidato peronista. En un acto en la cancha de River concurren 75.000 personas. Menem asegura: “Perón nos enseñó que la opción no es democracia o fascismo, sino justicia social o injusticia”. Al día siguiente Clarín apunta que “el candidato presidencial peronista enunció los ejes de propuesta de gobierno poniendo especial énfasis en la reconciliación de los argentinos, la unión nacional y latinoamericana y la revolución productiva”.
De aquí en adelante la conmemoración se institucionalizará y será recordada cada vez con más lejanía y menos entusiasmo, limitada a ofrendas florales, solicitadas, misas, pequeños actos en la vía pública o en algún sindicato.
Sin embargo, a pesar de que ya transcurrieron 71 años de aquel lejano 17 de octubre de 1945 y de que muy pocos de sus participantes sobreviven, no debería olvidarse que fue un acontecimiento que marcó a fuego la conciencia nacional y popular. Tal vez la celebración haya perdido vigencia para las nuevas generaciones que viven otro tiempo histórico, pero es bueno tener presente el viejo refrán popular: para saber a dónde se va, hay que saber de dónde se viene.
Muchos de ustedes compañeros fueron protagonistas de estas gloriosas jornadas que hemos relatado y otros serán actores de las gestas por venir. A todos, ¡feliz día!