Hasta el momento la política exterior del presidente Macri se ha caracterizado por un continuo intento por insertar al país dentro del esquema de poder hegemónico mundial como un socio menor. El problema es que las medidas económicas que supuestamente iban a permitir que el país se amigara con el mundo, no han mejorado el nivel de vida de los argentinos, por el contrario, ciertas medidas como la apertura indiscriminada de las importaciones han tenido efectos sumamente negativos sobre la economía doméstica.
Lo cierto es que Macri propuso durante la campaña que lo llevó a la presidencia un alineamiento con las principales economías de mercado del mundo. Esto lo llevó a implementar una política de acercamiento a la Alianza del Pacífico, cuyo principal fundamento es el libre comercio, a la vez que lentamente fue alejándose de la integración regional que suponen el Mercosur y la Unasur. A su vez, anunció en varias oportunidades la necesidad de la firma urgente de un Tratado de Libre Comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, sin especificar si esta vez los países europeos están dispuestos a ceder en el ingreso de nuestros productos agrícolas, tema que ha trabado históricamente las negociaciones.
La victoria de Trump puso en tela de juicio el acierto de esta estrategia de apertura económica pues los Estados Unidos y la Unión Europea iniciaron un ciclo de proteccionismo de sus mercados internos. De hecho, el renovado interés de la Unión Europea en el Mercosur es una respuesta al cierre del mercado norteamericano.
Nuevamente el gobierno argentino hizo gala de su dogmatismo ideológico pues en un mundo que cierra sus fronteras para defender sus industrias y sus mercados internos, la Argentina sigue el camino contrario, poniendo en serio riesgo el incipiente proceso de industrialización y su mercado interno, inundado el país de productos excedentes del resto de las economías del mundo.
Un ejemplo de esto último es la pésima negociación llevada adelante con los Estados Unidos que permitió la apertura del mercado norteamericano a las exportaciones de limones por la irrisoria suma de cincuenta millones de dólares a cambio de abrir nuestro mercado a la carne de cerdo del país del norte que pone en serio riesgo a los productores locales. Mientras tanto, los Estados Unidos pusieron un arancel exorbitante al biodiésel argentino que representaba un 30% de las exportaciones a dicho país, tornando el negocio inviable de ahora en más. Con esta medida, que hasta ahora no mereció una enérgica protesta de nuestro gobierno, se acentúa el déficit de nuestra balanza comercial bilateral y pone al borde del abismo una industria próspera que implicaba un alto valor agregado.
La reapertura del mercado estadounidense a los limones tucumanos y el apoyo de la principal potencia mundial al ingreso argentino a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (100Ocde), el club de los países más ricos del mundo, fueron hasta la fecha las únicas concesiones que el gobierno argentino obtuvo. Parece bastante poco.
En el marco de un creciente endeudamiento externo y de un preocupante desconocimiento de las transformaciones del mundo (100multipolaridad, proteccionismo económico), la Argentina se muestra sumisa a las presiones de las economías centrales que sugieren profundizar el ajuste económico. Ello implica poner en marcha las reformas en materia laboral, previsional e impositiva que en resumen significan salarios en baja y desguace de los derechos laborales, jubilaciones paupérrimas, aumento de las edades jubilatorias y vuelta al sistema privado de administración y menos impuestos para los sectores más pudientes y el consecuente desfinanciamiento del Estado.
Vemos con preocupación el empecinamiento del actual gobierno por avanzar en la apertura del comercio. De acuerdo a las últimas cifras publicadas por el INDEC, desde mediados de los años 90 el déficit comercial no mostraba cifras tan altas. Desde la asunción de este gobierno han aumentado exponencialmente la importación de automóviles de pasajeros, alimentos y bebidas y bienes de consumo en general. Mientras que la importación de bienes de capital y bienes intermedios, insumos principales de la industria, ha disminuido en forma alarmante.
Los principales dirigentes y funcionarios del gobierno argentino forman parte del establishment, no sólo local sino internacional, y sus decisiones están influenciadas por los intereses de esos grupos, como por ejemplo, facilitar la fuga de capitales. Así las cosas, la Argentina es funcional al proceso de acumulación internacional pero carece de una estrategia para favorecer la acumulación local. Y esta política nos condena a vivir encerrados en el subdesarrollo.
Por el contrario, desde el peronismo propugnamos que la clave pasa por desarrollar una política internacional autónoma de las naciones centrales, como forma de evitar que los vaivenes de la política y economía internacionales afecten nuestro propio crecimiento económico. La política exterior es siempre el resultado de las necesidades de desarrollo internas y no de la ideología. Necesitamos pensar nuestra inserción internacional “desde adentro hacia afuera”. Desde nuestras necesidades, en función de las oportunidades que nos presenta el mundo.