por Jorge Argüello, Embajador de la Argentina en Portugal.
Llegué a Portugal hace dos años, después de vivir siete años en Estados Unidos, cinco como embajador argentino ante Naciones Unidas y dos como embajador ante la Casa Blanca. De alguna manera, podemos decir que fui un testigo presencial de la crisis que estalló en Wall Street en 2007. Mi llegada a Portugal coincidió con un hecho sorpresivo: en las principales ciudades del país había manifestaciones con cientos de miles de personas protestando. Dicen los portugueses que no se recuerdan movilizaciones populares de esa intensidad desde 1974, cuando se produce la Revolución de los Claveles y se pone fin a la dictadura más larga de Europa, la de Antonio de Oliveira Salazar.
Lo que me llamó la atención es que todas estas marchas, más allá de los partidos que las protagonizaban, estaban encabezadas por una consigna única: “Que se lixe a Troika” (100“que se joda la Troika”).
La Troika es una tríada de instituciones conformada por el Banco Central Europeo, el FMI y la Comisión Europea, que tiene a su cargo el rescate de las economías que están en problemas dentro de la zona euro. Ahora, claro, ¿por qué razón los portugueses estaban en las calles protestando contra la Troika, si ésta “rescataba” a Portugal? A poco andar, comprendí que las condicionalidades que la Troika le impone a los países a ser rescatados tiene un gran parecido con la experiencia de América Latina con respecto a las condicionalidades que, sobre todo en las décadas del 80 y 90, padeció la región de parte del FMI.
Ellos hablan de “los hombres de negro”, y la verdad es que yo tengo una imagen de los 90, cuando llegaban los asesores –“hombres de negro”, justamente– del FMI, cuyo recorrido era muy sencillo: arribaban a Ezeiza, de ahí al hotel, del hotel al Ministerio de Economía, y del Ministerio de Economía directamente a Ezeiza. ¿Y qué dejaban? La receta, las condiciones que la Argentina debía cumplir para la extensión del crédito, para la ampliación del crédito, para conseguir dinero para pagar los intereses de la deuda que ya se tenía, haciendo crecer la misma hasta niveles impagables. Era un vuelta más de una madeja sin fin. La presencia de la gente en las calles, entonces, era una reacción frente a las políticas de austeridad que se impulsan desde las instituciones económicas de la zona euro, y básicamente desde aquel sector de países a los que les ha ido bien con el giro neoliberal que la Unión Europea tomó a partir del tratado de Maastricht y la creación de la moneda única.
Pertenezco a una generación que creció mirando el experimento europeo con admiración, con expectativa. En primer lugar, porque para mí la Unión Europea supone, por un lado, haber sido capaces de instalar definitivamente la paz allí donde sólo existia la hipótesis de conflicto y el conflicto real, donde tuvieron lugar las peores guerras de la humanidad. Eso se logra a partir de los acuerdos del acero y el carbón. En segundo lugar, la Unión Europea puso, en materia de derechos humanos, una condición irreductible: y es que para ser parte de ella los países debían ser democráticos y tener un respeto a rajatabla de los derechos humanos. Eso hizo que se haya creado un verdadero liderazgo de la Unión Europea en materia de estos derechos, con un alto involucramiento en situaciones dificiles en distintas partes del mundo. Por esa razón Portugal y España tienen una incorporación tardía a la Unión Europea: ambos países estaban gobernados por dictaduras.
Otro de los motivos que hacía que uno tuviese esa mirada sobre la Unión Europea era esta especie de conjugación entre alguna de las buenas banderas del socialismo con el concepto de la libre empresa, de la economía de mercado, que terminó generando el “Estado de bienestar europeo” que nos arrimaba al sueño de una sociedad que fuera capaz de igualar a todos, a la hora de ofrecer oportunidades.
Hay otro punto más: la promesa de la homogeneización de la geografía europea. O sea, la capacidad de implementar políticas activas a través de, por ejemplo, lo que fueron los fondos de cohesión, que hicieran que Europa fuera de a poco achicando las brechas y venciendo las asimetrías. Y esto, en una buena parte del derrotero europeo, se logró.
Entonces, me encuentro con un contraste entre esa visión idílica que yo tenía sobre el sueño europeo y lo que la realidad actual me marca.
Hoy en Europa tenemos un grupo de países que son claramente ganadores: estoy pensando en Alemania, en Holanda, en Bélgica, en Dinamarca, en Finlandia, en Luxemburgo. Y hay claramente otro pelotón de países que son los perdedores: Portugal, España, Grecia, Italia e Irlanda –por más que geográficamente esté ubicada al norte, a los efectos de esta mirada es más parte del sur, de la periferia–.
Aldo Ferrer afirma que comprender mejor a Europa nos ayuda a entender también a América Latina. Sin lugar a dudas es así. Y Celso Amorim sostiene que “la Unión Europea es un ejemplo, pero no es un modelo”. ¿Esto qué quiere decir? Que el rumbo que tomó inicialmente la Unión Europea es el que tenemos que seguir, y el que hemos decidido seguir. Ahora, hay que entender que cada proceso de integración es singular. No hay un modelo exportable o imitable de integración. La experiencia europea tiene mucho para enseñarnos a nosotros, y nosotros tenemos mucho para aprender de ella: de sus aciertos y de sus errores. Por ejemplo, creo que no podemos pensar en una moneda única si no tenemos un gobierno económico único. Porque, sino, lejos de tender a corregir las asimetrías que obviamente existen entre, por ejemplo, Brasil y Uruguay, lo que vamos a hacer es profundizarlas.
En los 90, la Unión Europea inicia un giro claro hacia las políticas neoliberales. Y esto se puede apreciar, en primer lugar, en la regulación del mercado laboral. En segundo lugar, en la regulación financiera. En tercer lugar, en la política monetaria. En cuarto lugar, en la política fiscal. Europa dobló, hizo un giro neoliberal siguiendo la impronta Reagan-Thatcher. Y eso coincidió con el tratado de Maastricht y la aparición de una moneda única. Entonces, lo que terminaron generando es un Banco Central Europeo que es cualquier cosa menos un Banco Central Europeo. En realidad es un tigre vegetariano. Esto surge claro de la entrevista que le hago a Mario Suárez cuando él me dice: “Los americanos tienen la máquina de fabricar dólares.Si nosotros tuviéramos la máquina de fabricar euros, nosotros (100los portugueses, los españoles, los griegos) podríamos provocar lo que siempre hicimos, y lo que siempre hicieron todos los países: las devaluaciones, para recuperar competitividad”. Como no se puede porque la moneda única lo impide, la única devaluación que cabe es la devaluación interna: devaluación interna quiere decir flexibilización del régimen laboral, quiere decir alargamiento de la edad necesaria para jubilarse, quiere decir achicamiento del gasto social.
Creo que debemos prestarle mucha atención a lo que suceda con Grecia. Muchos interpretaron el acuerdo del gobierno griego con el Eurogrupo –todos los ministros de finanzas de los países de la zona euro–, que da un plazo de cuatro meses a Atenas para acomodar las cosas, como una claudicación de Syriza (100incluyendo a algunos sectores internos). Tiendo a creer que Alexis Tsipras ganó cuatro meses para una negociación de fondo. Y está jugando fuerte: le sacó a Alemania el tema de la deuda de guerra, contraída con Grecia mientras la Alemania nazi ocupaba Atenas –ese es un tema absolutamente doloroso para los alemanes–. De la misma forma que la osadía de viajar a Moscú para entrevistarse con Vladimir Putin, mientras Europa no consigue resolver la ecuación ucraniana. Ambas cuestiones evidencian la voluntad del gobierno de Tsipras de jugar fuerte.
Ahora, Grecia tiene un 177% de deuda externa sobre PBI. Portugal tiene 130% de deuda sobre PBI. España tiene 100% de deuda sobre PBI. Lo que la lógica hubiera esperado es que los países más endeudados, de alguna manera, en la medida en que fuera posible, se identificaran con la pulseada griega. Sin embargo, paradójicamente, los dos gobiernos que con mayor acidez han criticado a Syriza son los gobiernos de España y Portugal. Ahí hay dos cosas: ellos están siguiendo a rajatabla las iniciativas de Alemania y de las autoridades de la Eurozona; y, por otro lado, si a Grecia le va bien con una actitud política como esa, es el fin político de ellos –o ellos pueden haber leído que es su fin político–. Lo cierto es que está planteada la situación, en este momento, de esa manera.
Creo que hay que esperar. Hay que ver si Podemos se agota en el consignismo o si tiene capacidad de gestión. Esto me lleva a pensar que 2015 es interesantísimo para seguir la interna europea, y además es el primero de una serie de años que van a terminar (100o no) en un New Deal europeo. Porque, en el fondo, lo que estas fuerzas están planteando es un nuevo acuerdo. Y el nuevo acuerdo, a lo mejor, es volver al viejo acuerdo: al de la Europa solidaria, no neoliberal, con políticas activas. En fin, ésta es la discusión que está sobre la mesa. Por eso hay que aprender de lo hecho y de lo por hacer, pero desde nuestra propia mirada y desde nuestro propio interés.