por Jorge Adrián Álvarez
Director revista Gestar
Entre fines del siglo XIX y la culminación de la Segunda Guerra Mundial se desarrolla un largo proceso durante el cual Gran Bretaña pierde su rol hegemónico en la economía y la política mundiales y es reemplazada por Estados Unidos.
Hasta la primera gran guerra, Gran Bretaña fue el centro económico del mundo occidental. Hacia 1914 sus capitales invertidos fuera de la isla ascendían a 4000 millones de libras esterlinas y superaban los de las otras grandes potencias. También era el principal país exportador e importador del mundo. Poseía la mayor flota mercante y disponía de un enorme sistema colonial que abarcaba 33 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de habitantes. Además, se había convertido en el centro financiero del mundo y su moneda era utilizada como referencia de todas las transacciones económicas del planeta.ntre fines del siglo XIX y la culminación de la Segunda Guerra Mundial se desarrolla un largo proceso durante el cual Gran Bretaña pierde su rol hegemónico en la economía y la política mundiales y es reemplazada por Estados Unidos.
A pesar de esta situación de privilegio, desde el final del siglo XIX y comienzos del XX el Reino Unido perdió su condición de primer país industrial del mundo, lugar que fue ocupado por Estados Unidos y Alemania. Mientras que la producción industrial inglesa se triplicaba entre 1860 y 1913, la de Estados Unidos aumentaba doce veces en igual período. En 1900, este país ya superaba a Inglaterra en la producción de carbón, hierro y acero, y diez años más tarde, cuando el producto industrial británico constituía el 13% del total mundial, el producto norteamericano llegaba al 35,5% de ese total.
Varias fueron las razones que contribuyeron al deterioro de la posición británica. En primer término, sufrió el lógico desgaste de sus bienes de capital y debió soportar un retraso tecnológico importante, mientras que Estados Unidos y Alemania iniciaron sus procesos de industrialización con técnicas y métodos de producción más avanzados. Otra de las causas radicó en la propia estructura productiva británica. Su proceso industrial se había hecho a costa del campo. El sector agrario aportó a la industria capitales y mano de obra, pero no pudo suministrar los alimentos baratos que la industria precisaba para mantener el valor de la fuerza de trabajo en niveles compatibles con una alta tasa de beneficios y de acumulación de capital. Así, entre 1840 y 1910 las importaciones de alimentos representaron un 40% del total. Por añadidura, la industria británica tenía un talón de Aquiles: la carencia de materias primas, pues debía importar casi todos los insumos que utilizaba. Finalmente, la falta de un mercado interno poderoso terminó constituyéndose en el tercer factor crítico que explica la decadencia del Imperio británico. Exportaba gran parte de su producción puesto que su mercado interno era insuficiente para la colocación de sus propios productos y, por lo tanto, resultaba muy dependiente de la situación internacional, tanto en el orden económico como en el político. Cualquier conflicto bélico, recesión económica o alteración política era suficiente para afectar su orden económico interno.
Estados Unidos, en cambio, se industrializó utilizando intensivamente sus vastos recursos naturales. Creó un formidable mercado interno. Sus exportaciones no representaban un alto porcentaje de su producción total y se autoabastecía de materias primas y de alimentos. Solo dos factores limitaban el crecimiento de su economía en esta etapa: la escasez de capital y de mano de obra.
La extensión de las fronteras hacia el oeste absorbió a la mayoría de los inmigrantes, agravando el déficit de trabajadores en la industria. Esto trajo aparejada la introducción de maquinaria y tecnología mucho más avanzada que las europeas, obteniéndose de tal modo un notable incremento de la productividad. Pero además, los gobiernos estadounidenses implementaron una fuerte política proteccionista que impidió la introducción de las manufacturas europeas y especialmente inglesas.
Todos estos elementos preanunciaban el futuro papel de Estados Unidos como primera potencia capitalista en el orden mundial en reemplazo de la rubia Albión.
La Primera Guerra Mundial cambia de manera concluyente el tablero. La participación inglesa en el comercio mundial declina rápidamente y crece la norteamericana. Este fenómeno se explica porque Gran Bretaña exportaba principalmente textiles, carbón, hierro y acero, productos afectados por la utilización de bienes sustitutivos, o por el cierre de algunos de los mercados tradicionales a los que exportaba. Por el contrario, Estados Unidos exportaba maquinaria o bienes manufacturados de alta tecnología, cuya demanda estaba en proceso de expansión. En 1918, la participación norteamericana en las exportaciones mundiales era del 15,8% y la inglesa de tan solo el 10,8%. Este desnivel puede apreciarse más claramente en el ritmo del crecimiento industrial. Entre 1913 y 1925, el producto industrial mundial aumentó en 1/5, el de Norteamérica en un 40% y el de Gran Bretaña disminuyó en un 14%.
El círculo terminó de cerrarse cuando, a la finalización de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos se transforma de país deudor en país acreedor. Entre 1914 y 1940 aumentó sus inversiones en el exterior de 3500 millones de dólares a 10.700.
Para apreciar correctamente los cambios producidos en la economía mundial, es interesante comparar la localización y el tipo de inversiones estadounidenses en ese período con las realizadas por Gran Bretaña en su época de apogeo. En 1914 las inversiones británicas se distribuían geográficamente entre los países del Commonwealth (10037%), Estados Unidos (10020%) y América Latina (10015%), y sus principales inversiones eran los ferrocarriles (10041%) y los préstamos a gobiernos extranjeros (10030%), mientras que tan solo un pequeño porcentaje (1005%) iba destinado al área industrial. Para 1935 los capitales norteamericanos estaban radicados en Canadá y México (10039%), América Latina (10022%) y Europa (10021%), siendo los principales rubros de inversión los préstamos a gobiernos extranjeros (10041%), la industria (10014%), el petróleo (10010%) y los minerales (1009%).
La Segunda Guerra Mundial proporcionó definitivamente a Estados Unidos la hegemonía económica del mundo occidental. La guerra provocó una demanda casi infinita de todo tipo de bienes permitiendo que la capacidad productiva de ese país fuera aprovechada en su totalidad. Y en la posguerra llegó a transformarse en el proveedor de la mitad de la producción industrial mundial.