Desde los ámbitos políticos es ineludible hacer referencia a la cuestión histórica acerca de quiénes fueron los actores y procesos políticos que facilitaron la equiparación jurídica de las mujeres. Tampoco se puede eludir la cuestión del déficit de representación política de las mujeres en todos ámbitos del Estado y de organizaciones como los partidos y sindicatos. Decimos “representación” y no participación porque ocurre que en la actualidad la participación y la militancia de las mujeres está muy extendida, sin embargo las posiciones de mayor poder y jerarquía son ocupadas en su gran mayoría por hombres, a pesar de que la proporción de participación en las bases sea equiparable a la de los hombres.
El peronismo tuvo un papel histórico insoslayable en las conquistas de derechos de la mujer. Justamente por su carácter inclusivo y de respeto hacia los reclamos y necesidades de las grandes mayorías excluidas, es que hace propias las banderas de grupos de mujeres que ya organizadas desde las primeras décadas del siglo XX, reclamaban por la igualdad de los derechos cívicos y políticos de las mujeres. Este proceso encabezado por la figura de Eva Perón extendió a las mujeres de todas las clases la conciencia de que pueden transformarse en un actor político y social y que no sólo son capaces, sino que tienen el deber de influir en los destinos políticos del país.
No obstante, esta nueva igualdad jurídica civil y política de mujeres y hombres, el proceso de participación y ocupación de la escena política, fue lento y paulatino. Incluso fueron – aun lo son-necesarias las “acciones positivas”, las cuales a través de normas forzaron la presencia femenina a los fines de lograr en los hechos mayor equidad en la representación y de participación.
Quizás la igualdad de género sea entendida en algunos ámbitos como una lucha ya ganada, dado que jurídica, social y culturalmente la mujer consiguió la plenitud de sus derechos. Sin embargo, cabe dar sólo una mirada en las estadísticas para darse cuenta que aun no existiendo trabas jurídicas y sociales explícitas, el acceso de las mujeres a lugares de poder está de alguna manera restringido. Muchas analistas de género denominan a este fenómeno como el “techo de cristal”, es decir aquel tope invisible que impide a las mujeres crecer en sus carreras en el ámbito laboral y político de modo de poder ocupar los cargos más altos en igual proporción que los hombres.
Más allá del hecho inédito y sumamente importante de tener a una Presidenta mujer que fue reelecta por el voto popular y ejerce un liderazgo formidable conduciendo los destinos del país, la presencia de mujeres en otros niveles del Estado es escasa. De los 24 distritos provinciales del país, sólo dos mujeres ocupan la gobernación de la provincia, siendo esto en sí mismo un gran avance dado que hasta 2007 ninguna mujer había llegado al máximo cargo provincial. En el ámbito municipal, menos del 10% de intendentes o presidentes comunales son mujeres. A su vez, la presencia de mujeres en el poder legislativo ronda el 35%, esto es claro producto de la ley de cupos, que como vemos según pasa el tiempo desde su implementación en 1991, la proporción nunca supera el mínimo, de modo que finalmente el cupo termina actuando como un techo.
A pesar de que los datos dan cuenta de una escasa presencia de mujeres en lugares de poder, es importante destacar que en el contexto regional Argentina de acuerdo al PNUD es el país más igualitario de la región con respecto a la participación activa de las mujeres en política y la vida económica y profesional; se han realizado grandes avances en términos de acceso a la educación en áreas tradicionalmente “masculinas” y también en la capacidad de decidir sobre su vida sexual y reproductiva.
Estos cambios producto de las transformaciones sociales y culturales, se deben también en gran parte al direccionamiento de políticas específicas, y la generación de nuevos marcos normativos que se ajustan a convenciones internacionales en materia de no discriminación a la mujer, salud sexual y reproductiva, trata de personas con fines de explotación sexual, entre otras.
Sin duda la batalla para seguir avanzando debe darse en el campo cultural y quizás un lugar concreto desde donde se podría trabajar es la educación. También es cierto que existen ciertos espacios que contribuyen a retrasar estas transformaciones cuando fomentan visiones estereotipadas de la mujer destacando rasgos frívolos o exclusivamente relacionados al cuidado del hogar y la familia.
Desde ya que podemos decir que el debate y la conciencia están instalados en la sociedad, en la política, sólo resta seguir trabajando para que se garantice la igualdad en todos sus aspectos, para que podamos disfrutar en el futuro de la Argentina que queremos, una Argentina justa, soberana e inclusiva.
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