Por: Ignacio García Díaz
“La más grave tristeza la experimenté en mi alma cuando,
tras los interminables días que permanecí en la cañonera,
tomé el avión que me enviaron desde el Paraguay y vi borrarse,
en el horizonte brumoso, el perfil de Buenos Aires.”
Juan Domingo Perón
Quien quiera que se interese por la historia del peronismo, ya sea por mera curiosidad o para iniciar un camino de militancia, suele encontrar “a mano” textos sobre las distintas etapas vividas por el líder del Justicialismo: la gestión en la ya mítica Secretaría de Trabajo y Previsión Social, el 17 de octubre, los primeros gobiernos peronistas, la Resistencia, el exilio, y todos los sucesos en torno a su regreso a la Argentina y su tercera Presidencia son algunas. Sin embargo, puntualmente a la hora de hablar de su estadía en el exterior no es extraño que mayoritariamente se mencionen sus vivencias en la España de Franco (100a donde llegó en 1960). Bien conocidas son, por ejemplo, sus entrevistas con distintos medios en su residencia de Puerta de Hierro, las reuniones con dirigentes tanto de nuestro país como del resto del mundo, así como también la correspondencia –con encriptación incluida, de ser necesario- con la característica tipografía de su máquina de escribir, mediante la cual impartía sus directivas a las distintas ramas del Movimiento. Seis años transcurrieron entre el abordaje de Perón en la cañonera “Paraguay” el 20 de septiembre de 1955 tras el Golpe de Estado que generó su derrocamiento días antes y la llegada al país ibérico.
¿Por qué Perón debió establecerse, a veces sólo por días, en tantos países antes de su exilio definitivo en España? Desde GESTAR creemos interesante rescatar del baúl de los recuerdos no sólo la estancia bajo asilo en Paraguay del General, sino profundizar un poco más en destinos menos revisados por la historiografía argentina en general como Panamá, Nicaragua, Venezuela o República Dominicana. Si bien existe literatura acerca de este período histórico, rescatarla ayuda a dimensionar la estatura política de nuestro eterno conductor.
“¡Parecía que se habían acabado las flores en Asunción!”
El trayecto hacia Paraguay una vez consumada la auto denominada “Revolución Libertadora” –que poco después demostró con hechos lo inexacto de su nombre- no fue nada fácil. La elección de acudir a dicha nación no fue casual: el 16 de agosto de 1954 Perón le había devuelto al pueblo paraguayo los trofeos de guerra capturados por el gobierno argentino durante la vergonzante contienda de la Triple Alianza, en que juntamente con Uruguay y el Imperio del Brasil se derrotó militarmente a la entonces próspera nación guaraní gobernada por el Mariscal Francisco Solano López. Tras este gesto histórico, el gobierno paraguayo le otorgó a Perón el grado honorario de general de división del Ejército del Paraguay para demostrarle, además, el afecto que el pueblo paraguayo le tenía (100y que crecería exponencialmente a partir de aquel día). A pesar del vínculo fraterno con el Estado vecino, fue recién el 2 de octubre -13 días después de abordar el buque paraguayo– que el líder justicialista pudo subirse al hidroavión Catalina T-29. La demora del gobierno de facto encabezado inicialmente por Eduardo Lonardi en nombrar Canciller ante quien tramitar el asilo, así como también la presión del ala más reaccionaria de la dictadura que pretendía asesinar a Perón hundiendo la cañonera fueron algunos de los factores que postergaron la partida. El anecdotario peronista de aquellas fatídicas jornadas cuenta que, al intentar subir al hidroavión, el General tropieza y casi cae al agua. Tras lograr reincorporarse, afirma: “La Patria no quiere que me vaya”. Era el comienzo de un distanciamiento que para el pueblo trabajador sería meramente geográfico. Juan Domingo Perón seguiría siendo el principal actor de la política argentina aún a miles de kilómetros de distancia.
Tras aterrizar en el aeródromo de Campo Grande en las afueras de Asunción, un automóvil lleva a Perón a la residencia de Ricardo Gayol –un empresario argentino dedicado a la actividad comercial con quien había hecho amistad años anteriores- en el barrio Las Mercedes de la ciudad de Asunción.
Llega al país hermano una tarde primaveral. Su estado de ánimo era una extraña mezcla de cansancio e indefinible tristeza. Gayol refirió algunos entretelones de la llegada del ilustre huésped a su casa: “La noticia de la inminente llegada de Perón me fue comunicada por el entonces ministro del Interior, quien me dijo que el presidente Stroessner quería recibirlo como un amigo, no como un caído; como no podía recibirlo oficialmente, por razones diplomáticas, Perón se instalaría en mi casa”.
Ese día, Perón visita a Stroessner y durante el mes que permanece en Paraguay se repetirán los encuentros varias veces más.
En los días venideros, la prensa lo persigue tratando de conseguir sus primeras palabras en el exilio. Inicialmente, decidió no realizar declaraciones para no perjudicar al gobierno que lo asilaba pero ante la insistencia del periodismo consultó si no había problemas en hacer alguna conferencia de prensa para que lo dejaran tranquilo. Finalmente, en la casa de Gayol se improvisa una reunión con los ansiosos periodistas. Hace una rápida reseña de los acontecimientos y sostiene que: “Las causas del estallido golpista son solamente políticas. El móvil: la reacción oligárquico-clerical para entronizar el conservadurismo caduco. El medio: la fuerza movida por la ambición y el dinero. El contrato petrolero es un pretexto de los que trabajan de ultranacionalistas sui géneris”. Preguntado sobre los antecedentes de la conspiración, responde: “El gobierno estaba en antecedentes desde hacía tres años. El 28 de septiembre de 1951 y el 16 de junio de 1955 fueron dos brotes abortados. No quise aceptar los fusilamientos y eso los envalentonó”. También le preguntaron porque no reprimió a las fuerzas golpistas y esta fue su respuesta: “Las probabilidades de éxito –de una represión a los golpista- eran absolutas, pero para ello hubiere sido necesario prolongar la lucha, matar mucha gente y destruir lo que tanto nos costó crear. Bastaría pensar lo que habría ocurrido si hubiéramos entregado las armas de nuestros arsenales a los obreros decididos a empuñarlas. Siempre evité el derramamiento de sangre por considerar este hecho un salvajismo inútil y estéril entre hermanos. Los que llegan con sangre, con sangre caen. Su victoria tiene siempre el sello imborrable de la ignominia; por eso los pueblos, tarde o temprano, terminan por abominarlos. Respecto al futuro de su partido, dice: “El partido peronista tiene grandes dirigentes y una juventud pujante y emprendedora, ya sea entre sus hombres como entre sus mujeres. Han <desensillado hasta que aclare>. Tengo profunda fe en su destino y deseo que ellos actúen. Ya tienen mayoría de edad. Les dejé una doctrina, una mística y una organización; ellos la emplearán a su hora. Hoy imperan la dictadura y la fuerza; no es nuestra hora. Cuando llegue la contienda de opinión, la fuerza bruta habrá muerto y allí será la ocasión de jugar la partida política. Si se nos niega el derecho a intervenir, habrán perdido la batalla definitivamente. Si actuamos, ganaremos como siempre, por el 70 por ciento de los votos”.
Termina con una enérgica desmentida sobre los rumores que lo sindican como poseedor de una cuantiosa fortuna. También realiza un repaso de su gestión de gobierno y pronostica al gobierno de facto un triste destino. Las agencias internacionales de noticias se encargan de retransmitir a todo el mundo estos contenidos. El gobierno argentino presenta una protesta al paraguayo y sugiere el alejamiento de Perón a un país extracontinental.
El 8 de octubre, Perón cumple 60 años y los festeja junto al pueblo paraguayo que lo siente
uno de los propios. Según Gayol, más de 3000 personas pasaron ese día por su casa para saludar el General, desde personalidades del ámbito político y castrense hasta simples hombres y mujeres del pueblo que querían testimoniarle su cariño.
Ese día se hace presente el periodista Bob Mayers, de la cadena de noticias norteamericana NBC. En medio de enormes muestras de cariño del pueblo paraguayo con cánticos y ofrendas florales incluidas, Perón decide brindar con el periodista “por nuestro reencuentro en Buenos Aires”. Ante la curiosidad de Mayers sobre qué haría el General para lograr cumplir con ese anhelo, la ya mítica frase sale de su boca: “¿Yo? Nada en absoluto… Todo lo harán mis enemigos”.
Mientras en Buenos Aires, la coalición reaccionaria que había tomado el poder, elaboraba todo tipo de operaciones para desprestigiar su figura, el general Perón realiza distintas actividades que lo mantienen en el centro de la opinión pública, muy a pesar de los sucesivos intentos de la dictadura gobernante por censurarlo. Como contraataque escrito continúa escribiendo las primeras líneas de lo que luego sería La Fuerza es el Derecho de las Bestias, que había comenzado durante su estadía en la cañonera, su primera obra escrita en el exilio cuya edición original se realiza en Chile por las razones políticas ya esbozadas.
Por supuesto, sus declaraciones –en especial un reportaje concedido a la agencia United Press- no pasarían desapercibidas para sus enemigos. La Cancillería de la dictadura argentina realiza una nueva protesta ante el gobierno paraguayo señalando que la actividad desplegada por Perón violaba los términos del asilo. A causa del reclamo, las autoridades guaraníes deciden trasladar al General a la quinta del empresario Rigoberto Caballero, a escasos kilómetros de la localidad de Villa Rica (100a 175 km de Asunción). Las presiones políticas, sumadas al clima enrarecido comenzarían a generar las condiciones para la partida de Perón: esta vez sería hacia Centroamérica.