Y una vez más, este tipo en noticias que significan la puesta en práctica de políticas públicas y de obras que cambian la vida cotidiana de miles de argentinos, fue “ninguneada” por la prensa conservadora, empeñada en negar u ocultar toda noticia positiva que pueda favorecer la imagen de un gobierno al que desean derrotar en octubre.
Pero dejemos de lado las ansias opositoras y concentrémonos en el significado de esta nueva obra impulsada y concretada por el gobierno de la Presidenta Cristina Fernández. Se trata, como dijimos, de un nuevo gasoducto troncal que no sólo aportará un mayor caudal de gas natural al área metropolitana, sino, más importante aún, que se inscribe en una obra de infraestructura mucho mayor y más trascendente como lo es la construcción del gasoducto del NEA. Es decir, este pequeño tramo de unos 50 Km que transportará gas desde un yacimiento ubicado en las cercanías de la localidad boliviana de Tarija hasta Campo Durán en Salta, es, en realidad, el primer paso para concretar una obra de vital importancia para nuestro postergado noreste. Este nuevo gasoducto, llamado Juana Azurduy, formará parte, en unos años, de los 1440 km del gasoducto del NEA que, por primera vez, abastecerá de gas natural a los millones de habitantes de Misiones, Formosa, Corrientes, Chaco y el norte de Santa Fe.
Esta obra parecerá lejana para millones de habitantes del área metropolitana de Buenos Aires o de otras ciudades del centro y el Litoral del país. Y por tanto, tampoco será noticia ni algo importante para la prensa conservadora que alimenta de información a buena parte de esa población. Pero el proyectado gasoducto del NEA, del cual el Juana Azurduy recién inaugurado forma parte, cambiará la vida cotidiana de millones de compatriotas. Se tratará, ni más ni menos, de que miles y miles de formoseños, correntinos, chaqueños o misioneros puedan hacer lo mismo que hacen todos los días millones de porteños, cordobeses o rosarinos, es decir, encender la hornalla de su cocina o prender su calefón sin tener que pensar si hay gas en la garrafa o no. Sí, aunque millones de ciudadanos de Buenos Aires o Rosario lo desconozcan, en Resistencia, Posadas, Corrientes o Formosa nadie, absolutamente nadie, tiene gas natural en red. Los alrededor de 4 millones de argentinos que habitan esas provincias se abastecen de gas a través de garrafas. Y ello porque nunca en nuestra historia se construyó un gasoducto que transportara gas hacia esa zona desde las áreas de producción ubicadas en la Patagonia o el noroeste. Así, lo que para millones de porteños o cordobeses es un recuerdo del pasado, para millones de habitantes de nuestro postergado noreste es una realidad y un problema cotidiano. Y ese problema y esa deuda comenzaron a ser saldados días pasados con la inauguración del gasoducto Juana Azurduy.
De tal forma, el gobierno de la Presidenta Cristina Fernández demuestra una vez su vocación y compromiso con la construcción de un país más justo y más integrado a través de la acción de un Estado que se pone a la cabeza del desarrollo del conjunto del país. Ya que el futuro gasoducto del NEA no sólo permitirá un mayor confort o bienestar cotidiano a millones de habitantes de dicha zona, sino que representará la base para un mayor desarrollo económico de la región, en tanto permitirá la instalación de industrias que hoy ven limitada su expansión debido a la carencia de energía. Se trata en fin, como dijimos, de un Estado que asume su imprescindible rol como impulsor del desarrollo nacional, articulador del progreso regional y reparador de las injusticias sociales y territoriales.
Y es en acciones y políticas como esta en donde más claramente se ven las diferencias entre el actual proyecto impulsado y defendido por la Presidenta Cristina Fernández, y el nefasto modelo neoliberal que imperó en los noventa, y que tanto opositor vende hoy en día envuelto en falsos programas progresistas.
Cabe recordar, en este sentido, que, en los ’90, todos los gasoductos que se construyeron bajo una implacable lógica de mercado tuvieron por finalidad abastecer al área metropolitana de Buenos Aires y el Litoral, o bien, exportar gas a países vecinos como Chile. Así, se construyeron dos gasoductos que traspasaron la mismísima cordillera de los Andes con el único fin de venderles gas a los habitantes de Santiago de Chile. En esa perversa lógica guiada por el mero fin de lucro empresarial, era más rentable construir un gasoducto para venderle gas a cuidadnos de otro país que abastecer de gas natural a nuestros compatriotas del humilde noreste. Así, gracias al neoliberalismo, los chaqueños o formoseños se vieron obligados seguir dependiendo de garrafas a precios exorbitantes, mientras los habitantes de Santiago de Chile cocinaban o se calefaccionaban con gas argentino.
Estas injusticias son las que ha venido a reparar el actual proyecto nacional a través de un vasto programa de obras públicas. Y es el fin de esas injusticias y esa lógica meramente empresarial lo que tanto molesta a la prensa conservadora y a tanto opositor falsamente progresista y federal.
Matías Rohmer y Arturo Trinelli