El pensamiento de Juan Domingo Perón aún hoy está dotado de originalidad y vigencia. Ciertamente el fundador del movimiento nacional justicialista se destacó no solo por la envergadura de su obra de gobierno, sino también, especialmente, por la originalidad de sus reflexiones filosóficas, políticas, sociales y económicas.
Su pensamiento fue superador de las ideologías y formas de vida impuesta por los bloques filosófico-políticos dominantes en la época que le tocó vivir.
A pesar de la prédica reaccionaria de los intelectuales argentinos de izquierda y de derecha, que influidos por un orillo de clase demasiado perceptible, continúan invalidando el pensamiento de Perón, sosteniendo que solo constituyó una suerte de oportunismo histórico y no un pensamiento sistemático, racional, a la vez que idealista, que desde la periferia cuestionó la esencia filosófica en que se apoyaban los dos bloques imperiales dominantes: el individualismo extremo propio del capitalismo y el colectivismo sin atenuantes en que se fundaba el comunismo
Esencialmente, Perón construyó un particular y original pensamiento, cuya principal preocupación estuvo referida a la disociación del individuo y de las comunidades, que a la vez imposibilitaba al ser humano integrarse a un proyecto colectivo preservando su subjetividad. Dadas estas condiciones, la comunidad veía frenada la posibilidad de auto organizarse armónicamente para obtener su bienestar.
Esta concepción filosófica implicaba una ruptura atrevida para el momento histórico dominado, en Occidente, por cosmovisiones fundadas en un racionalismo que sostenía que los procesos históricos y sociales eran de carácter universal y que por tanto toda reflexión política debía someterse a ellos y las sociedades, adaptarse mansamente a estas concepciones teóricas.
Perón en cambio creía que la práctica efectiva y concreta constituía la savia que debía nutrir tal reflexión (100político-filosófica). De manera tal que la experiencia fundada en la práctica nutría la elaboración teórica, que era siempre posterior. La consecuencia natural de tal pensamiento era que los pueblos que no fueran capaces de crear su propia ideología no tendrían más remedio que adoptar una ideología foránea, la cual, por no ser producto de la vivencia histórica, a la larga impediría que pudiera satisfacer sus necesidades materiales y espirituales.
Su filosofía se basaba en una matriz evolutiva que hallaba arraigo en una serie de presupuestos constantes (100aunque no necesariamente definitivos) a fin de garantizar esa evolución cuyo objetivo central era obtener la prosperidad colectiva. En tiempos de su tercera presidencia elaboró su obra póstuma: El modelo argentino para el proyecto nacional donde la idea de evolución se encarnaba en un tránsito hacia la socialización no violenta, donde el capital estuviera al servicio del trabajo.
Perón concebía esta evolución como una construcción armónica, alejada del caos y del desorden provocado por las filosofías imperiales dominantes durante la etapa de la guerra fría. Dicha armonía requería una acción política encauzada hacia la concertación de intereses en lugar de la confrontación que implicaban las ideas del capitalismo liberal y del comunismo. En última instancia expresaba la noción del ser humano como unidad que aspiraba a equilibrar los valores espirituales con los materiales y los derechos individuales con los colectivos. Dando un paso más en el desarrollo de sus ideas, Perón afirma que es en el marco de una comunidad organizada donde cada individuo y cada organización libre del pueblo suman sus potencias al poder conjunto. La comunidad organizada es así aquella “donde el hombre puede realizarse mientras se realizan todos los hombres de esa comunidad en su conjunto”.
A esa concepción de la organización social, el General le añade una nueva perspectiva del valor de la libertad. Para el liberalismo clásico la libertad individual es un derecho natural inalienable de toda persona humana, que puede ser ejercido plenamente con independencia del contexto. Perón, en cambio, sostiene que el ejercicio concreto de ese valor está sujeto a las condiciones históricas y sociales, y que su realización está condicionada a la situación histórica. Su formulación final es que un sujeto solo puede ejercer con plenitud su libertad en una comunidad que es libre.
La autodeterminación colectiva –en su acepción más amplia, y resignificada en términos de soberanía colectiva– será condición necesaria para el ejercicio concreto y pleno de una libertad individual cuyo único límite es el interés y el bienestar común. He ahí el núcleo de la posición tercerista en épocas signadas por improntas imperiales que afectaban concretamente el ejercicio de los derechos individuales y colectivos en las regiones de la periferia. Vale advertir que la posición tercerista reconocía que tanto las aspiraciones soberanas como la unión de nuestros pueblos resultaban, por simple lógica, opuestas a los intereses políticos y económicos de dichas improntas. Cabía entonces aquí un espacio para la lucha tal como la concebía Perón: progresiva, paulatina y escalonada, y en lo posible no violenta.
La justicia social constituye para Perón un imperativo ético, una condición necesaria y excluyente para neutralizar una dialéctica “impuesta” por corpus ideológicos cerrados e intereses económicos cada vez más concentrados y voraces, que a su criterio afectan al ser humano en su esencia.
El pensamiento político y filosófico de Perón evidencia que reflexiona lo universal desde la “casa propia”. Arturo Jauretche, sostenía que el pensamiento de Perón expresaba “lo universal percibido con los propios ojos”. Por ello, sus análisis se basaron siempre en el autoconocimiento (100conocimiento y comprensión de lo propio), la autorreflexión (100reflexión crítica) y la autoestima (100dimensión sensorial afectiva positiva de lo propio).
Estas consideraciones nos servirán para darle un marco contextual a su obra póstuma, el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, que fue presentada oficialmente por Perón en su discurso ante la Asamblea Legislativa del 1º de mayo de 1974.
En su discurso ante la Asamblea Legislativa, Perón enuncia lo que denominó “componentes básicos desde los cuales es factible la elaboración de un Proyecto Nacional” que presuponen “una ideología creativa que marque con claridad el rumbo a seguir y una doctrina que sistematice los principios fundamentales de esa ideología" y que se desarrolle dentro de un sistema de representación que garantice la participación de todos los sectores, especialmente de las mayorías populares.
Esa ideología explica Perón es la consecuencia del devenir histórico cultural y adelantándose al proceso por venir sostiene que si la Argentina desea preservar “su identidad en la etapa universalista que se avecina, deberá conformar y consolidar una arraigada cultura nacional".
Para el General, ser argentino implica estar insertado en una situación histórica concreta y tener un compromiso ético con el destino de su tierra. La vinculación de los sujetos con el territorio donde vive, con la comunidad en la que inter actúa y su ubicación en un tiempo histórico determinado constituyen los elementos esenciales de la vida humana.
Es obvio que Perón comprendía perfectamente la importancia que la cultura popular tiene en las sociedades periféricas como matriz de resistencia contra los procesos de penetración cultural y también como vía de ruptura contra ese orden impuesto por las potencias hegemónicas. Concebía la cultura popular como un entramado que conectaba los ámbitos económico, político y social y afirmaba que el principal obstáculo para el desarrollo de la cultura nacional era el vasallaje cultural a que nos sometían los imperios que exportaban su cultura al resto del mundo.
Un aspecto clave del pensamiento del ex mandatario está centrado en el mestizaje como elemento fundante de nuestra existencia nacional. Al respecto decía: “el ser argentino no constituirá una síntesis de sus raíces europeas y americanas, sino una nueva identidad, derivada de su situación histórica y su adherencia al destino de la tierra”. Esta perspectiva implica que necesariamente se debe abandonar el eurocentrismo y poner la mirada en los valores autóctonos y en la cultura popular como máxima expresión de lo que en realidad “se es”. Partiendo de la realidad propia se podrá integrar a lo universal sin riesgo de perder nuestra identidad en el camino.
Finalmente, otra cuestión que se desarrolla en el Modelo es la especial importancia que tiene lo político, que es la herramienta más idónea para provocar transformaciones sociales y económicas profundas y señala que la Argentina sufre “un peligroso distanciamiento entre las elites y el pueblo llano”. Su énfasis sobre esta cuestión tiene por objeto advertir la carencia de suficientes cuadros políticos e intelectuales que estuvieran en condiciones de comprender y poner en ejecución un proyecto nacional.