A veces las imágenes de la realidad son tan explícitas que hablan por sí mismas y las palabras necesarias para describirla se convierten en un adorno. Es lo que está sucediendo con la realidad argentina. Tan crudas son las escenas que vemos a diario como manifestación de la pobreza, la desocupación o la destrucción del aparato productivo, que las palabras se nos atragantan y nos invade la bronca. La sabiduría popular dice que una imagen vale más que mil palabras. Ninguna duda cabe de lo certero que es este refrán; sin embargo, las palabras siguen siendo invalorables para desarrollar las ideas y por ello trataremos de esbozar algunas, aunque mas no sea para trazar unas líneas de lo que está pasando en nuestra querida patria.
Día a día asistimos a infinidad de declaraciones hechas por funcionarios, candidatos y voceros del oficialismo preparando el terreno para lo que vendrá tras las elecciones de octubre. Todas tienen en común que se refieren a que el verdadero ajuste se hará tras el acto eleccionario dejando entrever que lo hasta aquí hecho apenas fue un apronte. Rara lectura si tenemos en cuenta el tendal de desocupados, gente sin techo que deambula por las calles de las grandes urbes y el hambre que se extiende por vastos sectores de la sociedad de la que dan cuenta las listas de espera de los miles de comedores que han tenido que abrir gobernadores e intendentes a lo largo y ancho de país.
Estos voceros del apocalipsis sostienen que los derechos laborales son una rémora del pasado. Cambiando el sentido común de las cosas pretenden enseñar que la mejor defensa de un trabajador no es una legislación laboral inflexible -aquélla que protege a la parte más débil de la negociación- y que solo protege las fuentes de trabajo, sino su constante capacitación para adaptarse a los nuevos tiempos. Así, por ejemplo, Carrió afirma que en el país no hay un problema de generación de empleo sino una falta de capacitación de los trabajadores que los inhabilita para acceder a empleos de calidad.
También asistimos azorados al unánime discurso oficial que intenta crear en la población un consenso en cuanto a que a la protesta social hay que acallarla a fuerza de palos. Rozando la banalidad, al oficialismo no se le ocurre indagar en las causas del creciente descontento. Pareciera que la gente sale a la calle porque son vagos que viven de los planes sociales y no tienen nada mejor que hacer, cuando la realidad es que reclaman justamente trabajo y un Estado activo que se ocupe de crear condiciones que mejoren la vida de los sectores populares.
En igual dirección se inscribe el intento de imponer como tema fundamental de la agenda de los argentinos la imputabilidad de los menores que están en conflicto con la ley, sin que importe que el porcentaje comprobado de niños que cometen delitos graves es de apenas 0,3% y que sobre la totalidad de los delitos, menos del 3% son cometidos por menores de edad. Mucho menos les interesa que estos niños se encuentran en una situación de vulnerabilidad extrema por las condiciones inhumanas de vida que llevan en las villas y asentamientos donde viven y que son el resultado de un sistema económico que los ha dejado por generaciones sin trabajo y por un sistema político que no ha podido resolver el problema, sea por incapacidad o por desinterés. La solución del gobierno, en vez de elaborar políticas de protección y rehabilitación, consiste en meterlos en una institución penal.
Como vemos hay un método del cual abusa el macrismo consistente en atacar los efectos desentendiéndose de las causas, esquivando así cualquier responsabilidad sobre las mismas. El Estado es el gran ausente en las nuevas problemáticas que aquejan al país, pero no debemos perder de vista que esta concepción tiene un anclaje ideológico que no es otro que el neoliberalismo que se adueñó de la Argentina desde que gobierna este proyecto ultra conservador disfrazado de falsa modernidad. Un ejemplo de ello es el intento de convencer a la sociedad que la solución al problema del empleo es lo que llaman emprendedurismo. En una cabal demostración de lo lejos que esta gente se encuentra de la dura realidad, el candidato a senador por la provincia de Buenos Aires, Esteban Bullrich y la misma gobernadora Vidal les propusieron a los desocupados que pongan cervecerías artesanales porque es un negocio que crece en el país. Hay que vivir dentro de un balde para suponer que la solución a la desocupación pasa por un negocio marginal que además requiere grandes inversiones de dinero para comenzar. El mismo Bullrich, sin sonrojarse, tal vez porque ni siquiera es consciente de la burrada que dijo, afirmó que la escuela tiene que enseñar a que la gente cree empleo y no a que lo pida. Suponemos que pensaba en el colegio Cardenal Newman que le enseña a los hijos del poder económico como crear empresas, maximizar ganancias y probablemente también les enseñen como flexibilizar las condiciones laborales de los trabajadores para sacarles bien el jugo.
Ahora bien, cuando nos percatamos del discurso único al que hacemos referencia, cuyo objetivo es crear un nuevo sentido común en la sociedad, nos preguntamos a quién le habla el gobierno. Es difícil creer que le habla a la sociedad, de cara a las elecciones, pues la mayoría de la gente no come vidrio y comprende que estas propuestas esconden un modelo de exclusión y precarización de las condiciones de vida de la mayoría. Entonces inevitablemente tenemos que ir a las fuentes. Este gobierno representa al poder económico real, a las grandes corporaciones, al capital financiero, a los grupos sojeros, es decir, al establishment que dicta las medidas que el gobierno implementa en su beneficio. Está claro que el avance del macrismo no ha sido suficiente según el criterio de esta elite irresponsable, sin ninguna conciencia de lo que implica una nación, y por ello presiona cada vez más fuerte para que se profundice el ajuste, sin importar las consecuencias. Entonces se descorre el velo y ahora sí entendemos a quién le habla el gobierno, ni más ni menos que a sus mandantes. Pero surge aquí una paradoja inédita en la política argentina pues buena parte de los integrantes del gobierno son los dueños o gerentes de estos grandes conglomerados económicos. Se perfila así una especie de ensimismamiento donde en realidad, el gobierno se habla a sí mismo, prescindiendo del resto de la población, de la que en los hechos ha demostrado le interesa poco o nada su destino.
Para algunos las palabras no son más que sonidos que emergen de su boca, sin embargo, para otros representan el significado de su vida misma, su honor, su valor como personas. La palabra da un significado a la existencia de los seres humanos, de alguna manera refleja el interior de las personas. Para muchos sigue siendo el fundamento de la interacción social y tiene valor como promesa, juramento, compromiso o deber. Cuando este significado y valor se pierde la consecuencia es la pérdida de la confianza.
Es por ello, que las palabras del gobierno macrista no tienen ningún valor. Tan solo las utiliza para disfrazar sus verdaderas intenciones que no son otras que cambiar de manera radical y profunda la matriz económica de la Argentina convirtiéndola nuevamente en proveedora de materias primas y en el mejor de los casos de algún servicio como el financiero. Ellos se ven a sí mismos como una elite. Nosotros agregamos que de poca monta y vuelo corto.