Cuando el actual presidente sostenía en campaña que insertaría a la Argentina nuevamente en el mundo, los sufridos ciudadanos que transitan de a pie este país no imaginaban que se refería a volver a épocas pretéritas en que los intereses nacionales quedaban subordinados a los extranjeros.
En una operación financiera concertada entre gallos y medianoches, eludiendo la intervención del Congreso Nacional como exige la Constitución Nacional, el gobierno, a través de uno de sus personeros más cuestionados por operar siempre en el límite de lo que eufemísticamente se denomina conflicto de intereses, tomó un préstamo de 2.750 millones de dólares a un plazo de cien años, a una tasa de interés anual del 7,9%. Deducidos gastos y comisiones solo entraron al Tesoro Nacional 2.480 millones. Pero la Argentina deberá pagar en concepto de intereses 196 millones todos los años hasta el 2117 en que se habrán pagado 19.600 millones de dólares. En definitiva, nos prestan 2.480 millones, pagamos 22.340 millones. Una pichincha. Vendría a ser algo así como una renta vitalicia para los acreedores.
Cuando se conoció la noticia, Macri sostuvo que era una forma de demostrar la confianza de los mercados de capitales en el rumbo económico que sigue el país. Dicho de otra manera, al presidente le pareció que una operación de marketing justificaba este ruinoso negocio para los intereses del conjunto de la sociedad.
Como el resto de la deuda tomada, que ya ronda los cien mil millones de dólares, se justifica haciendo ambiguas menciones a que los fondos se destinarán a financiar el crecimiento económico y la generación de empleo.
Lo cierto es que de esta manera se está comprometiendo la autonomía y el futuro a largo plazo de nuestro país.
Los cierto es que este tipo de negocios perjudiciales para los intereses nacionales no son nuevos. Ya en los albores del siglo XIX otro gobierno, el de Bernardino Rivadavia, realizó una ruinosa operación financiera, con características similares a la comentada, que comprometió durante décadas la independencia económica y la soberanía política de la nación argentina.
Esta comparación reafirma que aquello que el gobierno nos presenta como el cambio, como lo nuevo, como el futuro, en muchas ocasiones no son más que viejas prácticas y negociados ya experimentados y que siempre resultaron lesivos de nuestros legítimos intereses.
Se contrató el 1 de julio de 1824 para la construcción del puerto de Buenos Aires, el establecimiento de pueblos en la nueva frontera, la fundación de tres ciudades sobre la costa entre Buenos Aires y el pueblo de Patagones y la instalación del servicio de agua corriente en la ciudad de Buenos Aires. Sólo llegaron a Buenos Aires unas 570.000 libras esterlinas, en su mayoría en letras de cambio. Ninguna de las obras previstas se realizó con ese dinero, que fue entregado al Banco de Descuento para que diera créditos a sus clientes. El Estado argentino terminó de pagar la deuda en 1904.
Durante el gobierno de Rivadavia, con la excusa de que el crecimiento de la ciudad de Buenos Aires y de la provincia en general imponía la necesidad de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, para lo cual se requería dinero, se decide tomar un préstamo de Gran Bretaña.
La Junta de Representantes facultó al gobierno de Buenos Aires para negociar un empréstito de 1.000.000 de libras esterlinas con la firma inglesa Baring Brothers, iniciándose un ciclo de endeudamiento que perdura hasta la actualidad.
Para efectivizar el crédito, se dictó la ley de enfiteusis el 1° de junio de 1822, por la cual las tierras públicas no podían venderse, pues constituían la garantía del crédito al ser cedidas a largo plazo a campesinos quienes debían pagar un canon anual (100prestación pecuniaria impuesta por el Estado). Formalmente, la ley pretendía fomentar la agricultura y la colonización, pero en realidad encubría la intención de hipotecar toda la tierra pública del país para garantizar el pago del crédito.
Pero, en realidad, los fines de la ley fueron desvirtuados, pues con el tiempo las tierras, en su mayoría, pasaron a manos de latifundistas, quienes extendieron sus dominios y no fomentaron la agricultura, ya que la ganadería les resultaba más rentable. Además, no siempre se pagó el canon impuesto.
Al cabo de dos años de especulaciones, llegó el empréstito. Sólo se recibieron 570.000 libras ya que del monto original se dedujeron comisiones anticipadas y gastos de intermediarios. Ese dinero nunca fue destinado para modernizar la ciudad de Buenos Aires, sino que sirvió para solventar los gastos de una guerra inminente con el Brasil.
En realidad, lo que mandó la Baring Brothers fueron letras giradas sobre Buenos Aires contra comerciantes, que no por casualidad eran los mismos comisionistas que habían intercedido para obtener el préstamo y cobrado suculentas comisiones. Los intereses se pagaron en 1826, 27.392 libras como parte de pago de los intereses del segundo semestre. Con grandes dificultades se pagó en 1827 y los gobiernos que siguieron ya no podrían cumplir. En 1837 se negocia una refinanciación reconociéndose intereses atrasados por 1.641.000 libras.
Esta nefasta política de endeudamiento sistemático prefiguraba la crisis que estallaría más tarde pues el endeudamiento externo nunca paró. En 1868, 1871 y 1873 se tomaron otros préstamos en Londres con la excusa de utilizarlos para obras públicas pero fueron derivados a financiar la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay.
Hacia el decenio de 1880, Buenos Aires crecía demográfica y económicamente. Los Baring encabezaron una serie de empréstitos pero no tuvieron suficientemente en cuenta las condiciones internas de la Argentina.
En 1890, el director del Banco de Inglaterra advirtió a la casa Baring que estaba aceptando demasiadas letras de su agencia argentina. En noviembre los rumores sobre sus dificultades habían ya trascendido peligrosamente. Empezaron las consultas; ellas confirmaron la noticia de que los Baring no habían logrado colocar sus títulos y efectos argentinos, y que tal vez habrían de suspender pagos a la semana siguiente.
En Buenos Aires, Pellegrini levantó un empréstito patriótico. Hizo una emisión de 50 millones, llevando el total del circulante a los 300 millones y creó el Banco Nación. Durante diez años más el país no volvió a emitir un solo peso. El déficit que en 1891 había sido de 54 millones, cayó al año siguiente a 17 millones. En julio de 1893 se firmaba el Acuerdo Romero: en él se incluyeron todas las deudas con el exterior. En ese acuerdo entraron 14 empréstitos por 44 millones de libras esterlinas que debieron pagarse durante décadas. Eso sí, hubo una pequeña rebaja de intereses.
En la década del 30 la Argentina empezó a caminar la senda inversa: rescatar deuda externa, achicarla. Entonces se hizo un empréstito de repatriación.
Durante la Segunda Guerra Mundial los ingleses compraban pero no podían pagar. La Argentina les vendía de fiado durante todo el conflicto, mientras ellos bloqueaban las libras esterlinas con las que nos deberían pagar por el trigo y la carne que adquirían. A pesar de eso, la Argentina siguió pagando su deuda externa y aun en 1942 pagó para repatriar una parte de ella.
En ese año de 1942 se propuso que se emplear parte de lo que los ingleses debían para achicar nuestra propia deuda. Cuando el peronismo asciende al poder en 1946, quedaba una pequeña parte de deuda que fue rescatada totalmente. A fines de 1949 no quedaba prácticamente nada. Con lo cual los argentinos se pasaron cuatro meses de su historia “sin deuda externa”. Ese período de cuatro meses fue de enero a abril de 1950. En mayo, Perón debió tomar un préstamo de 115 millones de dólares con el Eximbank.
Si bien el Estado no tenía deuda, sí la había en el sector privado; se denunciaban 300 millones de deudas comerciales. Se resolvió que de las ventas argentinas a Estados Unidos se destinara el veinte por ciento para ir cancelando esas cuentas. Estados Unidos propuso entonces un préstamo a quince años. Y como eran deudas de bancos privados, ellos mismos formaron una comisión que fue la que suscribió el crédito. Pero algo curioso pasó entonces: a requerimiento del gobierno peronista el Eximbank encaró un arqueo de las deudas y de los 300 millones denunciados por los propios bancos deudores se descubrió que había en realidad deudas por 115.
No pretendimos realizar una historia de la deuda externa argentina sino simplemente confrontar la política del actual gobierno de la Alianza Cambiemos que impulsa una política desenfrenada de endeudamiento, con la experiencia histórica, que demuestra lo inconveniente que resulta a los intereses nacionales, el uso de este mecanismo para destinar a otros fines que no sean obras o proyectos que favorezcan el desarrollo económico.
Al comienzo de su gestión, el presidente Macri, afirmó que la deuda no sería usada para financiar el déficit fiscal y que se tomaría prudencialmente. Apenas un año y medio después la realidad demuestra que nada de lo sostenido se cumplió. No hay obras, no hay proyectos, no hay dólares, pues el dinero entró y salió del país y a los argentinos lo único que nos queda es la obligación de pagar durante tres generaciones, por ahora.