27 de mayo de 2022
Instituto Gestar

LA PREGUNTA

Por: Lucila De Ponti, militante del Movimiento Evita, diputada de la provincia de Santa Fe.

Texto publicado originalmente en Panamá Revista

Que vuelva el servicio militar en Argentina. O un servicio cívico, o no se sabe bien qué, pero que sea un lugar donde meter a la juventud perdida porque a nadie se le cae una idea de cómo invitar a esos jóvenes a sostener un futuro que los convoque. La idea de encerrarlos para que aprendan a vivir en sociedad se comió por unos días la escena de la conversación pública. Después, como todo, el tema se fue desvaneciendo. “Lo conservador puede ser revolucionario” me dijo un compañero gustoso de la idea. Creo que le gustó más por lo contundente de la acción que por el desarrollo de la propuesta. Y que además es una adhesión más bien inscripta en la gestualidad de responder con la fuerza de lo tradicional a ciertos debates y consignas que venían ganando espacio en el campo compañero justamente en sentido contrario, trayendo la discusión sobre el deseo, la voluntad, la libertad. Una reacción que vengo escuchando mucho.

Pienso que un poco esquizos, como siempre, pasamos rápidamente de discutir con pasión el goce y el consentimiento a culpar a “les pibis” de todos los fracasos y cuentas pendientes históricas de la política, y un poco también del peronismo. De la misma forma, atravesados por el tiempo pandémico, pasamos en unos meses de creer que estábamos todos de acuerdo en que “el Estado te salva” a ver como crece por todo el territorio la adhesión a quienes dicen que el mismo Estado tiene que ser chiquito chiquito. Así somos. Para mí, que soy de las que creí, y creo, que el proceso de los feminismos fue una gran puerta de entrada para las juventudes a la política, pero que también soy afecta al debate de ideas, estas discusiones me vienen sembrando algunos interrogantes. Intuyo, además, que debe existir una ancha avenida interpretativa en medio de estas dos veredas, algo más parecido a construir mayorías.

¿Podemos, quienes seguimos abrazando a la política, los militantes, preguntarnos por el sentido profundo de una época, antes de ponerle play al casette? ¿Cómo afrontamos estos tiempos en que florecen las expresiones de rebeldías reaccionarias, conservadoras, a veces odiantes; cuando la acumulación de demandas por necesidades básicas insatisfechas, tan grande como legítima, encuentra su altavoz en el león que rockea más fuerte; cuando la sociedad se aleja de la política y la política se aleja de la sociedad; ¿cuándo lo atrevido, lo insurrecto implica el cuestionamiento de algunas verdades que creíamos sagradas?

¿Qué hacemos cuando la realidad nos desafía y las recetas de siempre van quedando obsoletas? Seguro será más fácil, más agradable, acurrucarnos en nuestra tierra santa con la comodidad de la verdad histórica sin preguntarnos por la productividad de nuestras políticas, de nuestros discursos. O por ahí nos animemos a habitar esta grieta de la historia con todas las contradicciones que ella trae.

¿Podrá el peronismo volver al futuro? O como dijo el presidente en su discurso del 1º de marzo, sacar la utopía del pasado y volver a ponerla en el futuro. ¿Podrán los jóvenes masivamente volver a abrazar, a amar, a elegir al peronismo como su identidad para intervenir en lo público? ¿Podrá el peronismo recuperar la capacidad de convocar y enamorar a la sociedad joven, a la sociedad adolescente? ¿Proponerles tomar en sus manos el pico y la pala de la voluntad transformadora para labrar una historia distinta? ¿O la botella con el trapo y el kerosene para incendiar una realidad injusta y armarla de nuevo? ¿Podremos recuperar la representación del espíritu de rebeldía, el hambre de la insurrección? ¿Será apelando al registro restaurador de los valores que configuraron la sociedad del Siglo XX? Recostandose sobre los pilares básicos de la integración social y el sujeto tradicional de la comunidad organizada? ¿O será subidos a la ola de las nuevas configuraciones culturales de este tiempo? ¿Asumiendo la diversidad de expresiones sociales que componen lo popular y lo contracultural? ¿O seremos capaces de amalgar los dos caminos? ¿Podremos? O estaremos auto condenados a mirar con nostalgia, por encima del hombro, la imagen en color sepia de las experiencias pasadas que nos trajeron hasta hoy. ¿Podremos en nuestra convocatoria apelar a ser algo más que la versión reeditada de su mejor pasado?

Mi optimismo militante me dice, como primer y obligatorio gesto, que la respuesta a estos interrogantes es siempre sí, que sí, que podremos. Pero con la misma certeza -que como han visto quizás tenga pocas- creo que solo podremos si nos permitimos plantearnos estas preguntas. Si asumimos la incertidumbre de la época y podemos desde allí construir la certeza que nos alumbre un futuro. Ser capaces de desaferrarnos de algunas verdades construidas para leer las transformaciones que este pueblo atravesó, para dialogar con ellas, comprenderlas, aprehenderlas. De hacer el ejercicio y el esfuerzo intelectual que nos permita salir de este laberinto construyendo nuestras propias, y más audaces, miradas y acciones. Teoría y praxis. El famoso “inventamos o erramos”.

Un viejo y mítico militante del peronismo revolucionario nos dijo una vez, sentados en el bar de una estación de tren, “tienen que ser pioneros para parir una época”. Nos toca esa, habitar y hacer esta época como en la frase de Gramsci de aquello que no muere y lo nuevo que no nace, incertidumbre en la cual, también decía Antonio, aparecen los peores monstruos.

El peronismo es esencialmente una máquina de hacer futuro. Cada una de sus conquistas, cada política de ampliación de derechos, fue al mismo tiempo la patada abriendo la puerta de un camino hacia adelante para alguien que tenía vedada la posibilidad de proyectar. Derribar la cancelación del futuro para un sector social vulnerado, democratizar el porvenir, redistribuir el mañana. Ese imán que produjo la identificación de las mayorías, o de tantas minorías, con la posibilidad que el peronismo representaba. Volver al futuro quizás sea volver a ese movimiento político capaz de plantear al mismo tiempo la transgresión y el orden. La transgresión de invitar a escribir un destino propio y la capacidad de crear un orden que habilite a proyectarse en ese horizonte. Entendiendo que el repertorio de demandas y de expectativas sociales nunca es el mismo.

Ya lo dije, no tengo demasiadas certezas. Pero cuando escribía este apunte el niño Trueno sacaba un disco plagado de referencias a lo colectivo, a lo nacional, a lo popular, a lo común, a lo revolucionario, a la historia. Escuchenlo, se llama “Bien o mal”. No será folclore, no será tango, no será roncanrol ni cumbia, pero es un poco de todo eso, el registro cultural de esta época, la amalgama de lo que fuimos y la invitación a lo que queremos ser.

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