11 de agosto de 2017
Instituto Gestar

La tormenta perfecta

En las últimas semanas el dólar se disparó a pesar de que el Banco Central pagó tasas de interés estratosféricas. El aumento de la moneda yanqui se trasladó a los precios, sobre todo de los alimentos. Por tal motivo, el consumo cayó en un abismo que por ahora no tiene fondo. La inflación va al galope destrozando las declamaciones del gobierno de que está bajando. El déficit fiscal se triplicó en relación al existente en 2015. El endeudamiento externo continua y se encendieron todas las alarmas pues ya es una pesada herencia para las próximas tres generaciones. El endeudamiento individual de los ciudadanos también está llegando al rojo pues la gente comenzó a tomar créditos para hacer frente a los aumentos de impuestos y servicios que se tornaron impagables y por tanto confiscatorios. Mientras tanto día a día se produce una monumental fuga de dólares al exterior que no tiene precedentes. Las importaciones no cesan de crecer y las fábricas argentinas no paran de cerrar. Los comercios venden cada vez menos y en las ciudades y pueblos se observan cada día más locales cerrados. Crece la desocupación al punto que en los grandes centros urbanos supera los dos dígitos. Ante semejante desastre, ¿qué hace el gobierno?: le saca remedios a los jubilados, pensiones y subsidios a los discapacitados, derechos y condiciones laborales a los trabajadores y lo más campantes ofrecen como futuro seguir bajando los sueldos con aumentos que están cada vez más atrás de la inflación, incrementar la edad jubilatoria, sacarle más impuestos a los sectores pudientes y aumentárselos  a los sectores populares.

A esta altura resulta obvio que el gobierno no tiene un programa económico, simplemente apela al manual básico del neoliberalismo y aplica medidas de ajuste que solo benefician a un pequeño grupo social desentendiéndose de lo que pase con el resto. Pero resulta que son tan incompetentes que ni siquiera logran los efectos que lógicamente deberían tener estas medidas conservadoras y clásicas de la economía ortodoxa. El manual dice que si las tasas de interés son altas el dólar tiene menos demanda y por tanto no tendría que aumentar. También dice que si el consumo se desbarranca los precios se estabilizan y cede la inflación. Pues bien, nada de esto sucedió, más bien la economía del país cae abruptamente y se achica al punto que hay que ir varias décadas atrás para encontrar niveles tan paupérrimos de la actividad económica.

Al tiempo que ponían la zanahoria de los semestres en que todo andaría sobre ruedas y vaticinaban en varias oportunidades que los famosos brotes verdes ya estaban creciendo, salían a la luz negocios y negociados llevados adelante desde el mismo presidente hasta sus principales funcionarios, de los que dimos cuenta en anteriores artículos, y encima ahora sabemos que sus ministros y principales asesores tienen sus enormes fortunas en el exterior, probablemente para protegerlas de las políticas que implementan para empobrecer al resto del pueblo argentino. Nos preguntamos porque habrían de venir inversiones externas como prometió Macri, si el inversor ve que los gobernantes son los primeros en desconfiar del país. ¿Lógico, no? Así que tendremos que esperar la finalización del mandato de este gobierno para que algún inversor se arriesgue a poner un peso en la Argentina.

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