El inicio de este proceso de recuperación se dio además, exactamente 30 años después de la asunción del primer gobierno peronista después de 18 años de proscripción, con la jura de Cámpora y Solano Lima el 25 de mayo de 1973.
Este año, además, evoca el primer aniversario de aquellos memorables festejos del Bicentenario, que durante los meses previos fueron sometidos a una intensa campaña de desprestigio por parte de muchos medios de comunicación, asegurando que no tenía sentido participar de una celebración “manipulada” por el Gobierno. Esta operación, recordemos, tuvo como lugar común el destaque del Primer Centenario. Se reiteró hasta el cansancio que en la Argentina finisecular “llena de riqueza y prosperidad” la algarabía del pueblo había desbordado los espacios públicos. Poco o nada se dijo, sin embargo, que dichos festejos transcurrían mientras la oligarquía gobernante reprimía trabajadores y cercenaba derechos. Así, esta tergiversación consideraba aquella etapa como próspera y gloriosa para forzar un contraste con un presente de aparente decadencia. Para los eternos románticos del granero del mundo, sin dudas habrá sido una gran decepción haber hecho un pronóstico tan equivocado de lo que serían los multitudinarios festejos que finalmente tendrían lugar en el país. Aquellas celebraciones con millones de personas en las calles fueron la prueba contundente de un sentimiento colectivo dispuesto a ser protagonista de un momento único.
La efeméride de nuestra historia reciente obliga entonces a un breve repaso de la situación económica de aquel difícil 2003, para analizar la notable recuperación argentina en menos de una década. Al igual que muchos logros claves del Proyecto Nacional en otros frentes – renovación de la Corte, impulso a la política de derechos humanos, ley de medios y de matrimonio igualitario, entre otras- el crecimiento económico del país ha sido una característica clave de esta etapa, marcada por la posibilidad de decidir y ejecutar la política económica sólo desde la Casa Rosada. Ocho años atrás, Argentina tenía una importante restricción externa por el elevado nivel de endeudamiento, y una flagrante deuda interna por los indicadores sociales que reflejaban un 24,7% de desocupación y un 52,3% de pobreza. Para ello, fue clave comenzar a transitar la senda del desendeudamiento como herramienta que devolviera soberanía política e independencia económica al país. En ese sentido, las reestructuraciones del 2005 y el 2010 fueron fundamentales para reducir el peso de la deuda en el PBI y reprogramar sus vencimientos de manera de ser saldada sin costo social y con una importante quita de su valor nominal. Importante en este proceso fue también la cancelación de la deuda con el FMI. No tanto por el monto en sí, que en relación al total no era tan significativo, sino por el contenido simbólico de una medida que suponía terminar con el protagonismo que el Organismo había tenido en la política argentina prácticamente desde su creación en 1945.
La decisión de mantener un tipo de cambio administrado posibilitó alcanzar los superávits gemelos que le permitieron al país estar al resguardo de las crisis financieras y neutralizar su impacto local. La acumulación de reservas y el incentivo al consumo y al mercado interno fueron sus pilares, para lo cual se logró reducir el desempleo de aquellos alarmantes niveles al actual 7,4%, al tiempo que se reactivaron las paritarias como negociaciones colectivas para discutir salarios. Así, la cantidad de acuerdos y convenios homologados por el Ministerio de Trabajo ha sido mayor cada año, incluso durante el 2009, momento de mayor impacto de la crisis internacional en la región.
La inclusión jubilatoria constituye, al igual que lo logrado en materia de desendeudamiento, otros de los grandes hitos de la gestión de Néstor y Cristina. La reestatización de los fondos administrados por las AFJP permitió la incorporación de 2.4 millones de jubilados nuevos y posibilitó un incremento de sus haberes en casi un 500% desde el 2003, con dos aumentos anuales garantizados por ley y un crecimiento de la jubilación mínima en un 238%, que fueron reposicionando estos haberes hasta alcanzar el 50,6% de los sueldos de los activos, además de representar en la actualidad la tasa de cobertura más importante de Latinoamérica. Al mismo tiempo, hoy la ANSeS conducida por Diego Bossio financia una gran cantidad de emprendimientos productivos y realiza inversiones que fomentan empleo y funcionan como reaseguro de esos fondos para otorgarle sustentabilidad al sistema.
La recuperación de los recursos en manos de las AFJP también permitió implementar la Asignación Universal por Hijo, una de las medidas más inclusivas de las últimas décadas, cuyos efectos en la matrícula escolar y de salubridad han sido notables desde su ejecución en octubre de 2009.
De igual modo, el plano regional fue otro elemento distintivo de la política kirchnerista. El vínculo con los países vecinos representa una clara ruptura con el pasado, donde se priorizaban solamente las relaciones con los poderosos. Argentina entendió que un crecimiento sostenido sólo era posible a partir de la integración comercial y política con sus vecinos, fortaleciéndose regionalmente para incrementar la competitividad internacional. Decirle no al ALCA en aquella cumbre de Mar del Plata en el 2005 ya es un emblema de esta nueva manera de entender la inserción internacional del país, que a lo largo de estos años demostró su eficacia recuperando protagonismo en lugares destacados de Unasur, el G20 y el G77 + China, además de lograr ser mundialmente reconocidos por el desarrollo nuclear con fines pacíficos y por poder encolumnar a gran parte de la comunidad internacional en el reclamo de soberanía en Malvinas.
Por supuesto que el trayecto no estuvo exento de tensiones y contramarchas, además de la tristeza por la muerte de quien inició esta nueva etapa en el país. Quizás la más recordada fue la polémica por la Resolución 125 que motivó el lockout patronal y le quitó apoyo político al Gobierno. No obstante, frente a pronósticos apocalípticos que hasta auguraban una entrega anticipada del poder, supo recomponerse y recuperar capacidad de iniciativa política al tiempo que la oposición dilapidaba la chance de constituirse como alternativa de poder.
No caben dudas entonces que, desde el 2003, se confirma el inicio de un nuevo modelo de desarrollo, porque todos estos cambios actuaron directamente sobre uno de los ejes principales del esquema impuesto en los años ’70 y fortalecido durante los ’90, vinculados a la desestructuración del aparato productivo y la desindustrialización del país. Es por eso que, aún con desafíos pendientes de cara a los próximos años, Argentina no puede darse el lujo de desperdiciar el proceso de recuperación alcanzado en todo este tiempo. En un año de elecciones, esta firme convicción debería tenerse en cuenta a la hora de evaluar propuestas de candidatos o alternativas de gestión para el próximo período. Sólo la certeza del Nunca Menos podrá garantizar que cada 25 de Mayo haya un sol asomando para la Patria soberana e independiente que imaginaron aquellos históricos revolucionarios de 1810.
Arturo Trinelli y Matías Rohmer
Politólogos UBA