Por Mario Bertellotti, Integrante del Área de Formación Política.
Que Mauricio Macri, el candidato presidencial favorito de la cultura política liberal conservadora, la de Pedro Eugenio Aramburu, Isaac Rojas, Álvaro Alsogaray, José Alfredo Martínez de Hoz y Domingo Cavallo, la que representa en la Argentina el interés de los grupos económicos y mediáticos nacionales e internacionales concentrados –los que quieren una Argentina rendida a los fondos buitres, sin industria, reducida a mera exportadora de productos primarios y desintegrada socialmente–, se anime a decir en el diario La Nación –el de Bartolomé Mitre– que “reivindica el 100 por ciento de las banderas del justicialismo”, muestra hasta qué nivel de descaro está dispuesto a distorsionar la realidad para confundir a una porción de los votantes históricamente afines al peronismo.
¿Por qué tamaña mentira? Porque las elites necesitan desesperadamente que no gane la elección presidencial de octubre otro presidente peronista; y que éste continúe progresivamente con la reconstrucción de la Argentina con soberanía, con industria y con integración social que desde 2003 empezaron a levantar, sobre las ruinas, dos presidentes peronistas: Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.
Con otro presidente peronista triunfante en 2015, se abre la posibilidad de que se asegure la continuidad institucional de un proyecto nacional capaz de liderar la construcción de la unidad de todos los argentinos; pero bajo las categorías de la cultura política nacional y popular, la que tiene sí –de verdad, no de mentira como afirma Macri– en el pensamiento justicialista creado por el general Perón la pieza central de su arquitectura ideológica.
Ese pensamiento justicialista, resumido sintéticamente en forma de doctrina, propone y ejecuta la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo en el marco de una comunidad organizada con soberanía política, con independencia económica y justicia social; y trabaja por la integración sudamericana, imprescindible para insertarnos como continente en la construcción del universalismo, que es multilateral, heterogéneo y multicultural; una integración de todas las civilizaciones de la Tierra que se haga en forma pacífica, por acuerdos geopolíticos, en beneficio del progreso material y la felicidad de todos los pueblos, de todas las naciones, de todos los continentes.
Esa universalización, que imaginó Perón ya en los años cincuenta y con la cual está comprometida Cristina quien contribuye a construirla en el escenario internacional de hoy, se propone como alternativa a la globalización unilateral, homogénea y unicultural que las elites intentan imponer, mediante la economía de especulación financiera, los acuerdos de libre comercio y, eventualmente, de ser necesarios, los conflictos bélicos. Todo esto apunta a bajar el nivel de vida de los pueblos, a mantenerlos en la pobreza y a reducir su número, porque el sistema económico incluye a todos y para eso se reforma desde el punto de vista social; o el sistema económico no se reforma y entonces debe suprimir a los que sobran.
Es lo que podríamos llamar la “economía del descarte” y la “política de guerra” denunciadas y condenadas entre otros por el papa Francisco; levantando un liderazgo moral que ha oxigenado afortunadamente el escenario internacional en beneficio de la política de los pueblos, alternativa a la política del capital y sus corporaciones.
El objetivo de los grupos económicos trasnacionales que detentan el poder mundial consiste en demoler la organización de los Estados que no controlan, para poder organizar una unidad global cosmopolita de las elites que les permita reinar sobre el mundo dominando al resto. Porque son las minorías las que usufructúan excluyentemente en sus respectivas naciones los beneficios de la concentración económica y mediática, lo que va en contra del bienestar de sus respectivos pueblos.
Es por todo ello que Macri es lo contrario del pensamiento y de la praxis que propone el justicialismo.
Él es la encarnación, a través del PRO y sus alianzas, de un frente electoral, de apariencia exterior conservador-populista, pero que tiene en su esencia una ideología neoliberal individualista a la que intenta disfrazar y que, para construirse, compra algunos pocos dirigentes de origen peronista, radical o progresista, quienes se venden en las distintas provincias y municipios para encubrir, para enmascarar la verdadera identidad del candidato a presidente; porque éste necesita confundir, para que lo voten, a una porción del voto históricamente peronista, radical y progresista. El sector liberal conservador votará a Macri en cualquier caso, aun cuando mienta, porque sabe que es de ellos; en eso no se confunden por lo que digan los diarios.
Son ciertos sectores medios con afinidad a los partidos populares los verdaderos objetos del engaño.
Es probable que próximamente Macri nos sorprenda nuevamente proclamando que comparte el 100 por ciento del ideario del Leandro N. Alem y el de Juan B. Justo. Sólo esperemos a que se acerque octubre y así lo crea conveniente Jaime Durán Barba, su consultor sobre mentiras científicamente pensadas, para ser eficazmente difundidas y publicitadas por los medios de comunicación. Siguiendo la conocida máxima de Groucho Marx, está diciendo: “Éstos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros para ofrecerle”.
Se trata de una operación que ya se intentó antes, en vida de Perón, para tratar de destruir al peronismo. Él la desenmascaró en la directiva que envió desde Madrid en 1971. Refiriéndose al Gran Acuerdo Nacional que proponía por entonces el dictador Alejandro Agustín Lanusse, advirtió: “El sistema se está defendiendo con todo, empleando todos sus poderosos recursos y utilizando sin escrúpulos todas sus tácticas, especialmente las más amables y sonrientes, es decir, las más poderosas […] de lo que se trata es de no confiar en esa oligarquía que primero mata a Güemes porque perjudica sus intereses y después le levanta estatuas. Esa misma oligarquía que vacía al país al mismo tiempo que lo ofrece a la Virgen de Luján”.
La táctica de Macri es vaciar de contenido a un Perón que no está vivo para desmentirlo, elogiando en abstracto las banderas del justicialismo, mientras hace exactamente lo contrario en la ciudad de Buenos Aires donde gobierna. Sigue así los pasos de la oligarquía salteña con relación a Güemes. Y de Mitre con relación a José de San Martín y Manuel Belgrano porque, siendo el continuador por excelencia del partido europeísta que los combatió cuando ambos encarnaban al partido americanista en la guerra por la independencia, escribió cuando ya estaban muertos una historia de ambos que los vació de contenido, a la par que levantó sus estatuas en todas las plazas.