Siguiendo con el plan que me tracé, hoy iré al conurbano bonaerense, lugar donde millones de almas ven transcurrir, día a día, sus vidas.
Estaba en el andén esperando el tren. Debo reconocer que desde niño desarrollé la mala costumbre de escuchar conversaciones ajenas, materia en la que me he convertido en un experto.
Por ello no pude resistir la tentación de acercarme a dos mujeres que conversaban, según me pareció, sobre la situación del país. Oyendo furtivamente me enteré que una era peluquera y había votado ilusionada a Macri y que la otra trabajaba en una fábrica de galletitas y era evidentemente peronista. Cierta irritación invadía la atmósfera que como un telón aparecía como trasfondo del intercambio de palabras. La peluquera estaba enojada porque su negocio cayó en picada pues, afirmaba con aire de sabionda, en momentos de crisis económica una de las primeras cosas que ajustan las mujeres son sus pelos. Debo reconocer que fue todo un descubrimiento pues hubiera jurado que ni en la peor de las situaciones una mujer abandonaba su cuidado personal.
Como fuere, estaba muy decepcionada pues había creído en que era posible un cambio. Fue en ese momento cuando me metí con desparpajo en la conversación. Luego de algunas palabras introductorias que me colocaran como un nuevo y amistoso protagonista de la informal charla le pregunté qué cambios imaginaba que vendrían con el gobierno del “sí, se puede”. Tras pensar un rato me dijo que se había ilusionado con un país más honesto y transparente, donde no te impusieran a la fuerza las ideas, donde no te obligaran todo el día a escuchar por cadena nacional lo que tenías que pensar. Vi la oportunidad del contrapunto y le recordé que en los últimos años del gobierno anterior la honestidad no era el tema que preocupaba a los argentinos, que ese tema lo impusieron desde el nuevo gobierno a fuerza de meternos hasta en la sopa las imágenes de gente contando plata o tirando bolsos por encima de un muro. Le aclaré mi total repudio a los chorros y coimeros para que no quedaran dudas sobre mi posición al respecto, pero ladrones hubo siempre, en todos los gobiernos y en todos los países del mundo. No seamos tan soberbios o tontos de creer que también en eso somos campeones mundiales o inventores originales. Hecha la oportuna aclaración, agregué: no olvidemos que quienes se presentan como paradigmas de la transparencia son quienes vivieron al amparo de lo que dio en llamarse la “patria contratista”, es decir, quienes gracias a pagos extracontractuales, por decirlo con elegancia, conseguían obras, que pagaba el Estado a precios mucho mayores que los de mercado. ¿Acaso debemos omitir que el propio presidente está acusado por fugar dinero a cuentas ocultas en paraísos fiscales?, lo que pomposamente llaman “Panamá papers”, supuestamente para “eludir” –que término más fino- el pago de impuestos. O también tenemos que obviar a quienes están de los dos lados del mostrador, primero como gerentes o dueños de las principales empresas y luego como funcionarios públicos, tomando decisiones que benefician a sus antiguas empresas o patrones, lo que como mínimo es una inmoralidad. Vayan como ejemplo los casos de un ministro que le compra gas envasado a una empresa radicada en Chile, asociada a su ex empleadora, en vez de comprarlo a Bolivia, como se venía haciendo, a un precio mucho menor. O el caso de un fulano que manejaba dos grandes empresas en la que además tenía acciones, que compraron doce millones de dólares a futuro, al que luego designaron funcionario y fue uno de los que decidió el valor de referencia de dicha moneda, valor al que se iba a liquidar el dólar que compraron a $9,50 y vendieron a $ 16. En mi barrio y en la China eso se llama conflicto de intereses o conductas incompatibles con la función pública.
La señora peluquera me increpó preguntándome de qué lado estaba a lo que respondí: del de la verdad.
Ya que estaba le sugerí que en la Argentina nadie obliga a nadie a pensar en tal o cual sentido. Obviamente que en la lucha de ideas cada uno quiere convencer al otro con buenos argumentos pero de ahí a imponer una forma de pensar había un abismo. Pensándolo con calma, nunca en este país la prensa o la oposición tuvieron más libertad para decir lo que les viniera en ganas. Ahora, otro cantar es si de los medios hablamos, esos sí que te quieren pintar la aldea que conviene a sus intereses. Hace ya algunas décadas que el periodismo abandonó la objetividad o mejor dicho la honestidad a la hora de contarte su interpretación de los hechos. Para rematar le relaté un chiste que alguien me contó recientemente: a la realidad argentina, desde que está Macri, la llaman vidriera en reparación…, porque está tapada por los diarios.
Hizo una mueca de sonrisa cuando la otra mujer, que hasta ese momento había permanecido en silencio, decidió participar. Dijo poco, pero claro y contundente. Estaba un tanto indignada porque afirmaba que en lo que va del año no hubo una sola medida del gobierno que beneficiara a los que trabajan por un sueldo. Contó que tenía la suerte de poder hacer hora extras en la fábrica para ganar un mango más pero que al incrementarse su salario empezaron a descontarle un montón de guita por el impuesto a las ganancias. Bajando el tono de voz, y en forma de confesión nos explicó que no pudo pagar la última factura de luz porque no le alcanzó y que a los diez días se la cortaron. Según su relato, un vecino piadoso, la enganchó al poste de luz que pasa por el frente de su casa. También estaba dolida porque no podía comprar leche todos los días para sus tres hijos, porque para ahorrar, en vez de tomar los dos colectivos que la dejaban en la fábrica, tomaba uno solo y caminaba casi treinta cuadras hasta llegar y concluyó que quienes nos gobiernan actualmente lo único que hacen es complicarnos la vida todos los santos días, sacarnos plata del bolsillo y dársela a los de siempre.
Resignada terminó diciendo: ojalá que los peronistas se unan y ganen para que esta gente insensible se vaya y vuelvan tiempos mejores, porque créame señor, no son errores las cosas que hacen, nos empobrecen, sacaron al Estado de los barrios y no mueven un dedo para ayudarnos. Y sabe qué? La gente está triste y se le ve en la cara.
Crónicas de Cachito Gómez