Hoy analizaremos la monumental gestión que llevó a cabo Juan Domingo Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión.
El lugar físico del Departamento Nacional del Trabajo quedó chico inmediatamente de creada la Secretaría. Por esta razón Perón le pidió al intendente de la ciudad de Buenos Aires general Pertiné, que le permitiera utilizar las instalaciones del Concejo Deliberante de la ciudad, ya que estaba sin uso alguno al no haber actividad legislativa, la cual había sido suprimida momentáneamente por del gobierno de facto. Como no obtuvo respuesta favorable, decidió apelar al hecho consumado y lo tomó sin permiso. Utilizando un sábado y un domingo, mudaron a ese lugar todas las instalaciones del Departamento Nacional del Trabajo que funcionaba en el viejo Club del Progreso y de ese modo la recién creada Secretaría tuvo un lugar acorde con la trascendencia que Perón le asignaba.
Perón dio testimonio de un diálogo que mantuvo por aquéllos días con el general Farrell: “Vea mi general, aquí se han producido muchas revoluciones de carácter político, pero ninguna de carácter social. Y el problema argentino no es político, sino social. El descontento de los trabajadores es el que produce todas las alteraciones de orden público y hay que conformarlos para evitar esos conflictos y esas revoluciones. Creo que hay que darle a esta revolución un contenido social, y la única manera es haciendo intervenir a las masas populares en la vida del país. Farrell comprendió y me contestó: Vaya y hágalo”.
Perón veía claramente que el nudo del problema argentino en esa coyuntura era el problema social y laboral.
Una vez en la Secretaría, armó un equipo de excelencia con una sólida formación teórica y técnica. Pero lo decisivo resultaba ser la propia observación de la realidad. Comenzaron identificando los problemas del mundo laboral y sus posibles soluciones, pero poniendo énfasis en la concreción práctica de cada situación que analizaban. Comienza el tiempo del principio que Perón repite hasta el cansancio: “Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”.
Fijados inicialmente los objetivos del organismo, seguía la etapa de producir hechos que concretaran los fines propuestos y que dieran, por sí mismos, fundamentos a la teoría social de lo que será el peronismo. Principios, hechos que los corroboran y que generan nuevos principios. Resultado, toda una teoría de la acción, una doctrina y los fundamentos ideológicos del nuevo movimiento social y político. Nada más alejado del sistema de pensamiento liberal y marxista que no puede desarrollar su acción si no es dentro del marco inmutable de la ideología preexistente. Los hechos según la ideología. Perón rompe esta lógica. A partir de su gestión, los hechos tienen peso específico propio y determinan las doctrinas y los principios ideológicos pertinentes.
El impulso que Perón dio a sus acciones en el organismo, reconoce tres frentes principales de desarrollo. Ellos son: una política clara y precisa con todos los sectores del sindicalismo. La creación de normas y leyes laborales con un marco jurídico específico, para esas mismas leyes y para las organizaciones sindicales. Y finalmente, el contacto diario con los trabajadores, a partir de resolver en su favor cada uno de los conflictos laborales que se iban presentando y que eran llevados a la Secretaría de Trabajo y Previsión. Esto permitía a Perón tener un contacto personal y directo con los trabajadores y ejecutar las medidas concretas que ponían en marcha la justicia social.
La relación política con las organizaciones sindicales era un problema muy arduo, ya que estas mismas fuerzas estaban dividas en varias corrientes de pensamiento, tan diversas, como que eran comunistas, socialistas, anarquistas y trotskistas. Atomizados de este modo y con un encuadre de trabajadores absolutamente minoritario, la fuerza laboral organizada era presa fácil de las patronales y del sistema de explotación del trabajo humano. Para colmo esa fuerza gremial organizada estaban expresadas en dos C.G.T., la Nº 1 y la Nº 2. A su vez, casi todos los dirigentes miraban como modelo lo que sucedía en Europa y se subordinaban a las instrucciones de las direcciones partidarias correspondientes, lo que les impedía una penetración masiva en la clase trabajadora argentina, portadora sí de una conciencia nacional. Es por eso que la mayoría de los trabajadores no estaban agremiados y lo único que producía este fenómeno era debilidad, tanto en los que estaban independientes por no estar protegidos por una organización, como a los que estaban agremiados por ser minoritarios y por lo tanto débiles. Entre las dos C.G.T. apenas alcanzaban el número de 550.000 afiliados.
Pero además existía otro fenómeno que atentaba contra la fortaleza de los trabajadores organizados y este era su agremiación por la especialidad de su labor. Esto significaba, ni más ni menos, que el sindicato respondía al encuadramiento de los trabajadores de una labor determinada y no a la sindicalización por grandes ramas de industria o actividades comerciales o de servicios.
La diferencia entre en un encuadramiento y otro era fundamental en la medida que permitía la posibilidad de negociar frente a la patronal desde una posición de debilidad o desde la mayor fuerza posible. El resultado de la negociación era más que obvio. Siempre sería más favorable a los trabajadores reunidos en una gran organización.
Perón cimentó durante los dos años en que estuvo al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión la unidad de los sindicatos de actividades o labores afines bajo una organización madre. Este es el punto crucial, a partir del cual, devino la gran fortaleza del sindicalismo argentino, que en años posteriores iba a consolidar esta unidad iniciada desde 1943.
Otra determinación clave de la Secretaría fue el reconocimiento legal de los delegados obreros y la imposibilidad de que fuesen despedidos por sus empleadores. Una resolución que sacó de la virtual ilegalidad a los trabajadores elegidos por sus compañeros para cumplir con esa misión.
A fines de 1944, después de solo un año de labor, había una sola C.G.T. y alrededor de 40 organizaciones sindicales se hallaban encuadradas dentro de ella.
En el terreno de las realizaciones rumbo a la justicia social y en cuanto a las leyes y normativas referentes a la regulación del trabajo humano, debe tenerse en cuenta que algunas leyes, jubilaciones por poner un ejemplo, ya existían, pero eran aplicadas con cuenta gotas, a sectores minoritarios. Ningún valor tenían estas leyes escritas pero no aplicadas. Perón extendió los beneficios a la mayor cantidad de trabajadores posibles durante el periodo 1943-1945. Tenía muy claro que era el hacer lo que terminaba siendo una virtud y no la letra de una norma que jamás se cumplía, por mejor inspirada que estuviera. Por tomar otro caso, una ley promulgada en 1929 establecía la jornada laboral de 8 horas y la semana laboral de 44, pero que nadie cumplía. Él la hizo cumplir.
En otros casos se perfeccionaron las leyes existentes adaptándolas y modernizándolas a la medida de las necesidades de los trabajadores.
Un caso paradigmático y revolucionario fue la sanción del Estatuto del Peón Rural. En una Argentina, opulenta para pocos, miserable para la mayoría, todavía existían resabios feudales en la situación de los peones de campo.
En una economía predominantemente agraria, los trabajadores del sector vivían en una semiesclavitud, sin convenio alguno, ni con la más mínima protección laboral. Abandonados a su suerte por los patrones cuando apenas envejecían, esto es, que en algunos lugares del interior argentino apenas pasados los treinta años morían irremediablemente en la peor de las miserias. Mal alimentados, sin jornal justo, sin jubilación y sin sanidad, no podían tener otro destino.
El Estatuto empezó a poner remedio a esta situación, fijando por ley cuales eran las obligaciones patronales. La elevación del nivel de vida de los trabajadores rurales y su adhesión irrestricta a Perón fue la consecuencia inmediata. También lo fue el odio que la oligarquía descargó sobre la persona de Perón.
Dirá Perón el 9 de noviembre de 1944, con motivo de la instauración del Estatuto: “Hace pocos días se ha puesto en ejecución el que, probablemente, sea el más extraordinario y trascendental de todos los estatutos del trabajo, el del hombre más humilde: el del peón de campo, que hasta ahora era algo así como un paria en la Patria, en condiciones inferiores a la propia esclavitud, ya borrada por la magna Asamblea de 1813, aunque no creo que estos hombres que trabajan por 15 o 20 pesos por mes tengan muchas ventajas comparándolos con aquellos esclavos, por cuanto a éstos los amos debían mantenerlos en la vejez, mientras que el peón, cuando llega a viejo, se lo arroja para que se muera en el campo o en los caminos”.
La actividad normativa y legislativa de la Secretaría es febril y sencillamente avasallante. No deja nada por hacer y es así como: amplía el beneficio jubilatorio a todos los gremios; impone rigurosamente el descanso semanal como también el cumplimiento de la jornada laboral de 8 horas; las vacaciones son obligatorias y pagas; también se impone el pago del aguinaldo en las remuneraciones de cualquier trabajador; se firman decenas de convenios colectivos de trabajo fijando salarios justos y dignos; empiezan a vigilarse rigurosamente las condiciones de trabajo; el trabajo de la mujer adquiere entidad propia al crearse el 3 de octubre de 1944 en la Secretaría, la División del Trabajo y Asistencia de la Mujer, todo un avance revolucionario; se crea el Fuero Laboral, otro avance extraordinario en defensa de los intereses de los trabajadores, ya que reconoce en los estrados judiciales la especificidad de la problemática laboral humana.
Para poder cumplir con eficacia los objetivos de la Secretaría, Perón tiene en claro que cualquier organismo estatal tiene una “enfermedad” congénita: la burocracia. Por ello, si la Secretaría nace como cualquier otro organismo no ha de cumplir ningún objetivo. ¿Qué hace Perón entonces? Crea, dentro de la misma Secretaría, un grupo de acción directa. Él mismo lo explica: “Para evitar que ella (100la Secretaría) cayese nuevamente en el mal anterior, en esa burocracia estática que hace ineficaces casi todas las organizaciones estatales porque están siempre cinco kilómetros detrás del movimiento, organizamos, sobre esa burocracia, un brazo activo que se llamó Acción Social Directa, que va a la calle, toma el problema, lo trae y lo resuelve en el acto, y en tres días se tiene establecido un acuerdo entre patrones y obreros, que después se protocoliza en pocas horas en un convenio que firman las partes y se pasa a ejecución”.
En síntesis, todos los conflictos laborales tienen un lugar de resolución, la Secretaría de Trabajo y Previsión, ya sea porque son llevados ahí por los propios trabajadores o porque la misma Secretaría sale a detectarlos. La resolución será siempre a favor de los trabajadores.
Transcribiremos a continuación un valioso testimonio que permitirá tener un panorama más claro de cómo estas acciones provocaban en los trabajadores un elevado estado de conciencia de su propio valor. La narración pertenece al dirigente sindical Ángel Perelman en su libro Como hicimos el 17 de Octubre”: “En nuestro trabajo sindical advertimos a partir de 1944 cosas increíbles: que se hacían cumplir leyes sociales incumplidas hasta entonces; que no había necesidad de recurrir a la justicia para el otorgamiento de vacaciones; otras disposiciones laborales, tales como el reconocimiento de los delegados en las fábricas, garantías de que no serían despedidos, etc., tenían una vigencia inmediata y rigurosa. Las relaciones internas entre la patronal y el personal, en las fábricas habían cambiado por completo de naturaleza. La democratización interna que imprimimos al sindicato metalúrgico, hacía que el delegado de fábrica constituyese el eje de toda la organización y la expresión directa de la voluntad de los trabajadores en cada establecimiento. Los patrones estaban tan desconcertados como asombrados y alegres los trabajadores. La Secretaría de Trabajo y Previsión se había convertido en un factor de organización, desenvolvimiento y apoyo para la clase obrera. No funcionaba como una regulación estatal por encima de las clases en el orden sindical: actuaba como un aliado estatal de la clase trabajadora”.
Un síntoma de cómo perciben los trabajadores estas acciones de Perón y su equipo desde la Secretaría, son las multitudinarias concentraciones frente a la misma cuando se firma o un convenio o se establece un beneficio previsional o social. Es notable la velocidad de penetración de Perón y de la justicia social en la conciencia de los trabajadores. Las manifestaciones así lo expresan.
A modo de resumen, el 1° de mayo de 1945, Perón daba cuenta de la tarea realizada por la Secretaría de Trabajo y Previsión solo para el último año: 29 decretos leyes, 319 convenios colectivos y 174 gestiones conciliatorias que habían beneficiado a más de 2.580.000 trabajadores.