Por: Martín Rodríguez
Texto publicado originalmente en Panamá Revista
La pasión de la efeméride tiene un espejo largo en el que mirarse: se cumplen veinte años del año 2002. El largo viaje del Estado pastoral al acompañante terapéutico de la crisis. De solucionar la crisis a enseñarnos a vivir con ella. Somos modelo duhaldista vestido de siglo 21. La Argentina del 2002 es nuestro Big Bang, un viejo ensamble realista de herencia: el “modelo duhaldista” basado en gobernar el conurbano para gobernar la nación, en aplicar retenciones para sostener políticas sociales, en alimentar la industria que se pueda para darle empleo a los que “sobran”, emitir pesos sin el ancla de la convertibilidad. Ponerle un disyuntor a la crisis bajo el mandato único de no estallar: del corralito al cepo, de los ahorristas estafados al país sin ahorro, del excluido al plan. En palabras de Mayra Arena, hoy tenemos un “desarrollismo con salarios bajos sin punch”. La mejor crisis es la que se produce. Y que nunca estalle. Bancos vacíos, cacerolas quietas. Ya no hay pareja del Galicia. Lo que no se gobierna, se vacía. Como las tribunas. Un modelo de “vivir con lo nuestro” que el campo sistemáticamente tradujo en “vivir con la nuestra” en el nuevo empate, y una conurbanización de la política peronista que pone en vilo algo que se hace impreciso ya: ¿qué es lo nacional? Preguntémonos por qué Rosario y sus tragedias cotidianas no son causa nacional. Tal vez porque no queda en el Conurbano. Y entonces no hay que mudar la capital a Viedma, hay que mudar Viedma a la capital, habrá que mudar el país entero al AMBA para que se atiendan sus problemas. Halperín Donghi decía cruelmente que el peronismo fueron tres años que duraron cincuenta. El menemismo, parafraseándolo, fueron dos años que duraron diez. Y el kirchnerismo podría ser pensado como la ignición del duhaldismo que dura veinte años. Orden y progresismo. Veinte años después, se toca fondo.
El dossier se pausa acá, podrán llegar más textos al hashtag “Volver al futuro”, para seguir ajustando cuentas, tuercas, para decir con libertad, ni más ni menos. Un gracias del tamaño de una casa a los que pusieron la palabra acá en la revista, en el contexto de un país y un peronismo en crisis que necesita nombrar las cosas.
El dossier lo escribimos entre todos. Sindicalistas, políticos, analistas, de todo el país: santafesinos, cordobeses, porteños, salteños, bonaerenses, mendocinos. La voz colectiva porque uno a veces se siente solo y no está solo. No estamos solos.
Y justo en la hora en que a la escolástica del populismo le creció un Milei. “Casta versus gente”. El “loco” pide un pueblo de leones. Milei como la etapa superior de esa escena que interpreta Francella en “Mi obra maestra”. Se sienta en un banco de plaza, mira la ciudad en 360, dice lo que ve: el escribano amarrete, el vendedor de seguros, el remisero con colesterol alto, el asistente de marketing depresivo, la estudiante del interior (“mucha tarta de calabaza”), el bartender, y lo ve venir, lo ve venir caminando, con su bolso, su saco de corderoy, su barba prolijamente descuidada, su andar poco deportivo y dice, impiadoso, “sociólogo peronista”. Y antes de nombrarlo, “ay, ay, ay”. Como si dijera: el que vive de todos los demás. ¿Y qué le dice Milei a la política? La toma, la zamarrea, la rompe, y le dice vos jugaste en el bosque mientras el lobo no estaba porque creías tus sueños a salvo, tu torre de marfil, atacabas con populismo y te defendías con los consensos democráticos. El lobo está. Soy yo. Capaz dura un pedo. Llega, asusta, se va, se asusta él. O la sociedad le pone su “límite”. Pero Milei tiene en los ojos el fuego del 2001, la furia de lo que hicieron arder y la furia que volvería a hacer arder. Las dos cosas. Vimos su “debate” con Grabois y vimos que lo que nació como debate, mediado por Fontevecchia, también tuvo algo de “espalda con espalda” entre el periodista y Grabois, atentos a parar la pelota frente al nuevo “fenómeno” que viene a desconocer en serio los consensos que pensamos instalados, naturales, sedimentados. Milei no cuida el orden. Sin embargo, los únicos que respiraron aliviados al final fueron los manteros. Vendrá el anarco capitalismo y tendrá tus ojos. Mieli pega donde duele. ¿Pero sólo él tendrá libertad? ¿El peronismo no podrá hacerse de su libertad para discutir todo de nuevo?
¿Cómo se hace futuro? La Argentina se llama “vemos” en esperanto, una máquina que otea el horizonte. No nos bajamos del caballo, pero estalle o no estalle, hay que hacer un caballo nuevo. Pablo Touzon lo resume acá: tirar el mantel y empezar de vuelta. Mariano Canal dice acá: ya no hay adonde regresar. Juntar la palabra peronismo y la palabra futuro y empezar de nuevo.