31 de mayo de 2022
Instituto Gestar

ROMPER EL CANDADO

Por: Mayra Arena

Texto publicado originalmente en Panamá Revista

1. Pobreza

Tardecita, zona oeste, a media cuadra de la estación de Villa Bosch. Una viejita preguntando en una pollería: “¿me alcanzan cien pesos para una milanesa?”. No es uno de los barrios que recorro buscando detectar emergencias, es el barrio en el que vivo hoy, de clase media, algunos más sólidos y otros más tirando a ser clase un cuarto, como quien escribe. Ni la injusticia ni las jubilaciones se vuelven tema de conversación cuando la señora se va: todos están más o menos en la misma, hace rato que la pollería parece tener más glamour y asistencia. La milanesa de pollo es el pan nuestro de cada día y el queso se vende más porque la comida del cobro es la pizza.

Una vez más, como en el macrismo, no se le falló tanto al pobre que vive en una villa miseria sino más bien a ese que, si se ve en la urgencia de tener que ir a pedir una mano a la municipalidad, no sabría ni qué puerta golpear. Jubilados, monotributistas, empleados, puesteros, buscavidas. Los pobres que saben hacer de todo, menos ser pobres.

El panorama en los barrios periféricos es, como mínimo, desordenado. Y es que lo último que se pierde es la cultura, y ante la carencia económica, las diferencias se exacerban. Una enorme cantidad de desempleados que se aferran a los rebusques que ya conocen, desde ventas, servicios u oficios y que van restableciendo de a poco su lugar en la economía. Van reconquistando los lugares, ahora falta recuperar los ingresos.

Por otra parte, familias que hace rato quedaron fuera de todos los terrenos (y algunas de las anteriores, pero el planero siempre es el otro) sobreviven con los derechos que les corresponden ante el Estado. Los pobres entre los pobres que no tienen un capital para vender ni muchos servicios para prestar, pero que con lo que reciben administran el día a día. Un manejo desigual del tiempo y las asignaciones que genera tensiones vecinales constantes: bajo la misma línea de pobreza hay un crisol de clases sociales.

2. Trabajo

Buena parte de la dirigencia del Frente de Todos menosprecia la cuestión empresarial, creyendo que con eso –y solo con eso– tendrán un status más “trabajadorista”. Ocurre que, en esta crisis como en todas las anteriores, todos los que sospechan que no van a volver a encontrar trabajo formal se lanzan a su propia suerte y el camino –forzado– de asalariado – desocupado – emprendedor, trae aparejado nuevas identidades. Si hablamos de laburo tenemos que hablar de empresarios y emprendedores, y acá es dónde la política (también) viene quedándose corta.

Argentina es ese lugar donde mueren todas las teorías económicas, y ante una inyección monetaria en los sectores con una tendencia alta al consumo, la teoría nos indica que aumenta la demanda y en respuesta la producción. Pero por incapacidad, por codicia o por cultura inflacionaria, ante un aumento de la demanda la producción crece con una elasticidad mucho menor, en algunos sectores por incapacidad de crecimiento, en otros, porque ante una suba de la demanda no se aumenta la producción, sino los precios (y que paguen más los que pueden pagar más). Si la inflación es una parte indeseable pero forzosa del crecimiento, en Argentina aparece con el mismo carácter protagónico en las recesiones. Le pasó a Macri que creyó que luego tendría un repunte que le permitiría seguir en el poder, y le pasó a Alberto durante la pandemia.

Para los pequeños productores y los vendedores que no pueden stockearse, a la agobiante inflación se le suma la falta de una configuración estructural que permita avanzar. Las famosas reglas del juego claras, el miedo al juicio y otras demandas que algunos del Frente de Todos quieren coligar a empresarios multimillonarios y avaros. Pero hace algunas semanas, la columnista Lorena Álvarez escribió muy lúcidamente: “Se sorprenden de que muchos (comerciantes) con ingresos módicos se alineen con quienes tienen el bolsillo aliviado. Se olvidan de que muchas veces compartir la aventura de vivir del comercio une más que una camiseta de fútbol”.

Si la respuesta a las demandas de emprendedores y pequeñas y medianas empresas dejamos que las atienda la derecha, el resultado será fatal. ¿Qué pasa con el peronismo que no se anima a dar una respuesta que no deje en la ruina al laburante ni funda al pequeño y mediano empresario?

Noticias oficiales hablan de una industria que repunta y una Argentina que se está poniendo de pie, pero el desarrollismo con salarios bajos no parece tener punch. Los sub 30 (esto incluye a cualquier clase social) no buscan ni aceptan cualquier trabajo: los jóvenes argentinos quieren administrar su tiempo, su autonomía y su espacio, mientras que los +27 son los que buscan trabajos tradicionales de lo que sea. Hay una migración virtual de muchos laburantes de la economía del conocimiento que encuentran trabajo en empresas extranjeras, cobran en pesos lo que necesitan para vivir y guardan “afuera” lo que pueden salvaguardar. Crisis nuevas, problemas antiguos y actuales, soluciones que brillan por su ausencia.

3. Libertad

Miro siempre lo que hay ahí donde no hay nada. Cuando me reciben en un rancho y me dan la silla más cómoda (la única sana), el vaso más lindo (porque es de cada pueblo un paisano) y me convidan lo más rico que tienen. ¿A qué no renuncian esos que no pueden elegir casi nada? Desde carne picada hasta crema de enjuague (porque peloduro es el peor insulto que le podés decir a una mina de barrio), hasta guardar quinientos pesos por si pasa algo y hay que tomar un remís. En este sentido, la opresión de la pobreza se percibe muy diferente en los pobres “de siempre” que en los caídos. En los primeros, la comida y la estética es lo que más duele y no se quiere resignar. Nenas con remeritas de tiktok (la última moda) brillitos en la cara y mechas en el pelo. Huevos, pan, siempre que se pueda queso rallado, pizza y empanadas cuando se cobra porque en la mayoría de hogares matriarcales no quedó la cultura del asado. En los segundos, la cosa se pone más abstracta. Los pobres que se toman un té a la noche son esos que se avergüenzan de su situación sobre todo por la falta de opciones. Y acá es donde aparece una de las cosas que más nos interesa a los que estamos obsesionados con sacar a las familias de la pobreza: la conciencia de que la ampliación de posibilidades es muy superior a la ampliación de recursos.

Los pobres nuevos (por ende, pobres no asumidos) tienen un mayor conocimiento de las oportunidades que están perdiendo, y he aquí un caldo de cultivo ideal para ese resentimiento que algunos creen injustificado pero que está a la orden del día: el de aquellos que sienten que no tienen lo que merecerían tener. Una política que no le habla a ese sector y solo tiene políticas y discurso paternalista (“te salva el Estado”) no comprende a ese ciudadano que “no quiere que le regalen nada”. No creamos que estamos hablando solo de clases medias: el trapito y el vendedor de medias ambulante aprendieron a usar Mercado Pago mucho antes de que alguien les pueda explicar los daños del neoliberalismo, fijémonos quién les dio una solución rápida al problema que afrontaban.

En esta coyuntura, Milei parece entender la opresión de la falta de recursos mucho mejor que aquellos que sienten que abrazan la causa. Todos los que pasamos hambre coincidimos en que es el peor y más indeseable de los estados. Ahora, con este nuevo escenario y una pobreza contenida en el hambre (aunque malnutrida) la falta de opciones es aquello que encabeza el ranking. Elegir una carrera, elegir un laburo, elegir un proyecto de vida. Ninguna de esas está muy tachada en la vida de nadie, mucho menos en la de quienes el único norte va siendo parar la olla, pagar el alquiler, seguir teniendo esas pequeñas cositas que dan la ilusión de un nivel de vida.

Contrariamente a lo que muchos analistas sostienen, en el liberalismo no todo es odio ni voto bronca. Si estuviéramos tan envenenados ¿por qué un tipo que cae en la pobreza no sale a romper todo? ¿Por qué una mujer que nunca tuvo necesidad de trabajar de repente sale a limpiar casas para poder seguir yendo a la peluquería? ¿Qué es lo que hace que un pibe que comparte pieza con padres y hermanos se anote en un curso de programación? Buscar una respuesta en lo antisistémico es tan tentador como erróneo, porque en algo pueden coincidir todas las clases sociales, sobrevenidos o acostumbrados, y es que en todas aparece el sueño de vivir mejor.

La financiación de esos sueños y proyectos dice ofrecerla un tipo que no te cuenta que vas a ir de socio compartiendo las pérdidas –nunca las ganancias– mientras el peronismo no sabe qué bandera manotear. En el discurso político los pobres están sobrevalorados, nada más abundante que el autopercibido de clase media al que le tenés que buscar la media en el árbol genealógico. No hace falta un focus group, podés preguntar en cualquier almacén de barrio que tenga al menos dos quesos cremosos en oferta. Todos te van a decir que no hay un mango, ninguno se va a zurcir el sello de pobre. Y el peronismo que no sabe hablarle a quienes convierte en clase media (¿se acuerdan los problemas que teníamos en 2011?) hoy tampoco sabe hablarles a los aclasados: esos que no pertenecen a ninguna clase (¡pero quieren!) que por algunos remanentes son clase media, por oportunidades son clase un cuarto, por los ingresos clase un octavo.

Si algo puede y debe hacer el peronismo, es dejar de hablarse a sí mismo y pegar la oreja al asfalto, ensuciarse en el barro de la pelea para llevar resultados al pueblo, ponerse el hábito de defensor y guardián del poder adquisitivo de los laburantes y la estabilidad de las empresas que, en la lucha contra la pobreza y el desempleo, son sus aliadas: las PyMEs. Que otros agiten el discurso mientras el peronismo lleva las políticas: esas que te abren más puertas y alguna ventana, que hacen a los argentinos política, cultural y económicamente más libres.

4. Peronismo

Un país con más pobreza no es el mismo país con más pobres. No estamos en el 2001. Hay un grado de roturas sociales, brechas digitales, nuevas identidades y viejos estancamientos. Es momento de que el peronismo haga lo que mejor sabe hacer, y eso es responder con hechos políticos los reclamos verdaderos de una sociedad que viene soportando toneladas de injusticias. Si los argentinos tenemos ese ego del que se nos acusa, bienvenido sea. Es el que nos separa de esos países que aceptan lo que les toca, cuyos pobres se resignan y sus trabajadores agachan la cabeza ante sus explotadores.

En este contexto económico, ningún formato político parece pegar fuerte. Ni la colimba de Granata ni los discursos al estilo Steve Jobs de Larreta ni lo que sea que esté proponiendo la izquierda. Encuestas achatadas y hasta el resurgimiento de Macri, una inflación de 6 puntos mensuales todo lo puede. Aunque capaces de perdonar casi cualquier cosa, hay algo más inexcusable para la ciudadanía que los errores: el vacío de poder, la renuncia simbólica a conducir el vehículo que se ha tomado, sin bajarse. Un presidente ideal para un país de esos que tienen primer ministro. En la otra cara de la interna, también hay grandes confusiones. Perón dijo en el 44 que no aceptaba renuncias de la Secretaría de Trabajo porque cada puesto ahí, era un puesto de combate. Algunos camporistas confundieron eso y convirtieron al Estado en el lugar para meter a la tropa militante. Y nos piden el carnet de peronistas a los que decimos que pensar en los más pobres es hacer un Estado realmente eficiente.

Menospreciar la política hoy brinda per sé una suerte de status, una superioridad moral que el macrismo ya había sabido capitalizar cuando llenó al estado de CEOs y expertos en marketing y Milei capitaliza hoy corriendo por (otra) derecha al grupo Cambiemos. Pero el peronismo no puede capitalizar nada de la era antipolítica. Si algo es el peronismo, para los que lo aman o lo odian, para los que lo defienden o lo combaten, para los que lo ejercen o lo analizan, es política pura y dura. Sin conducción, con internas a cielo abierto y en una economía tan volátil como la de algunos países en guerra, el peronismo vive uno de sus peores momentos.

Querer salir a convencer hoy es casi suicida. Es momento de salir a hacer, y ahí está todo por delante. Con una industria que ha demostrado ser a prueba de todo, que resurge e insiste, que puede potenciarse y necesita organizarse, con un campo que no para de crecer en un mundo en el que faltará alimento, es el momento de la Argentina. Pensar qué industrias sufren esa triangulación que las obliga a estancar su producción porque demandan productos importados, cómo sustituir esas importaciones con producción nacional, aprovechar esa tendencia casi inevitable de los jóvenes a lo digital y potenciar la economía del conocimiento, hacer que los de este rubro confíen en que sus activos están seguros acá, abaratar el acceso a la digitalización porque, en definitiva, es el acceso al conocimiento y la creación.

Si en el pasado la cultura letrada era la que resultaba excluyente y por eso el Estado ofrecía bibliotecas públicas, ¿por qué hoy entorpeceríamos el acceso a las tecnologías? Si hace unas décadas la escuela pública era la excelencia y a las privadas iban los hijos vagos que no querían estudiar, ¿por qué dejaríamos que la escuela egrese niños analfabetos? Si el trabajo sigue siendo el mejor organizador social y el más legítimo creador de movilidad económica, ¿qué hacemos que no nos sentamos con esos que pueden generarlo?

Volver a educar para el futuro, preparar a los niños para el mundo que se viene, devolverle al trabajo la dignidad de ser bien remunerado y darle al que invierte la seguridad que necesita. Argentina crecerá en las próximas dos décadas, podemos deducirlo por el precio de las commodities, por el contexto internacional y el potencial suelo por explotar que va desde el petróleo en la Patagonia al litio en Salta. Dependerá de la política si ese crecimiento será administrado (y absorbido) por unos pocos, o si se aplica una política con un Estado eficiente que busque encumbrar la grandeza de la patria sin menospreciar la felicidad de nuestro pueblo.

En un comunicado en febrero del 45, Perón, que había sido obligado a renunciar a la Secretaría de Trabajo y ahora se presentaba en elecciones para presidente, les habla por radio a los empleados rurales. Les dice que no vayan a ninguna fiesta que los inviten, que se acuesten temprano, que al otro día tienen que llegar al lugar donde votan. “Si los patrones, como dijeron algunos, les ponen candado, rompan el candado, o la tranquera o el alambrado.” Hoy los candados tienen forma de pobreza, de plan social, de frustraciones e impotencias. El peronismo es el único que puede salir a romperlos.

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