Por: Pablo Kosiner
Texto publicado originalmente en Panamá Revista
Volver y futuro: a priori, parecerían ser dos palabras contradictorias o contrapuestas. Sin embargo, en relación al peronismo de hoy, resultan ser dos conceptos que se hace indispensable y necesario conjugar y profundizar.
Lo primero que se me ocurre plantear en estas líneas es si es posible, partiendo de lo que representó el peronismo en la historia argentina -y en lo que implicó su irrupción para la transformación de las estructuras sociales, políticas y económicas- convertir este movimiento hoy en una estructura meramente electoral para acceder al poder, cuyo único objetivo sea el de evitar que los otros, el otro modelo, no lo haga. Una alianza que sólo busque legitimarse en los errores del adversario sin ofrecer un proyecto a la sociedad de manera coherente, programática y transformadora.
Claramente la respuesta a los planteos de los párrafos anterior es que no. Y esto nos lleva a la primera definición. El peronismo debe VOLVER sí, pero no en un programa vacío de sólo acceso al poder, sino sobre la base de la reformulación de su identidad. Tiene que volver a ser un movimiento de transformación social que se aparte de la concepción conservadora que implica la mera administración de una realidad sin modificar estructuras, o de la enunciación de un relato vacío de definiciones realizables.
Dada la difícil situación que estamos viviendo, el peronismo debe poder volver a interpelar al país en una clave transformadora, y para eso resulta indispensable la construcción de una corriente de pensamiento que recupere la esencia misma de nuestra identidad: la movilidad social ascendente. Volver a recuperar una identidad que es indelegable. El peronismo debe ser el eje convocante de un gran acuerdo nacional que tome como base siempre la movilidad de los individuos, familias o grupos en la sociedad, generando progreso y crecimiento en cada estamento de la sociedad.
Esa movilidad social ascendente no es sólo una consigna: es la identidad misma del movimiento político. Que además la practicó y la concretó en un determinado momento histórico de la Argentina, cuando debió irrumpir para garantizar el acceso de los sectores más vulnerables a los derechos políticos, educativos, económicos y sociales más esenciales, y en la organización de una sociedad más justa.
La dinámica actual impuesta de discutir de manera “grietaria” entre el concepto de kirchnerismo-antikirchnerismo o macrismo-antimacrismo ha generado un desplazamiento identitario en sectores del peronismo, al que se lo invita a debatir solo a partir de encolumnamientos políticos de nombres y apellidos, o de fidelidades personales, achicando así el margen del debate, y para peor, reduciendo el nivel de respuestas eficientes desde las políticas de gobierno.
Volver a tomar la movilidad social como base de la identidad de un peronismo que convoque a la unidad nacional no debe ser una utopía, es un mandato perfectamente realizable y un pilar fundamental para el acceso equitativo a las oportunidades ante los problemas estructurales actuales como el desarrollo federal, la pobreza, el desempleo, la inflación, la generación de oportunidades para la inversión, la integración inteligente al mundo, el acceso igualitario al sistema de salud o educación entre tantas otras cosas.
En este contexto, abordar la difícil situación actual desde el reduccionismo de una insensible pelea entre sectores del mismo gobierno, o pensar que la solución a semejante crisis consiste en una puja por el control de planes sociales y la asignación de “bonos extraordinarios antinflacionarios” -que condenan a millones de argentinos a una situación eterna de status quo, replicando el ideario de los peores gobiernos conservadores- nos debe rebelar y enojar. Quienes sentimos y concebimos al peronismo como un movimiento generador de oportunidades tenemos la obligación de hablarle a la sociedad y no al poder.
Tenemos que animarnos, quienes nos identificamos con esta identidad, a dar este debate. En esta situación desesperante de la Argentina tenemos que recuperar la palabra y así tomar el desafío de la movilidad social ascendente como una causa colectiva en donde debemos involucrar a los sectores de la política, el trabajo, las empresas, las organizaciones de la sociedad civil y todo aquel que quiera ser parte de la reconstrucción nacional.
Recuperando los ejes de nuestra identidad podemos empezar a ofrecer un camino de futuro, adaptando claramente nuestras convicciones a los nuevos desafíos de un mundo que no es el de 1945, ni el de la década de los 70 -y ni siquiera el del retorno a la democracia- pero en el cual los postulados de inclusión, desarrollo con justicia social, y crecimiento para el progreso que nos identifican deben hacerse posibles porque las demandas siguen vigentes. Por eso, abordar el futuro con éxito requiere sin lugar a dudas un buen diagnóstico del presente y del nuevo orden mundial que se está dibujando.
Los problemas actuales que hoy nos parecen imposibles de resolver en la Argentina no son diferentes a aquellos que enfrentaron muchos otros países en diferentes momentos de su historia. Pero la salida, en cada uno de los casos, no fue la profundización de la confrontación, ni la exclusión de sectores por capricho de un sesgo ideológico. Al contrario, la vía escogida fue crear el marco político de un gran acuerdo nacional que diese un sustento concreto a los nuevos acuerdos económicos y sociales.
El peronismo debería constituirse entonces en la vanguardia de un cambio de actitud política. Por su historia en la transformación de estructuras rígidas y obsoletas, debe ser el gran impulsor de un acuerdo con objetivos esenciales, sin que esto implique el renunciamiento de ninguna identidad sectorial.
Este cambio de actitud nos implica ser capaces de lograr -desde la diversidad- una unidad de objetivos prioritarios para llevar adelante a partir de un gran consenso de políticas públicas. España pudo avanzar a partir de los Pactos de la Moncloa en un Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y en otro Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política, que se convirtieron luego en paradigmas del diálogo y convivencia democrática entre las fuerzas políticas y los territorios. Estos pactos fueron la condición indispensable para el inicio de un camino de modernización y prosperidad española y su integración a la Unión Europea.
También lo pudo hacer Israel en la década del 80, cuando el laborismo y el Likud llevaron adelante un plan de estabilización que sentó las bases del Israel de hoy, y lo hicieron en el marco de una inflación anualizada cercana al 400% , un déficit fiscal del 15% del PBI y una amenaza latente de default de su deuda pública. Para combatir estos flagelos se logró un acuerdo político que determinó políticas consensuadas en materia de déficit fiscal, política monetaria y cambiaria, precios, salarios, con metas de inflación. Ese acuerdo se respetó y se lograron los objetivos de estabilidad y posterior crecimiento.
Por otro lado, también vale preguntarse, si miramos a nuestro alrededor y tomamos los casos de Uruguay, Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil y aún el mismo Perú, que nos sucede cuando nuestros vecinos regionales, más allá de sus vaivenes y sus diferentes identidades políticas, han podido sostener variables económicas estables en materia inflacionaria o cambiaria, por ejemplo, que la Argentina no pudo consolidar en décadas.
La clave claramente está en el cambio de “chip” desde lo político. Y aquí debemos construir un peronismo que se anime a ser un eje convocante y articulador de este cambio real. Un peronismo que se convierta en una alternativa de gobierno y de unidad nacional. El peronismo es necesario, pero nosotros solos no alcanzamos frente la semejante tarea de reconstrucción nacional.
Hoy más que nunca es necesario ampliar nuestra base de sustentación para construir un programa integral que se adapte al tamaño de la sociedad, y no achicar el programa en base a las necesidades de un sector político o de alguna una fracción interna. La sociedad busca respuestas.
Los dos ultimo gobiernos, el de Mauricio Macri y el de Alberto Fernández en su alianza con el kirchnerismo han desperdiciado sendas oportunidades. Han decepcionado la confianza de una mayoría del pueblo argentino que los eligió, quizás lamentablemente menos convencidos en sus propias cualidades y más basados en el rechazo a los fracasos de las distintas gestiones anteriores.
¿Por qué entonces insistir en el mismo camino? Abordar la perspectiva de un futuro con éxito nos obliga necesariamente a la construcción de una oferta política y programática hacia la sociedad, un nuevo camino, una alternativa superadora a las concepciones basadas en la confrontación permanente como único método de validación y construcción.
Esto requiere fundamentalmente de valentía desde la política. Asumir la responsabilidad como dirigentes, en la cabeza de cada uno de nosotros, y no escudarse atrás de supuestas lealtades personales que lo que esconden en realidad es el temor a perder situaciones individuales de poder.
El desafío es enorme, pero de consecuencias positivas hoy inimaginables. Volver a recuperar la identidad de la movilidad social ascendente puede ser una bisagra en nuestra historia. Volver a ser ese Movimiento de Unidad Nacional que potencie un gran acuerdo, un acuerdo que tiene que darse fundamentalmente con la sociedad, y que cambie este presente proyectándonos hacia un futuro de grandeza. En este caso, la frase sería: “Es la política, estúpidos…