En efecto, el antecedente inmediato de la Convertibilidad fue la “tablita cambiaria” medida pensada por Martínez de Hoz para contener una inflación que entre 1975 y 1976 registraba un promedio de 566%. Básicamente se trataba de un sistema de devaluaciones preanunciados para los empresarios para que éstos supieran cómo y cuándo se iba a devaluar. Consistía en ajustes de la paridad muy por debajo del aumento de los precios internos y, consecuentemente, una sobreevaluación del tipo de cambio con serias consecuencias para la producción y el empleo, pero funcionales a la especulación financiera y la fuga de capitales. Como expresión de esta política económica, los fenómenos de la “plata dulce” y el “deme dos” distinguieron aquellos años, donde se benefició, principalmente, a los grandes grupos económicos que contraían deuda en el exterior a una tasa baja y luego invertían en la Argentina con otra muy alta. Así, con la ganancia obtenida localmente, abonaban la deuda y se quedaban con una gran diferencia a favor.
En el mismo sentido, la Convertibilidad, también en principio pensada para resolver el endémico problema inflacionario argentino que a fines de los ochenta estaba absolutamente fuera de control al promediar índices anuales de cuatro dígitos, estableció un tipo de cambio fijo que restringía cualquier manipulación de política monetaria, en la medida en que la masa de dinero circulante debía estar respaldada por su equivalente en dólares en el Banco Central. En consecuencia, el encarecimiento de la producción local y los costos laborales internos fue progresivamente desmantelando el mercado de trabajo y llegó, en la crisis del 2001, a registrar un 25% de desocupación, casi un 50% de pobres y una brecha entre los sectores de más y menos recursos sin precedentes. Al igual que la tablita, la Convertibilidad buscaba contener la inflación pero a riesgos de erosionar el incipiente desarrollo industrial que la Argentina había manifestado durante la etapa peronista hasta el ’55. Prueba de ello, es que en el 2001 la capacidad instalada de la industria era de apenas un 60%, es decir, la industria argentina en su totalidad funcionaba apenas arriba de la mitad de su potencial, a diferencia de los niveles actuales donde, como consecuencia del crecimiento de la actividad, muchos sectores industriales corren el riesgo de enfrentar ·cuellos de botella” por operar al máximo de sus capacidades sin haber hecho las inversiones suficientes durante esos años.
Recientemente, el “padre de la criatura”, Domingo Cavallo, ha declarado que habría que haber salido de la convertibilidad en 1997, una vez superada la peor parte del “efecto tequila” que deterioró todos los indicadores macroeconómicos de la Argentina. La crisis y la salida abrupta del sistema ya sabemos lo que produjo para el país en términos de costo social.
Más allá de la efeméride económica, que inevitablemente obliga a un replanteo de las circunstancias que llevaron a la implementación del plan y las consecuencias derivadas de su aplicación, el contraste con la actualidad es evidente. Argentina viene desde el 2003 experimentando un crecimiento en todos sus indicadores socioeconómicos gracias, en parte, a un tipo de cambio administrado, competitivo para el sector exportador y al mismo tiempo lo suficientemente caro como para evitar una avalancha irrestricta de capitales externos, sobretodo provenientes de mercados con demandas deprimidas, que forzarían una abrupta apreciación cambiaria capaz de poner en peligro la producción local. Esto erosionaría la tendencia expansiva del mercado de trabajo y deprimiría la demanda, lo que pondría en serio riesgo la posibilidad de continuar mejorando los indicadores socioeconómicos que la Argentina viene exhibiendo en los últimos años.
En síntesis, el Plan de Convertibilidad fue una política económica emblemática de una etapa histórica sensible para la Argentina, con la extensión de políticas neoliberales que deterioraron todos los indicadores sociales del país y condujeron a una de las crisis más dramáticas de la historia. Aunque apenas pasaron diez años, la recuperación del país desde el 2003 nos sitúa afortunadamente muy lejos de aquellas dolorosas jornadas.
Arturo Trinelli y Matías Rohmer
Politólogos UBA