Hace algunos días, Michel Temer visitó el país. No estuvo en la Casa Rosada, ni se presentó ante el Congreso. En cambio el presidente Macri lo escondió en Olivos, para evitar protestas contra el mandatario brasileño, protagonista fundamental del golpe institucional contra Dilma.
La visita es importante de cara al futuro de la relación bilateral y del Mercosur. A lo largo de sus 25 años de historia, el proceso de integración ha tenido logros importantes. Se destacan tres: la creación de una zona de paz en América del Sur, un crecimiento notable del comercio intrarregional y la articulación de ciertos sectores productivos. Pocos dudan, sin embargo, que resulta necesario dar un nuevo impulso al proceso de integración. La pregunta decisiva, como siempre en política, es en qué dirección. Al respecto, Macri y Temer cultivan una deliberada ambigüedad. De las declaraciones de ambos y del comunicado conjunto que cerró la visita, dos puntos se destacan: la necesidad de flexibilizar las reglas del Mercosur y la búsqueda de nuevos acuerdos preferenciales con otros bloques y países. En ninguno de los casos dejan claras sus intenciones, aunque no es difícil intuirlas.
Temer señaló que es necesario “flexibilizar un poco las reglas del Mercosur para dar una cierta autonomía a los Estados en sus relaciones internacionales”. Cierta flexibilidad puede ayudar en coyunturas de crisis, o para atender necesidades específicas de los socios. Pero no se debe convertir la flexibilidad en regla, a riesgo de crear un Mercosur “a la carta” en el cual el proyecto colectivo se diluya en iniciativas individuales. El camino es el de fortalecer y desarrollar las instituciones comunes, una vieja deuda del proceso de integración. Necesitamos más, no menos, instituciones.
Por otro lado, en la declaración conjunta con la cual se cerró la visita se menciona la necesidad de avanzar en el diálogo con la Alianza del Pacífico, así como con las negociaciones con la UE y con otros países y bloques comerciales: Canadá, Corea del Sur, India, la Asociación Europea de Libre Comercio y la Unión Aduanera de África del Sur. Ciertamente el fortalecimiento del Mercosur requiere avanzar en el logro de preferencias comerciales con otros bloques y países, empezando por los de nuestra región. La apertura, sin embargo, debe ser gradual, debe apoyarse en una cuidadosa evaluación de la conveniencia política y el impacto sobre el tejido productivo, y debe ir de la mano de políticas que fortalezcan la competitividad de nuestras industrias y protejan las fuentes de empleo.
Es que la política exterior está fuertemente ligada al modelo de desarrollo que cada país elige. En el caso argentino, se abren dos caminos alternativos. Uno – favorecido por el gobierno, a juzgar por las declaraciones de Macri y sus funcionarios- es avanzar hacia un modelo focalizado en los sectores intensivos en recursos naturales, fundamentalmente alimentos y energía. A nivel externo, ello supone alcanzar la mayor cantidad posible de acuerdos de libre comercio para mejorar las posibilidades de colocación de esos productos. El riesgo de este tipo de políticas en el contexto argentino, como lo demuestran experiencias pasadas, reside en la destrucción de empleo, la desindustrialización y la dependencia a nivel externo.
El otro camino, que reivindicamos desde el peronismo, es el de una estrategia centrada en el desarrollo de un entramado productivo más complejo -que no se agote en la explotación y transformación de los recursos naturales, aunque obtenga de ellos el mayor provecho posible- sino que también fomente un tejido industrial y de servicios diversificado. Ello demanda proyectos de integración más densos, que incluyan políticas sectoriales y negociaciones conjuntas con terceros mercados.
Ese es el camino que debería recorrer el Mercosur. Queda mucho por hacer. Además del fortalecimiento de las instituciones comunes y de la búsqueda de nuevas oportunidades comerciales congruentes con la defensa de la producción y el empleo, otras tareas son de fundamental importancia. Mencionamos cuatro: a) la articulación de los sectores productivos –el uso de los acuerdos sectoriales podría ser un instrumento para ello- que permitan a las empresas del bloque integrarse en cadenas de valor regional y global; b) el fortalecimiento del comercio intrarregional -que se concentra en productos de mayor valor agregado y contenido tecnológico que los intercambiados con el resto del mundo; c) la mejora de la conectividad física, a fin de bajar costos y crear oportunidades productivas; y d) la consolidación de la capacidad de negociación conjunta frente a terceros mercados en materia de comercio e inversiones. El caso más acuciante es el de la relación con China.
El Mercosur enfrenta problemas, pero es más necesario que nunca. En la coyuntura global actual, es el único camino mediante el cual podemos garantizar la autonomía externa indispensable para fortalecer nuestra democracia y mejorar los niveles de vida de las mayorías. La ambigüedad de Macri y Temer, su inclinación por esquemas de integración meramente economicistas y crudamente librecambistas, parecen desconocer ese hecho fundamental. Aunque muchos no lo reconozcan, la integración es el nuevo nombre de la soberanía.