9 de mayo de 2011
Instituto Gestar

Avatares peronistas

El fanatismo antiperonista planteó desde el comienzo la necesidad de suprimir al peronismo. La identificación con el nazismo legitimaba a la guerra como medio para combatirlo. Los jóvenes de la Unión Democrática se autodenominaban “la resistencia”, evocando al maquis francés, recubriendo de prestigio su odio de clase racista. Treinta años después, bajo otras circunstancias geopolíticas, el “peligro subversivo” justificaba el terrorismo de estado como solución final. Aramburu, Rojas y Videla fueron los líderes de coaliciones cívico-militares que impulsaron la supresión del peronismo.

Otros sectores políticos se plantearon la necesidad de superar al peronismo. Cipriano Reyes quiso plantarse como líder de un emergente laborismo. Arturo Jauretche elaboró, primero para Mercante y después para Frondizi, los fundamentos conceptuales de un desarrollismo que integrara el componente obrero y popular. Jorge Abelardo Ramos organizó sucesivos partidos de vanguardia, esperando el momento en que la revolución nacional democrática deviniera en socialista.

Algunos antiperonistas comprendieron que el peronismo era inextinguible e insuperable y lo trataron de reducir a un aparato de poder castrado de objetivos políticos trascendentes. Juan Carlos Onganía fue el más ambicioso y Alejandro Agustín Lanusse el más desesperado. El primero imaginó un régimen neocorporativo desarrollista con participación de los sindicatos y el segundo propuso un gran acuerdo nacional al que el peronismo se sumaría como un “partido” demo liberal más.

La opción de reducir al peronismo también contó con entusiastas peronistas. Los pioneros fueron los partidos provinciales neoperonistas, de la segunda mitad de los 50 y la primera mitad de los 60 y el más sobresaliente fue Augusto Vandor que se propuso construir un peronismo sin Perón. Sobre el final del gobierno de Isabel, Herminio Iglesias planteó la conveniencia de implementar un programa económico neoliberal para evitar el golpe que se avecinaba.

La vitalidad del peronismo se debe al legado doctrinario y político de Perón y Evita. Discurso, actos de gobierno, organización social y política del pueblo, símbolos y experiencia de vida alimentan nuestra tradición.

Además, está la capacidad de los peronistas para recrear el movimiento, en circunstancias históricas diversas.

Después del golpe de 1955, contrariando directivas de Perón, los dirigentes sindicales de base se lanzaron a la reconquista de sus organizaciones, frustrando la pretensión gorila de “normalizarlas”, articulando con la experiencia de la Resistencia Peronista y desarrollando las 62 Organizaciones.

En la década del 70, la incorporación al peronismo de enormes contingentes juveniles de clase media, con sus ideales de socialismo nacional, provocó un profundo debate de actualización doctrinaria y trasvasamiento generacional, abortado por la espiral de la violencia política y el terrorismo de estado.

Una de las grandes novedades de la política argentina desde 1983 es que los antiperonistas renunciaron a la pretensión de suprimirnos. Alfonsín supuso que el peronismo había muerto con Perón y planteó superarlo con un tercer movimiento histórico.

La Renovación se propuso la recreación del peronismo como partido integrado a una democracia estable. El poder económico encontró en ese aggionarmiento político la vía de acceso para una nueva reducción del peronismo a la condición de burocracia política sin proyecto.

En 2001, la reacción popular ante el ajuste perpetuo generó las condiciones para una nueva recreación del peronismo liderada por Néstor Kirchner con voluntad inquebrantable, talento político y mística transformadora.

En esta nueva etapa, la recreación del peronismo se vincula positivamente con la reconstrucción de la Argentina, con el crecimiento del mercado interno, el empleo y el consumo, con la ampliación de los derechos, con la expansión de la participación política; recuperando nuestros principios y nuestras mejores tradiciones.

Nuestro desafío es acompañar a Cristina en esta recreación, para fortalecerla y garantizar que el peronismo sea artífice del bien común y no instrumento de la ambición de nadie.

Pablo Belardinelli

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