Los dos ejes principales propuestos por el actual gobierno nacional en materia de política exterior fueron: reinsertarse en el mundo y generar las condiciones que permitieran atraer inversiones externas.
Según el propio presidente Macri, estos objetivos se alcanzarían si se abandonaba la ideología como elemento vertebrador de las relaciones internacionales de nuestro país con el resto del mundo. A pesar de estas declaraciones, su debut internacional producido en diciembre de 2015 en la cumbre del Mercosur, implicó una escenificación de enfrentamiento con el gobierno de Venezuela a quien acusó de violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Si tenemos en cuenta que Venezuela es el quinto destino de las exportaciones de la Argentina, con gran peso de productos industriales, y si añadimos que la alianza Cambiemos propuso trabajar en aumentar las exportaciones, ¿para qué pelearse con quien se hacen convenientes negocios? La única explicación posible es que las motivaciones de tal postura fueron más ideológicas que pragmáticas. Sin embargo, poco después, el gobierno pareció comprender que no era el mejor camino y durante largos meses el tema del país hermano desapareció de su agenda hasta hace poco en que recrudeció el antagonismo, al punto de retirarle al presidente venezolano una condecoración que el gobierno anterior le había otorgado.
Lo mismo sucedió inicialmente en la relación con China y Rusia. Elisa Carrió, integrante de la alianza gobernante, expresó en varias oportunidades que la Argentina sólo debería tener relaciones con países democráticos. Basado en esta definición, claramente ideológica, el gobierno tomó distancia de las dos potencias mundiales.
Sin embargo, con el tiempo se profundizaron las tratativas comerciales tanto con Moscú como con Pekín. Al parecer, también aquí entendieron que las posiciones ideológicas no son las más adecuadas para pensar las relaciones internacionales.
Donde el macrismo sí hace gala de pragmatismo es en la idea de que la política exterior tiene como objetivo atraer inversiones. Guiados por esta meta, Macri viajó a Davos, organizó un mini Davos en el CCK, visitó varias potencias europeas, recibió a líderes mundiales en la Argentina y, sobre todo, pagó a los fondos buitres.
No obstante, la hiperactividad del presidente es evidente el fracaso estrepitoso de esta estrategia pues no sólo la “lluvia de inversiones” extranjeras no llegó sino que disminuyeron con respecto a 2015.
En este marco, el gobierno desatendió un tema fundamental de la política exterior argentina, como es la cuestión Malvinas. Lo cierto es que se llegó al extremo de producir un papelón internacional cuando el presidente argentino anunció que la premier británica Theresa May había consentido dialogar sobre la soberanía, y ante la categórica desmentida del gobierno inglés, la canciller Malcorra, debió retractarse al día siguiente.
Luego llegaron las elecciones en Estados Unidos y el apoyo a la candidata derrotada, demostrando negligencia y sobre todo falta de visión estratégica de política internacional. Ningún interés nacional ameritaba jugarse a fondo por alguno de los candidatos.
En definitiva, la política exterior del gobierno nacional ofrece un balance negativo. Ni la meta general de “volver al mundo” ni la específica de atraer inversiones se han cumplido. Pero además ambos objetivos son discutibles en sí mismos pues, ni el mundo se reduce a las potencias centrales, ni la competencia por inversiones puede ser la única finalidad de la política exterior.