En segundo lugar, el debate sobre cómo enfrentar este proceso permitió concluir que la mejor forma de abordar la volatilidad de los precios es trabajar sobre los mercados de futuros y derivados, de manera de evitar el riesgo de una “burbuja de materias primas” similar a la crisis de las hipotecas de EE.UU. De esta manera, se desestimó la polémica intención de algunos países miembros que, a instancias del Presidente Sarkozy, pretendían introducir un sistema de control de precios en lugar de intervenir los mercados financieros para evitar la especulación con los alimentos.
Por otro lado, si bien esta postura inicial de Francia fue rápidamente descartada, se pudo ver una vez más cómo los países industrializados, que muchas veces critican el proteccionismo de naciones en vías de desarrollo, están lejos de dejar a resguardo del libre mercado la oferta y la demanda de los productos en los cuales no son competitivos internacionalmente. Y esta tendencia no solo se verifica por el intento inicial de regular el mercado de los alimentos sino por los continuos subsidios agrícolas que mantienen en sus economías, circunstancia que, como sostiene Argentina, genera distorsiones de competencia y desalientan la producción de terceros países.
La puesta en común de diferentes posiciones permitió entonces concluir que lo que impulsa ese crecimiento de precios es la especulación de los mercados a futuro. Para ello, se acordó aumentar la oferta de los commodities, incrementar los niveles de inversión e introducir prácticas con tecnologías sustentables.
Otra importante conclusión fue identificar a las calificadoras de riesgo como grandes responsables de esa especulación. Por ejemplo, Goldman Sachs y Morgan Stanley, que días atrás habían sacudido a los mercados al sostener que el petróleo y otros commodities estaban sobrevaluados – lo cual produjo una ola de ventas con visos de corrida sobre ellos- ahora han recotizado el valor del crudo para fin de año, lo que motivó un renovado optimismo sobre el petróleo, el oro y el cobre, produciendo un efecto contagio sobre commodities agrarios que pudieron así sostener su precio.
Los hechos recientes confirman esta tendencia especulativa: días pasados, la elevada cotización internacional del maíz hizo que los productores argentinos vendieran 105.000 toneladas, aún en momentos donde la cosecha de este cultivo es record en China y, por lo tanto, sus compras de grandes volúmenes en el mercado son menores. En efecto, según informó el Centro Nacional Chino de Información de Granos y Oleaginosas (100Cnghoic), la producción de maíz crecerá un 2,4%, llegando a un record de 181,5 millones de toneladas debido a un incremento del área sembrada. Esta circunstancia, sumada al mal clima que afecta a los productores sojeros norteamericanos, debería haber impulsado a la baja los precios de la soja y el maíz, aunque su tendencia alcista se mantuvo más allá de las oscilaciones puntuales de los últimos días.
Esta situación fomenta un permanente estímulo a la exportación pero encarece el precio local de los alimentos, donde los más perjudicados son los sectores de menos recursos, generando inflación y poniendo en riesgo la soberanía alimentaria de los países productores, entre otras cuestiones a considerar.
Pero también se podría aprovechar la preocupación por el aumento de los alimentos para introducir un debate de fondo vinculado a la inserción internacional de nuestros países. Resulta evidente que, en pos de aprovechar esta circunstancia favorable en los términos de intercambio, muchas de las naciones latinoamericanas han primarizado sus estructuras productivas en los últimos años. Así, según datos de la Cepal, considerando el período 2000-2009 Brasil aumentó la participación de los productos primarios en el total de exportaciones de un 42% a un 60,9%; Chile de un 84% a un 88,2%; Colombia de un 65,9% a un 72,6%; Perú de un 83,1% a un 87,8% y Uruguay pasó de un 58,5% a un 75%. Argentina fue la excepción: por más que aún muchos complejos exportadores provinciales registren elevados porcentajes de producción primaria o predominio de actividades capital-intensivas, la participación de éstas en sus exportaciones totales casi no se modificó (10067,6% a 68%), lo que indica, precisamente, que el indudable predominio de estos sectores en la economía fue compensado por el crecimiento industrial de los últimos años. Datos de recientes del INDEC revelan que en abril la actividad industrial creció un 8% y la comparación interanual del primer cuatrimestre indica un aumento del 9%, lo que reafirma el auge industrial del país desde el 2003 aún en circunstancias muy favorables para la producción de materias primas. Y a la vez invita a relativizar las permanentes exaltaciones del modelo brasileño, o las referencias al “milagro chileno”, con que muchas veces se pretende menospreciar el progreso económico argentino.
En consecuencia, en vistas a la actual coyuntura y al debate suscitado en el ámbito del G20, para los países latinoamericanos sería importante también discutir si los actuales términos de intercambio, favorables a la producción de alimentos y commodities agropecuarios, no representan al mismo tiempo un riesgo que condiciona el desarrollo industrial de la región. ¿Vale la pena renunciar a la industrialización en pos de aprovechar las elevadas cotizaciones de materias primas que, aunque importantes, no dejan de ser coyunturales? Quizás una visión a largo plazo nos obligue a una reflexión en este sentido, para un mejor aprovechamiento de nuestros recursos naturales pero con una visión estratégica de lo que somos y queremos para la región.
Arturo H. Trinelli y Matías Rohmer
Politólogos UBA