La participación argentina en la cumbre de presidentes del G-20 que se realizó el 4 y 5 de septiembre en Hangzhou, China, fue el reflejo de una política exterior que se limita a la búsqueda casi desesperada de inversiones externas y de muestras de apoyo por parte de las grandes potencias. Fotos con presidentes y CEOs, promesas, funcionarios y periodistas afines extasiados comprobando que Argentina “volvió al mundo”. En la visión del gobierno, se trata de “hacer los deberes” y esperar que lluevan las inversiones. Una estrategia de inserción externa es mucho más que eso. En esta línea, presentamos un breve análisis del G-20 y de su importancia, así como de la posición argentina en ese foro.
El G-20 y la gobernanza global
El G-20 reúne a 19 países desarrollados y emergentes, más la Unión Europea. Fue creado en 1999 -en el contexto de las grandes crisis financieras mexicana, asiática y rusa- como una instancia de ampliación del G-7, que congrega a las mayores economías desarrolladas. Es primordialmente un foro de cooperación económica -de concertación de políticas macroeconómicas y financieras- aunque su ámbito de acción se ha extendido gradualmente a otras áreas, como la prevención del cambio climático. Su conformación busca incluir a los países con mayor peso en la economía mundial, manteniendo al mismo tiempo un balance regional. Comprende el 66% de la población y el 85% del Producto Bruto global. La presidencia es rotativa y las decisiones se toman por consenso.
Hasta la crisis financiera de 2008 la labor del G-20 se centró en cuestiones técnicas, sin abordar reformas profundas. En noviembre de ese año se realizó en Washington la primera cumbre de presidentes y desde entonces creció su importancia como instancia de coordinación macroeconómica y financiera a nivel internacional. A pesar de sus muchas limitaciones, constituye un foro de considerable importancia para la gobernanza del sistema internacional.
El Grupo es una caja de resonancia de los cambios en el paradigma económico que siguieron a la crisis de 2008, cambios que supusieron un fuerte cuestionamiento a las políticas del Consenso de Washington. No es casual que en la declaración final de la Cumbre se reafirme la importancia de políticas fiscales y monetarias activas para sostener el crecimiento y se enfatice la necesidad de que el mismo sea incluyente. El G-20 es también un ámbito en el cual se discute la redistribución del poder global y su correlato en las organizaciones internacionales: en el comunicado los presidentes se comprometen a continuar con la reforma de las instituciones financieras internacionales -FMI y Banco Mundial- para dar mayor representación a los países emergentes. El fortalecimiento de la regulación del sistema financiero, el intercambio de información tributaria para combatir la evasión, la liberación de trabas en el comercio internacional y la lucha contra el cambio climático también forman parte de su agenda.
Argentina en el G-20
La participación en el G-20 es un activo para la política exterior de nuestro país. Otorga prestigio y sobre todo voz en los asuntos internacionales. La Argentina, junto a Brasil y México, es uno de los tres países de la región que participan del grupo.
Aprovechar las oportunidades que brinda nuestra membrecía demanda una estrategia precisa. Requiere tener claro cuál es la estrategia de desarrollo nacional y qué tipo de sistema internacional provee el entorno más favorable para ese proyecto. Implica coordinar posiciones con el resto de la región -empezando por Brasil y México- y con los demás países emergentes, con quienes compartimos el interés en un sistema internacional más equilibrado.
Desde el Justicialismo, resulta claro que el G-20 provee un espacio para trabajar por la consolidación de un sistema internacional multipolar, en el cual nuestro país y nuestra región puedan acceder a mayores márgenes de autonomía y cuenten con una voz más potente en los organismos internacionales. Y que ese sistema debe servir de marco para un modelo de desarrollo diversificado, que aproveche nuestra dotación de recursos naturales, pero también apueste por un desarrollo industrial que trascienda el simple aprovechamiento de las ventajas comparativas. Un modelo que apueste por el empleo y el consumo internos y por el desarrollo científico y tecnológico propio.
La mirada del gobierno es más limitada. Durante la cumbre Macri mantuvo reuniones bilaterales con los presidentes de China, India, Rusia, España y Australia, entre otros. Pidió inversiones, lo cual es valioso y necesario, pero tanto él como sus funcionarios se limitaron a señalar a la agroindustria, la minería y la energía como únicos motores del desarrollo. Mientras tanto, no resulta claro cuál es el lugar asignado a otros sectores de la economía, a nivel doméstico crecen las importaciones de bienes de consumo, y miles de puestos de trabajo se ven en peligro. Al mismo tiempo, la obsesión por mostrar cercanía con Occidente tiene su reverso en la falta de interés del actual gobierno en fortalecer el diálogo político con otros países emergentes.
En 2018 Argentina será sede de la cumbre presidencial del G-20, lo cual supone que durante un año ejercerá la presidencia del Grupo. A su vez, desde diciembre de 2016 formará parte de la “troika”, integrada por las presidencias anterior, actual y futura (100en este caso China, Alemania y Argentina). Ello representa una enorme oportunidad para nuestro país, una chance para demostrar liderazgo y de contribuir a la reforma –en la medida de lo posible- del orden vigente. Para aprovecharla necesitamos una hoja de ruta clara y una voluntad política sólida. La política exterior es mucho más que una sucesión de fotos y de promesas altisonantes.
Por Tomás Múgica, integrante del Área de Relaciones Internacionales