8 de mayo de 2016
Instituto Gestar

DOCE AÑOS DE DESARROLLO AGROINDUSTRIAL EN PERSPECTIVA

por Roberto Gabriel Delgado, Secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación

En los últimos doce años el sector agroindustrial ha experimentado un imponente crecimiento, producto de un contexto internacional favorable para las materias primas y políticas públicas que alentaron el agregado de valor, la consolidación de los pequeños y medianos agricultores y la creación de empleos genuinos a partir del sector. Ello ha hecho posible dejar atrás una situación muy compleja de la producción agropecuaria en décadas pasadas y hoy nos permite pensar en un proceso robusto de desarrollo basado en el sector más dinámico de la economía argentina.

Cambio estructural

Por fortuna, hemos dejado atrás una agenda del sector que estaba dominada por los quebrantos, la desaparición de productores y el endeudamiento crónico. La morosidad del sector agropecuario con el sistema financiero pasó del 42% en 2003 a sólo el 2% en los últimos años, la mitad del guarismo que exhibe la economía como un todo. Además, el sector ha visto ampliamente incrementado el acceso al crédito, pasando del 9% al 40% del producto bruto agropecuario. Cabe recordar que el acceso al crédito para el total de la economía equivale a veinte puntos del PBI. 

Detrás de esta mejora hay un enorme aumento de la producción. En la campaña 2002-2003 las hectáreas sembradas fueron 25,2 millones, mientras que en 2013-2014 el número ascendió a 36,5 millones. La producción de granos ha roto varios records en los últimos años. Para la campaña 2014-2015 estimamos alcanzar las 119 millones de toneladas, una nueva marca histórica que casi duplica las 69 millones cosechadas en 2003-2004. El maíz pasó de 14,9 millones de toneladas en 2003-2004 a casi 34 millones en 2014-2015. La producción de soja pasó de 31,6 millones de toneladas en 2003-2004 a 61 millones en 2014-2015. Lo mismo puede decirse de la producción de leche, las exportaciones vitivinícolas, el uso de fertilizantes, entre muchos otros indicadores que dan cuenta de este espectacular incremento de la producción.

 

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En carnes, la faena de porcinos alcanzó 5,1 millones de cabezas en 2014, 182% más que en 2003. En diez años la producción de carne aviar pasó de 276 millones a 728 millones de cabezas faenadas, mientras que las exportaciones pasaron de 60,6 mil toneladas en 2003 a 366 mil toneladas en 2013. Asimismo, el consumo interno pasó de 18,4 kilos por habitante por año en 2003 a 39,1 kilos en 2013. Con relación a la producción de huevos, se incrementó de 135 huevos/año por habitante en 2003 a 242 huevos/año por habitante en la actualidad.

El sector industrial de extrusado-prensado de soja también ha crecido en forma impresionante: sólo desde 2007 se incrementó de 50 a más de 400 plantas instaladas en diez provincias y de 0,5 a 4,2 millones de toneladas procesadas en origen. La industrialización del maíz pasó de 1,7 millones de toneladas en 2003 a 5,4 millones en 2013. Eso representa un aumento de más del 200%, bien por encima del aumento de la producción de maíz como materia prima. 

El sector de la maquinaria agrícola es un fiel exponente de cómo pueden desarrollarse las industrias conexas a nuestro dinámico sector agropecuario. El clúster de la maquinaria agrícola se compone de 870 pymes y 80.000 puestos de trabajo directo e indirecto. Mientras que en 2003 las unidades nacionales vendidas representaban el 13% de las importadas, para 2012 esa proporción alcanzaba el 39%. Nuestras máquinas agrícolas se exportan a más de treinta países y en 2013 generaron casi 400 millones de dólares en divisas. 

 

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Todo este aumento de la producción generó un boom exportador sin precedentes. Desde 2003, la Argentina triplicó sus exportaciones agroindustriales (100es decir, productos primarios y manufacturas de origen agropecuario) de 16.000 a 43.000 millones de dólares en 2014. Lógicamente, ello se reflejó en el valor de la tierra. Las zonas maicera y triguera se revalorizaron alrededor de  300% en dólares, mientras que en las zonas de cría e invernada superó el 400% de su valor al inicio de la década. 

 

Desafío futuro: consolidar el complejo agroindustrial

Gracias a todos estos avances, hoy la agenda del sector agropecuario no es cómo salir del infierno, sino cómo pasamos del crecimiento a un desarrollo nacional con eje en el sector agropecuario. La Argentina tiene un futuro esperanzador en los sectores agroalimentario, agroindustrial, forestal y pesquero. Para 2050 habrá 9.000 millones de habitantes en el mundo, muchos de los cuales serán parte de las nuevas clases medias. Ello genera una oportunidad, pero también un desafío. La oportunidad radica en la creciente demanda por lo que producimos. Tenemos temperatura, luz y agua; somos el país que más alimentos per cápita produce en el mundo. El desafío consiste en comprender esa demanda, entender sus gustos y lograr el ingreso a esos mercados con productos elaborados de alto valor agregado, sin por ello descuidar las necesidades de consumo interno de nuestro país y transformando al sector en un importante generador de empleo de calidad para nuestros habitantes. 

Trasladar la dinámica productiva a la creación de empleo genuino no es una quimera, pero requiere impulsar nuestro potencial a través de políticas públicas con sentido federal, inclusivo y solidario. Por eso en los últimos años nuestro gobierno ha procurado priorizar determinados ejes estratégicos con relación al sector agropecuario: la industrialización de nuestros productos primarios, el valor agregado en origen, el aumento y mejoramiento de la producción, la innovación, la biotecnología, el riego, la inclusión de los pequeños productores y las buenas prácticas agrícolas, entre otros. Desde el Estado se ha procurado avanzar en el desarrollo de políticas públicas concretas en estos ámbitos.

Si queremos dejar de ser el granero del mundo para convertirnos en el almacén del mundo, debemos apostar a este camino de fortalecimiento y desarrollo de nuestras capacidades. La industrialización del agro argentino es clave para ser competitivos a nivel mundial, crear empleo y “suavizar” los efectos de los ciclos de los precios internacionales de commodities. Las metas alcanzadas en los últimos diez años dan cuenta de que estamos recorriendo ese camino.

En 2009 la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación ascendió a la categoría de Ministerio. En este sentido, la capacidad de acción frente a las problemáticas del agro se vio jerarquizada.

En 2011 se lanzó el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Participativo y Federal 2010-2020 (100PEA 2020). En 2014 el ministro Carlos Casamiquela reimpulsó el Plan, actualizando sus metas y promoviendo los consensos con el fin de pensar y diseñar políticas de mediano y largo plazo desde la visión compartida con las cadenas. Entre sus objetivos, se estima aumentar la producción alrededor del 50%, para así llegar a los 247 millones de toneladas de producción agrícola y forestal: leche, 16,9 millones; producción forestal, 10,7; cereales, 84,6; oleaginosos, 69,8; frutales, 11,2; hortalizas y legumbres, 10,7; cultivos industriales, 35,5; carnes, 7,6. En este sentido se están trabajando 40 ejes de discusión con 38 cadenas de valor de nuestro país. Las metas consensuadas de esta manera son la forma de construir una base sólida a partir de la cual se generen herramientas y políticas públicas para enfrentar los desafíos productivos de cara a 2030. Poner el foco en las cadenas es un modo de impulsar la acción conjunta entre actores públicos y privados y una participación inclusiva de todos los eslabones. 

Un problema recurrente en la producción agropecuaria argentina es el de los monopsonios; es decir, mercados donde hay muchos vendedores y pocos compradores, que hacen valer su poder de mercado para generar condiciones comerciales ventajosas. Ello ocurre en casi todos los mercados, tanto de granos y oleaginosas como de productos de las economías regionales. En el caso de granos, vitivinicultura, carnes, ovinos y algodón hemos procurado solucionar las asimetrías de información existentes a través de la creación de la Plataforma SIO. ?El Sistema Unificado de Información Obligatoria de las operaciones de compraventa es una medida que garantiza más transparencia en el mecanismo de formación de los precios. A través del sistema, creado por la Secretaría de Agricultura y la Comisión Nacional de Valores pero administrado por las bolsas y los mercados de futuro, el precio, el tonelaje, la zona y el mecanismo comercial de todas las operaciones de compraventa deben ser publicadas en una página web. Eso permite que cada productor sepa exactamente cuánto se está pagando por su mercadería en tiempo real, sin intermediarios. El SIO Granos (100https://www.siogranos.com.ar) se encuentra operativo desde principios de 2015; el SIO Vinos, desde mediados de año y se está avanzando en la implementación de SIO Algodón, SIO Frutas y SIO Carnes. Tenemos que seguir avanzando en transparentar mercados, abarcando cada vez más producciones. 

Nuestra gestión también ha dado gran cabida a la promoción de la biotecnología. Frente a un aumento de la población y una oferta prácticamente rígida de superficie cultivable mundial, la única forma de aumentar la producción es a través de saltos en la productividad como el que puede ofrecer la biotecnología. Por eso la Argentina ya lleva aprobados veintidós eventos de maíz, seis de soja y tres de algodón. En ese sentido, hemos intentado que la aprobación de eventos se haga con sentido estratégico, procurando el desarrollo de la industria nacional, el acceso a las nuevas tecnologías por parte de todos los estratos de productores y las necesidades agronómicas, climáticas y financieras de nuestros agricultores.

Por eso, por primera vez en la historia, la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (100Conabia) aprobó en 2014 dos cultivos biotecnológicos de origen nacional. Los eventos aprobados corresponden a trabajos del Conicet: una papa resistente a virus y una soja que tolera la sequía y que fue obtenida por la empresa público-privada Indear de Rosario. Por otro lado, en 2013 la Secretaría de Agricultura de la Nación dictó la resolución 7/2013 que creó el Comité Asesor en Bioinsumos de Uso Agropecuario (100Cabua), que funciona en el ámbito de la Conabia. Los bioinsumos son productos obtenidos mediante la biotecnología y elaborados a partir de organismos como bacterias, hongos, virus e invertebrados, o bien extractos naturales obtenidos de plantas. Promueven el agregado de valor en origen, permiten la diferenciación del producto por sus atributos de calidad y tienen un gran potencial para aumentar la industrialización de la ruralidad. Las funciones de la Cabua son brindar asesoramiento sobre los requisitos técnicos de calidad, eficacia y bioseguridad que deberán reunir los bioinsumos para su liberación al agroecosistema.

Por supuesto, todo este desarrollo debe tener en cuenta el impacto ambiental. De hecho, el uso de la biotecnología permite reducir el uso de aplicaciones, porque las plantas tienden a tener resistencias específicas para los ambientes en los que son implantadas. Más allá de esta realidad, la Conabia es un ejemplo de seriedad del trabajo del Estado. Tanto es así que en 2014 fue reconocida por la FAO como órgano de referencia a nivel mundial, lo que permitirá que nuestro sistema de aprobación de eventos tecnológicos sea exportado a países deficitarios en esta materia por nuestros técnicos y expertos. Más aun, para aumentar la transparencia de este mecanismo hemos decidido dar la oportunidad a organizaciones de la sociedad civil de dar sus comentarios técnicos a las evaluaciones de los eventos bajo análisis.

 

La agricultura familiar como eje del crecimiento

Otro eje importante para nosotros es la visibilización de la agricultura familiar como actor genuino del sector agropecuario. En 2014 se elevó el rango de la Subsecretaría de Agricultura Familiar, que ascendió a la categoría de Secretaría de Estado. De esa manera dejó de depender de la Secretaría de Desarrollo Rural y se jerarquizó su trabajo. Las políticas activas que lleva adelante impactan en más de doscientos mil productores de la agricultura familiar, que representan el 66% del total de productores del país. La agricultura familiar constituye un sector estratégico para la producción de alimentos, la generación de empleo y la ocupación de los territorios. Es la garante de la seguridad alimentaria en el país, pues produce cerca del 60% de lo que se consume internamente, y el 20% del producto bruto agropecuario de nuestro país. Desde la nueva Secretaría se creó el Monotributo Social Agropecuario como forma de brindar apoyo y fortalecer a los pequeños y medianos productores.

Los pequeños y medianos productores también son la población objetivo del Programa Cambio Rural, creado en 1993. Nuestra gestión reimpulsó el programa en 2014, bajo el lema “Innovación e inversión”. El Programa, coordinado por el Ministerio y gestionado por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (100INTA), ya asistió a más de 12.400 pequeños y medianos productores en 2013, y a partir de este año se impulsaron acciones para llegar a 30.000 productores. Enmarcado en las metas del Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial (100PEA) 2020, Cambio Rural II tiene por objetivos centrales lograr que las pymes agroalimentarias y agroindustriales, el sector cooperativo y los agricultores familiares innoven, se asocien y se fortalezcan, y generen y gestionen proyectos que posibiliten el agregado de valor en origen. El Programa apoya a grupos de productores a través de la contratación de un profesional (100promotor asesor) que facilita la gestión integral de sus emprendimientos para la innovación en sus territorios durante tres años. Complementariamente, acerca y brinda herramientas e instrumentos de financiamiento para promover procesos de innovación de los grupos. El promotor asesor es seleccionado por los propios integrantes del grupo y trabaja en conjunto en la formulación e implementación de planes de mejora individuales y grupales, elaborados de manera participativa. Los promotores asesores son apoyados en su trabajo por agentes de proyecto, quienes vinculan a los grupos con las capacidades del INTA.

Asimismo, el Programa Minifundio del INTA asiste a 11.500 productores minifundistas. En 2014 se propuso incrementar este número en 8.000 productores, lo que significa un alto beneficio para las familias rurales y su arraigo en los territorios. El Programa Prohuerta del Ministerio de Desarrollo Social y el INTA brinda asistencia técnica a 561.750 huertas familiares, 2.850 huertas comunitarias y 6.383 huertas escolares, con presencia en más de 3.500 localidades, y alcanza a 3.400.000 personas. El Programa de Fomento de Bioinsumos (100Profobio) de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca busca promover y facilitar el uso de los bioinsumos por parte de los pequeños y medianos productores agropecuarios, a través de capacitaciones y acercamiento con proveedores, teniendo en cuenta las necesidades específicas de las distintas economías regionales.

El sector agropecuario argentino no sólo ha mostrado desarrollo a nivel interno, sino también a nivel externo, mediante la vinculación con otros países. Como dijimos anteriormente, el período exhibe un aumento record de nuestras exportaciones agroindustriales, entre las que se destaca las Manufacturas de Origen Agropecuario. En lo que respecta a la carne de alta calidad, es importante destacar la autorización de la Unión Europea a la Argentina para exportar carne a sus países en el marco de la llamada Cuota 481. Por otra parte, debe recordarse que logramos el fallo favorable de la Organización Mundial de Comercio (100OMC) en nuestro litigio con Estados Unidos por la reapertura del mercado de cortes vacunos. A partir de esta medida, se concreta la eliminación de las barreras de acceso al mercado estadounidense. En lo que respecta a la pesca, se registraron en 2014 exportaciones de 500.000 toneladas por 1.500 millones de dólares con destino a los cinco continentes.

 

Alianza estratégica con China

Un párrafo aparte merece nuestra alianza estratégica con China. En términos agroindustriales, el hecho resulta excepcional ya que ese país cuenta con el 10% de la tierra cultivable del mundo y escasa disponibilidad de agua para alimentar a 1.380 millones de personas, casi el 20% de los habitantes del planeta. En este sentido, nos encontramos frente a una oportunidad única de aumentar nuestra productividad y poder satisfacer la demanda proveniente del gigante asiático. Cabe destacar que ya somos el tercer abastecedor de alimentos de China. Si bien nuestras exportaciones a ese país aún muestran una fuerte concentración en los productos del complejo sojero, ya se evidencia un proceso de diversificación producto de las negociaciones de acceso, como es el caso del maíz, la carne bovina, la harina de carne y la de hueso, la genética bovina y el crecimiento de las ventas de leches infantiles, langostinos, calamares, suero lácteo, leche en polvo, vinos (100embotellados y espumosos), semillas de hortalizas y aceite de oliva, entre otros productos. 

 

Lo que viene

Los aspectos mencionados anteriormente no son más que un repaso, necesariamente incompleto, por algunas de las líneas que nuestro gobierno ha impulsado en materia de política agropecuaria. No son las únicas, ni tampoco son suficientes. Hay bastante por hacer en términos de transformación productiva, innovación tecnológica y fortalecimiento institucional (100tanto público como privado).

Por ejemplo, queda mucho por realizar en términos de sustentabilidad. Debemos promover las buenas prácticas agrícolas y desarrollar sistemas más complejos de manejo de riesgos climáticos y financieros. Tenemos que pensar en la adaptación de nuestras producciones al cambio climático, que provocará transformaciones en los patrones de temperatura y en la ocurrencia de fenómenos climáticos extremos. Tenemos que evaluar el efecto de la falta de rotaciones, que agrava las consecuencias de esos eventos climáticos y deteriora la calidad de nuestros suelos, y pensar en qué incentivos institucionales, fiscales, comerciales, entre otros, debemos promover para estimular la rotación de cultivos.

Otro desafío para el futuro es la primarización de nuestras exportaciones. Hacia el interior, eso se combate con industrialización y agregado de valor en origen. En ese sentido, y más allá de cuestiones puntuales que deben ser tratadas en forma individual, los derechos de exportación diferenciados han favorecido la industrialización de nuestras materias primas, como lo expone nuestra fenomenal capacidad de procesamiento de soja y, en menor medida, de maíz. Hacia el exterior, queda un camino por recorrer en términos de nuestra alianza estratégica regional. La región puede fortalecer aún más su rol de plataforma de negociación con nuestros actuales y futuros socios comerciales para lograr exportar productos elaborados con alto valor agregado y empleo local.

Por supuesto, la logística y la infraestructura también son parte de nuestra agenda y la del futuro. Mejores caminos, mejores puertos, mejores trenes son necesarios para disminuir el costo relativo del transporte y hacer eficiente los procesos productivos. Tenemos también que enfocarnos en la importancia del riego para aumentar la productividad. Con el agua de río y con el agua subterránea que poseemos podríamos duplicar nuestra superficie irrigada de 2 a 4 millones de hectáreas. Por supuesto, las mejoras de logística e infraestructura deben estar acompañadas por un proceso de industrialización de las materias primas y el agregado de valor en origen: la incidencia de los fletes seguirá siendo alta, no importa la calidad y eficiencia del transporte, si lo que se traslada son productos primarios sin procesar. Hicimos mucho durante la última década para avanzar en ese sentido. La actual baja de los precios internacionales de las commodities muestra que estábamos en el camino correcto. 

En definitiva, la agenda del futuro nos invita a pensar el sector agropecuario como uno de los ejes básicos a partir del cual lograr el desarrollo nacional. En ese sentido, la política agropecuaria no puede estar aislada de las necesidades del país y de cada uno de sus habitantes. Pensar el sector agropecuario como vector del desarrollo, entonces, es pensar en crear trabajo a partir del sector, promover industrias a partir del sector, promover el agregado de valor a partir del sector y generar las condiciones necesarias para hacer sustentables muchas economías regionales. Muchas cosas hemos logrado, pero muchas quedan por hacer. Ese es el sendero a transitar: del crecimiento al desarrollo.

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