1 de mayo de 2011
Instituto Gestar

El 1 de mayo en contexto histórico

Podemos así ver como los obreros argentinos mostraron desde los orígenes del desarrollo capitalista local una fuerte vocación organizativa. No obstante, también fue común la división y el enfrentamiento entre tendencias opuestas. Estas circunstancias debilitaban su lucha, lo cual se agravaba al enfrentar gobiernos conservadores, o incluso radicales, que poco interés mostraran por negociar o, muchos menos, reconocer reclamos elementales. Así, en la primera presidencia de Yrigoyen, se producirán los tres hechos más sangrientos que enfrentó la clase obrera con anterioridad a la última y feroz dictadura militar. Nos referimos a la “Semana Trágica” (1001919), las huelgas en La Forestal (1001919-1920) y la represión en la Patagonia (1001921).

Pero sin duda, un hito central en este desarrollo histórico lo constituirá la creación de la CGT (1001930), nacida del acuerdo entre la USA y la COA. A partir de entonces, la CGT se irá convirtiendo en una gran organización de masas y se presentó como la única central obrera frente a la cada vez más reducida presencia de la FORA del V Congreso. Sin embargo, la formación de la nueva central no impidió que las diferencias y divisiones volvieran a resurgir, lo cual respondía a las distintas orientaciones ideológicas que seguían coexistiendo al interior de la clase obrera argentina (100socialistas, sindicalistas, comunistas).

Como sabemos, el arribo del peronismo al poder cambiaría para siempre no sólo el desarrollo histórico argentino sino, en particular, el devenir del movimiento obrero. La CGT se convertirá desde entonces, no sin ciertos desencuentros, en columna central del Movimiento Nacional Justicialista; y las notables conquistas obreras de aquel período, cuya expresión más acabada quedarían reflejadas en la Constitución de 1949, marcaron un ideario y una identidad que resistiría el paso del tiempo y de las profundas adversidades políticas futuras.

Con el golpe de Estado de 1955 se cerró de manera violenta aquella experiencia y comenzó una nueva y larga etapa, prolongada hasta 2003, en donde la clase obrera solo conoció la proscripción y persecución política, la progresiva perdida de derechos y el creciente desmejoramiento de sus condiciones de vida y de trabajo. La CGT y los gremios conocieron reiteradas intervenciones que destituyeron a las autoridades elegidas por los trabajadores, y éstos adoptaron posiciones más duras o más negociadoras frente a estos gobiernos antipopulares. Estas circunstancias, entre otras, llevaron a fracturas dentro de la central obrera (100CGT Azopardo y CGT de los Argentinos) y a enfrentamientos internos violentos. Ello no impidió que la clase obrera protagonizara levantamientos y huelgas históricas, de notable impacto político, como la huelga en el Frigorífico Lisandro De la Torre (1001959), el “Cordobazo” (1001969) o el mismísimo “Rodrigazo” (1001975) ante el plan de ajuste del Ministro de Isabel.

Así, sólo el breve interregno del retorno de Perón al poder en 1973, y en cierta medida la también breve experiencia gubernamental de A. Illia, representaron momentos en los que la clase obrera pudo encontrar respiro en medio de largos períodos de gobiernos ilegítimos y abiertamente autoritarios y antiobreros. La última dictadura militar sería en este devenir la etapa más oscura y siniestra, siendo los trabajadores y sus dirigentes sindicales las mayores víctimas del terrorismo de Estado. Como sostienen González y Bosoer “la represión y el terrorismo de Estado, por un lado, y el plan económico de Martínez de Hoz, por el otro, diezmaron las fuerzas del movimiento obrero”. No obstante muchos trabajadores y dirigentes resistieron y lucharon en medio de condiciones tan adversas, y en abril de 1979 la CGT realizó la primera huelga general en contra de la dictadura.

El retorno democrático en 1983 encontró a un sindicalismo debilitado por la larga represión militar y las profundas transformaciones operadas en el entramado productivo. El descalabro económico general de la década del ’80, con tasas de inflación que nunca bajaron del 100% al año y llegaron al ¡3.100% anual! en 1989, no hicieron más que profundizar la pauperización de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Sobre esta dura realidad caería la avalancha neoliberal de los ’90 que completó el cuadro de desindustrialización iniciado en los ’70 con las privatizaciones y la flexibilización laboral. Su resultado es conocido por todos: tasas de desempleo exorbitantes, aumento del trabajo en negro, pérdida de derechos históricos y un escenario de creciente pobreza y marginalidad. Así, mientras que en la década del ’70 la pobreza era del 5%, al finalizar los años ’90 superaría el 30%, para llegar a su pico histórico en octubre de 2002: 57,5%. A su vez, un país que había tenido prácticamente plena ocupación durante décadas, superó el 18% de desocupación en 1995 y alcanzó su record histórico de 31,1% en el segundo semestre de 2002.

Sobre este panorama desolador se inició el actual modelo socioeconómico liderado por el ex presidente Kirchner y la actual presidenta Cristina Fernández. Desde 2003, el país emprendió un modelo de reindustrialización que permitió recuperar de manera notable las tasas de empleo y reducir a menos de un dígito aquel flagelo de la desocupación. Se recobraron plenamente los mecanismos de negociación entre capital y trabajo para pautar salarios y condiciones laborales, se recuperó el poder adquisitivo del ingreso, se redujo el empleo “en negro”, se diminuyó de manera notable la pobreza, y a aquellos sectores que aún no han podido ser incorporados al empleo y la producción se le otorgaron beneficios sociales que le aseguran condiciones básicas de subsistencia. En este contexto, la reducción del desempleo y la plena vigencia de las instituciones y el respeto a los derechos de las organizaciones gremiales, le otorgó un nuevo margen de maniobra al sindicalismo, que ha recobrado su presencia en el escenario político nacional.

En fin, la clase obrera argentina ha logrado salir desde 2003 de su larga noche de persecución política y perdida de derechos y condiciones materiales de existencia. El actual modelo ha devuelto dignidad, respeto y presencia al trabajador y al movimiento obrero en la vida nacional. Por ello, es necesario tener memoria de aquel pasado, hecho de grandes conquistas pero también de graves derrotas, para poder valorar el presente y saber defender lo reconquistado desde 2003 y avanzar en todo aquello que aun falta por alcanzar.

Matías Rohmer y Arturo Trinelli

Politólogos (100UBA)

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