Este dilema que divide las aguas entre economistas más proclives a aplicar políticas “contracíclicas”, muchas veces un eufemismo de “ajustes ortodoxos”, y aquellos que son partidarios de continuar con estrategias expansivas tiene algo de falaz por dos motivos. Por un lado, las condiciones externas, reflejadas por el precio internacional de la soja, continúan siendo inmejorables. Pasó de 226 dólares la tonelada en 1995 a 454 dólares en el 2011. Por el otro, las condiciones internas, evidenciadas por los movimientos de la tasa de interés real a los préstamos de las empresas de primera línea, pasaron de un 11% en 1995 a un 5% negativo en el 2011, parecerían no ser del todo malas. Si se compara estas condiciones iniciales contra las que tuvo que enfrentar el primer gobierno de Néstor Kirchner todo hace prever un escenario de inicio favorable. La cuestión es, entonces, porque se está intentando instalar entre ciertas franjas de la sociedad la percepción de descontento y en cierta medida, de desconfianza en el futuro.
Tratemos por un momento de analizar un eje de discusión alternativo. La visión negativa que se intenta diseminar entre los empresarios estaría asociada a otra encrucijada clave, ya no la de acelerar o frenar la economía sino la del abandono de la senda hacia la normalidad. Los detractores del modelo plantean este nuevo eje con la idea de situar al país en una transición entre el fin de la convertibilidad, la renegociación de la deuda y de los contratos de privatización y el surgimiento de un nuevo esquema institucional. Como en toda transición, el quiebre con la institucionalidad anterior involucra un camino duro. Según ellos, la ausencia de reglas más la incertidumbre propia sobre el futuro llevarían a exacerbar la percepción negativa de los agentes económicos.
Desde este lugar plantean que para retomar la senda de la normalidad la sociedad debe recrear sus propias instituciones. Esto siempre requiere de liderazgos políticos fuertes.
Es en este punto donde el razonamiento de eminente hecatombe hace agua por todos los frentes. El pedido de fuerte liderazgo político está cubierto en la principal figura de la fuerza gobernante: Cristina Fernández de Kirchner.
La demanda de instituciones y liderazgos que ayuden a coordinar expectativas también se encuentra allí. Las discusiones paritarias, el nuevo rol del Banco Central, el esfuerzo por mantener los superávits fiscal y externo, la actualización de las jubilaciones mínimas son algunas de las instituciones que demandan como necesarias para lograr una dinámica de consistente de desarrollo nacional, que ya están presentes.
Quedan desafíos por enfrentar y cursos de acción por corregir. Sin embargo, el sendero de reconstrucción institucional y la tan mentada vuelta a la normalidad, ya son una realidad en nuestro país. Cuidar lo alcanzado hasta este momento es responsabilidad de todos.
Martín Raposo
@MartinRaposo