Por: Anabella Busso
Texto publicado originalmente en Panamá Revista
El peronismo, al igual que otros partidos políticos y movimientos populares en distintas partes del mundo, transita una etapa compleja donde se le crítica haber disminuido su capacidad tanto para representar los intereses de sus votantes -y de la gente de a pie en general- como para liderar un proceso de cambio que habilite una Argentina desarrollada e inclusiva, en la cual los históricos principios de soberanía política, independencia económica y justicia social puedan ser alcanzados en la tercera década del siglo XXI. Dicho en otras palabras, el rol que el peronismo le otorgó a la política como instrumento de cambio capaz de crear un horizonte de futuro alentador parece esfumarse. Esas críticas se hacen más visibles al tener que gobernar en un escenario inflacionario e inequitativo, agravado por los efectos de la pandemia y, además, enmarcado en un endeudamiento externo heredado y predatorio que condiciona las políticas públicas a mediano y largo plazo. Al mismo tiempo, las diferencias crecientes al interior de la coalición oficialista sobre cuál es el camino adecuado para salir de esta situación, incrementan la sensación de desamparo de los sectores sociales más afectados económicamente, fomentan el desencanto político de los militantes y deterioran la confianza de los ciudadanos en la política.
En este marco Panamá Revista planteó, bajo el título cinematográfico “Volver al Futuro”, el desafío de pensar colectivamente un reseteo conceptual general, que nos permita empoderar nuevas ideas y coaliciones, pensar una nueva mayoría, un nuevo peronismo y, finalmente, una nueva Argentina. Aportar algo de luz es difícil, pero trazaré algunas reflexiones entendiendo que la idea de “volver al futuro” implica discutir un proceso de modernización e inclusión liderado por el peronismo en un entorno localmente apremiante e internacionalmente inestable y amenazante.
El mundo como contexto del debate
Desde los años 80 las sucesivas articulaciones entre neoconservadurismo y neoliberalismo y entre progresismo y neoliberalismo generaron una alteración profunda en la distribución de la riqueza, que en la actualidad alcanza niveles sin precedentes. De acuerdo a Credit Suisse Global Wealth Databook 2021 la distribución mundial de la riqueza hoy muestra que el 1,1 % más rico de la población mundial concentra el 45,8 % de la misma mientras que el 55% de la población solo recibe el 1,3%. Este proceso de concentración se enmarcó en el traspaso de un capitalismo productivo a uno financiero y fue acompañado por propuestas provenientes de los países centrales, los organismos multilaterales de crédito y el sector financiero transnacional para avanzar en el achicamiento del Estado, liberar el comercio, desregular las finanzas, deslocalizar empresas y fomentar las cadenas globales de valor. Simultáneamente, se produjeron grandes avances tecnológicos inaccesibles para los países en desarrollo y se generaron cambios en el universo laboral, donde quienes poseen las destrezas necesarias pueden sumarse al mundo de los globalizadores y quienes no las poseen, permanecen en el mundo de los globalizados en condiciones de exclusión, o trabajando bajos nuevas formas de esclavitud del siglo XXI. Empero, la narrativa neoliberal conserva aún un lugar de privilegio en los grandes medios de comunicación.
Las consecuencias de este proceso en Latinoamérica fueron catastróficas y sus sociedades reaccionaron en la primera década del siglo XXI votando alternativas políticas que, en líneas generales, coincidían con el ideario de los movimientos populares. En ese escenario, el peronismo, bajo la impronta kirchnerista, encontró un contexto regional favorable. Sin embargo, con el regreso de gobiernos de derecha también volvieron las políticas neoliberales y, simultáneamente, el objetivo de borrar cualquier legado de la etapa anterior y hacer de los movimientos populares un actor digno de ser abatido: “el populismo es peor que el coronavirus”, afirmó el expresidente Macri. La meta no fue alcanzada porque en varios países de la región volvieron a ganar gobiernos progresistas y movimientos populares, pero las consecuencias económicas, políticas, sociales y la profundización de la grieta en las sociedades nacionales hasta enraizarlas con el odio, generaron condiciones difíciles de ser corregidas. Por ello, el cambio de perfil ideológico por las elecciones acontecidas entre 2018 y 2022 en México, Argentina, Bolivia, Perú, Honduras y Chile equilibra parcialmente el escenario regional, pero de ninguna manera reinstala las condiciones políticas y económicas de la primera década del siglo. Pensar que las políticas de los 12 años de kirchnerismo son automáticamente repetibles en el presente es una utopía. El desafío es imaginar cómo conseguir objetivos similares en un mundo diferente. Contextualmente, esta tarea involucra recomponer el regionalismo porque no hay salidas individuales para los países latinoamericanos.
Además, a partir de la crisis financiera de 2008 el deterioro de las condiciones de vida de las sociedades en varias partes del mundo incrementó el descreimiento en la política y en los políticos. Como reacción crecieron las expresiones de extrema derecha que fueron sumando adeptos de Norte a Sur y que hoy son una amenaza para las democracias occidentales. Argentina no está exenta de estas tendencias. Este dato no es menor en tanto constriñe el tiempo del que dispone el peronismo para los debates que se están dando -y se darán- en la búsqueda de los mejores instrumentos que permitan paliar las urgencias del presente y establecer un camino para cambios efectivos y duraderos.
Es importante no perder de vista que el mundo y Argentina -por influencias externas y por causas propias- se encuentran en un punto de inflexión donde si las resoluciones a los problemas no son positivas, lo que vendrá no será bueno.
Federalismo y geopolítica del desarrollo
“La Argentina, una nación con una ciudad y una provincia” tituló María Esperanza Casullo una nota que, por cierto, refleja el desasosiego que sentimos quienes no vivimos en CABA o provincia de Buenos Aires cuando escuchamos los debates y propuestas de gobierno. Esta dinámica también impacta sobre la centralidad que ocupan determinados actores en la vida política argentina. El gobierno de “la ciudad”, el “de la provincia” y el “la nación” resumen, en palabras de Casullo, “el mapa político-territorial del octavo país más extenso del mundo”.
Si bien es verdad que el centralismo es un problema estructural y que el gobierno de Cambiemos lo acentuó con su visión extremadamente metropolitana, el peronismo, que se ha caracterizado por su idea de inclusión, debe pasar del discurso federal a una práctica efectiva del federalismo. Esto es necesario por diversas razones. Políticamente, es imperioso que los temas de agenda de otras regiones del país se instalen y se traten con la misma importancia que los que afectan al espacio conformado por el gran triángulo de poder. También es central que los programas que se diseñan, por ejemplo, para controlar precios lleguen a todo el país. Además, es fundamental pensar geopolíticamente el desarrollo desde una perspectiva federal. Esto implica entender la geopolítica en aquella dimensión que analiza la relación entre el Estado y la sociedad en un territorio determinado para abordar cuestiones que tengan que ver con el desarrollo presente y futuro. Argentina, a partir de la ampliación de la plataforma continental, es un país “bicontinental”. Si la construcción de una agenda nacional desde la Quiaca a Ushuaia fue compleja, ahora hay que pensarla desde la Quiaca a la Antártida. El desafío es grande, pero hay que enfrentarlo. La retribución no sólo llegará a través de un desarrollo inclusivo, sino que recogerá las experiencias económicas, políticas y sociales exitosas a lo largo de la geografía nacional que podrían socializarse desde “el interior” hacia la gran metrópolis y su área de influencia.
Renovar el modelo de desarrollo
El estado de bienestar no es trasladable a la actualidad de manera automática, pero el rol del Estado sigue siendo central. Por ello, el cuidado del sector industrial vía políticas activas debe continuar en tanto este genera empleo y abastece al mercado interno. Sin embargo, de manera simultánea, resultaría importante sumarlo a otras redes de producción (por ejemplo, como proveedoras en las grandes obras de infraestructura o participantes en las cadenas globales de valor). El inconveniente de ligar toda la producción industrial al mercado interno es que el mismo en Argentina es pequeño y está empobrecido, lo que genera una limitación para el crecimiento y, especialmente, para su conversión en desarrollo. Adicionalmente, este crecimiento limitado no garantiza la acumulación de capital para la reconversión tecnológica necesaria en nuestros tiempos.
Además, en ocasiones las acciones protectoras del Estado terminan beneficiando a las grandes corporaciones, que realizan ganancias enormes y las fugan. Para el peronismo establecer regulaciones sobre las mismas es complejo no sólo porque estas tienen mucho poder para defender sus propios intereses, sino porque media también un distanciamiento ideológico irreconciliable. Más allá que hayan tenido ganancias importantes en gobiernos peronistas el “círculo rojo tradicional” nunca apoyó los criterios de distribución propuestos por el peronismo -salvo en la etapa menemista- y el “círculo rojo en nacimiento” tampoco, es más, este último se muestra muy activo planificando el regreso del macrismo en 2023.
En el campo social, el crecimiento genuino debería acompañarse con políticas que articulen los planes sociales con contraprestaciones de quienes los reciben. Esta tarea apuntaría a mantener más cercanos al mundo del trabajo a los sectores que no han accedido al mismo.
Narrativas y comunicación
El peronismo no sólo enfrenta la fortaleza de la narrativa neoliberal y la consolidación de la narrativa anti-política que acentúan la ruptura de la relación entre el Estado y la sociedad y, más ampliamente, entre la sociedad y la política, sino que también debe recuperar la propia, afianzándola como “narrativa nacional” en los sectores más desposeídos, pero ampliándola para incluir a la clase media y, etariamente, a la juventud.
Si bien durante los gobiernos kirchneristas este fue un punto central donde se produjeron avances, también es verdad que en Latinoamérica a finales del ciclo del giro a la izquierda, como afirman Sergio Costa y Francesc Badia, se produjo un agotamiento de las grandes narrativas nacionales que permiten unir a las naciones en torno a objetivos comunes. Como aconteció con el discurso nacional-desarrollista o la narrativa pro redemocratización, hoy los movimientos populares deben trabajar para convertir la lucha contra la desigualdad en un proyecto nacional hegemónico.
Esta tarea es un desafío doctrinario y empírico. En el primer caso se debe acordar qué entendemos por lucha contra la desigualdad y en el segundo cómo lo comunicamos. Hoy se vive una erosión de los espacios públicos de debate que permiten el intercambio respetuoso de ideas entre actores sociales disímiles. Estos espacios habilitaban a los gobiernos no sólo para defender sus políticas, sino también para corregirlas o ajustarlas en función de las demandas de la sociedad. Su ausencia aumenta el riesgo del alejamiento de quienes gestionan el Estado de los problemas de la gente común. Igualmente, la concentración de los medios de comunicación más su partidismo y el crecimiento de las redes sociales -que producen nubes donde el intercambio respetuoso se genera entre quienes coinciden, mientras que las argumentaciones opuestas se canalizan a través insultos y fake news, invalidando el lugar para los buenos argumentos- agudizan el problema.
En este contexto el peronismo, como gobierno, debería evitar los anuncios que generan expectativas que luego se desvanecen y habilitan las críticas de propios y ajenos y ser más explícito en la asignación de responsabilidades sobre los actores que entorpecen las políticas redistributivas. Como movimiento político debe encarar una modernización comunicacional para llegar a los jóvenes. Para ello el uso respetuoso de las redes sociales es un instrumento central. Esto no garantiza paridad con quienes las usan recurriendo a noticias falsas y trolls, pero abrirá una ventana para legitimar ante los jóvenes la idea de que un cambio sustantivo no pasa por el desprecio a la política, sino por su uso para lograr una Argentina mejor. La batalla cultural y la orientación de sentido son centrales y, por el momento, los resultados no son alentadores.
Los dilemas de la coalición gobernante
En comparación con la coalición opositora, la coalición de gobierno es más amplia en cantidad de partidos, movimientos sociales y sindicatos que la integran y también es más diversa ideológicamente. El eje que la aglutina es la necesidad de lograr una Argentina más inclusiva y el convencimiento de que la vía neoliberal es muy dañina para el país. Por ello, el debate sobre la política económica en sus diversas aristas (deuda, restricción externa, finanzas, comercio, producción, inflación, salarios, jubilaciones, entre otras) ocupa el centro de la escena y se manifiesta en los distintos abordajes propuestos por el Presidente y la Vicepresidenta.
Además, se argumenta que la verticalidad histórica del peronismo y el formato institucional presidencialista son incompatibles con el nivel de debate actual. Que esta situación agudiza la crisis y empodera a la oposición. Es verdad. Sin embargo, tanto la formación del FDT como de la fórmula presidencial fueron excepcionales desde un inicio y su convivencia implicará un mecanismo de acuerdo político por fuera de lo convencional.
El presidente es apoyado por aquellos sectores del FDT que han tenido diferencias con el kirchnerismo y quienes prefieren un estilo más negociador. La vicepresidenta cuenta con su experiencia de 8 años en la Casa Rosada y es vista por muchos de sus votantes como la última defensora de sus intereses. Pensar que la compleja tarea puede ser realizada sólo por uno de ellos es una ilusión. Salir del laberinto por arriba para atender las urgencias económicas y sociales de la población, cumplir las promesas electorales y restablecer la esperanza en un país mejor, no es una opción, es una obligación. El peronismo, ante la gravedad del cuadro político-económico, no puede darse el lujo de la autodestrucción.
Lejos de la academia, cerca del corazón
El 7 de agosto de 2019 el FDT organizó su acto de cierre de campaña en Rosario. A causa de una operación que me dificultaba permanecer largas horas de pie hacía mucho que no asistía a un acto político, pero ese día decidí arriesgarme y participar. La experiencia fue reconfortante. El acto fue masivo, los y las asistentes representaban a diferentes sectores sociales y distintas generaciones. Algunas notas distintivas fueron la alegría, la cordialidad, la esperanza y la ausencia de odio. En el escenario estaba representado todo el espectro político del FDT. Alberto prometió que nunca más lo harían pelear con Cristina y que si sentíamos que se equivocaba se lo hiciéramos saber. Cristina dijo que acompañaba a Alberto porque quería que los argentinos vuelvan a ser felices, pidió que estuviesen unidos, marcó la necesidad de unión entre los sectores políticos que piensan que una Argentina mejor es posible y resaltó el problema de la deuda macrista como un punto de inflexión. Al final del acto la esperanza me embargó. Regresé junto a otras compañeras y, sin darme cuenta, había caminado 40 cuadras sin dolores. Eso genera la confianza política. Si esto me ocurrió a mí que no sufro la insatisfacción de necesidades básicas supongo lo que habrán sentido aquellos/as que sí las sufren. No hay margen para defraudarlos.