27 de marzo de 2023
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El Pueblo de Francisco: mucho más que 10 años haciendo lío

Por: Patricio Perreta

El Pueblo de Francisco: mucho más que 10 años haciendo lío

“Quiero agradecer a mi pueblo porque me educó el pueblo argentino. Yo soy argentino, educado por el pueblo argentino, con su riqueza y sus contradicciones…”.  Con esta frase cerraba Francisco algunos de los reportajes que dio a medios argentinos, en ocasión del décimo aniversario de su pontificado. Las constantes referencias del Papa al pueblo, a la periferia, a la riqueza cultural de las naciones, a su propia condición de oriundo del “fin del mundo” habla a las claras –como no podía ser de otra manera- del peso que tiene su experiencia argentina y latinoamericana en su Papado, entendiendo como experiencia no sólo las vivencias individuales, sino también como el pasado y las experiencias comunitarias de un pueblo.

¿Cuáles son esas dinámicas propias que Francisco llevó al centro de la Iglesia Católica? ¿Cuál es el contexto geográfico, histórico y cultural que lo acompañó? A 10 años de su Pontificado creemos que es importante aportar a esa cuestión, para tratar de comprender su mensaje y las repercusiones que tendrá en el futuro, no sólo en el aspecto religioso sino también en la faceta cultural y política del mundo y, obviamente, de nuestro país.

América Latina

Sostiene Amelia Podetti, una ensayista reiteradamente citada por Francisco, que “La irrupción de América en la historia transforma radicalmente, no sólo el escenario sino también el sentido de la marcha del hombre sobre el planeta”. Con América la historia finalmente se hace universal, global. El universalismo se realiza en América. Sin embargo, el pensamiento europeo no da cuenta del hecho. En cambio, a medida que Inglaterra se afianzaba en el poder mundial, en lugar de una universalidad con múltiples hacedores se va a promover una uniformidad a la medida de los dominadores.

El pensamiento imperial necesita obligatoriamente de algún mecanismo omnipotente que imponga las reglas. Así aparecen el ambiente, el Estado, el mercado, la “astucia de la razón” o las relaciones de producción, según las distintas corrientes, y las diferentes potencias imperiales, como únicos ordenadores de la sociedad. Aparecen entonces teorías que niegan la posibilidad de que los hombres y las comunidades evolucionen de acuerdo a patrones diferentes según su historia, su presente y sus aspiraciones. Los pueblos que transiten la historia con modelos opuestos a los fijados predeterminadamente deben ser, según esta óptica, objetos de sucesivos ajustes para acomodarlos a la situación que se considere providencial, moderna y vanguardista. De esta manera se suceden en la América Latina los ajustes económicos, militares, educativos o guerrilleros. Se entroniza una dictadura del “pensamiento único” y se predica la bondad intrínseca de determinados procesos históricos y la aceptación pasiva de los males que causen.

América, entra en tensión permanente con la Modernidad a pesar de haber sido el origen de la misma, ya que la Modernidad concebida desde los nuevos imperios es única y el papel que le toca a América es sólo de sometimiento: lo que no siga los patrones propuestos desde los nuevos centros de poder recibirá el estigma de atrasado, oscuro o bárbaro. La cultura propia quedará siempre como un rasgo vergonzante, incapaz de generar algún hecho cultural de renombre. Esta forma de razonar colonizará mentalmente a gran parte de la elite dirigente post independencia, a las universidades y a los centros difusores de cultura en general. La resistencia popular se va a expresar a través de movilizaciones políticas y militares y, sobretodo, del no abandono de sus formas culturales. Pero, ¿qué es lo que esta nueva razón europea no puede tolerar de la peculiaridad americana? Para este razonamiento, el hombre y la cultura resultantes de la colisión producida en el continente son la barbarie misma. A diferencia del pensamiento imperial, la especificidad cultural mestiza de Latinoamérica es la tendencia a la integración, la construcción desde la diversidad.

Al momento de nuestras luchas por la independencia y nuestras guerras civiles por la organización de los países latinoamericanos ambas posturas van a enfrentarse: el humanismo popular, eje de todo proyecto político nacional, que engendra la cultura latinoamericana y que se caracteriza por la unificación de visiones diferentes y hasta contradictorias (el barroco latinoamericano). Este humanismo/proyecto vive en las manifestaciones de la vida cotidiana, en la cultura política y en la religiosidad popular latinoamericana. Sus rasgos son lo dramático, el trabajo alternado con lo festivo, la organización del calendario en torno a las festividades, la participación comunitaria en las mismas, la esperanza de lo milagroso e inesperado, lo desmedido y exuberante, lo emocional, el sufrimiento y la alegría como integrantes indivisibles de la vida, la cercanía divina y su participación -directa o a través de mediadores- en la historia humana, el caudillismo como síntesis de posiciones contradictorias y el policlasismo en sus expresiones.

Por el contrario, los centros de poder mundial difunden el “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” de la Ilustración, que desprecia la capacidad del pueblo para gobernarse por creerlo inculto, analfabeto o indolente. Como sostiene Amelia Podetti, la Modernidad Ilustrada exalta al individuo por sobre la comunidad o, en su versión totalitaria, al Estado por sobre la persona y a la comunidad y al progreso tecnológico por sobre el hombre y la naturaleza, y con esta base promueve todos los atributos que la caracterizan: el individualismo, el materialismo, la racionalidad técnica por sobre la racionalidad emocional, espiritual y popular, la búsqueda constante de riquezas y placeres, el afán de dominio sobre otros hombres y la naturaleza por encima de la solidaridad y la armonía. A su vez, le suma otras facetas distintivas tales como la riqueza como signo visible de la bendición divina, la pobreza como símbolo de culpabilidad, lo festivo de vagancia y el cálculo hedonista e individual de racionalidad.

La institucionalización de las naciones surgidas de la balcanización de la américa española fue llevada a cabo por las elites que estaban convencidas de la superioridad de la cultura iluminista por sobre las tradiciones populares. Las leyes y el país formal se construyen en la dirección opuesta al pueblo. Recién sobre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, una generación de intelectuales va a volver a plantearse el tema de la integración latinoamericana y la revalorización de su historia; basta nombrar a algunos de ellos y recomendar su lectura: el nicaragüense Rubén Darío y el cubano José Martí, los mexicanos José Vasconcelos, Amado Nervo y Carlos Pereira, el uruguayo José Enrique Rodó, el venezolano Rufino Blanco Fombona, el peruano Francisco García Calderón, el argentino Manuel Ugarte (embajador de Perón en México).

El Peronismo

La crisis de todo el sistema capitalista a causa del derrumbe de la Bolsa de 1929 abre la puerta para el resurgimiento de los movimientos nacionales populares -expresión política propia del humanismo popular latinoamericano- a mediados del siglo pasado. En un mundo que ofrecía como alternativas a las crisis diferentes ideologías tan coloniales como el capitalismo, comunismo, socialismo, social democracia, nacionalismos racistas, nacionalismos oligárquicos o aristocráticos, una serie de dirigentes optan por lo nacional-popular. Aparecen Haya de la Torre, Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, entre otros; sin embargo, el máximo exponente será el General Perón. Por logros y por vigencia, el peronismo representa la cúspide de la cultura latinoamericana a nivel político. En todos los escritos de Perón podemos rastrear esta raíz, especialmente en la verdad peronista número 14: “El justicialismo es una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista.”

En 1949 en su discurso frente al Congreso Mundial de Filosofía que se transformaría en La Comunidad Organizada, Perón sintetiza su doctrina y describe dos desequilibrios: entre el individuo y la comunidad, y entre espíritu y materia. Ambos llevan al hombre a la insectificación, la angustia, la náusea, la desesperación; estados producto de aquella entronización de un individualismo sin contenido ético y un progreso científico sin contenido humano.

El 1 de mayo de 1974, al abrir las sesiones ordinarias del Congreso Argentino de ese año presenta el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, el cual, finalmente, oficiará de testamento político. Aclara Perón que es sólo el intérprete de una creación del pueblo: “El Justicialismo es el resultado de un conjunto de ideas y valores que no se postulan: se deducen y se obtienen del ser de nuestro propio Pueblo. Es como el Pueblo: nacional, social y cristiano”. Perón insiste en que “Si una ideología no resulta naturalmente del proceso histórico de un Pueblo, mal puede pretender que ese Pueblo la admita como representativa de su destino.”.

Perón vislumbra al país sometido a una creciente penetración cultural resaltando dos medios a través de los cuales se realiza:

Finalmente, Perón incluye el drama ecológico, cuando recién se comenzaba a hablar del tema. “Creo que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido… Las mal llamadas “sociedades de consumo” son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, porque el gasto produce lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre éstos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna corta vida porque la renovación produce utilidades.”. Finalmente, sostiene que a raíz de que la tecnología no se distribuye equitativamente “la separación dentro de la humanidad se está agudizando de modo tan visible que parece que estuviera constituida por más de una especie.”

 La Iglesia en América Latina

Previo a adentrarnos en el proceso que realizó la Iglesia latinoamericana durante el Siglo XX es necesario pensar en dos Concilios Generales: Trento y Vaticano II. Trento es convocado a raíz de la Reforma Protestante a escasos 50 años del comienzo de la conquista de América, y va a reafirmar el valor de los santos. Las “vidas de santos” van a ser el vehículo de la evangelización post Trento. Las narrativas de las mismas van a obligar al aprendizaje de los idiomas originarios, publicar libros en su idioma, estudiar sus procesos históricos y a crear un nuevo espacio ritual mediante cantos, música, días festivos, procesiones, imágenes y analogías de figuras: se exalta la exuberancia que no desea la sobria ilustración y se produce un quiebre profundo entre la práctica (política, religiosa, etc.) popular y la práctica elitista desde el nacimiento mismo de la región.

El Concilio Vaticano II fue convocado en 1962 para tratar la relación entre la Iglesia y el mundo moderno. Este Concilio declara la vocación sacerdotal del Pueblo de Dios. Fruto del mismo es la Constitución Gaudio et Spes de 1965 del Papa Pablo VI sobre la Iglesia en el mundo actual. En su exposición preliminar señala: “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica”

En la segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana, realizada en Medellín en 1968 y convocada justamente para tocar el tema de América Latina y el Concilio, comienzan a aparecer las primeras apreciaciones críticas hacia la realidad latinoamericana como obstáculos para la acción de la Iglesia. Previamente, en 1967, el Papa Pablo VI publica la encíclica “Populorum Progressio” en la que se denuncia la situación de desamparo de los pobres del tercer mundo criticando el sistema capitalista y al colectivismo marxista como posible solución. A raíz de esta encíclica, y mientras se desarrollaba la conferencia de Medellín, se forma el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.

Esta Conferencia se realiza a menos de 10 años de la Revolución Cubana, en plena ebullición de los años 60, donde el voluntarismo moral cristiano de algunos sectores de alguna manera va a coincidir con el voluntarismo revolucionario del momento. Entre sus puntos principales se destacan el reconocimiento de la injusticia social como una situación indignante tanto ética como espiritualmente; el llamado a la justicia social entendida como impulso al desarrollo integral de los pueblos; el llamado a constituir estructuras intermedias organizadas libremente entre el estado y el individuo; la condena de la violencia política como solución pero la comprensión de la “tentación de la violencia” ante la situación social de la región y la diferenciación entre la religiosidad popular y la religiosidad elitista. Es el momento de la preponderancia de la Teología de la Liberación.

En 1979 es convocada la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana en la ciudad mexicana de Puebla. Entre sus conclusiones se destacan la condena a la violencia guerrillera y estatal, a la economía del libre mercado, a las ideologías marxistas y a las ideologías de la seguridad nacional, así como a la dependencia tecnológica, cultural, económica y política. Define a América Latina como el espacio histórico donde se da el encuentro de tres universos culturales: el indígena, el blanco y el africano, enriquecidos además por diversas corrientes migratorias. Considera a la cultura como “…la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que, al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma «conciencia colectiva». La cultura comprende, asimismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social, cuando no son impedidas o reprimidas por la intervención de otras culturas dominantes”. El Documento de Puebla consagra la opción preferencial por los pobres y por los jóvenes.

En Puebla la centralidad la va a tener la Teología del Pueblo como línea teológica, quizás derivada de la Teología de la Liberación, pero con más acento en la cultura, en los pobres y en la religiosidad popular latinoamericana y, a su vez, alejada de los análisis marxistas en que había caído la primera. Dentro de esta visión se encuentran varios sacerdotes argentinos, conocidos por haber sido inspiración de Francisco: Lucio Gera, Juan Carlos Scannonne, Gerardo Farrell. En la Teología Argentina del Pueblo influye profundamente la realidad política argentina: los movimientos nacional populares, el yrigoyenismo y, sobre todo, el peronismo.

Considera que la Iglesia debe dirigirse al Pueblo y no a las individualidades; al pueblo concreto y real, partiendo de la base de que el pueblo es una comunidad humana que se reúne en base a una misma cultura y una misma jerarquía de valores, y de ellas nace una solidaridad, una voluntad y un proyecto político que conecta sus experiencias históricas vitales. La historia y la lucha por la liberación de un pueblo pasa por sí mismo y los líderes que no lo traicionan.

Por tal motivo, quienes participan de ese sentir expresan su voluntad de ser pueblo y, obviamente, quienes adoptan una cultura opuesta a la misma demuestran una intención de excluir al pueblo. La primera característica para pertenecer a un pueblo, es la conciencia de la necesidad de otros, por eso los pobres (no necesariamente en el sentido clásico socio económico) están en mejores condiciones para pertenecer a un pueblo. Porque la necesidad que ellos tienen de otros es imperiosa, sea para solidarizarse, organizarse o reclamar la justicia debida.

Hemos venido hablando mucho de la religiosidad popular como expresión revalorizada en la Iglesia desde mediados de los sesenta, en especial en América Latina, en contraposición a una religiosidad elitista, esta última promocionada desde tendencias tradicionalistas e intelectuales que, en su presuntuosidad, suponen ser la medida de pureza cristiana, exentos de cualquier contaminación. La religiosidad popular exalta la unión de lo divino y lo humano a través de mediadores, que interceden en ambos mundos. De este modo, el paisaje latinoamericano se puebla de capillas y murales callejeros, de altares en las casas, en los lugares de trabajo, en los centros de práctica deportiva. La veneración se realiza a través de bailes, música, vestimentas, el contacto directo con las imágenes, los amuletos y exvotos, las procesiones y las fiestas como lugar de encuentro de la comunidad. Busca la interrelación concreta entre los espacios divinos y los problemas, necesidades, tristezas y alegrías cotidianas del pueblo. Por tal motivo, no es de extrañar que aparezca una virgen en las marchas de los migrantes, un Cristo en un barrio de pescadores, o que el ruego de Paz, Pan y Trabajo de las procesiones a San Cayetano puedan ser el lema de una marcha contra la dictadura.

La religiosidad popular latinoamericana, así entendida, es un refugio y un lugar de resistencia contra la sociedad tecnocrática moderna. Se suspenden como valores en sí mismos la productividad económica, el hombre como engranaje de un mero mecanismo productor y consumidor, el descanso individualista y hedonista por una revalorización de lo humano y el encuentro con otros.

Uno de los pensadores más influyentes en este proceso que va realizando la Iglesia Católica en la región es el uruguayo Alberto Methol Ferré, a quien Francisco ha definido como “el genial pensador del Río de la Plata”. El mismo integró desde mediados de los 70 hasta 1992 los equipos de reflexión pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano. Además de los tópicos comunes con la Teología del Pueblo, (Pueblo, cultura, etc.) la integración latinoamericana fue su otro gran tema, en el cual se reconocía heredero de Haya de la Torre y de Juan Domingo Perón. Se definía, asimismo, como “pochista” por entender que muchos peronistas no habían comprendido la visión política del General Perón. Su libro “El Uruguay como problema” fue prologado por Arturo Jauretche.

Para Methol, los nacional populismos son el pensamiento político original de América Latina: “Los otros ‘pensamientos’ latinoamericanos eran tautologías de los liberales cosmopolitas o de los marxistas cosmopolitas, pero lo propiamente nacional latinoamericano se acuñó a través de la emergencia de los movimientos populistas”. En 2009, en la presentación en Buenos Aires de la entrevista de Alver Metalli a Methol que se plasmó en el libro “La América Latina del Siglo XXI” el entonces Cardenal Jorge Bergoglio afirmaba “que las ideologías importadas generan universalidades abstractas”. 

El pensamiento de Methol Ferré se expresó en las diferentes etapas de la Revista Nexo, la última editada luego de la recuperación democrática. Sus grandes temas fueron la cultura latinoamericana, la teología del pueblo, el quinto centenario del Descubrimiento de América, los santuarios populares, la integración de la región, los movimientos nacional populares, la revalorización del mundo de los trabajadores y los sindicatos, y, en el caso particular de Argentina, las críticas al gobierno de Alfonsín y la alineación con las socialdemocracias europeas. En ella escribieron columnas representantes de todos los países latinoamericanos, así como de algunos europeos. Además de Methol, escribieron en ella varios cardenales latinoamericanos y ensayistas como el también uruguayo Washington Reyes Abadie, el chileno Pedro Morandé, el brasileño Helio Jaguaribe, a través de reportajes hechos por el mismo Methol el Premio Nobel mexicano Octavio Paz, el argentino Fermín Chávez. El Papa Francisco fue un gran lector de la revista, a la que seguía con asiduidad.

En 2007 se convocó la -hasta ahora- última Conferencia Episcopal en Aparecida (Brasil). En la misma Jorge Bergoglio tuvo un papel fundamental, presidiendo la Comisión Redactora del Documento Conclusivo. En sus primeros años de Papado el documento era el regalo que Francisco hacía a todos los presidentes latinoamericanos. Aparecida vuelve a hacer eje en la comprensión de la cultura del pueblo concreto desde sus necesidades, sin prejuicios ni teorías mediadoras. No es casualidad que contemporáneamente a la conferencia en Aparecida, el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia, Curas Villeros, elabore su primer documento: “Reflexiones sobre la urbanización y el respeto por la cultura villera”.

Uno de sus ejes trata sobre la crisis cultural producida por:

Aparecida contiene un llamado al respeto a la biodiversidad del continente “América Latina es el Continente que posee una de las mayores biodiversidades del planeta y una rica socio diversidad, representada por sus pueblos y culturas”.  Reconoce dos espacios del continente en particular peligro ecológico: la Amazonia y la Antártida.

Aparecida propugna la cercanía con pobres y excluidos para apreciar sus valores, sus deseos y sufrimientos propios. En este sentido, el documento también recogió la experiencia de los mártires sociales: “nuestros santos no canonizados”.

Los cuatro principios orientadores

Francisco propone cuatro principios orientadores relacionados con diferentes tensiones sociopolíticas para que las diferencias se equilibren con un proyecto en común y de esta manera apuntalen la construcción de un pueblo:

Este principio refleja la tensión entre el largo plazo, la utopía, y lo inmediato que vive en espacios acotados. Es un principio que permite “iniciar procesos más que poseer espacios… Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos.”. Citando a Romano Guardini, un filósofo católico de mediados del Siglo XX Francisco afirma que: “El único patrón para valorar con acierto una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza una auténtica razón de ser la plenitud de la existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las posibilidades de dicha época”. En definitiva, es el criterio para juzgar quién construyó pueblo y quién sólo se preocupó por los réditos políticos; si lo aplicáramos a la dinámica internacional, quién construyó pueblos y quién obtuvo réditos económicos por la ocupación de los espacios.

Francisco comienza aclarando que los conflictos se asumen, pero que no hay que quedar atrapados en ellos. La opción es resolver el conflicto y superarlo mediante una nueva síntesis. Esa síntesis conserva “las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna”. La solidaridad y el entendimiento con el otro se convierten en el motor de la historia al asumir las tensiones para lograr una nueva unidad pluriforme. Obviamente, para asumir el conflicto es necesario entender al otro como un igual, y no como un mero objeto a utilizar, ignorar, o -en el peor de los casos- eliminar. La unidad armoniza todas las diversidades. Si sólo nos quedamos en un reconocimiento de las diversidades, eso solo no basta para constituir un pacto cultural que construya pueblo. Si sólo hay unidad, se transforma en una unidad sin alma, impuesta, que encadena a las partes a una sola de ellas.

“La realidad simplemente es, la idea se elabora.” El mundo de la idea tiene siempre la peligrosa tentación de caer fácilmente en diversas formas intelectuales de ocultar o velar la realidad “los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.” Instalarse únicamente en el mundo de la idea es reducir la política a la retórica. Asimismo, esa idea puede ser clara desde una racionalidad ajena, lo que no implica que pueda aplicarse universalmente a cualquier realidad, algo muy frecuente en Argentina y América Latina. En palabras de Jauretche se trata de ajustar el sombrero a la cabeza y no al revés. Si bien todos los principios tienen relación entre sí, este, en su versión de ideologización extrema, hace particularmente difícil sostener la unidad y la paciencia que requieren los procesos a largo plazo. En la actualidad del debate político argentino hay una excesiva lejanía con los problemas reales de la gente y, en parte, puede sostenerse que se debe a que muchos dirigentes elaboran sus discursos como si estuvieran en una clase magistral en alguna facultad. Mucho pasillo de universidad y poco de unidad básica. La excesiva academización es otra versión de primacía de la idea, particularmente en el actual contexto: una característica de toda la dirigencia, pero que es doblemente riesgoso para un movimiento nacional popular y que, además, permite el surgimiento de los liderazgos mediáticos de la frase fácil.

Francisco sostiene que este principio, trata de trabajar en lo cercano, pero con una perspectiva amplia. “Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos.” Este principio se relaciona, y Francisco lo hace explícitamente, con el modelo de la esfera y el poliedro. “Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar.” El principio remite a la tensión entre globalización y localización, evitando caer en la tentación entre un universalismo abstracto y un localismo “folklorista”. Sin embargo, también es aplicable en unidades menores, puesto que, finalmente, de lo que trata es de construir pueblo que es superior a las partes que lo integran, pero reconociendo el aporte que esas partes hacen en la construcción, sin convertir a las mismas, en palabras de Perón “en una infinita suma de ceros”.

Podemos sostener que Francisco se encuentra en un momento histórico donde la globalización de la indiferencia parece dar signos de agotamiento, pero a la vez, lo nuevo no parece terminar de nacer: hay quienes sólo quieren un cambio cosmético, otros pretenden solucionar los problemas con políticas superficiales de pose cultural, otros buscan soluciones autoritarias –quizás más injustas que las actuales- y otros ven el pasado como solución. Francisco propone algo justo, pero a la vez moderno. En ese sentido, no es muy diferente a la situación original de la construcción de la doctrina peronista y del peronismo, que se encontraba en el pueblo, pero le faltaba ser catalizada por un conductor. Por eso, en muy buena medida el pensamiento de Francisco debe ser una de las herramientas fundamentales a la hora de una impostergable y urgente actualización doctrinaria del justicialismo.

 

 

 

 

 

 

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