21 de junio de 2011
Instituto Gestar

El velo del consenso

Por ejemplo, en una editorial del Diario La Nación del 1 de marzo de 2009 se afirma: “desde que Néstor Kirchner se puso al frente de la administración nacional, en 2003, quedó claro que para él y su esposa el poder debe conquistarse y ejercerse a través del conflicto (100…) en vez de dejar de lado las diferencias accidentales para convocar a un consenso a través del cual se puedan encontrar soluciones más inteligentes para los desafíos, desde la cima del poder se promueve una peligrosa interpretación de las dificultades, según la cual éstas deben ser imputadas a la inquina de tal o cual actor social”.

En la misma línea se inscribe un reciente artículo de Iván Petrella, director académico de la Fundación Pensar. Desde las páginas del mismo matutino, y bajo el título de “La batalla de las ideas” –con una bajada que reza “sin debates ni consensos, no hay democracia republicana”– el autor fustiga el marco de los debates políticos en la Argentina, al que retrata como atravesado por el “populismo maniqueo”. Nuestra posición, es que lo que se busca es mantener el estado de cosas existentes bajo el velo de la supuesta pluralidad y el consenso.

Dentro del marco de un proceso de cambio, como el vivido por la Argentina en los últimos años, tales argumentos se mezclen con apelaciones al “respeto a la institucionalidad” y la “seguridad jurídica”. Sin embargo, no se encuentran menciones de ningún tipo en los referidos artículos al denodado esfuerzo del gobierno nacional por construir una nueva institucionalidad o por sentar las bases que modifiquen las desigualdades existentes. La apelación al consenso por parte de los sectores dominantes no es más que la búsqueda por mantener el status quo, por construir ropajes que oculten las inequidades y clausuren los cambios en desarrollo.

¿Cómo se puede apelar al constante acuerdo sin que los beneficiarios acepten condiciones que destruyan sus propias bases de dominación? ¿Cómo generar cambios hacia un futuro mejor si las trabas se multiplican con argumentos borrosos para frenar el progreso alcanzado?

Se suele hacer referencia a que el actual gobierno sería tributario de una lógica “amigo-enemigo” en el modo de canalizar el proceso político. Sin embargo, nada más distante de ello. Paradójicamente, la lógica “amigo-enemigo” –herramienta conceptual provista originalmente por el filósofo político filo-nazi Carl Schmitt– constituye la piedra basal de la apelación conservadora a los grandes consensos vacuos, siempre tan declamados por los poderes fácticos como imposibles de cumplir.

Como bien señala el filósofo Dante Palma: “la lógica amigo/enemigo (100…) acabaría siendo propiciada por los defensores del consenso pues éstos, al invisibilizar el conflicto inherente a toda sociedad, obturan los espacios donde éste puede canalizarse democráticamente haciendo que todo aquello que sea una traba para el diálogo sea juzgado, ya no en términos políticos, sino en términos morales. En este sentido, serían discursos como los del ‘Contrato Moral’ de Carrió, los que (100…) abonarían la lógica antagónica de Schmitt pues olvidan que lo político no puede ser entendido desde la dicotomía ‘bondad/maldad’. Para Carrió, Kirchner no es un ‘adversario’ sino el ‘mal’ tanto como Bin Laden lo era para Bush (100y viceversa)

La política es por definición antagonismo, porque así se manifiesta en el propio ejercicio democrático del voto, donde las personas eligen de acuerdo a sus predisposiciones ideológicas y donde los candidatos expresan sus propuestas. Nótese la paradoja: se apela al consenso en el ejercicio del gobierno, no así en el período eleccionario, donde los partidos compiten y mantienen sus rivalidades. La gente se pronuncia en el voto y adopta una postura cotidiana. La calidad de la democracia depende de la existencia de distintas opciones para los ciudadanos y no de acuerdos que homogeneicen el pensamiento. En el marco de la aparente importancia del consenso se produce la negación de la pluralidad al desconocer la predisposición a la modificación de lo existente.

En verdad, un modelo de cambio que apele a sentar presupuestos sólidos en beneficio de la mayoría de los argentinos, no abjura de la democracia por encarar las posturas que niegan la construcción de un futuro mejor. De hecho, para lograr la subordinación del poder militar al poder político, de los grandes poderes económicos a los intereses del pueblo, o para lograr lidiar con las aberraciones del delito encubiertas por las fuerzas policiales –por citar sólo tres casos en donde la política ha enfrentado fuertes resistencias desde el retorno de la democracia por parte de los poderes corporativos–, se precisan instituciones sólidas estructuradas por marcos democráticos reguladores y liderados por hombres y mujeres con convicción.

No se puede consensuar permanentemente con los grupos de poder, porque la persistencia de sus intereses particularistas en la vida política, económica y social del país sería el retrato cabal del sacrificio de la política en el altar de los poderes fácticos. Como señaló con lucidez Chantal Mouffe: “La política tiene que ver con el conflicto y la democracia subsiste en dar la posibilidad a los distintos puntos de vista para que se expresen, disientan. El disenso se puede dar mediante el antagonismo amigo-enemigo, cuando se trata al oponente como enemigo (100…) o a través de lo que llamo agonismo: un adversario reconoce la legitimidad del oponente y el conflicto se conduce a través de las instituciones. Es una lucha por la hegemonía. Toda la política tiene que ver con la formación de un ‘nosotros’. Uno no puede formar un ‘nosotros’ sin un ‘ellos’

En la Argentina tenemos ejemplos sobrados de lo que ocurre cuando hay desgobierno político, esto es, cuando quienes gobiernan lo hacen en nombre de los grandes intereses corporativos. Afortunadamente tal rumbo se truncó en 2003, desde el momento mismo en que Néstor Kirchner estableció una lógica diferente de ejercer el poder. Al sentenciar “no pienso dejar mis convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno» comenzaba a despuntar un nuevo tiempo político en la Argentina, en el cual los intereses particularistas deberían ajustarse a los intereses populares. Ese tiempo continúa y ha sido profundizado por Cristina Fernández de Kirchner.

Pablo Salinas

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@SalinasPabloJ

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