Es preciso destacar que ninguna nación desarrollada aplicó, en sus inicios, las teorías del liberalismo económico, especialmente el mito del libre comercio. Por el contrario, en todos los casos aplicaron un fuerte proteccionismo económico hasta que sus industrias tuvieron el nivel de crecimiento que les permitieran valerse por sí mismas. Estas naciones son las que hoy le recomiendan a los países subdesarrollados o en vías de desarrollo que el éxito viene de la mano de la aplicación de las recetas liberales de libre comercio y apertura irrestricta de sus mercados a los productos importados. En tal sentido, nos oponemos al modelo que quiere imponer el gobierno nacional en tanto se basa en estas premisas que ya tienen consecuencias graves sobre la estabilidad de las empresas argentinas, sobre el trabajo, la producción y por ende el bienestar de nuestro pueblo.
En virtud de lo expuesto hay dos elementos fundamentales que pueden garantizar una etapa de desarrollo económico perdurable en el tiempo: 1) el consenso de las principales fuerzas políticas de que es necesario construir poder político para emprender una protección adecuada del mercado interno y 2) la participación protagónica del Estado como motor inicial del desarrollo de la industria y del complejo científico técnico mediante los recursos e instrumentos de que dispone.
Para ello es fundamental pensar la realidad desde nuestra propia experiencia histórica y desde nuestros intereses nacionales, de manera que sea viable romper la colonización cultural que se alinea automáticamente con el pensamiento dominante, que no es otro que el de los países que hegemonizan la economía mundial.
Es interesante observar cómo cuando un país accede a la fase del desarrollo se transforman automáticamente en propagandista de los supuestos beneficios universales del libre comercio y de la no intervención del Estado en la economía. La razón de tal posición es la naturaleza misma del sistema económico internacional imperante que de por sí es restringida, de manera tal que estas naciones tratan de evitar el surgimiento de competidores.
Por ejemplo, después de la segunda mitad del siglo XIX, Alemania, Japón y Estados Unidos se opusieron al paradigma de la época de la división internacional del trabajo y a partir de una vigorosa acción del Estado iniciaron un proceso de industrialización que les permitió convertirse en sociedades desarrolladas y autónomas convirtiéndose luego en miembros del poder hegemónico mundial. Una vez que entraron al selecto club de las potencias centrales comenzaron a predicar como fórmula del éxito un camino totalmente diferente al que ellos mismos siguieron. Es su forma de falsificar la historia realmente acontecida.
Ahora bien, esta contradicción entre lo pregonado como ideal teórico por las naciones desarrolladas y lo verdaderamente acontecido es una realidad que debería ser obvia para cualquier sociedad, pero no lo es. El motivo es la subordinación ideológica y cultural que en países como la Argentina es un ancla que nos hunde en el subdesarrollo y la dependencia. En el presente sigue con total vigencia la dicotomía entre liberación o dependencia, referida una u otra a la cultura y a la ideología.
El desafío que debemos enfrentar consiste en aplicar políticas que nos permitan construir poder nacional que a su vez garantice un desarrollo económico autóctono con el irrenunciable objetivo de obtener el progreso y bienestar de nuestro pueblo.
Estamos convencidos de que la gravedad de la hora reclama la conformación de una nueva alianza política que permita converger en un frente amplio a todos los sectores que tengan la convicción de construir una nación que cobije a todos los argentinos y no solo a una parte minoritaria. Es preciso un gran alineamiento multipartidario y multisectorial como mecanismo para lograr la unidad frente al adversario común. Esta construcción frentista debe tener al peronismo como eje, por historia y volumen electoral.
Esta es la forma de oponerse al pensamiento único que el macrismo intenta imponer en el seno de la sociedad argentina cuya cara más cruda nos incita al pesimismo típico del pensamiento liberal que sostiene la inutilidad moral de la acción colectiva. La derecha que hoy gobierna argumenta a diario que nada hay que hacer en lo económico como no sea confiar en la “mano invisible” del mercado. El camino propuesto es el más puro darwinismo social. Nos quieren convencer de la necesidad del sacrificio colectivo del presente para lograr un incierto futuro mejor.
Las fuerzas políticas y sociales no tienen, desunidas, capacidad de iniciativa, a lo sumo son una fuerza de contragolpe. Es necesario entonces sumar coincidencias y voluntades de las organizaciones sociales y de los partidos populares en torno a un programa político y económico. Pero dicho programa no debe ser la sumatoria de demandas de cada sector sino un conjunto de ofertas del país que proponemos y de cómo llevarlas a cabo.
Si logramos esto, volveremos al gobierno en el 2019, de lo contrario corremos serio riesgo de ser una fuerza testimonial con escasa capacidad de transformar la realidad.