19 de septiembre de 2016
Instituto Gestar

Feos, sucios y malos, parte II

Vencedores y vencidos

El concepto de justicia social basado en la idea de igualdad de oportunidades fue impulsado por la burguesía y las elites europeas que bregaban por eliminar todo obstáculo que se opusiera a sus aspiraciones. La Ilustración asimilaba la “igualdad” con la igualdad política y con la libertad de expresión, nunca con la igualdad social. La Revolución Francesa abolió los antiguos estamentos para que cada uno pudiera acceder a todos los empleos según su mérito, con independencia de la posición que ocupaba al nacer. Cuando en 1791 Francia prohibió la existencia de las corporaciones y abolió el feudalismo, en un mismo acto enterró el Antiguo Régimen y alumbró el nacimiento de un nuevo “reino”, el de la igualdad de oportunidades. A partir de este punto no se cuestionan las desigualdades sociales pero se ofrece a cada individuo la posibilidad de aspirar a ocupar un lugar en cualquier posición social. Se instala así una nueva forma de resolver la principal contradicción de las sociedades democráticas liberales, que implica la teórica igualdad de todos los ciudadanos con las desigualdades sociales provocadas por el funcionamiento de las economías capitalistas.

Este modelo se basa en una ficción que supone que, en cada generación, todas las personas se distribuyen proporcionalmente en todos los niveles de la estructura social cualesquiera sean sus orígenes y condiciones iniciales. Este esquema de movilidad social garantizaría que las desigualdades de ingresos y de condiciones de vida que separaran a cada grupo dejarían de ser injustas porque todos sus miembros tendrían la oportunidad de escapar de ellas. Esto equivale a dar por sentado que, o bien todos los individuos son iguales, o bien sus talentos han sido distribuidos equitativamente por la providencia, de suerte que terminen repartiéndose proporcionalmente en todos los niveles de la sociedad.

El concepto se completa con otra suposición teórica: que la herencia y las diferencias de educación fueron suprimidas para que finalmente el mérito de los individuos produzca, por sí solo, desigualdades que pasarán a ser justas. Para ello se implementan una serie de dispositivos que apuntan a suprimir aquellas discriminaciones que pudieran dificultar o impedir el acceso a cualquier posición de la estructura social pero, vale aclararlo, no cuestionan ni impugnan el orden jerárquico preexistente. Ejemplos de estos mecanismos son las becas para los alumnos más aventajados de extracción social de bajos ingresos para estudiar en las mejores universidades, o las leyes de cupos femeninos que garantizan a las mujeres una representación más equitativa y proporcional en la vida política. Tal concepto entraña una transformación de las representaciones políticas de la sociedad pues surgen nuevos actores sociales que permanecían invisibilizados y silenciados por los poderes dominantes. Otro aspecto para destacar y que se impone cuando comienzan a escasear las posiciones a ocupar dentro de la estructura social es que ahí deja de discutirse el número de puestos de trabajo existentes y se pasa a considerar cómo ocuparlos. Este modelo se basa en una metáfora deportiva donde cada jugador espera para competir y se confía a la justicia del árbitro. Es preciso que cada uno tenga la misma oportunidad de ganar y que el juego produzca desigualdades a partir de desempeños diferentes garantizados por una competencia equitativa y justa. El fundamento del modelo se asienta en una tríada: injusticias sociales, minorías discriminadas e iguales oportunidades para todos. Para decirlo de otro modo, existen innumerables grupos (100obreros, mujeres, inmigrantes, jóvenes, etc.) que, en razón de algún rasgo de su identidad, se han vuelto víctimas de discriminaciones que hacen decrecer, o directamente desaparecer, sus oportunidades de alcanzar las mejores posiciones.

La igualdad de las posiciones corresponde a una sociedad funcional donde esos lugares configuran un sistema que busca que la sociedad se integre en torno a un contrato social basado en la solidaridad y en la implementación de políticas públicas universales protectoras de los más débiles. En cambio, para la igualdad de oportunidades lo central en la sociedad no son las instituciones sino los ciudadanos, que deben ser activos y deben movilizarse para merecerlas. Deben querer triunfar y aprovechar sus oportunidades. De tal forma la sociedad no se considera como un orden más o menos justo e integrado, sino que se vuelve más bien una actividad cuyo dinamismo y cohesión está dado por las consecuencias de la acción de los mismos actores: los sujetos individuales. La solidaridad ya no es un imperativo ético ni un contrato social sino la mera contraprestación que merece la actividad individual. El asistencialismo, por lo tanto, es una carga negativa a eliminarse y se ayuda a quienes quieren ayudarse a sí mismos. En esta dirección países como EE.UU., Gran Bretaña o Dinamarca esbozaron políticas de adjudicación inicial, por ejemplo a jóvenes. Se les entrega una suma inicial de dinero para que, por su propio esfuerzo, se forjen su porvenir, ya sea estudiando, viajando o bebiendo, si así lo desearan. Después, pasará lo que tenga que pasar. En el punto de partida se equilibran las desigualdades; luego, dado que las desigualdades producidas por el uso de estos recursos dependen solo de las personas y de su libre decisión, las desigualdades son perfectamente justas. El Estado se limita a equilibrar la desigualdad inicial pero luego solo existirán responsabilidades individuales. En el mundo ideal de las posibilidades “querer es poder”, y en el sendero de la metáfora deportiva, una vez que se dio la señal de largada de la carrera, ¡pobres los vencidos! No hicieron uso adecuado de sus oportunidades, son los únicos responsables de sus fracasos porque tuvieron todas las chances. Para triunfar hay que ser virtuoso, hay que madrugar y trabajar duro. Explotadores y explotados son reemplazados por vencedores y vencidos. Claro, hay un detalle que es importante no olvidar: para que los vencedores merezcan su éxito y lo disfruten plenamente es preciso que los vencidos merezcan su fracaso y sufran todas sus consecuencias. Hay que responsabilizar a las víctimas, culpabilizarlas de su propia desgracia. Los pobres y fracasados varios que por la vida van son los únicos responsables de su suerte. Se institucionaliza así la indiferencia hacia los pobres, cosa nada extraña si tenemos presente que los gobiernos que implementaron más radicalmente este modelo fueron los conservadores de Thatcher, Reagan, Bush, padre e hijo, Berlusconi o Sarkozy, entre otros.

Un extraordinario ejemplo de cómo funciona a largo plazo la aplicación de este modelo en estado puro lo encontramos en los EE.UU. Durante las décadas de 1950 y 1960, los guetos negros norteamericanos estaban absolutamente segregados, pero eran heterogéneos desde el punto de vista de su composición social. Se entremezclaban obreros, comerciantes, profesionales, marginales, docentes, etc. Desde comienzos de la década del 60 y hasta comienzos de la del 80, los gobiernos de turno pusieron en práctica políticas de cupos y otras medidas de discriminación positiva que llevaron a la burguesía negra a escapar del gueto hacia los suburbios de clase media. A partir de estas migraciones internas la situación del gueto se deterioró rápidamente quedando encerrado entre la miseria y la marginación. Vemos como la suma de unos pocos éxitos individuales no  derramó virtud alguna sobre el conjunto.

La igualdad de oportunidades en estado puro conlleva, en todos los casos, un trasfondo de darwinismo social.

 

Feos, sucios y malos

Analizado desde un costado teórico, no es lo mismo obtener una representación política igualitaria en el Parlamento que transformar los empleos de esos mismos obreros volviéndolos mejor remunerados y menos penosos. En tal sentido, Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión mejoró sensiblemente las condiciones de los trabajadores consagrando leyes protectoras y organizando nuevos sindicatos, entre innumerables medidas que cambiaron profundamente las condiciones laborales de la masa trabajadora argentina. Luego crea el Partido Laborista, donde se destaca la base obrerista, que será la herramienta electoral usada para las elecciones de 1946. Como consecuencia, conseguirá introducir en el poder legislativo una gran cantidad de representantes obreros.

Frente a la opción de abolir una situación social injusta o brindar las oportunidades que permitan a los individuos escapar de ella, el peronismo hace las dos cosas.

En Europa y EE.UU., el camino hacia una cierta igualdad ha sido sinuoso e indirecto pues las grandes luchas sociales obtuvieron protección social pero no lograron una apreciable reducción de la brecha en los ingresos de los grupos sociales. En la Argentina, Perón consagra derechos sociales derivados del trabajo, como las vacaciones pagas, la jornada laboral de ocho horas, la prohibición del trabajo de los niños, y al mismo tiempo otorga el aguinaldo y aumenta sustancialmente los salarios, al punto que en 1954 la renta nacional se distribuye entre los sectores del trabajo y los del capital de manera proporcional en un 50% cada uno.

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