Desde la asunción de Cambiemos al poder se viene dando una serie de transformaciones políticas, sociales y económicas, entre las cuales se observa un nuevo ciclo de endeudamiento externo.
Desde diciembre de 2015 la Argentina retornó al antiguo modelo de endeudamiento externo y valorización financiera por sobre el modelo productivo, provocando que la deuda pública aumente de forma notable en tiempo record.
Es importante destacar que estamos en un contexto internacional en el cual el mundo se cierra, donde la mayoría de los países quieren vender y ninguno comprar, pareciera que el gobierno no ha tomado nota de esto.
El gobierno de Cambiemos en su primer año de gestión, ha emitido bonos en moneda extranjera, y en pesos, por un total de USD 50.000 millones, de los cuales el Tesoro Nacional es responsable de la emisión de USD 35.543 millones. Mientras que para el primer bimestre de 2017 ya se emitieron USD 25.000 millones, sumando en tan solo catorce meses USD 75.000 millones.
Endeudarse no es malo en sí mismo, todo depende del volumen, el costo y sobre todo que es lo que se financia.
El principal inconveniente es que, en lugar de tomar deuda para financiar obras de infraestructura o proyectos de inversión que generen riqueza para el país, la mayor parte de la deuda viene siendo utilizada para financiar gastos corrientes y la fuga de capitales, que desde fines de 2015 ya alcanzó los USD 23.526 millones.
Por otra parte, con este altísimo nivel de endeudamiento, se debería ver realmente los brotes verdes de los que tanto hablan desde el Gobierno Nacional. Increíblemente con esa inmensa masa de recursos la economía se ha sumergido en una recesión fuerte.
Para que el endeudamiento sea viable en el tiempo, la toma de deuda debería direccionarse a destinos que generasen las condiciones futuras para el repago de la misma. La formación de capital público, principalmente inversión de largo plazo para la diversificación de la matriz productiva y exportadora del país, grandes obras de infraestructura que constituyan inversiones reales para el futuro, generando las condiciones para que la devolución de esos préstamos se vuelva viable y al mismo tiempo nuestro país se desarrolle de forma sustentable.
De esta forma el ciclo de crecimiento económico basado en la lógica del endeudamiento externo se convertirá en una trampa que podría nuevamente poner en jaque nuestra economía. Las dramáticas experiencias vividas en el pasado cuyos gobiernos se recostaron sobre ciclos de endeudamiento no sustentables, generaron crisis sistémicas con costos sociales demasiado elevados. La enorme deuda externa que nos llevó al default en el año 2001, debe estar constantemente presente para que no continuemos cometiendo los mismos errores del pasado.
Por otra parte, la Argentina en 2016 ha sido el país emergente que ha realizado la emisión de bonos más voluminosa de los últimos 20 años. La deuda pasó del 43,5% al 54,8% del PBI en tan solo un año. Este brutal aumento trae como consecuencia inevitable que aumenten las condicionalidades sobre la política económica que ejercen los organismos multilaterales, como el FMI, las agencias calificadoras de riesgos, cuyos dictámenes y auditorías ante un eventual escenario de escasez de divisas, determinarán las decisiones de cómo administrar nuestros recursos, es decir que exigirán ajustes para poder pagar la deuda y los altos intereses de la misma, deteriorando seriamente nuestra soberanía política, impidiéndonos poder dirigir libremente nuestras decisiones centrales de la economía.
Lamentablemente esta impresionante deuda que están tomando de forma irresponsable, es para que se enriquezcan los sectores locales e internacionales del poder financiero concentrado, a cuestas de comprometer el futuro de las próximas generaciones. Los argentinos ya conocemos esta triste historia que consiste en tomar deuda para respaldar la fiesta de la bicicleta financiera, sostener la fuga de capitales y pagar gastos corrientes. Si nos endeudamos que sea para obras de infraestructura, para proyectos de crecimiento del país, para generar empleo, en definitiva que se traduzca en mejorarle la calidad de vida a la mayoría de los argentinos, pero no para que se sigan enriqueciendo los más poderosos.