13 de febrero de 2019
Instituto Gestar

¿Hacia dónde va el péndulo?

Perón solía decir que la política era pendular y que respondía a ciclos históricos cuyas fuerzas eran difíciles de manejar. 

América
Latina es un claro ejemplo de la verdad de esta afirmación. Si tomamos las
últimas décadas podemos identificar características propias en cada una de
ellas. En los años 60 las sociedades de la región, sobre todo las clases medias
y populares, protagonizaron el desarrollo de ideas progresistas de tiente
nacionalista o de izquierda. Los niveles de politización de estos sectores se
elevaron como nunca antes. Los pueblos alcanzaron un grado de movilización
popular inéditos. En toda la región surgieron liderazgos políticos y sociales
fuertes. También fue el tiempo del crecimiento de organizaciones armadas que
tuvieron su cénit a principios de los 70.

En
los 70 nuestra América del Sur se estremeció con la instalación de dictaduras en
casi todos los países. Eran los tiempos del plan cóndor que globalizó la
represión, la muerte y la desaparición forzada de personas. Así una a una
nuestras repúblicas fueron cayendo como en un dominó en manos de militares
sectarios -formados en la doctrina de la seguridad nacional- y de las elites
económicas, imponiendo a sangre y fuego proyectos políticos tendientes a
desarticular los incipientes procesos de crecimiento económico autónomo, de
redistribución de la riqueza y de derechos laborales y sociales.

Los
80 trajeron la novedad de gobiernos socialdemócratas, con buenas intenciones
pero escasos resultados. Fueron la salida a la larga pesadilla de las
dictaduras cívico militares. La debilidad política con que accedieron al poder
los condicionó al punto de tornarse inocuos y sin posibilidades reales de
consolidar democracias estables y plurales como era su intención. Tampoco
pudieron introducir cambios en la estructura económica de la región, demasiado
ligada a la producción y exportación de materias primas y excesivamente tras
nacionalizada.

Este
fracaso fue campo fértil para la instalación de propuestas neoliberales que se
fueron alzando con triunfos electorales que entronizaron gobiernos cuyo norte
era dejar a los Estados al margen del manejo de los grandes temas públicos, privatizar
todo lo que fuera posible, crear relatos fantásticos como la teoría del
derrame, dejar un tendal de desocupados o alinearse automáticamente a los
intereses económicos y políticos de los países centrales. La experiencia
terminó con sociedades desarticuladas, economías devastadas y una desesperanza
que minó la confianza de las mayorías en la política.

El
siglo XXI trajo un ciclo de gobiernos nacionalistas o de izquierda moderada
propensos a intentar cambios tibios en las estructuras económicas y sociales.
Los resultados fueron diversos según cada uno de los distintos países. Pero en
líneas generales podemos decir que estos procesos no llegaron a cumplir con las
expectativas que habían generado en la población.

En
la segunda década del nuevo siglo asistimos a una especie de restauración neo
conservadora que aplica políticas agresivas de desarticulación social y
económica cuyos graves efectos comienzan a verse. Fuertes divisiones internas,
bajo nivel de conciencia política, individualismo exacerbado en amplias capas
de la población, pérdida de identidad nacional y baja voluntad de lucha en
defensa de los propios intereses.

Después
de largas décadas de existencia de esta política pendular, habría que
considerar seriamente que ya forma parte de la cultura de la región. La mayor
parte de la población latinoamericana, especialmente sus clases medias, se
define combinando el deseo de generar un poderoso desarrollo económico pero
realizado de espaldas al capitalismo; con una distribución de las riquezas
socialmente justa, pero rechazando al socialismo.

El
problema es que esta vía imaginaria sigue siendo hoy incapaz de dar una
esperanza cierta de lograr un futuro mejor. Esto se debe, en parte, a que la
inevitable incoherencia que produce todo péndulo, corroe la necesidad de
certidumbres que todo ser humano precisa para su vida.

 

Mirando
el panorama argentino vemos que
cuatro años de gobierno le bastaron a
Macri para doblegar, momentáneamente, la posibilidad de trabajar por una
Argentina justa, libre y soberana.

En
el pueblo argentino reside la fuerza y voluntad de iniciar una nueva etapa
forzando al péndulo a cambiar de orientación. El peronismo tiene esas dos
condiciones para torcer el rumbo en pos de un nuevo proyecto basado en la
solidaridad, el crecimiento, la distribución justa, el ascenso social, el
acceso a todos los bienes básicos para una vida digna porque para el peronismo
la felicidad de los hombres es para vivirla en esta vida y no en el paraíso.

Pero
todos estos ideales que hacen a la filosofía política del peronismo requieren
un nueva y veloz interpretación de los fenomenales cambios que se están
produciendo en el mundo pues el problema conceptual número uno que afronta la
Argentina es que, por distintos motivos, no puede ponerse al día con la
evolución de la historia.

 

 

 

 

 

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