Tras ocho meses en el poder, podemos trazar un primer balance de la política exterior de la presidencia de Mauricio Macri. Dos cuestiones saltan a la vista: la política internacional del gobierno está centrada en la agenda económica y hay un intento de fortalecer los lazos políticos con Estados Unidos y el resto de los países desarrollados. Subsiste, sin embargo, un interrogante fundamental, y preocupante: ¿cuál es el modelo de desarrollo por el que el gobierno apuesta en el mediano y largo plazo? Lo que equivale a preguntarse ¿cuál será el lugar del Mercosur y de la integración sudamericana en la política exterior de nuestro país?.
Hasta el momento, la política exterior ha estado focalizada en la búsqueda de oportunidades económicas. Las visitas de Barack Obama, del presidente francés Hollande, del primer ministro italiano Renzi y la reciente gira europea de Macri -que incluyó un encuentro con la Canciller alemana Merkel- así como los encuentros con otros líderes en foros multilaterales se han centrado en la búsqueda de inversiones y acuerdos comerciales. En el caso de los países desarrollados, especialmente de Estados Unidos, el gobierno también viene realizando gestos – incluyendo notorias sobreactuaciones, como las que presenciamos durante la visita del presidente norteamericano- para mostrar su cercanía a nivel político.
La diplomacia económica se extiende a otros actores decisivos del sistema internacional. Más allá de las críticas vertidas en su momento a la anterior gestión, el actual gobierno continúa apostando por una relación sólida con China y Rusia. En su encuentro con Xi Jingping en Washington en el mes de abril, el presidente invitó a los capitales chinos a invertir en infraestructura y alimentos y demandó una relación comercial más equilibrada. El vínculo con Rusia sigue un camino parecido. En su visita a Moscú en abril, la Canciller argentina Malcorra buscó avanzar en el acuerdo para construir la represa de Chihuido; la posterior comunicación telefónica entre Macri y Putin sirvió para confirmar que el gobierno busca una relación fructífera con ese país en materia de comercio, inversiones y cooperación tecnológica. Algo similar se puede esperar con respecto a África y el mundo árabe.
Pero todo resulta más confuso cuando nos acercamos a la región, y especialmente al Mercosur. El gobierno considera prioritaria la pronta conclusión del acuerdo de libre comercio Mercosur-UE, tras el intercambio de ofertas en mayo pasado. Al mismo tiempo, ha obtenido el rol de observador en la Alianza del Pacífico e impulsa un acercamiento a esa organización -siempre desde el Mercosur, según repite Malcorra cada vez que puede- pero faltan definiciones más precisas sobre la relación entre ambos bloques. ¿Habrá un acuerdo entre bloques o cada miembro podrá negociar acuerdos comerciales por separado, en una especie de “Mercosur a varias velocidades”? En suma, más allá del discurso, existe una marcada ambigüedad en torno al futuro del Mercosur.
Esa ambigüedad expresa un interrogante que excede la política exterior: el de la estrategia de desarrollo, que conlleva aparejada una estrategia de integración externa. Una posibilidad es avanzar hacia un modelo focalizado en los sectores intensivos en recursos naturales –fundamentalmente alimentos y energía. A nivel externo, ello supone una búsqueda agresiva de acuerdos de libre comercio para mejorar las posibilidades de colocación de esos productos. Por el momento, el gobierno muestra señales en esta dirección. El riesgo de este tipo de políticas en el contexto argentino, como lo demuestran experiencias pasadas, reside en la destrucción de empleo y la exclusión social a nivel interno y la dependencia a nivel externo.
Otro camino es el de una estrategia centrada en el desarrollo de un entramado productivo más complejo -que no se agote en la explotación y transformación de los recursos naturales, aunque saque de ellos el mayor provecho posible- sino que también fomente un tejido industrial y de servicios diversificado. Ello requiere proyectos de integración más densos, que incluyan políticas sectoriales y negociaciones conjuntas con terceros mercados.
Resulta claro que esta segunda estrategia es la que se condice con las banderas históricas del Peronismo y es la que encarna el Mercosur, más allá de los ajustes que -como todo proyecto de integración- requiere. Una estrategia que no reniega de la integración con el resto de la región y del mundo, sino que pretende que esa integración sea inteligente, compatible con el empleo de calidad y el desarrollo tecnológico. Una estrategia, en suma, que no se agota en lo económico, sino que busca hacer de América del Sur un actor político capaz de tener voz en el proceso de globalización, garantizando así la autonomía externa indispensable para fortalecer nuestra democracia y mejorar los niveles de vida de las mayorías. Cabe esperar que el actual gobierno sea capaz de reconocer los aportes de la visión del Justicialismo y apueste decididamente por la unidad sudamericana.
Tomás Mugica, Integrante del Área de Relaciones Internacionales.