26 de septiembre de 2014
Instituto Gestar

La Argentina y América del Sur en la inserción internacional del Brasil

Organizado por Gestar en la sede del Partido Justicialista Nacional, el 20 de mayo de 2014 se realizó un encuentro de trabajo con la presencia del embajador del Brasil, Everton Viei-ra Vargas, quien ofreció una conferencia.

por Everton Vieira Vargas
Embajador del Brasil en la República Argentina

Las cuestiones internacionales reciben creciente atención en los programas y en la acción de los partidos políticos en todo el mundo. Cualquier partido que tenga presencia importante en la política nacional de un país cuenta hoy con una unidad dedicada al diálogo internacional. Eso refleja la delgada frontera existente entre los asuntos internos y sus repercusiones internacionales. En América del Sur –en particular en el Mercosur–, temas de gran importancia para nuestros países, como el crecimiento económico sostenible, la inclusión social, la paz, la protección del medio ambiente, la cooperación internacional y la integración sudamericana, entre otros, requieren hoy de un diálogo entre gobiernos e instituciones políticas.
El Gobierno y la embajada del Brasil buscan multiplicar las oportunidades de interacción entre los distintos sectores de las socie-dades del Brasil y de la Argentina. El intercambio de bienes y servicios, las inversiones y la circulación de personas son algunos de los pilares de nuestra relación bilateral y del Mercosur. El intercambio de ideas –y, sobre todo, la generación de nuestras ideas propias, no la adopción pasiva de aquellas venidas desde afuera– también es fundamental.

Inserción internacional del Brasil
Pensar sobre la inserción internacional del Brasil no debe estar limitado a la reflexión sobre las acciones de su política exterior. Antes que todo, es necesario tener presente la diversidad de actores que concurren para la formulación de esa política. La presen-cia del país en el ambiente global está influenciada por percepciones y por instituciones con distintos intereses que se proyectan en la construcción y la defensa del interés nacional. Además, hay que considerar el impacto de la reorganización de los funda-mentos del orden internacional que concurren para la expansión del moderno sistema mundial en sus presentes dimensiones glo-bales. En ese escenario internacional cambiante se evalúa cómo se hará la inserción internacional del país teniendo entre uno de sus elementos más importantes las potencialidades de la cooperación con otros países, en particular con la Argentina y nuestros otros socios latinoamericanos.
En sus múltiples esferas de actuación, Brasil es defensor de la igualdad entre los Estados, la paz, la solución pacífica de contro-versias, los derechos humanos y la cooperación para el progreso de los pueblos. Además de consagrados por la praxis de nues-tra diplomacia, esos principios son imperativos constitucionales. La Constitución brasileña propugna la integración económica, política, social y cultural en América Latina, buscando la formación de una comunidad de naciones en la región.

Brasil en la economía mundial
La economía global es cada vez más dinámica. Cadenas de producción más integradas, ágiles y flexibles favorecen los mercados de costos más bajos y más capacidad de innovación, aunque persistan grandes disparidades económicas y sociales. Este año, China puede superar a los Estados Unidos en el PBI ajustado por paridad de poder adquisitivo. Al mismo tiempo, China es ejem-plo de los desafíos que enfrentamos, en lo que hasta hace algunos años llamábamos Tercer Mundo, para mantener la sostenibili-dad económica mundial, como demanda por energía, seguridad alimentaria y respeto al medio ambiente.
China desea rectificar lo que percibe como siglos de injusticia en su contra por una participación más directa en los beneficios del sistema internacional. Así como la expansión económica alemana en el siglo XIX destruyó el equilibrio europeo, la ascensión de China significa un cambio para el funcionamiento de las reglas y de las instituciones internacionales. China se resiste a las presio-nes para incorporarse a un orden de cuya construcción no ha participado plenamente. De allí resulta una determinación de ampliar sus relaciones con países capaces de aportar a su desarrollo por medio de la intensificación del comercio y de su acceso a re-cursos naturales o commodities. El país avanza sobre los sectores más dinámicos de la economía global y compite directamente con los países industrializados, inclusive en los mercados de alta tecnología. China es hoy un importante factor en el crecimiento de los países emergentes y ha sido también un amortiguador de los efectos de la crisis financiera global. Por otra parte, la reduc-ción de su ritmo de crecimiento ha afectado las perspectivas de expansión económica de los países en desarrollo. China es hoy el mayor socio comercial de Brasil (100US$ 83.328 millones, en 2013) e importante inversor, sobre todo en proyectos de infraestructura.
Los Estados Unidos todavía siguen como primera potencia global en función de su predominio en sectores estratégicos como la innovación tecnológica, la producción de energía, el poderío militar, la presencia de sus empresas en el mercado mundial y su capacidad económico-financiera. La relación del Brasil con los Estados Unidos se ha expandido en el plano económico. Varias empresas brasileñas instalaron fábricas en aquel país y hubo una importante intensificación del comercio bilateral, que incluye gran volumen de bienes manufacturados. Estados Unidos es el segundo socio comercial de Brasil. Entre 2009 y 2013, el comercio en-tre ambos países ha crecido 70%, de U$S 35.630 millones a U$S 60.660 millones. En 2012 el stock de inversiones norteamericanas en Brasil era de U$S 79.000 millones; las inversiones brasileñas en Estados Unidos eran cerca de U$S 14.000 millones.

Instituciones internacionales perimidas
La economía y las sociedades son cada vez más dinámicas, pero las instituciones internacionales permanecen ancladas en el pa-sado. Las Naciones Unidas, con su Consejo de Seguridad; el Banco Mundial; y el Fondo Monetario Internacional, entre otros, fue-ron creados luego de la Segunda Guerra Mundial y consolidados en la rígida macroestructura de la Guerra Fría. Desde una pers-pectiva social, la rigidez que se atribuyó a esas instituciones para que evitaran las causas de la catástrofe de la Segunda Guerra se convirtió en un ejercicio de hegemonía y opacidad.
Tras la superación de la Guerra Fría y del escenario unipolar que la sucedió, vivimos un orden internacional multipolar que es, to-davía hoy, difuso, distorsionado y marcado por riesgos.
Difuso, porque el nuevo escenario multipolar tiene contornos indefinidos con el rol más dinámico de los países emergentes, como incluso se notó en su participación en la financiación de préstamos del Fondo Monetario Internacional a países europeos afecta-dos por la crisis; las transformaciones en África y Medio Oriente; además de los desafíos enfrentados por la Unión Europea y los Estados Unidos. Difuso, también, porque la globalización permite el acceso de muchas más voces, incluso no estatales, en el debate internacional.
Distorsionado, porque la estructura institucional global está basada en una realidad superada. El multilateralismo es más impor-tante que nunca para el tratamiento de temas de interés global, pero sus procesos decisorios permanecen anclados en una distri-bución de poder anacrónica.
Marcado por riesgos, debido a la magnitud de eventos destructivos independientes, incontrolables o de graves consecuencias. La naturaleza dejó de ser una externalidad, un dato, para convertirse en un elemento central en la construcción de la sociedad indus-trial. La consecuencia es que los riesgos asociados a la explotación predatoria de la naturaleza se manifiestan no solamente en aquellas sociedades que más se beneficiaron de ella en su desarrollo, sino también en aquellas que aún necesitan desarrollarse. El ejemplo más elocuente está en el área del clima: las informaciones más recientes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Cli-mático y de agencias de investigación científica señalan el alza más acelerada de la temperatura media del planeta, con gravísimas consecuencias económicas y sociales. El tsunami de 2004 en Asia, asimismo, mostró que gran parte del mundo no está preparado para la mitigación de desastres. Y el accidente de Fukushima, en 2011, llevó a distintos países a reevaluar sus políticas nucleares. Los resultados de dichos eventos son multiplicados por la interdependencia entre los países y las cadenas productivas.
La urgente reforma de la gobernanza global resulta cada vez más compleja debido a esos condicionantes. Hay consenso sobre la necesidad de profundizar la inclusión de países emergentes en el nuevo orden, pero no hay acuerdo sobre sus principios o su operación. La reluctancia de las potencias tradicionales en aceptar la inclusión de nuevos agentes decisorios lleva al inmovilismo en cuanto a las reformas y a la resolución de crisis y conflictos. Las propuestas de reformar las instituciones multilaterales chocan con intereses nacionales y preocupaciones domésticas, que han prevalecido por encima de objetivos colectivos más amplios.
No es coherente mantener los nuevos polos en posición periférica y, al mismo tiempo, exigirles más compromiso en la solución de los problemas. La legitimidad y la aplicación de los acuerdos no dependen solo de la definición de “lo que debe ser hecho”, sino de la superación de las asimetrías políticas y económicas entre los países ricos y en desarrollo.
La multipolaridad solo puede consolidarse en un sistema basado en el derecho internacional y en el funcionamiento eficaz de or-ganismos multilaterales.

Nuevo orden internacional
A pesar de los obstáculos del escenario internacional de hoy, los países en desarrollo dan muestras cada vez más contundentes de su capacidad de gestión y articulación.
Nuestras experiencias de integración en América Latina son ejemplos del esfuerzo de sintonizar las instituciones interestatales y los cambios demandados por las sociedades.
Otra tendencia importante es la formación de los grupos de “geometría variable” en la arena internacional,  como el Foro de Diálo-go India, Brasil y África del Sur, o IBAS, que cumplió diez años en 2013; el G-20, en el cual los países emergentes tuvieron voz en relación a la gobernanza económica internacional; y el BRICS (100Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), cuyos cinco miembros tienen gran potencial de concertación política, económica y de cooperación.
El BRICS es una experiencia muy original pues surgió luego de un concepto del sector privado que catalizó la atención de los go-biernos. El Brasil participa de ese diálogo con la perspectiva de América del Sur, que tiene muchos desafíos de desarrollo seme-jantes a los demás participantes del grupo y sus regiones. Por otro lado, nuestro aporte tiene características distintas de otros miembros del bloque: hemos logrado superar pacíficamente tensiones militares históricas en la región; logramos establecer Amé-rica Latina como zona libre de armas nucleares; consolidamos los valores democráticos en nuestras sociedades; promovemos su integración; y hemos adoptado políticas nacionales concretas y exitosas hacia la reducción de la desigualdad social.
En los últimos años, tras su estrategia de concertación con los países de la región y los países emergentes, el Brasil aumentó su influencia en la política mundial.
Queremos seguir teniendo más voz en la solución de los desafíos globales, junto con América Latina y los demás países en desa-rrollo.
Pero tener voz no es suficiente; es igualmente necesario tener qué decir. Tenemos más temas, más socios y más democracia y, así, nuestros intereses nacionales resultan más complejos. La interpretación de tales intereses no es una actividad aislada en las oficinas gubernamentales, sino una construcción dinámica basada en un amplio diálogo con la sociedad.

Actualidad del Brasil
La última década estuvo marcada por una intensa movilidad social en el Brasil: entre 2004 y 2010, más de 42 millones de personas ascendieron a la clase media y casi 36 millones dejaron la pobreza. El crecimiento del mercado interno y la mejora de los indica-dores sociales refuerzan la legitimidad de la acción exterior brasileña. La llamada “nueva clase media” también presiona por refor-mas más profundas, por supuesto; sus demandas y protestas son señales de la madurez de nuestra democracia. Pero son igual-mente un indicador de lo que todavía tenemos por hacer en sectores clave como la educación, la salud, el transporte y la infraes-tructura.
La inclusión social y la solidez de sus instituciones son dos fundamentos de la inserción internacional del Brasil. A ellos es posible agregar la estabilidad económico-financiera; mayor acceso al crédito; la atracción de inversiones extranjeras; el elevado nivel de reservas; la capacidad productiva de empresarios y trabajadores; el potencial energético; el exponencial desarrollo agrícola; y la innovación tecnológica.
Este último punto es fundamental, aunque persistan trabas al desarrollo pleno de la innovación en Brasil. El progreso tecnológico se vincula a cambios económicos y sociales más amplios. Entre esos cambios está una mayor inversión en la educación y en la formación de personal técnico. El Programa Nacional de Acceso a la Enseñanza Técnica y Empleo (100PRONATEC), por ejemplo, ha entrenado a 4,6 millones de personas desde su creación. Hasta fin de año, el Gobierno espera invertir U$S 6.300 millones y espera llegar a inscribir 8 millones de alumnos en los cursos técnicos ofrecidos. En el área de energía, el dominio de la tecnología de explotación de petróleo en aguas profundas por Petrobras nos habilita a aprovechar el potencial del Pré-Sal. Las investigaciones de EMBRAPA, igualmente, son decisivas para la productividad del sector agrícola brasileño, además de su contribución a la cooperación técnica Sur-Sur. Otros ejemplos son la industria aeroespacial, con Embraer, que nos permite hoy viajar de Argentina al Brasil en aviones fabricados en nuestra región; o las tecnologías de la información que permiten avanzar en la automatización bancaria, en los procesos electorales y en la toma de decisiones gubernamentales.
En el ámbito diplomático, las conferencias Rio-92 y Rio+20 canalizaron la atención global acerca del vínculo entre medio ambiente y desarrollo. Movilizaron no solo la atención de los gobiernos, sino también la del sector privado y de la sociedad civil: los dos eventos, con las tecnologías disponibles en su tiempo, fueron marcos de la apertura del diálogo político a todos los grupos in-teresados.
Este año, la atención global volvió al Brasil por el Mundial de Fútbol. La Copa de las Confederaciones, en 2013, rindió U$S 9.700 millones adicionales al PBI brasileño. El Mundial deberá rendir tres veces ese valor, o sea, casi U$S 30.000 millones, o poco más del 1% de nuestro PBI. En atención al impacto económico, tanto el Mundial como los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos de 2016 son recursos de inserción internacional del Brasil.   

Sudamérica. Mercosur y Unasur
Una América del Sur democrática, políticamente estable, socialmente equitativa y económicamente robusta es esencial para el Brasil. En la estructura multipolar actual, la política exterior en el continente debe ser entendida como base para la proyección de los intereses nacionales respecto a otros actores importantes en el sistema internacional. Ya hablé del BRICS, del IBAS y de otros procesos plurilaterales de concertación en que estamos involucrados. Tales procesos contribuyen al fortalecimiento de los países latinoamericanos y a los cambios en el ambiente estratégico de la región. Ellos no son contradictorios sino complementarios a las iniciativas de integración intrarregionales como el Mercosur, la Unasur, la Celac y la Alianza para el Pacífico.
El Mercosur sigue como el proceso de integración más profundo de la región. Pese a las críticas que algunos le dedican, hay que reconocer los grandes avances logrados desde la firma del Tratado de Asunción, en 1991. En términos comerciales, por ejemplo, las exportaciones en el Mercosur pasaron de cerca de U$S 5.000 millones en 1991, a más de U$S 60.000 millones en 2012, lo que representa un aumento de cerca de doce veces. Desde la crisis internacional de 2008, el comercio intrarregional aumentó 20%, en comparación a solo el 13% de aumento del comercio global. A pesar de las barreras no arancelarias que todavía afectan el comer-cio intrabloque, la liberalización comercial logró alcanzar el 99% del universo arancelario entre los países del Mercosur.
Con el objetivo de reducir las asimetrías entre los países miembros del bloque, se creó, en 2006, el Fondo para la Convergencia Estructural del Mercosur, el FOCEM. El fondo habrá contribuido, en su primera década de operación, con U$S 1.000 millones para proyectos de desarrollo que privilegien la integración regional. Brasil es el responsable por el 70% de las contribuciones. Ejemplos son el proyecto de construcción de la línea de transmisión 500 Kv Itaipú-Villa Hayes, la subestación Villa Hayes y la ampliación de la subestación margen derecha Itaipú, en Paraguay, inaugurado en octubre de 2013, que beneficiará directamente a seis millones de habitantes; y el proyecto de construcción y equipamiento de 17 laboratorios destinados a las áreas de ingeniería industrial, electromecánica, bioingeniería y física en la Universidad Nacional Arturo Jauretche en el partido de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires, con un aporte de casi U$S 14 millones hechos por el FOCEM.
El Brasil atribuye gran importancia también a la dimensión del regionalismo abierto del Mercosur, es decir, a la utilización del blo-que como instrumento de integración al comercio internacional. Como lo defendió la presidenta Dilma Rousseff, en la cumbre del Mercosur en julio de 2013, necesitamos perfeccionar la inserción externa de nuestras economías en las cadenas globales de valor, en una estrategia común de ampliación de nuestra presencia competitiva en el mundo.
Las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea tienen gran valor estratégico para la consolidación de nuestro bloque como actor político y comercial internacional. La industria y la agricultura del Brasil atribuyen alta importancia a la conclusión de las negociaciones, con miras a buscar un acuerdo mutuamente ventajoso entre los dos bloques. Desde el 1º de enero de 2014, los países del Mercosur (100excepto Paraguay) han sido excluidos del Sistema Generalizado de Preferencias, o SGP, de la Unión Euro-pea. En el caso de Brasil, el sector industrial era el principal beneficiado por el Sistema, que incidía sobre cerca del 15% de las exportaciones industriales brasileñas al bloque europeo. Entre 2010 y 2012, esto ha representado un monto de 3.500 millones de euros. La industria brasileña plantea que un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea sería la única manera de recuperar esta pérdida de competitividad frente a terceros países que permanecen como beneficiarios (100como India, por ejemplo) en el mer-cado europeo; sin el acuerdo, nuestras exportaciones a la Unión Europea tienden a perder su valor agregado. Sabemos todos que la Unión Europea es uno de los principales socios comerciales del Mercosur. Sin embargo, pocos se dan cuenta de que el Brasil es el quinto inversionista extranjero en la Unión Europea, con un stock de inversiones que alcanzó 98.000 millones de euros en 2013.
El fortalecimiento de nuestras inversiones globales es un factor determinante para la profundización de nuestras inversiones re-gionales. Por estos motivos, necesitamos en las negociaciones una buena disposición política, pragmatismo y flexibilidad. La Unasur, a su vez, representa para los países de América del Sur la oportunidad histórica de institucionalizar su cooperación en dis-tintos sectores. El temario del bloque refleja la amplitud de nuestros intereses compartidos: infraestructura, armonización de polí-ticas, defensa y seguridad, educación, circulación de personas, entre otros. Esos temas son tratados en el contexto de nuestra fuerte identidad regional, basada en principios como la democracia y la justicia social.
En su calidad de espacio de convergencia sudamericano, la Unasur también fortalece la posición de los países del continente para negociar con otras naciones y agrupamientos regionales.
La importancia de establecer una visión conjunta para la defensa de nuestras naciones y sus activos estratégicos llevó a la crea-ción, bajo la órbita de la Unasur, del Consejo de Defensa Sudamericano, o CDS. El objetivo del CDS no es funcionar como una alianza de defensa, es decir, "una especie de OTAN del Hemisferio Sur”. Su principal meta es fortalecer la cooperación militar entre los países de la región y crear una política de defensa basada en una doctrina común.
El más reciente ejemplo de la capacidad de concertación de la Unasur es el diálogo que promueve entre el gobierno y la oposición en Venezuela tras las protestas en aquel país. Al fomentar ese diálogo, se permitió crear una situación propicia para disminuir la violencia y proteger los valores democráticos. Esa participación de la Unasur es coherente con el mandato del Protocolo Adicional sobre Compromiso con la Democracia, firmado por los Estados miembros del bloque en 2010.
La CELAC y la Alianza del Pacífico
La Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo, realizada en Salvador de Bahía en 2008, fue una iniciativa pionera al reunir jefes de Estado y Gobierno de los treinta y tres países en desarrollo del continente, sin otros participantes. Luego de afirmar la identidad latinoamericana y caribeña, la cumbre dio origen a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, o Celac. En su quinto año de existencia, la Celac busca la proyección internacional de la región en cuanto a temas como derecho internacional, igualdad entre Estados, respeto a los derechos humanos y cooperación. En el plano político, la Celac es la heredera del Grupo de Río, que actuó en la defensa de la democracia en la región durante décadas. La Celac asegura que América Latina y el Caribe hablen con voz propia, sin interferencias o presiones ajenas, al expresar su visión sobre los hechos en la región y en el mundo.
La Alianza del Pacífico, a su vez, es la consolidación del proceso de liberación comercial entre cuatro países –México, Perú, Co-lombia y Chile–, con miras a profundizar su integración.
Ese nuevo proceso debe ser visto también como oportunidad para estrechar los lazos entre las naciones sudamericanas y México. La existencia de grupos de “geometría variable”, sea en el ámbito global, sea en el ámbito regional, es el resultado de la compleja gama de intereses involucrados en la acción externa de los países. Hay espacio para diálogo y sinergia entre los agrupamientos con respecto a sus distintas vocaciones.
Cabe notar que el Mercosur posee acuerdos comerciales con los cuatro países de la Alianza del Pacífico. Tales acuerdos resultan en la reducción de los aranceles a cero para el 99% del comercio con Chile y con Perú y para el 83,6% del comercio con Colom-bia. Con México, el Mercosur firmó un Acuerdo Cuadro en 2002 con la finalidad de liberalizar el sector automotriz. Habrá libre co-mercio con casi todos los países de América del Sur antes de 2019.

Relaciones con la Argentina
La inserción del Brasil en un orden internacional cambiante tiene como premisa la integración sudamericana. Este es un proceso a largo plazo, a velocidades variables, pero que tiene que mostrar resultados concretos, aunque parciales, a corto y mediano pla-zos. Desde el punto de vista del Brasil, su participación en el proceso requiere de una asociación estrecha con la Argentina. No se trata aquí de repetir un discurso o de elegir a cada instante un adjetivo nuevo para caracterizar las relaciones bilaterales. Se trata, más bien, de convencernos de que la instalación del Brasil y de la Argentina en el orden multipolar exige intensa coordinación bila-teral y una gran convergencia en sus objetivos de política exterior. Ambos países impulsaron el Mercosur y tienen un rol decisivo en la Unasur y la Celac.
Esa intensa concertación entre ambos países responde a los respectivos intereses nacionales. Además de la proximidad geográ-fica y de los valores compartidos –que, en sí mismos, ya son datos de gran importancia–, nuestros países están vinculados por una densa red de inversiones recíprocas y cooperación en áreas estratégicas, como industria nuclear y defensa.
Les presento algunos ejemplos. Las empresas brasileñas que tienen sucursales en la Argentina, que son más de 120, son respon-sables por más de 40.000 empleos directos y por un stock de inversiones estimado en U$S 17.000 millones.
En Buenos Aires, la empresa brasileña Odebrecht, en sociedad con empresas argentinas e italianas, se encarga de las obras de soterramiento de la línea del tren Sarmiento. El proyecto tiene financiamiento del Banco Nacional de Desarrollo Económico y So-cial del Brasil, el BNDES, de U$S 1.500 millones.
En el Brasil, Corporación América, de la Argentina, en sociedad con el grupo brasileño Engevix, es responsable por inversiones en los aeropuertos de Brasilia y Natal. En abril pasado, durante la inauguración de las obras en Brasilia, la presidenta Dilma Rousseff reconoció el éxito de este modelo de sociedad entre el sector público y el sector privado nacional e internacional.
En el ámbito nuclear, cabe destacar el programa del Reactor Multipropósito, en ejecución por las empresas Redetec, del Brasil, e Invap, de la Argentina. La tecnología del reactor es económicamente estratégica, pues ese tipo de tecnología puede producir ra-dioisótopos para múltiples aplicaciones en las áreas de salud, industria, agricultura y medio ambiente.
Además de la concertación en el área de defensa en el ámbito de la Unasur, Brasil y la Argentina mantienen una intensa coopera-ción bilateral. Los dos países cuentan con un grupo de trabajo conjunto en el área de defensa cibernética, con el objetivo de redu-cir las vulnerabilidades a lo que el ministro de Defensa, Celso Amorim, califica como la “más importante amenaza del siglo XXI”. La Argentina participa, igualmente, en el proyecto del avión de carga reabastecedor brasileño KC-390, y el Brasil es su más importan-te socio en ejercicios militares internacionales.
Nuestras relaciones bilaterales se ubican, hoy, entre el dinamismo de los contactos políticos y dificultades en la coyuntura econó-mico-comercial. En el plano político, el Brasil ha apoyado siempre a la Argentina en la afirmación de su soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur, Sándwich del Sur y espacios marítimos circundantes. Este es un apoyo que viene tras la ocupación de las islas por Gran Bretaña en 1833. En el plano económico, la Argentina es el tercer mayor socio comercial del Brasil, después de China y Estados Unidos. En 2013, impulsado por el sector automotriz, nuestro comercio alcanzó su segundo mejor resultado his-tórico, totalizando más de U$S 36.000 millones. Sin embargo, en el primer cuatrimestre de 2014, el intercambio comercial cayó cerca de 20% con relación al mismo período del año pasado.
Las dificultades comerciales son motivo de preocupación entre los empresarios brasileños, ya que la Argentina es el principal des-tino de nuestras exportaciones, particularmente de manufacturados. Mantenemos todos los canales abiertos al diálogo a fin de superar los desafíos en ese ámbito. Buen ejemplo fue la decisión de Brasil de presentarse como amicus curiae en la causa que debió considerar la Suprema Corte de los Estados Unidos sobre los reclamos de los “fondos buitre” con relación a la Argentina.
Aunque los medios y la opinión pública tengan la tendencia a enfatizar las dificultades y trabas comerciales puntuales, tales as-pectos no son dominantes en nuestra amplia agenda bilateral. Es un error pensar que, en razón de dificultades en sectores especí-ficos, las relaciones bilaterales estén en crisis o paralizadas. El temario positivo no es solo más amplio, sino también clave para que Brasil y la Argentina puedan definir una percepción estratégica de su inserción en el mundo. Las inversiones y los proyectos de cooperación de los cuales hablé son elementos que deben integrar dicha estrategia. Los objetivos de integración económica, cooperación industrial y desarrollo tecnológico deben estar más allá de nuestros respectivos mercados. Mayor competitividad de nuestras empresas, desarrollo tecnológico, menores costos de producción y de transportes deben habilitarnos a competir en ter-ceros mercados generando empleos e ingresos.
Con este objetivo, seguimos trabajando para que la hidrovía Paraguay-Paraná se consolide como eje de desarrollo al facilitar el transporte de la producción y la importación de insumos por regiones mediterráneas de Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia.
La energía y la agricultura son también sectores con gran potencial y complementariedad para sostener esa estrategia de integra-ción. En el sector de la energía, destaco la aproximación entre YPF y Petrobras, presente en la Argentina desde hace más de veinte años. Las petroleras negocian oportunidades de cooperación o complementariedad en las áreas de Puesto Hernández, Cuenca Austral y Vaca Muerta, esta última de gran potencial en hidrocarburos no convencionales.
Cabe mencionar, igualmente, el proyecto de construcción de las usinas hidroeléctricas de Garabí y Panambí en la cuenca compar-tida del río Uruguay, cuyos estudios de viabilidad serán concluidos este año.
El sector agrícola representa el marco ideal para la definición de una agenda comercial positiva entre Brasil y la Argentina. Los dos países son importantes actores en los mercados de soja, maíz, carne y trigo, entre otros productos. Brasil y la Argentina producen juntos el 50% de la soja del mundo. En 2013, exportaron el 49% del maíz comercializado en el mercado global. Ambos enfrentan desafíos semejantes para la exportación a terceros mercados, como el proteccionismo regulatorio o las deficiencias de la infraes-tructura de transporte. Debemos explotar sinergias para mejorar la inserción de nuestros productos agropecuarios en el comercio global, y contribuir a la definición de marcos regulatorios internacionales más favorables.
El Pacto ABC firmado por la Argentina, Brasil y Chile fue un acuerdo histórico de consultas políticas para mantener la estabilidad sudamericana. El escenario del inicio del siglo pasado era muy distinto, marcado por momentos de rivalidad y hasta de amenaza de guerra entre los países de América del Sur. Al mismo tiempo, la Primera Guerra Mundial redefinía los contornos geopolíticos globales.
Como sabemos, el Pacto ABC no fue ratificado por los tres países. Pero el espíritu pionero de concertación política en el conti-nente, sin subordinación a potencias extranjeras, fue retomado en múltiples iniciativas posteriores.
Perón, que fue el gran impulsor del pacto ABC, vislumbró que el año 2000 nos encontraría “unidos o dominados” en nuestro conti-nente. Más de sesenta años después de su discurso, y catorce años después del horizonte de su previsión, estamos cada vez más unidos.
La asunción de la presidenta Michelle Bachelet en Chile inaugura una nueva etapa en las relaciones regionales. La aproximación de Chile con la Argentina y Brasil permitirá expandir el comercio, modernizar la infraestructura y conquistar nuevos mercados. Como afirmó la presidenta Dilma Rousseff, es emblemático, también en términos de desarrollo humano y de la equidad de género, que tres países sudamericanos tengan presidentas mujeres.
Debemos explotar las complementariedades entre los tres países y promover el refuerzo y la sintonía entre sus instituciones. La estabilidad y la armonización de las reglas son claves para un ambiente favorable a las inversiones y a la integración de las cade-nas productivas. Esta cooperación, por supuesto, tiene gran capacidad de irradiación para otros países sudamericanos.

Desafíos futuros
La consolidación de la democracia en nuestros países ha atraído la atención hacia las instituciones, partidos políticos, elecciones e ideologías. Esos elementos han considerado la política y el poder como fenómenos plurales y de largo plazo, cuya comprensión está asociada al sentido que tienen las representaciones en el esfuerzo de construir una mirada común del mundo. La politización de las acciones y la participación de nuevos actores en la política han producido un cambio social singular en Brasil y en otros países de la región creando una dinámica propia y formas de adhesión a los procesos sociales. Hoy tenemos una pluralidad de miradas sobre nuestro pasado y sobre las tendencias producidas por las transformaciones, aún en curso, de la macroestructura internacional.
En el escenario multipolar en que vivimos, este es nuestro desafío compartido: identificar los puntos de convergencia entre los intereses nacionales del Brasil, de la Argentina y de nuestros socios sudamericanos; buscar una estrategia bilateral y regional para aprovechar esas potencialidades; y, así, fortalecer la capacidad de nuestros países para moldear –y no solo reaccionar– sobre la base de nuestros intereses los temas de la agenda global.

EPÍGRAFES
De izquierda a derecha: el senador nacional por la provincia de San Luis, Daniel Pérsico; el director ejecutivo de Gestar, Mauricio Mazzón; el coordinador general de Gestar, Máximo Rodríguez; el embajador del Brasil, Vieira Vargas, y la coordinadora de relaciones internacionales de Gestar, Cecilia Pon.

En la sede del PJ, el embajador conversa con el diputado nacional Jorge Landau, apoderado del Partido Justicialista Nacional, y con Eduardo Fellner, actual presidente del partido.

Reunión de presidentes del Mercosur.

Este festival está planteado como un importante espacio de reunión e intercambio de las cinematografías de los países de la Unasur.

II cumbre de la Celac en La Habana.

Panel de discusión en el que participaron los presidentes de los países integrantes de la Alianza del Pacífico.

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