28 de junio de 2011
Instituto Gestar

La hegemonía no es mala palabra

Como bien ha señalado Edgardo Mocca en referencia a la primera etapa kirchnerista: “El gobierno de Néstor fue tachado de ‘hegemonista’ por una variada constelación de políticos de oposición y comentaristas también de oposición. Nadie llegó tan lejos en esa ruta como la diputada Carrió, que llegó a asimilarlo al régimen del rumano Ceaucescu y al nacionalsocialismo hitleriano…”. Por su parte, María Pía López ha efectuado un lúcido aporte a la cuestión al sostener que: “la idea de hegemonía ha sido desprestigiada, usada como ariete para enjuiciar presuntos intentos de dominio gubernamental (100…) Malversada en el vocerío de los republicanos, pareciera ser sinónimo de una voluntad de primacía absoluta sobre el espacio público”.

En rigor de verdad, la vituperación del concepto de “hegemonía” se realiza desde rincones que desconocen la esencia de la política en democracia. No vale la pena siquiera hurgar en el desconocimiento de la raíz gramsciana del término del que hacen gala estos políticos y opinólogos al referir al proyecto kirchnerista. Baste solamente señalar que se trata, según la clásica acepción de Antonio Gramsci, del intento de un sector social o de una alianza de sectores sociales por propagar sus valores, creencias e ideas a los fines de construir lo que el filósofo italiano denominaba un “bloque histórico”. De este modo, la hegemonía –que por definición es confrontativa, aunque no violenta– supone la concreción de un proyecto político que, a partir de la orientación clara por parte de un sector, contiene en su interior a una diversidad de actores, algunos incluso con intereses contradictorios.

Lo interesante es observar es que la visión negativa acerca de la hegemonía no es más que un argumento que apela al mantenimiento del statu quo, en contra de los deseos de una mayoría que se expresa legítimamente mediante el voto. Lo que se busca ocultar y deslegitimar desde la apelación negativa al mencionado concepto, es la búsqueda del espacio político kirchnerista por lograr la adhesión del electorado. Claro que la búsqueda de esta producción no es indistinta ni homogénea, en tanto el camino en la construcción hegemónica apela a diferentes elementos y sectores. En este sentido, en la sociedad argentina existieron diferentes proyectos hegemónicos, muchos de ellos con consecuencias nefastas para el país.

¿No fue un intento hegemónico el de Roque Sáenz Peña al procurar fundar un partido de la clase propietaria que lograra conservar la supremacía política para mantener la dominación económica a través de la victoria en la democracia abierta? ¿Acaso no gozó de una marcada hegemonía el pensamiento neoliberal de la década de los 90’, donde sus usinas de pensamiento rebasaban las instituciones públicas, los medios de comunicación y ciertas universidades, excluyendo a los márgenes a todo aquél que se oponía?¿No fue un intento hegemónico el del propio Raúl Alfonsín al buscar conformar el “Tercer Movimiento Histórico” para morigerar el peso del peronismo en los múltiples campos de la vida nacional?

En definitiva, resulta inevitable –y también saludable– la lucha por la hegemonía en democracia, pues ésta se basa precisamente en lograr apoyos para ocupar los puestos centrales del Estado y así comandar al país hacia un rumbo determinado. Si la democracia se sustenta en el sufragio, y el sufragio se sustenta en el apoyo de la mayoría, la clave está en construir una hegemonía que logre captar esos apoyos.

La diferencia del kirchnerismo con otros proyectos hegemónicos es que la actual conducción política (1002003-2011) no ha fracasado en el intento como ocurrió con Alfonsín en los ochenta (100aún a pesar de sus buenas intenciones). Tampoco ha estado dirigida a favorecer a las clases económicas privilegiadas en detrimento del pueblo como ocurrió en la década de los noventa. En verdad, el actual proceso político ha estado orientado –y ha sido exitoso en la empresa– a lograr una verdadera unión entre las necesidades de una gran mayoría y la conducción irrenunciable del proceso político por parte de una dirigencia comprometida a satisfacer históricas privaciones populares.

Pablo Salinas

@SalinasPabloJ

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