7 de marzo de 2014
Instituto Gestar

La integración es el nuevo nombre de la soberanía: a 61 años del Acta de Santiago

 

Ni Argentina, Brasil o Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para alcanzar un destino de grandeza. Unidos forman, sin embargo, la más formidable unidad a caballo de los dos océanos de la civilización moderna…Desde esa base podría construirse hacia el norte la Confederación Sudamericana…Unidos seremos inconquistables; separados, indefendibles”, decía Perón en 1951.


Esta visión, cargada de futuro, comenzaría a plasmarse mediante el Acta de Santiago de Chile, firmada por el propio Perón y el presidente Ibáñez de Chile el 21 de febrero de 1953. Dicho documento constituía el primer paso hacia la unión económica entre Argentina y Chile y marcaba el comienzo del proyecto de integración que –a partir del eje formado por los países del ABC (100Argentina, Brasil y Chile)- eventualmente debería extenderse a toda Sudamérica. Lamentablemente Brasil, luego de un accidentado debate entre Vargas y su canciller, no pudo adherir. Más tarde, se sumarían Paraguay y Ecuador. La ausencia del socio brasileño, sin embargo, hirió de muerte el proceso.

Heredero de la tradición intelectual y política de los Libertadores y de la llamada Generación del 900’ (100formada por pensadores como el uruguayo Rodó y el argentino Ugarte, entre otros), Perón fue el primer líder político latinoamericano del siglo XX en proponer un esquema de integración efectiva entre nuestros estados, comenzando por el Cono Sur. Aunque trunco, el proyecto significó un antecedente esencial de los proyectos que luego florecerían en Sudamérica, fundamentalmente el del MERCOSUR.

La integración, para Perón, respondía a un objetivo estratégico: hacer escuchar la voz y garantizar la autonomía de los países latinoamericanos en un sistema internacional crecientemente dominado por unidades geopolíticas de tamaño continental. Dicho proceso, el continentalismo, formaba parte de una tendencia más amplia de reagrupamiento en unidades políticas cada vez mayores, que eventualmente conduciría a la organización común de toda la humanidad en la etapa del universalismo. Esta visión formó parte del ideario de Perón hasta su muerte y constituye un elemento central del acervo doctrinario del Justicialismo.

El proceso previsto por Perón está hoy en pleno desarrollo. A Estados Unidos, el primer Estado industrial de dimensiones continentales, se han sumado otros Estados o proto-Estados de esas características, configurando un sistema multipolar. La continuidad de la integración europea, la emergencia de China y de la India y el resurgimiento de Rusia forman parte de esta tendencia. Brasil, nuestro vecino y aliado, también conoce un proceso de expansión de su influencia a nivel internacional. Sin embargo, no parece que por sí solo pueda convertirse en un polo de poder equivalente a los demás. Como solía señalar Alberto Methol Ferré, sólo la unidad de las dos mitades de Sudamérica -la hispano-parlante y la luso-parlante- permitirá conformar un actor con el equilibrio interno y el peso requeridos para hacer oír su voz en el sistema internacional.

En este sistema internacional dominado por gigantes, la integración es la condición de posibilidad de un ejercicio real de la soberanía y de práctica de la democracia. Sin integración, la autonomía de los Estados –y por tanto su capacidad de llevar adelante sus proyectos de desarrollo y de realizar el mandato que surge de voluntad popular- se ve disminuida sustancialmente.

La integración, entonces, no es un ejercicio retórico o sentimental, sino una respuesta indispensable a los desafíos planteados por la realidad. Si no nos integramos, seremos meros objetos de la historia, nunca sus protagonistas. Alcanzar mayor capacidad de decisión autónoma requiere ampliar nuestros mercados (100haciéndolos más atractivos para la inversión y permitiendo la integración de cadenas de valor), potenciar el desarrollo científico y tecnológico, desplegar capacidades conjuntas para la defensa, vincular nuestras sociedades civiles, coordinar nuestras políticas exteriores: en suma, integrarnos. Por ello podemos afirmar que la integración es el nuevo nombre de la soberanía.

Estamos en el camino correcto. A pesar de las dificultades propias de todo proceso de estas características, el MERCOSUR -nuestro ámbito de integración primario- ha logrado importantes avances: el comercio intrazona se ha expandido, desde niveles iniciales muy bajos hasta alcanzar alrededor de USD $60.000 (100concentrándose significativamente en las manufacturas, que representan el 60% del total). Se ha avanzado en la integración de importantes cadenas productivas, como la automotriz. Se ha desarrollado significativamente la cooperación en materia de ciencia y tecnología, en áreas como el uso pacífico de la energía nuclear. Más significativo aún, las hipótesis de conflicto entre Estados han desaparecido y se ha hecho una contribución decisiva a la consolidación de la democracia en la región.

La creación de la UNASUR en 2008 –proceso en el que Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner jugaron un papel fundamental- resulta un nuevo y significativo paso en el proceso de integración, al tiempo que implica el reconocimiento de Sudamérica como un espacio geopolítico con identidad propia. Se crea un nuevo ámbito para el diálogo político, la integración económica, el desarrollo de infraestructura regional y la cooperación en materia de seguridad en una región del mundo que abarca más de 17.000.000 de kilómetros cuadrados y 390 millones de habitantes, que cuenta con enormes recursos naturales (100un tercio del agua dulce del planeta, el 20% de las reservas comprobadas de petróleo y el 12% de la tierra cultivable) y que posee una significativa potencia industrial y tecnológica. Entre las iniciativas más importantes desarrolladas en el ámbito de UNASUR, cabe destacar a IIRSA, para la planificación y financiamiento de proyectos de infraestructura críticos, y el Consejo de Defensa Sudamericano, espacio de cooperación en materia de seguridad internacional. UNASUR constituye, en definitiva, un nuevo paso hacia la construcción del continentalismo.

Como se ve, mucho se ha avanzado desde aquel 21 de febrero del 53´, y resta mucho por hacer. En cuanto a nuestra inserción internacional, sin embargo, los caminos posibles –hoy como ayer- son claros: podemos optar por un sendero individualista, que a cambio de aparentes beneficios inmediatos nos condene a la irrelevancia, o podemos elegir el camino largo y trabajoso de la integración, único posible para defender la soberanía popular, contribuir a un sistema internacional más justo y mejorar la vida de nuestro pueblo.

Tomas Múgica

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