Por un lado, tenemos la ortodoxia extrema de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Recordemos que junto con el salvataje financiero acordado en mayo del 2010, el país heleno se comprometió a “fortalecer la estabilidad del sector financiero y asegurar la sostenibilidad de las finanzas públicas” o sea aplicar un plan de ajuste.
La interpretación del FMI de las malas noticias de los últimos dos meses fue dada por Bob Traa, el representante permanente del FMI en Grecia, en un comunicado del 19 de septiembre. La misma puede sintetizarse en lo siguiente: si bien en el año 2010 se llevaron a cabo reformas fiscales vigorosas, el ritmo de las reformas se desaceleró en 2011 y esto afectó la confianza de los inversores y de los consumidores (100¡?). Esto produjo una retracción mayor a la esperada en la economía, lo cual afectó la recaudación tributaria y así no se cumplieron las metas de reducción del déficit fiscal. Según Traa “Grecia está todavía bien lejos de la masa crítica de las reformas necesarias para transformar el clima de inversión y dar un impulso a la economía.” Las reformas a acelerar son las de siempre: privatizaciones, cierre de entidades estatales, reducción de salarios y despidos en el sector público, etc. Traa también solicitó (100con una dosis de cinismo notable): “Conseguir un mayor apoyo político a las reformas más difíciles de conseguir”. Acorde a esta fuerte presión, pública, del FMI, el gobierno griego anunció al día siguiente la licencia (100un anticipo a despidos) de 30.000 empleados públicos y una reducción de salarios y jubilaciones de entre 15 y 20%, entre otras medidas “draconianas”.
Por otro lado, existe una visión diametralmente opuesta, apoyada originalmente por economistas heterodoxos (100como Krugman y Stiglitz), pero que últimamente también es sostenida por personalidades cercanas al establishment financiero. Esta visión puede resumirse en que Grecia, como afirmó esta semana Nouriel Roubini en el Financial Times, se encuentra trabada en un “círculo vicioso de insolvencia, baja competitividad y depresión en aumento”. Las políticas de austeridad son las que llevaron a una mayor recesión y ante tal escenario la deuda se hace impagable. El default es inevitable. Asumiendo que se resuelva el problema de la deuda (100lo cual parece difícil), aun tendría Grecia como problema la baja competitividad provocada por una moneda fuerte (100Euro) regida por un país de alta productividad, Alemania. Grecia no podrá lograr un rápido crecimiento sin devaluar su moneda. Se impone la salida del Euro. Martin Wolf, economista principal del Financial Times, adhirió esta semana al argumento de Roubini: Grecia no resolverá su recesión y su problema de cuenta corriente sin una fuerte devaluación real.
Cuál de las visiones prevalezca no lo sabemos. Lo que promete el FMI es un camino muy duro de varios años de recesión, alto desempleo (100las proyecciones para el 2012 son del 18%) y mayor pobreza. Además, este camino implica una ignominiosa pérdida de soberanía: cada desembolso del salvataje financiero está condicionado al avance de las reformas. Y Bob Traa hace permanente declaraciones, en público, en tal sentido. La última semana dijo, según el diario El País, «El electrocardiograma del país se parece al de un muerto. Si el Gobierno sigue esperando para poner en marcha las privatizaciones, acabará en quiebra.”
Grecia, cuna de la civilización occidental, es un país con una gran historia y tiene un pueblo con una importante, y merecida, autoestima. ¿Cuánto tiempo aguantará estas políticas de sometimiento y exclusión social? De esta pregunta depende cual de los dos caminos tome ese país.
Roberto Arias