El 24 de Marzo de 1976 comenzó la larga noche neoliberal. Debía implantarse ese modelo y para ello era necesario erradicar la militancia juvenil, obrera, sindical. Cualquier fuerza o movimiento social que se opusiera.
Si bien en diciembre de 1983 el país retorna al sistema democrático luego de la derrota de la Guerra de Malvinas, lo hace aún con el gran fantasma de la dictadura. Pero este modelo fue retomado y profundizado durante los noventa para eclosionar en diciembre del 2001, cuando el pueblo salió nuevamente a las calles.
Y en 2003 llegó Néstor, y puso nuevamente en marcha el país en todos los sentidos: económico, político y social. Jóvenes que comenzaron a amar la política y la militancia, como aquéllos a los que en los 70 se les arrebataron las utopías y los sueños.
Todo este proceso no es un mero recuento de hechos. Este proceso dejó huellas que todavía hoy persisten, y están muy marcadas en nuestra sociedad. La solidaridad, la dignidad que da el trabajo, la familia, el tejido social totalmente destruido, familias desarmadas y atravesadas por la tragedia de los compañeros que desaparecieron, por los compañeros que fueron asesinados, familias enteras expulsadas del sistema, pibes en la calle, y una gran indiferencia por parte de aquellos a los cuales el sistema no los afectaba.
Hoy nos encontramos con que todavía gran parte de la sociedad mira para otro lado y no ve, porque no puede o no quiere, los avances que hemos tenido. Hace 10 años nos encontrábamos con un 54% de pobreza, con un alto desempleo, personas comiendo de la basura, pibes pidiendo en la calle, durmiendo en la calle, atrapados por la calle. Pibes que nunca vieron a sus padres trabajar, que nunca tuvieron una mesa servida.
En la actualidad tenemos a los pibes en las escuelas y con sus correspondientes controles de salud, con netbooks que permiten que la brecha tecnológica sea menor; embarazadas con los controles asegurados y obligatorios; adultos mayores que por distintas razones no podían jubilarse, hoy cuentan con una jubilación mínima que gracias a la movilidad jubilatoria tiene asegurado dos aumentos anuales; créditos para acceder a una vivienda, y lo más reciente el Programa Progresar para personas de 18 a 24 años que no hayan terminado sus estudios o quieran seguir estudiando.
Siempre va a ser poco, ante tantos años de indiferencia y de miseria. Pero hemos logrado mucho. Aún así, a muchos les molesta que a los pibes se los ayude para terminar los estudios.
“Yo que gano un poco más que el mínimo no puedo acceder. Este plan no sirve”, dijo alguien. ¡Sí que sirve! Quizás no sea el programa ideal, pero representa una ayuda y un estímulo enorme para aquéllos que todavía hoy piensan y sienten que no les corresponde o no tienen derecho a estudiar por no contar con los recursos necesarios.
Ante ese tipo de comentarios uno hace memoria, esa memoria que pareciera que el emisor no tiene, y se pregunta: ¿No te hace feliz que un compatriota, una persona que por distintas razones no cuenta con los recursos, pueda acceder a la AUH, a la Asignación por Embarazo, a un crédito para que tenga su casa, que los pibes puedan terminar sus estudios y continuarlos? Si yo me pusiera a pensar en mi caso y sólo me mirara el ombligo me quejaría de mis problemas, mis dificultades y que se caiga el mundo.
Pero por fortuna tengo trabajo, llego a fin de mes, he logrado muchas cosas, tuve la fortuna de ir a la primaria, secundaria y universidad. Esa fortuna no la tuvieron todos. Fueron y son muchos los que no tienen esa suerte.
Es por ellos por los que se lucha, para que puedan gozar de los mismos derechos que tuvimos nosotros. Es por ellos, para estimularlos, para darles una mano para que den el primer paso para avanzar, para que sepan que también pueden progresar y que no están condenados a un destino determinado.
Pero no, mucha gente no lo ve. Mucha gente se queja si se los ayuda, pero también se queja si los ve en la calle. ¿Tanto miedo se le tiene al otro, al que no es como nosotros? Pero ese miedo es selectivo, porque los que tienen más que nosotros también son diferentes a nosotros. Sin embargo, a ellos no se les tiene miedo. Se le tiene miedo al pibe que vive en una villa, que tiene una adicción, pero no al que le provee la droga. Se le tiene miedo al pibe con la netbook por estar mal vestido o por el lugar donde vive, pero no al que vive en un lindo barrio, no labura ni estudia y también se droga.
Se le tiene miedo y odio a un modelo democrático más que a la noche de la dictadura, que según el humor de las fuerzas te agarraban, secuestraban, torturaban, te mataban y desaparecían.
Se ha avanzado mucho en numerosos aspectos. Se ha mejorado la economía, el empleo, el consumo, la salud, la educación. Falta mucho todavía. Ganamos muchas batallas, muchos derechos. Pero debemos comenzar a dar seriamente y en profundidad la batalla cultural. Aprender a mirar al otro, a entender antes de juzgar, a ser más solidarios con los que menos tienen, y ser conscientes que todos, absolutamente todos, tenemos los mismos derechos. Porque si hablamos de obligaciones ahí sí somos todos iguales, pero cuando se amplían derechos, a muchos todavía les gana el egoísmo y el individualismo.
Es mucho mejor que los jóvenes no se comprometan, que el pueblo no piense, para así seguir ejerciendo ese poder que durante la larga noche anuló el pensamiento crítico de muchos. Un pueblo ignorante y perezoso para analizar nuestra política es más fácil de dominar y funcional a los intereses de los que todavía hoy nos quieren llevar nuevamente al pasado.
A esto le tiene miedo el neoliberalismo. A que nos reconstruyamos como sociedad, como seres pensantes, libres, solidarios y orgullosamente habitantes de una patria libre en una América Latina liberada como lo soñaron San Martín, Bolívar, El Che.
Soledad Sganga
Licenciada en Ciencia Política