El General Perón utilizó esta frase a principios de los 70, con esa mezcla de picardía y de sabiduría que lo caracterizaba, para describir la situación económica de ese momento. La misma frase se aplica, lamentablemente, a muchas otras ocasiones en nuestra historia económica reciente: por ejemplo en los años 1958-1960, 1963-1964, 1971, 1975-1976, 1981, 1986, 1990, 2002 y ahora de nuevo en 2015-2016.
¿Qué tienen de común estos años? Una fuerte devaluación, como salida “de mercado” a la falta de divisas, lo que genera en forma inmediata aumento de precios, recesión y una redistribución del ingreso desde los trabajadores a los capitalistas.
Una característica estructural de nuestra economía, al menos desde la década del 40 en adelante (100que es cuando comienza el proceso de industrialización) es la “restricción externa” o falta de divisas internacionales. En términos más precisos, el desarrollo de los sectores exportadores no es suficientemente rápido para proveer los dólares necesarios que requiere una economía de pleno empleo y con salarios reales crecientes, basada en el desarrollo industrial. Dicho más simplemente, cuando la economía se encuentra en desarrollo, las importaciones crecen más rápido que las exportaciones. Recordemos que las importaciones son principalmente insumos para la industria y bienes de capital, crecen muy rápido cuando el país se desarrolla. Las exportaciones no crecen tan rápido, dependen de los precios internacionales y de la demanda de nuestros productos en el resto del mundo.
El proceso de crecimiento en Argentina ha sido esencialmente inestable, ya que en algún momento empiezan a escasear los dólares. En algunas oportunidades la crisis pudo postergarse tomando deuda. Financiar el déficit externo puede ser una solución de corto plazo, pero en el largo plazo esa estrategia agrava la situación: luego se necesitan los dólares no solo para pagar las importaciones, sino también para pagar la deuda.
Cuando nos encontramos en una situación de “falta de dólares” (100lo que los economistas llaman “restricción externa”), la solución de mercado (100propuesta por economistas liberales) es una devaluación, que ajustará el sector externo para volver al equilibrio. Se conoce cuáles son las consecuencias de estas devaluaciones, que pueden resumirse en tres grandes efectos:
Aumento de los precios y pérdida del poder adquisitivo del salario: un tipo de cambio más alto se traduce en forma inmediata en mayores precios de los bienes “salario” (100leche, pan, carne, etc.), ya que el precio de los mismos se fija, sin mayor intervención del Estado, a nivel internacional, o sea en dólares. Mayores precios e igual nivel de salario implica automáticamente un menor poder adquisitivo.
Caída del nivel de actividad: el menor salario real impacta de lleno en la demanda agregada, ya que el consumo es por lejos su principal componente (100en Argentina el consumo es casi el 70% de la demanda agregada). Por más que aumenten las exportaciones o incluso las inversiones, si cae el consumo caerá la demanda y el nivel de actividad. La demanda agregada es resumidamente el gasto total que para un nivel de precios concreto realizan en una economía las familias, las empresas, el sector público y los inversores extranjeros. La demanda agregada aumenta a medida que bajan los precios y al aumentar los precios disminuirá la misma, puesto que se reduce la cantidad de bienes y servicios que se pueden adquirir con el mismo dinero.
Redistribución del ingreso: los que ganan con la devaluación, de manera inmediata, son los grupos económicos exportadores, que además son sectores muy concentrados de la economía, mientras que el salario pierde terreno. Esto implica en forma automática una redistribución regresiva del ingreso. El dinero pasa del bolsillo de los sectores asalariados al bolsillo de los empresarios.
A fines del 2015, el nuevo Gobierno produjo una devaluación del 50%, junto con una rebaja de las retenciones (100lo cual equivale a una devaluación real aún mayor), mientras el Estado comienza un proceso de retirada en la regulación económica. ¿Qué sucedió desde allí en adelante?
Exactamente lo mismo que en todas las salidas traumáticas de las crisis externa. En primer lugar, se produjo una fuerte escalada inflacionaria. Con la inflación de junio ya hecha oficial, tenemos que sólo en el primer semestre la inflación llegó al 28% (100según el INDEC; para CABA), y siendo muy optimistas llegará al 42% en forma anual.
Mientras, la economía se vino a pique. Pasó de crecer el 2,18% en el último trimestre del 2015 (100un 2,4% para todo el año) a sólo el 0,5% en el primer trimestre del 2016. Cuando se publiquen los datos del segundo trimestre, seguramente comenzaremos a ver porcentajes negativos. Los salarios y las jubilaciones van a crecer, como mínimo, 5 puntos porcentuales menos que la inflación. En definitiva, se confirma lo del Gral. Perón. Los salarios por la escalera, los precios por el ascensor.
No podemos negar que existían desequilibrios en la economía argentina a fines del año 2015, y uno de ellos era el desequilibrio externo. El proceso de crecimiento económico iniciado en el año 2003 pudo sortear la restricción externa durante varios años, gracias a la diversificación de las exportaciones y también por mejores precios internacionales. El país no tomó deuda externa (100por el contrario, se desendeudó) y pudo financiar en forma genuina un fuerte crecimiento de las importaciones.
Desde el año 2003 hasta mediados del año 2010, Argentina acumuló un superávit externo de casi 46.000 millones de dólares. Pero ahí comienza un déficit que continúa en forma ininterrumpida hasta el año 2015. Está claro que un nuevo gobierno tenía que hacer algo. La pregunta es si hay forma de corregir estos desequilibrios sin que los paguen los trabajadores, y esto está claro que es así.
El que debe inclinar la balanza ante una situación de este tipo es el Estado. Si dejamos que las grandes empresas aumenten los precios lo que quieran, si dejamos que aumente el desempleo y eso le ponga un cepo al salario, si no hay políticas claras de transferencias (100aumentos de jubilaciones y asignaciones familiares) para contrarrestar la redistribución regresiva del ingreso, el resultado es conocido: otro ajuste más que lo terminan pagando los sectores populares y asalariados.
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