28 de mayo de 2022
Instituto Gestar

MANIFIESTO PARA UNA SEGUNDA RENOVACIÓN

Por: Federico Zapata

Texto publicado originalmente en Panamá Revista

 

CRISIS ORGÁNICA Y RENOVACIÓN (LA NUEVA GENERACIÓN POLÍTICA)

Al comienzo de “Notas sobre Maquiavelo”, Antonio Gramsci sugiere releer al florentino (en tiempos modernos) a partir de dos claves de abordaje: ¿Cómo debe ser el Príncipe que quiera conducir a un pueblo a la fundación de un nuevo Estado? ¿Cuál debería ser la realización máxima de la acción práctica o el “mito” que genere la pasión necesaria para empoderar una nueva voluntad colectiva nacional-popular? Estos interrogantes resuenan como “imperativos categóricos” de cualquier intento de reconstrucción de la potencialidad del peronismo como movimiento de modernización inclusiva.

En otros términos, el peronismo no atraviesa sólo una “interna” de liderazgos o una “puja” sobre relatos y/o programas, que se resolverían con una serie de ajustes de cúpula y/o un incrementalismo programático. El peronismo atraviesa una “crisis orgánica”, que le exigirá, en el corto y mediano plazo, ensayar respuestas e hipótesis audaces y radicales, si pretende salir de su laberinto pantanoso. 

Quiero ser enfático. La Argentina (y el peronismo) necesita una revolución, no un consenso. Pero es una revolución que sólo se hace armando una nueva mayoría. ¿Quiénes podrían encarar las tareas revolucionarias en un movimiento donde, paradójicamente, los “revolucionarios profesionales” son los conservadores? Voy a dar una respuesta provisoria: un Nuevo Príncipe (Gramsci dixit) o una Nueva Generación (Echeverría dixit).

La hipótesis implica una acción contracultural: en una época marcada por la defección de las élites (políticas, gremiales, empresariales y sociales) en relación con el impacto real de sus ideas y acciones (eficiencia y fuerza) en el drama nacional, el peronismo necesita encarar un proceso de “reforma y apertura”. Una segunda renovación. Un nuevo movimiento reformador profundamente patriótico. No en el sentido de lanzar una “intifada” de consignas y valores. En el sentido de la responsabilidad, la valentía, el coraje y la entrega que el país demanda.

Al respecto, una nueva élite no se construye sólo sobre la base de un recambio generacional. Porque no se trata sólo ni primordialmente de un problema etario. Una nueva élite se construye por sobre todas las cosas, en torno a un nuevo cuerpo de ideas. Esta es la cuestión medular. En términos de Tulio Halperín Donghi, el desarrollo de un proyecto colectivo capaz de encarnarse en el cuerpo de una nación, y movilizar los recursos necesarios para transformar la estructura social, económica e institucional de nuestra patria. Una nación para un desierto. 

Este ensayo intentará aportar un granito de arena a este desafío colectivo y político-generacional, partiendo de dos aclaraciones de base.

Primero. El texto hace foco en el peronismo, pero no por considerar que el peronismo constituya un punto de llegada. Todo lo contrario, el peronismo, si aún conserva un rol histórico en la escena nacional, es porque es un punto de partida. Siempre, el punto de llegada es la Argentina. En un nuevo proyecto de enamoramiento, el objeto del deseo y acción es la Argentina. En todo caso, el peronismo puede ser la herramienta para un fin, pero no el fin en sí mismo. Este razonamiento parece evidente. Sin embargo, en la era de las identidades intensas, las vanidades político-partidarias y las burbujas sociales, es parte del complejo juego de tareas que implica reconstruir una élite nacional.

Segundo. Si no existe una naturaleza abstracta, fija e inmutable, sino que existen relaciones sociales, de fuerza y de poder, todas históricamente situadas y determinadas, entonces, el peronismo, como espíritu de los tiempos y de un pueblo concreto (el pueblo criollo argentino, con todas sus mixturas y contradicciones), no puede consistir en una doctrina dogmática. El peronismo es una metodología para abordar la vida y la dinámica histórica. No es una Iglesia. Es un movimiento. En todo caso, y como afirma Pablo Touzon, es una iglesia protestante, en permanente movimiento y revisión. Un organismo en perpetuo desarrollo. Escribió Horacio Guarany: la vida es río que va golpeando las piedras.

Dicho esto, el ensayo se organiza en cuatro columnas vertebrales: la formación de una voluntad colectiva (el Príncipe o la organización), la reforma económica (el modelo de acumulación y el mito), la reforma intelectual (el Estado o el cómo), y el programa de los renovadores (el qué hacer). En palabras de Gramsci: “El Príncipe moderno debe ser, y no puede dejar de ser, el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional popular hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civilización moderna”.

EL PRÍNCIPE (LA ORGANIZACIÓN)

En las condiciones posmodernas, el protagonista del nuevo Príncipe no puede ser un héroe personal (aunque se necesiten héroes individuales), sino un movimiento social, económico y político. Una nueva coalición social, una Nueva Generación, capaz de crear un nuevo Estado. Esta élite, además, deberá comportarse como una facción al interior de un nuevo Partido Orgánico más amplio, la causa nacional que debe aglutinar las fuerzas mayoritarias de una epopeya transversal al sistema político, económico y social, capaz de resolver el principal déficit de 4.0 de la democracia: el desarrollo.

Ahora bien, lanzar un segundo movimiento renovador de alcance nacional, con la potencialidad para materializar un aporte positivo a la resolución del dilema principal de la época, implica reinventar una nueva morfología de ruptura con el cascarón del peronismo nacional dominante de los últimos 20 años. Las condiciones de posibilidad de este jacobinismo precoz están dadas por la crisis orgánica de este andamiaje maltrecho, cuya pérdida de universalidad se expresa en su progresivo estrechamiento geográfico: el Partido del AMBA. Se trata de contraponer, a la economía-corporativa del “tigre de papel” AMBA-céntrico, una nueva economía política-nacional. La revolución de la economía del conocimiento es el germen despolitizado pero factible de ser politizado, sobre el cual montar una nueva coalición. ¿Con qué características?

Empecemos por el territorio. ¿Dónde queda el futuro? Nos acostumbramos a localizarlo siempre afuera. Afuera de nuestro país (“la única salida es Ezeiza”), afuera de nuestro alcance (“no podemos salir de esta crisis”), afuera de nuestra vida cotidiana (“es lo que nos toca”). Como si el futuro no le perteneciera más al país y a los argentinos. Este clima de resignación e impotencia cultural es la contracara de la profunda y duradera crisis que atraviesa nuestra patria desde 2008. El movimiento de la segunda renovación debe ser profundamente federal.

En segundo lugar, la federación requiere de un nodo de dinamismo y poder autónomo, alternativo a los dos nodos del AMBA (el Partido de la Ciudad con su poderío económico-mediático y el Partido del Conurbano con su poderío electoral-ideológico). Ese nodo debería consistir en la institucionalización y politización de la “Región Centro” ampliada, liderada por Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, incorporando a Tucumán en el NOA, a Misiones en el NEA, a San Juan en Cuyo y a Río Negro en Patagonia (y en el futuro a nuevos asociados emergentes). Aun cuando implique diferentes niveles de alianzas con actores del AMBA, la federación requiere, una nueva geometría y geografía de poder. La tarea no es sencilla.

En tercer lugar, la federación debe recuperar el ethos de una vieja sociología, pero en las condiciones posmodernas: el ethos policlasista. El peronismo puso en el centro de la escena el mundo del trabajo, pero no para pintarlo de “rojo” sino para darle dignidad. Y la dignidad en la Argentina fue y será el programa de la clase media.

En palabras de Luciano Chiconi, esa zona común donde la voz de una clase media es la proyección torrencial de toda la clase media. Así, la clase media, real y deseada, castigada y desencantada, debe ser el corazón social del nuevo peronismo. Una nueva clase trabajadora del siglo XXI, que unifique a comerciantes, programadores, productores agropecuarios, emprendedores, trabajadores de cuello blanco y de cuello azul, cuentapropistas, operarios de plataformas digitales, cooperativas de la economía popular. Una utopía de los comunes. De los madrugadores. Nuestra “mayoría silenciosa”. La operación sociopolítica que permite interpelar, movilizar y unificar a los contrarios (en la economía) y a los distintos (en la cultura).

En cuarto lugar, la segunda renovación debe salir del “palacio”, desarmar el tigre de papel AMBA-céntrico y forjar una morfología anfibia. No se trata de traer la sociedad hacia el nuevo peronismo, se trata de llevar el nuevo peronismo hacia la sociedad. Enriquecerlo con la diversidad de “tonadas”. No para hacer “basismo”. Sino para reconstruir una nueva dirección, arraigada, con coaliciones sociales, empresariales, laborales y regionales.

Vigorizada por outsiders capaces de aportar una nueva intensidad y radicalidad al espacio del centro nacional, popular y reformador. No tiene sentido repetir una “mesa” de Gobernadores. En todo caso, los “Gobernadores” dispuestos a jugar, deben tener como misión histórica, renovar al peronismo, traer nuevos liderazgos y nuevas ideas. La nueva morfología anfibia le debe permitir a la Nueva Generación articular las fracturas que deja el peronismo AMBA-céntrico: el capital y el trabajo, el sector público y el sector privado, los territorios subnacionales y el Estado Nacional, la urbanidad y la ruralidad, los incluidos y los excluidos, la Argentina y el mundo.

En quinto lugar, y puesto que la tarea de construir una nueva mayoría implica construir un nuevo clivaje, una nueva politicidad organizativa de las demandas sociales, pero en condiciones de ausencia de una institucionalidad partidaria nacional y con liderazgos emergentes poco instalados en el escenario electoral nacional, la segunda renovación debe abrazarse a la hibridación como táctica de reconstrucción. En otros términos, en lugar de intentar el camino de la “colectora” peronista-pura o la “interna” frentetodista-palaciega, la segunda renovación debe animarse a construir una oferta local y nacional que permita generar intensidad y pasión en el centro popular y reformista. El posible desgarramiento del bicoalicionismo AMBA-céntricas, por derecha y por izquierda, puede propiciar un territorio sociopolítico apto para ejercitar el mestizaje, en lo que podría constituir una nueva coalición de unidad nacional, reforma política y modernización tecno-productiva.

LA REFORMA ECONÓMICA (EL MODELO DE ACUMULACIÓN Y EL MITO)

La realización máxima de la acción práctica, que en Sorel era la “huelga general”, en Argentina es el desarrollo. El gran déficit (común) de nuestros casi 40 años de democracia. Hay que evitar aquí, sin embargo, pensar que la operación de la instauración de nueva utopía consiste en trazar un “frío” plan escrito por tecnócratas o bien una especie de biblia recitada a “grito pelado” por algún orador mesiánico (y no estoy renegando ni de los planes ni de los oradores). Reconstruir un mito soreliano, implica crear (utilizo aquí esta palabra de raíz artística con énfasis) una pasión capaz de fundar y amalgamar una nueva praxis. Crear una nueva época. Un movimiento dual que combine reforma intelectual y moral con reforma económica.

Teniendo en cuenta las condiciones locales y el impacto internacional de la revolución biológica, el desarrollismo en Argentina debe reorientar su esfuerzo industrializador de las industrias pesadas y/o mercados-internistas a las industrias de base biológica. Es decir, un modelo de desarrollo basado en la industrialización eficiente de la biomasa. Siguiendo a Roberto Bisang, se trata como en la década del 50 y el 60 de industrializar, pero no intentando volver al siglo pasado, sino mirando hacia el futuro. ¿Cuáles son las razones epistémicas y ontológicas que sugieren una estrategia de desarrollo anclada en la bioeconomía? 

En primer lugar, el paradigma repolitiza (en términos de policy) los seres vivos preexistentes en la naturaleza y factibles de mejoras, y los transforma en bienes de capital, vía tecnologías en donde el país se encuentra en la frontera tecnológica internacional. Asimismo, el movimiento no es caprichoso ni utópico con relación a las capacidades domésticas, es profundamente realista. Argentina tiene una fuerte tradición en las ciencias de la vida, que incluye tres Premios Nobel: Houssay, Leloir y Milstein.

En segundo lugar, la bioeconomía incluye actividades y sectores diversos, que van desde el bioagro, los materiales, los biocombustibles, la salud, la economía del cuidado al desarrollo biooceánico. En otros términos, atraviesa todo el territorio nacional (impacto federal) e incluye actividades intensivas en mano de obra (como la salud o la economía del cuidado). Desde el punto de vista de las economías regionales, la bioeconomía permite reconvertir a nuestro sector primario, profundamente competitivo y desconcentrado a lo largo y ancho del país, en el primer eslabón de la cadena de industrialización de la biomasa y en prestadores de servicios ecosistémicos.

En tercer lugar, y desde el punto de vista internacional, el mundo está girando hacia una agenda ambiental que incluye un énfasis especial en la producción sustentable, una demanda creciente en alimentos y servicios asociados a las ciencias de la vida, y el abandono paulatino de la economía basada en recursos fósiles. Vamos, en un plazo relativamente corto, hacia un comercio exterior bio-basado. El conflicto militar entre Rusia y Ucrania potencia este movimiento sistémico, vía la necesidad de Europa Occidental de acelerar su proceso de transición energética, desde el gas a los biocombustibles. Algunos países europeos poseen la tecnología (Alemania), pero Europa no posee biomasa. Argentina, posee ambas: biomasa y tecnología.

Finalmente, la bioeconomía permitiría contribuir a desconcentrar el país, fortaleciendo pueblos de pequeña y mediana dimensión a partir de la agregación de valor en origen y, sobre todo, impulsar la inserción de cada región en el comercio internacional, evitando, idealmente a través de un rediseño de infraestructura de exportación los cuellos de botella que se generan en los puertos tradicionales y el costo de logística que implica mover biomasa para transformarla fuera de los territorios.

Por supuesto, Argentina, para desarrollarse necesitará de una diversidad de sectores y actividades (minería, gas no convencional, litio, servicios basados en conocimiento, software y servicios informáticos, Fintech e inclusión financiera, economía de datos, nanotecnología, AgTech, satélites, energía nuclear). No podemos jugar un pleno. Pero sí necesitamos ordenar una estrategia que nos dé un diferencial competitivo en el mundo y que, además, impacte positivamente en nuestro territorio. Se trata de cambiar el driver o el motor del desarrollo, reubicándolo en los clusters de competitividad realmente existentes, que empalman las trayectorias históricas de nuestras capacidades con la demanda internacional de bienes y servicios enmarcada en la revolución tecno–productiva en curso.

El punto es que, como ya se expresó, no alcanza con un programa racional. Es necesario que ese programa esté anclado en una coalición social amplia y se vuelva una causa nacional-pasional. En ese sentido, he venido sosteniendo en algunos textos dispersos, en calidad de aporte a la discusión política-empírica, el concepto de “biodesarrollismo”. Una nueva utopía productiva que se marida con las demandas ambientales de las nuevas generaciones, y que podría, en el plazo de algunas décadas, convertir a la Argentina en un bio-poder del sistema internacional.

LA REFORMA INTELECTUAL (EL ESTADO Y EL CÓMO)

Los debates e investigaciones internacionales en torno a los procesos de desarrollo económico exitosos han ido progresivamente abandonando dos ideas contrapuestas: “la idea privatista”, que sostiene que el desarrollo es un proceso autogenerado desde el mercado, y “la idea estatista”, que sostiene que el desarrollo económico tiene como locus al Estado. Por el contrario, allí donde se produjeron procesos de desarrollo periféricos, las sociedades lograron romper con la división binaria entre las dos fuentes o variedades de poder: el poder del Estado y el poder del Capital. En palabras de Hunt, se propició la conformación de una plataforma convergente que implicó la interacción entre el poder del Estado para contribuir al desarrollo económico (poder infraestructural) y el poder del Capital para influenciar el ritmo, la dirección y el contenido del desarrollo económico (poder estructural). Esta agregación de poder ha sido denominada, alianza desarrollista. Ahora bien, ¿Qué Estado y para qué?

Lo primero que hay que decir, es que la respuesta a ambas preguntas (qué y para qué) supone un ejercicio realista de construcción de una nueva mayoría en la sociedad. Es decir, tiene que ser una fórmula que no se altere con los ciclos electorales o políticos. De lo contrario, lo que tenemos es una definición contestada, en crisis o en revisión permanente cada cuatro años.

Al respecto, las condiciones sobre las cuales el peronismo conceptualizó el rol del Estado en la economía en el siglo XX (fordismo) son radicalmente diferentes a las condiciones en las que se debe abordar el problema en el siglo XXI (posfordismo).

En concreto, el contexto de la experiencia del Estado Empresarial (1929-1973) estuvo marcado por dinámicas poco reproducibles en la actualidad: en primer lugar, la presencia del Poder Militar, del que Perón formaba parte, y que proveyó una burocracia calificada y disciplinada, con alto número de ingenieros, capaces de llevar adelante tareas complejas. El sustrato burocrático común de proyectos como el Instituto Aerotécnico o posterior IAME (Pulqui I y Pulqui II), SOMISA, Altos Hornos Zapla, Atanor y la CNEA. En segundo lugar, esas capacidades estatales no se diseñaron de la noche a la mañana, sino que supusieron procesos de acumulación histórica que se remontan a la fundación del Estado moderno argentino (1880). En tercer lugar, el Estado Empresarial navegó un contexto internacional securitizado, que sobre todo a partir de la Primera Guerra Mundial, permitió fusionar y potenciar la relación entre el gasto militar y el gasto industrial, con las externalidades positivas que esa dinámica suele implicar para la economía. Finalmente, se trataba de un mundo con cadenas globales de valor aún en formación. Es decir, un mundo en donde los procesos productivos seguían operando a escala nacional. Un mundo analógico, donde la especialización sectorial-funcional, la autonomía de los expertos públicos y la compartimentalización eran variables de eficiencia operativa.

Algunas experiencias del Estado Empresarial perduran, sobre todo en economías donde la escala no permite la competencia de privados, y gracias a un proceso agresivo y celoso de modernización gerencial,  siguen operando con alto nivel de eficiencia. Pero eso no quiere decir, que se puedan reproducir las condiciones para que el Estado siga operando en la lógica empresarial. En un contexto marcado por la debilidad de las capacidades estatales, que como ya se mencionó no se acumulan ni se construyen de la noche a la mañana con voluntarismo o algún decreto reglamentario, ese horizonte se parece bastante a “pedalear en el aire” o a una especie de “emprendedorismo” con recursos públicos, que la sociedad, en un contexto de crisis sistémica y recursos escasos como el actual, no va a tolerar. ¿Qué puede ofrecer el peronismo en estas condiciones? Una respuesta posible es el Estado Innovador.

La nota distintiva de la revolución de la economía del conocimiento es el concepto de “convergencia tecnológica”: sistemas de conocimiento y plataformas tecnológicas capaces de converger en la búsqueda de objetivos comunes. Esta nueva agenda de investigación-acción tiene en el epicentro a las tecnologías de la información y la comunicación, que han facilitado el procesamiento masivo de datos y la inteligencia artificial. Es decir, han permitido montar “cerebros digitales” donde las disciplinas y los mejores talentos pueden converger. Visto desde otro ángulo: los problemas públicos actuales son tan complejos y multidimensionales, que solo pueden abordarse a partir de resoluciones convergentes, donde intervienen una diversidad de disciplinas y los mejores cerebros de un ecosistema nacional.

En este contexto, los Estados pueden transformarse en plataformas colaborativas de innovación para la resolución de problemas públicos. El cambio cultural que este movimiento conlleva es enorme, ya que implica entender que el valor potencial de la intervención gubernamental no vendrá del interior de la organización burocrática ni de su autonomía, sino de la relación con otras organizaciones. Con las mejores. La transición supondría dejar de operar como un conglomerado de instituciones analógicas inconexas o de débil conexión, para pasar a comportarse como una supercomputadora. Un hub de conocimiento y una aceleradora de soluciones innovadoras. Un caso emblemático y pionero en esta dirección es el SF500, el fondo co-diseñado entre la Provincia de Santa Fe y la empresa Bioceres que busca facilitar el nacimiento de 500 startups de base científica-tecnológica en los próximos 10 años, en el marco de la revolución de las ciencias de la vida (alimentos funcionales, salud y bienestar, biomateriales, procesos y productos con neutralidad de carbono).

LA REVOLUCIÓN DE LOS RENOVADORES (EL QUÉ HACER)

¿Cuáles podrían ser las tareas de este nuevo Estado Innovador en el desarrollo argentino? Las tareas no son abstractas, sino que se definen focalizando en los problemas centrales de una época. Sin pretender cerrar un debate, podrían enumerarse cuatro grandes revoluciones imprescindibles: (1) una revolución en el sistema educativo, que posiblemente implique la creación de un nuevo formato de escuelas públicas experimentales y de doble escolaridad, con orientaciones prácticas (programación, bioeconomía, economía del cuidado, oficios técnicos) articuladas a los entornos locales. Las escuelas PROA de la Provincia de Córdoba aportan un antecedente valioso; (2) una revolución del sistema de logística nacional, que, en un plazo razonable (5-10 años), elimine el transporte de carga de camiones y lo suplante por un sistema bimodal que articule trenes y puertos, dejando el transporte de carga para la última milla. Esta transformación mejoraría drásticamente la competitividad de la economía argentina para exportar, reduciría la emisión asociada con el transporte de carga, así como el deterioro de rutas y los accidentes de tránsito. Existen experiencias internacionales que generaron joint venture para reconvertir las empresas de camiones e insertarlas en los sistemas bimodales.

En paralelo, podría crearse un fideicomiso para ejecutar la construcción de un sistema autopistas inteligentes en toda la geografía, a costo competitivo; (3) una revolución en el sistema de coparticipación federal, que simplifique la cantidad de impuestos nacionales, provinciales y municipales, promoviendo la digitalización de los medios de pago, y que funcione incentivando la competencia y el desarrollo de los territorios; (4) una revolución en el Estado, que transforme la “fachada” digital en un “cerebro” digital. Es decir, que suponga la digitalización de todos los trámites y procesos con tecnología de blockchain, la interoperabilidad de los datos en un modelo de X-Road, la institucionalización de mecanismos de crowdsourcing (colaboración e inteligencia colectiva), la introducción del mérito como criterio salarial por sobre la antigüedad, y la autonomización de la política de selección del personal público de la política partidaria.

 La clave para abordar estas cuatro revoluciones son tres palabras: foco, foco y foco. Si la política en general y el peronismo en particular, no logran resolverlas, difícilmente el Estado pueda reconstruir su legitimidad y su rol en la vida contemporánea nacional. Como en “Confesiones del Viento” de Roberto Yacomuzzi, será un alma en pena penando y en ese telar de angustias, el diablo tejerá sus barbas. 

El ensayo ha buscado una respuesta sistémica a la crisis orgánica del peronismo nacional, que a su vez se asienta en el profundo proceso de desafección de nuestras élites nacionales. Reconstruir el Príncipe implicará, una reforma radical del peronismo que dominó la escena nacional los últimos 20 años. Sin concesiones, es necesario revisar los cuatro pilares sobre los que se edificó el tigre de papel AMBA-céntrico: la organización, el modelo de acumulación, el modelo de Estado y las tareas. La segunda renovación será revolucionaria o no lo será. Un fantasma recorre la Argentina. ¿Podremos?

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