19 de marzo de 2013
Instituto Gestar

Nos une la lucha por la justicia social

 

Para entender la significancia de la unción de Francisco hagamos un poco de historia. Si algo caracteriza al justicialismo es que es una doctrina profundamente cristiana y humanista; ya en sus primeras formulaciones, durante la década de 1940, el General Perón destacó al justicialismo como una “tercera posición” entre el liberalismo extremo que no resolvía los problemas de grandes porciones de la población (100recordemos la crisis de 1930) y el comunismo, donde el hombre era una pieza más de una maquinaria de poder político y económico. Varios han señalado como una fuente de estas ideas justicialistas a la Doctrina Social de la Iglesia expresada en las Encíclicas Rerum Novarum (1001891) y Quadragésimo Anno (1001931) entre otras que cuestionan con igual dureza al socialismo y al liberalismo.

Durante los primeros gobiernos de Perón no faltaron los conflictos con la jerarquía eclesiástica, en gran parte responsabilidad de un clero profundamente conservador que no quiso ponerse del lado del pueblo en esa lucha transformadora y también como consecuencia, si se quiere natural, de algunas leyes aprobadas por el movimiento justicialista que no hacían más que reparar derechos básicos para todos los habitantes de nuestra patria. Una de esas leyes reconocía los mismos derechos a los hijos naturales que a los hijos de padres casados, reparando una injusticia muy cara a los sectores populares que apoyaban y eran parte del peronismo. La otra ley aprobada fue el divorcio, como  reconocimiento de una realidad de la vida social que no tenía sentido negar. La primera ley sobrevivió a la Revolución Fusiladora, no así la ley de divorcio que tendría que esperar muchos años a que se volviera a aprobar.

Mientras Cristina le regaló a Francisco un mate, producido por trabajadores agrupados en las cooperativas de Argentina Trabaja, Francisco le regaló a Cristina un libro con las conclusiones de la Quinta Conferencia de la CELAM (100Conferencia Episcopal de América Latina). Ambos presentes tienen un mensaje diáfano y compartido.

La CELAM es producto del Concilio Vaticano II, que implicó una profunda renovación de la Iglesia Católica en todo el mundo a mediados del Siglo XX. En nuestra región, esta transformación se tradujo en la afirmación a través de la CELAM de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y, en particular, de la “opción preferencial por los pobres”.

Este compromiso social de la Iglesia Católica fue muy fructífero y dio lugar a expresiones de diverso tinte, desde el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y la Teología de la Liberación hasta posiciones más moderadas como las de la Compañía de Jesús (100a la que pertenece Francisco). 

Por el origen de Francisco y por estas primeras señales de una Iglesia del pueblo, es que hay un resurgir de esperanza en cada argentino y argentina.

Es cierto que en este período de transformación social iniciado en 2003  hubo diferencias con la jerarquía eclesiástica, principalmente por las medidas de ampliación de derechos (100como la ley de matrimonio igualitario) que se contraponen con el dogma católico y por diferencias en políticas públicas específicas (100como las vinculadas con la anticoncepción y la planificación familiar), así como por la escasa autocrítica de que tuvo ésta por su relación con la última dictadura militar. Pero es indudable que un gobierno que “no es neutral” entre los poderosos y los vulnerables comparte objetivos con una Iglesia que levanta el postulado de la “opción preferencial por los pobres”. Sin duda nos une la búsqueda y garantía de los derechos sociales y el bienestar terrenal del hombre.

La Iglesia que recibe el nuevo Papa se encuentra jaqueada por varios problemas y en un mundo que está dominado globalmente por la especulación financiera y la injusticia social.

El proceso histórico que se inicia con la asunción de Francisco está abierto y, aunque no hay determinismo cierto, es innegable el sentimiento de esperanza que compartimos todos los hombres y mujeres de buena voluntad que buscamos un futuro mejor para nuestra patria, independientemente de si nuestra trinchera es mundana o espiritual. Esperamos que su pontificado encarne desde lo religioso el soporte de la construcción de la unidad política, económica, social y cultural de América del Sur que vienen llevando adelante los gobiernos nacionales populares y progresistas. Hoy se abre la posibilidad de tener una Iglesia Católica verdaderamente comprometida con los derechos humanos y los derechos sociales, con el cuidado del medioambiente, que cuestione las injusticias sociales, el consumismo y la rapiña financiera. En este camino, Francisco encontrará el apoyo de todas y todos los que nos encontramos comprometidos con una patria libre, justa y soberana.

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